Medir
el éxito o el fracaso de una huelga general es siempre un ejercicio complejo si
se reduce a su evaluación cuantitativa. Y la evaluación cambia si se tienen en
cuenta el contexto y la forma en que se ha producido. La evaluación
cuantitativa es difícil porque no suele haber forma de contar quién se ha
adherido a la huelga, quién ha trabajado por imposición de servicios mínimos o
por coacción directa del empresariado (los sindicatos han recibido un alud de
denuncias anónimas de este tipo de presiones), quién no ha trabajado finalmente
por la acción colectiva y quién ha acudido el empleo de forma vergonzante
apelando a cualquier justificación individual. La única posibilidad de
paralización total de un país es la que generaría un lock-out patronal, apoyado por el gobierno. Las huelgas generales
de verdad son siempre movilizaciones a medias, que permiten dar cuenta del
grado de malestar, de movilización, de apoyo que la propuesta alcanza entre las
clases trabajadoras.
Si, en
cambio, se atiende a los condicionantes y al proceso, resulta claro que esta
huelga ha sido un éxito rotundo. No sólo porque el paro ha tenido un amplio
seguimiento en los sectores que tradicionalmente se movilizan —industria,
transporte público, etc.—, sino también porque ha tenido un eco importante en
la Administración pública. El colectivo de Economistas frente a la Crisis (www.economistasfrentealacrisis.com)
ha evaluado en un 87,7% la caída del consumo eléctrico en las actividades
económicas, por el método de comparar el consumo de un día laboral normal con
el de un día festivo normal. Aunque se trata solo de un indicador, la cifra es
bastante elocuente de lo que muchas personas percibían: que la movilización era
importante. Los mismos medios de comunicación que hablan de éxito moderado
alegan que la apertura generalizada del comercio es lo que permite rebajar el
impacto. Pero es de sobra conocido que en el comercio coexisten empresas familiares,
centros de trabajo de pequeñas dimensiones y grandes empresas que practican
sistemáticamente una feroz actividad antisindical. Empresas que, como El Corte
Inglés o Caprabo, suman una buena serie de condenas por violaciones de derechos
laborales y colectivos, y que plantean el boicot a la huelga como un objetivo
irreductible.
Ésta ha
sido una huelga convocada con escaso margen de tiempo para “calentar motores”,
que ha padecido una nueva edición de acoso a los sindicatos en la prensa
reaccionaria y un auténtico apagón informativo en los medios “liberales”. Que
ha tenido que hacer frente al machacón argumento de su inutilidad, a la presión
política y simbólica de las autoridades europeas, al insistente discurso del
“no hay alternativa”, de la necesidad de asumir el ajuste con buen humor... Y a
pesar de todo ello, y de los recelos que los sindicatos mayoritarios generan en
una parte no despreciable de la ciudadanía activa, la movilización ha sido
impresionante.
Lo que
le ha dado el tono definitivo han sido las masivas manifestaciones de la tarde,
no sólo en Madrid y Barcelona, sino en muchas otras ciudades menores donde el
éxito de convocatoria ha sido notable. Cualquiera que tenga memoria de otras
huelgas recordará que la manifestación de la tarde era sólo el encuentro de los
activistas más resistentes, mientras que en esta ocasión la manifestación ha
servido para cerrar la boca a todos los que pretendían dar la huelga por
fracasada. No ha sido una casualidad. Las personas activas a lo largo de toda
la jornada ya contaban que las acciones de la mañana, los piquetes informativos
de barrio y las concentraciones locales ya habían superado los niveles de otras
veces, ya habían reunido a mucha gente. Las manifestaciones de la tarde del 29
de marzo de 2012 muestran la continuidad de un proceso movilizador que arrancó
en mayo del año pasado y que, con convocantes diversos (unas veces el 15M y
otras los sindicatos y organizaciones sociales tradicionales), han sacado una y
otra vez a la calle a cientos de miles de personas. Si por un lado hemos pasado
de la crisis financiera a la depresión generalizada y al asalto a los derechos
sociales, por otro se ha producido un cambio desde la expectación a la
movilización activa.
II
El
cambio se ha producido por la acumulación de factores. Del lado de las
organizaciones tradicionales, especialmente de los sindicatos, la creciente
conciencia de que las políticas neoliberales adoptadas por los diversos
gobiernos constituyen un ataque en toda regla a los derechos laborales y sociales,
a las condiciones de vida de sus representados y a su propio papel organizativo
e institucional. El cinismo con el que la patronal firmó un pacto sobre el
empleo pocos días antes de la aprobación de una reforma laboral que lo dejaba
totalmente inactivo, merecería por sí mismo una respuesta contundente. A los
sindicatos la reforma les cierra muchas puertas, es en sí misma una declaración
de guerra a la acción sindical y una amenaza al resto de los derechos laborales
aún vigentes. Puede criticarse la actuación sindical como excesivamente
zigzagueante, contradictoria, pero de lo que no cabe duda es de que en los
últimos meses han estado promovido una serie de movilizaciones (contra la
reforma de la Constitución, los recortes, el empleo público) e iniciativas
(como en Cataluña las “Taules contra les retallades” o los encierros en las
escuelas) que han elevado la presencia pública y la acción colectiva. A ello
hay que sumar, y no es poco, que a la convocatoria de la huelga se han sumado
todos los sindicatos minoritarios, lo que ha permitido plantear el día de
huelga como una respuesta auténticamente de clase.
Por
otro lado, la irrupción del 15M —con todas sus contradicciones, sus discursos
ambiguos en algunos casos, pero con un notable nivel de activismo social— ha
constituido un importante soplo de energía, de renovación y de politización en
sectores desencantados o ajenos a la acción colectiva. Sus movilizaciones han
tenido notables momentos de éxito, y la persistencia de grupos locales ha
permitido generar una nueva red organizativa que a veces compite y a veces
coopera con los viejos tejidos organizativos. En Barcelona, donde tenemos
nuestro particular observatorio social, ha sido esta red la principal impulsora
de los piquetes de huelga en los barrios, aunque en muchos de ellos han contado
con la participación de activistas vecinales tradicionales y en unos pocos
(allí donde ya existe una vieja tradición de activismo organizado) se han
incorporado a comités unitarios más amplios. En conjunto su acción ha sumado,
por más que persistan muchos resquemores entre estos sectores y el movimiento
sindical tradicional.
Más
allá de estos activismos paralelos, hay un proceso social que favorece la
movilización masiva y la heterogeneidad social que se percibe en las grandes
movilizaciones. Hasta hace bien poco, la segmentación social que divide a la
población asalariada se reflejaba en una fuerte diferenciación de
comportamientos ante las grandes convocatorias. La mayor parte de las huelgas
generales anteriores eran, fundamentalmente, huelgas de los trabajadores
manuales, huelgas “obreras”, con poca participación de empleados públicos y
empleados de cuello blanco. Los ataques a las condiciones laborales de los
empleados públicos y los recortes en sanidad y enseñanza están contribuyendo a
generar otra percepción social, así como el brutal cierre de expectativas
laborales para la juventud educada y la extensión de los empleos precarios. Las
políticas neoliberales están golpeando a mucha más gente, están mostrando de
forma más descarnada la diferencia radical entre capital y trabajo, y están
destruyendo parte de las estructuras que sostenían a las clases medias
asalariadas. Aún de forma incipiente, la brutalidad de la crisis abre las
puertas a una reconstrucción del sujeto colectivo, de la autorrepresentación de
la clase obrera como un grupo social diferenciado. Es sin duda un proceso en
ciernes (por ejemplo, destaca la mucha mayor presencia de los enseñantes
respecto al personal sanitario en las movilizaciones más recientes) y
contradictorio, pero que debe considerarse en serio a la hora de elaborar
propuestas, movilizaciones, discurso social.
III
La
suerte de este proceso depende de la inteligencia y la capacidad de sus actores
principales para desarrollar un nuevo proceso social. A corto y medio plazo, la
cuestión fundamental es cómo proseguir con la movilización. Parece claro que
las élites en el poder, en todos los niveles, están dispuestas a sostener con
intransigencia sus planteamientos. Y que no van a ceder con unas pocas
manifestaciones masivas (en este sentido, Grecia muestra el camino). Cuentan
con que el agotamiento y el desánimo conduzcan a la rendición final de la
población. Por eso es tan crucial saber elegir un camino de movilización que
sea capaz de resistir el desgaste pero que mantenga la tensión. No hay una
solución fácil a este dilema. Y es posible que florezcan las respuestas
centrífugas, separadoras.
La
insistente demanda de negociación por parte de los sindicatos parece más
dirigida a neutralizar a las bases sociales de la gente de orden que a dar
ideas precisas a las suyas propias. Resultan un tanto incomprensibles cuando es
evidente que el antagonista no tiene, a corto plazo, ganas de negociar nada
serio. Generan resquemor en los aliados más alejados y no clarifican
socialmente lo que en este momento parece crucial: explicar bien al conjunto de
la sociedad cuáles son las líneas que ninguna sociedad decente puede franquear,
explicar muy bien cuáles son las contradicciones, las injusticias, las
sinrazones de las políticas actuales, explicar bien las propuestas básicas de
regulación que hay que conseguir imponer. Sólo generando en las propias bases y
propuestas claras podrán los sindicatos ampliar su legitimidad en sectores
sociales que deben ser sus aliados naturales, especialmente en una coyuntura en
que la negociación a puerta cerrada parece más bien a una vía abierta a la
concesión sin contrapartidas.
Pero,
asimismo, el éxito de la huelga no puede hacernos pensar que la vía de la
movilización permanente es una vía posible. La huelga general es una acción
costosa, difícil. Es optar siempre por la ofensiva general. Los activistas más
decididos corren siempre el peligro de ignorar estos costes, de olvidar el
desgaste que afecta a la gente que no comparte por entero sus planteamientos. Y
que la propia clase trabajadora está ante un nivel tal de indefensión (paro,
endeudamiento, precariedad...) que limita sus fuerzas. Sería bueno que todas
las partes reconocieran, cuando menos, un marco común de problemas y se centraran
en elaborar propuestas para llevar a cabo una campaña de movilización sostenida
y sostenible, que avanzaran en generar propuestas comunes y que abrieran
espacios de confianza y de unidad. Ésta es una tarea urgente y necesaria para
todas aquellas personas que lideran, promueven y alientan organizaciones y
campañas, que siguen pensando que es necesario oponerse a la barbarie actual.
Empezando por los principales líderes sindicales y siguiendo por toda la larga
serie de activistas de los diversos movimientos sociales.
IV
El
único punto negro que ha podido explotar la derecha es el de las acciones
violentas que han tenido lugar sobre todo en Barcelona. De una violencia más
simbólica que real, pero totalmente gratuita e injustificada. Quemar contenedores
de basura no tiene ni siquiera el simbolismo que podía tener la quema de coches
ni el ataque a tiendas de lujo de otros tiempos; es simplemente pensar que el
enfrentamiento en sí mismo tiene algún significado. Ni tiene que ver con los
piquetes de huelga que actúan como fuerza colectiva para extenderla y hacerla
visible. Por desgracia, estos grupúsculos aparecen a menudo en las grandes
acciones y juegan un papel distorsionador de la movilización social. Permiten
crear una cortina de humo que no sólo oculta la violencia patronal, la coacción
individual que han padecido miles de trabajadores para no ir a la huelga, sino
también los excesos de las propias fuerzas de orden público. Y es que,
ciertamente, muchos manifestantes pacíficos del 29-M se indignaban al ver el
humo de los contenedores. Pero también muchos padecieron el uso de porras
metálicas y gases lacrimógenos que utilizaron unos Mossos d’Esquadra que, una
vez más, demostraron su incompetencia en este tipo de situaciones. Y muchos aún
nos preguntamos cómo es posible que, si estos grupos están tan identificados
como pregona el conseller de
Interior, señor Puig, la policía es incapaz de realizar una acción preventiva
eficaz. O es que, a lo mejor, entre la incompetencia y la provocación circula
alguna de esas cloacas del Estado que tan eficaz resulta para mantener a raya a
las clases trabajadoras. En todo caso, el agravamiento de la situación social
da alas a nuevas respuestas violentas y obliga, también en este campo, a pensar
en alternativas que impidan que lo vistoso sirva para tapar lo necesario.
VI
Esta
huelga ha sido un éxito. Y deberíamos empezar por felicitar a toda la gente que
ha trabajado para que así fuera. Que ha demostrado que la diferencia y la
unidad podían convivir. Que las políticas neoliberales merecen el rechazo
masivo. Que somos millones de personas las que queremos un orden social más
justo. Y este éxito nos emplaza a no desfallecer, a seguir peleando por generar
un amplio movimiento de respuesta, a fortalecer la unidad frente a la minoría
social que sigue concibiendo el mundo como una finca particular y a las
personas que la habitamos como esclavos de sus intereses. Sindicalistas y
activistas diversos hemos trabajado codo con codo para que ello sucediera. Lo
debemos considerar como un estímulo para dar nuevos pasos, para generar
sinergias, para encontrar nuevos caminos de cambio social.
Mientra Tanto
Redacción
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