martes, 31 de julio de 2012

El reino de los hechiceros


Para que su dios mercado funcione son capaces de cualquier sacrificio; ajeno, por supuesto.

En el siglo XIX, Auguste Comte, padre de la sociología, enunció su teoría de los tres estadios, según la cual los pueblos pasan a lo largo de su historia por tres etapas diferentes. La primera es lo que denomina estadio teológico, o infancia de la Humanidad, momento en el que la explicación de la realidad se hace recurriendo a dioses y fuerzas sobrenaturales. La segunda, el estadio metafísico, en la que esa explicación se realiza a través de conceptos abstractos. La última es el estadio científico en el que el ser humano es capaz de dar una explicación de la realidad acudiendo a la razón y a la ciencia. Ni que decir tiene que Comte apuesta por este último estadio y que considera que la Europa de su época comenzaba a entrar en él. Y con esa confianza en el devenir de los tiempos que caracteriza a los hijos de la Ilustración, Comte entiende que ese estadio científico es, necesariamente, y como efecto del imparable progreso humano, el destino de la humanidad.

Si hubiéramos de analizar la actual crisis de la mano de los planteamientos de Comte, no sabría muy bien decir en qué fase nos encontramos. Los conceptos sobre los que se asienta la práctica económica de nuestros gobiernos son dos: mercado y confianza. El primero cabría colocarlo en el estadio teológico de Comte, pues se ha convertido en una especie de dios al que todo debe ser inmolado; el segundo parece más bien propio del segundo de los estadios, y en su abstracción se convierte en algo inasible, que escapa incluso a cualquier explicación racional.

A pesar de esa confianza en el progreso que caracteriza a Comte, y a todos los que desarrollaron teorías de los estadios, como Ferguson, Hegel, incluso, en cierto modo, Marx, es evidente que, al menos en el ámbito de lo económico, nuestras sociedades no han alcanzado, de ninguna manera, el estadio científico y siguen presas de supersticiones sin ningún asiento racional. Cada vez que el Gobierno del PP toma una decisión, lo hace con el objeto de conseguir la confianza de los mercados. Las medidas se suceden y, sin que nos sepan dar una explicación racional, la prima de riesgo sigue subiendo y los intereses de nuestra deuda con ella. Como bien dice el diputado de IU Alberto Garzón, el Gobierno ha optado por el modelo azteca en la economía: sacrificio humano tras sacrificio humano, pero sigue sin llover. 

En realidad, la economía capitalista (porque la economía, como todo, tiene sus apellidos, no existe en la abstracción del concepto, por mucho que así nos lo quieran presentar) es pura hechicería, construida sobre bases carentes de racionalidad. Adam Smith, con su ingenua teoría de la mano invisible reguladora de la actividad económica, es buen ejemplo de ello. ¡Qué mano invisible ni qué puñetas! Los poderosos, lo vemos a diario, van a degüello a conseguir su bocado, y no entienden de racionalidades, autorregulaciones y demás zarandajas. No sé si Montoro se creerá las tonterías que cada día nos endosa a través de los medios, pero si realmente se las cree, deberíamos devolverle al parvulario. O a un sanatorio de desintoxicación ideológica. Porque esta gente está tan ideologizada que cree real lo que su ideología le dicta. Sí, ya sé, ya sé que yo también estoy muy ideologizado, sin duda, pero yo lo reconozco y sé que mi mirada puede estar en parte deformada por mi ideología. Sin embargo, ellos creen que la suya es una mirada científica, limpia, objetiva, que las cosas son exactamente como ellos las ven. 

Estamos en manos de peligrosos hechiceros. Para que su dios mercado funcione son capaces de cualquier sacrificio; ajeno, por supuesto. En sus gobiernos, en sus facultades de ciencias (¡!) económicas, continuarán recitando el mantra de la confianza y el mercado. No se molestarán en mirar a la calle, a la realidad: ellos ya saben lo que está pasando, no lo necesitan, sus libros sagrados les indican el camino. Como los cardenales de Galileo, se negarán a mirar por el telescopio, la verdad resplandece en sus biblias económicas.

En un texto breve, cargado de sarcasmo, el filósofo francés L. Althusser traza el retrato del filósofo materialista. Así se titula el texto: Retrato del filósofo materialista. En su último párrafo, dice: "Entonces puede discutir con los grandes idealistas. No solamente los entiende, sino que les explica a ellos mismos las razones de sus tesis". El materialismo exige un ejercicio básico: mirar la realidad. Es condición indispensable para actuar sobre ella. Los idealistas, ya sea en filosofía, o en economía, tienen, desde Platón, la curiosa costumbre de crearse una realidad a su antojo. Y si la realidad real no encaja en su modelo, peor para ella. Frente al planteamiento de la abstracción, de la teología, del idealismo, en el que se sustentan los hechiceros neoliberales es preciso, desde la realidad, construir ese modelo científico al que aspiraba Comte. No requiere, siquiera, mucha inteligencia: basta con mirar a la realidad a los ojos. Es a lo que algunos llamamos materialismo.

Juan Manuel Aragüés
El Periódico de Aragón

domingo, 29 de julio de 2012

¿Cambio de fase? La democracia como desafío

Días de vértigo. La prima alcanza nuevos récords cada semana, cada día. Los funcionarios desobedecen de forma cada vez más descarada. La manifestación del 19 de julio sobrepasa todas las movilizaciones pasadas. El gobierno impotente, a puntito de caer. ¿Estamos ante un cambio de fase? Así parece apuntarse en la confluencia de las dos líneas fundamentales de esta coyuntura: los ataques financieros y las movilizaciones sociales.

Respecto a la primera, la deuda española crece en «subida libre» empujada por las apuestas por el «rescate» de las grandes agencias financieras. 580, 600, 620, 640. Se han superado ya los umbrales de los rescates de Grecia, Irlanda y Portugal. El tipo de interés del bono a 10 años sobrepasa el 7.5 % y la deuda española incorpora 10 puntos porcentuales del PIB cada 8 o 9 meses (100.000 millones de euros). El Estado tiene problemas con el flujo de caja, esto es, tiene dificultades para hacer frente a los pagos inmediatos (pensiones, salarios, transferencias, etc). Es el escenario griego, al que se añaden los problemas declarados de las CCAA. Sin la improbable intervención del BCE o del MEDE por medio de la compra masiva de bonos, el escenario que puede ser el del impago o el de una profundización del rescate en curso. O, muy probablemente, una combinación de ambos. En breve, y al ritmo que marquen los momentos de agonía financiera del Estado, Alemania intentará mover ficha gestionando el impago desde arriba mediante una quita a los inversores en bonos. Eso sí, es muy posible que la prima de riesgo sea todavía demasiado baja como para que los agentes financieros acepten la reducción de sus rentabilidades. Así que muy posiblemente no tengan garantías de éxito hasta que la prima suba aún más. En todo caso, el horizonte de impago ya está frente de nosotros.

De la segunda, debemos reconocer un hecho que ha pasado casi de tapadillo en los principales medios de comunicación: la manifestación del 19 de julio fue la mayor desde al menos las manifestaciones contra la guerra de Irak. En Madrid, el recorrido permaneció colapsado desde Recoletos hasta Sol (donde, dicen, caben 30.000 personas). Dicho de otro modo, entre 400.000 y 800.000 participantes, una de las mayores manifestaciones de la historia de la ciudad; y entre 4 ó 6 veces la cantidad de participantes que convocaron las grandes concentraciones del 15M, 19Junio, 15O o el 12M. No se trata sólo de una cuestión cuantitativa, sino cualitativa. En el 19J había de todo: maestros y profesoras, sanitarios, bomberos, sindicalistas, profesionales, policías, etc. El 15M organizado fue sólo un segmento más entre los distintos cuerpos de funcionarios, la marea verde, los bloques sindicales y ocasionales de todo tipo. Una diversidad sorprendente que recorría todo el arco ideológico, etario, profesional, etc.

La manifestación hubiera sido, no obstante, un ejemplo cuantitativo importante, pero poco determinante, de no ser porque fue acompañada de otro fenómeno imprevisto: actos de desobediencia, sabotajes, cortes de vías públicas, desplantes a las autoridades… Todos ellos protagonizados por los hasta hace bien poco tímidos y obedientes cuerpos del Estado. Bomberos que se ofrecen como cuerpos de choque en las manifestaciones; policías que no obedecen o sabotéan los medios necesarios para reprimir; militares que declaran su rebeldía a los recortes; funcionarios que denuncian a sus jefes y se plantan cada día a interrumpir el tráfico. Atención: ¿no es esto lo que ocurre en vísperas de una revolución?

¿Y el gobierno? Bloqueado por arriba debido a la presión financiera avalada por el gobierno alemán y el BCE, y presionado por abajo por unas movilizaciones que no logra moderar, sólo puede caer. El único interrogante es cuando y cómo. Seguramente cuando se declare el impago. Seguramente por medio de un gobierno de concentración que llame al PSOE, CIU y algunas otras agrupaciones de profesionales de la representación. En este sentido el PSOE ya está siendo presionado para posicionarse del lado del gobierno y así “impedir que la indignación en las calles se desborde”

¿Podemos sacar algunas conclusiones? Cuatro son las que se nos ocurren:

La primera es que la caída del gobierno es un éxito del movimiento. Los días precedentes nos han mostrado que la desobediencia no es un gesto ideológico sino nuestra táctica en la nueva situación: que no opere la represión, que no funcione la administración. Dicho de otro modo, se trata de que la crisis de legitimidad se convierta en una crisis de autoridad. Si realmente se consigue que la administración no funcione, que el gobierno no gobierne, éste (y todos los que le sigan) se verán forzados a la impotencia. La crisis política ya no la produce así tanto la agitación activista, las manifestaciónes, las acciones, como la desobediencia de los cuerpos del Estado. Bienvenido sea todo lo que ayude y colabore a ello.

La segunda es que a partir de ahora la prima de riesgo ya no trabaja únicamente sobre la extorsión de la deuda del Estado. Definitivamente entramos en una «fase política» o «agonística» del gobierno de la crisis. Los llamados mercados, esto es, el puñado de agencias financieras occidentales que dominan el mercado de deuda están tomando nota de las movilizaciones. Como en Grecia, los ataques sobre la prima de riesgo van a mostrar, y cada vez más, el riesgo de impago debido a las movilizaciones. Por primera vez, nos enfrentamos directamente a quienes verdaderamente detentan la soberanía económica: las grandes corporaciones financieras. Y esto es bueno.  En este terreno, nuestro objetivo político no parece que pueda ser otro más que el default español y la auditoría de la deuda, la supresión de la deuda ilegítima y la reestructuración, políticamente dirigida, de la deuda privada.

La tercera es que el movimiento está mutando, ya no se trata sólo del 15M, protagonizado principalmente por «jóvenes» de entre 25 y 40 años, universitarios en su mayoría, precarios y desempleados, sino algo cada vez más parecido al 99 %. Si atendemos a la composición del 19J habremos de reconocer a los funcionarios, a las generaciones que superan los 40 e incluso los 50, a los principales cuerpos profesionales del país, es decir, a todos aquellos que asintieron a las reivindicaciones del 15M, pero calladamente, y que ahora se han vuelto protagonistas de las protestas. Pero ¿acaso no son éstos los mismos que hasta hace poco eran el bastión electoral, político e ideológico del bipartidismo, de la Constitución de 1978 y de los logros de la Transición? ¿No es esto el acta de defunción de un cadáver?

Y ésta es la cuarta enseñanza, quizás la más interesante. La crisis económica y política apunta cada vez más al régimen político, a la «democracia» tal y como la conocemos. Es la materialización de los lemas del 15M: «No nos representan» y «Lo llaman democracia y no lo es».

Por fin lo podemos decir: la fase destituyente se ha cumplido. Ya nadie cree que aquí hay democracia: sólo la dictadura financiera reforzada por el gendarme alemán y un gobierno pelele, preso de los mismos intereses financieros y alimentado por una clase política corrupta e incapaz. La cuestión es ahora ¿cuál es nuestra democracia?

En Islandia echaron a los políticos y crearon una Asamblea Constituyente. En Grecia ya han acabado con el bipartidismo tradicional. Aquí estamos ante una situación absolutamnte inédita, una partida cuyo resultado está completamente abierto y en la que la pieza más importante somos nosotros y nosotras. Esto no es una democracia. Ya lo sabemos. Entonces toca, cuanto antes, ponernos a construir la democracia, una cuya arquitectura sea discutida y decidida por el 99 %. Un proceso constituyente plural, absolutamente abierto, absolutamente incluyente.

El desafio que afrontamos es cómo fundarla.

Madrilonia.org

Aún estamos a tiempo

Hemos dedicado muchos post a hablar de la tragedia que el país cuna de la cultura occidental está sufriendo. Ya queda poco que decir, excepto un lacónico "ya lo dijimos". A los griegos se les ha utilizado para pagar los platos rotos del sistema financiero europeo, que no está mal diseñado, como muchos analistas insisten. No, está perfectamente diseñado para lo que se pretende: que la élite que controla el capital financiero se adueñe de todo y pase la factura a los pueblos. Hagamos de nuevo un pequeño resumen de lo sucedido para que nadie se deje llevar por la ideología que ha impuesto a los medios el programa a inculcar en las mentes de los ciudadanos.

Si los amables lectores recuerdan, allá por septiembre de 2007 empezó a sonar el río de las hipotecas subprime en Estados Unidos. Apenas era la cabeza del iceberg de la crisis financiera. Tras dos lustros de ingeniería financiera, la masa monetaria había crecido un 300% y las élites sociales se había hecho con una parte considerable de la riqueza global. Todo parecía ir bien, pero a los pobres les dio por no pagar sus hipotecas y las entidades financieras empezaron a quebrar. Sin embargo, reaccionaron a tiempo: ya se habían quitado el riesgo empaquetándolo en los CDS que el resto de bancos por todo el mundo había comprado, especialmente los europeos. Pero el riesgo de quiebra lo asume el Estado americano y crea ingentes cantidades de dinero para cubrir las enormes pérdidas de los bancos americanos. Todo este dinero pasa en engrosar la deuda americana y a exportar la crisis, principalmente a Europa.

Ya en Europa son los países centrales, Alemania, Holanda y Austria, quienes tienen que intervenir sus bancos e inyectar sumas de dinero desorbitadas. Esos mismos bancos, nacionalidados de facto, son los que habían financiado las burbujas financieras en países como Irlanda, Grecia, Portugal, España e Italia. Son los ya conocidos como PIIGS o GIPSY. Dado que los países centrales del euro tenían graves problemas por el rescate financiero a sus bancos, deciden sacar todo ese dinero de los países del sur y comienza una campaña organizada y secuenciada de destrucción de sus economías mediante el ataque especulativo de los mercados, mercados gobernados por los bancos rescatados de Alemania, Holanda y la City londinense, que no podía queda fuera de tal festín. De forma sistemática se pone contra las cuerdas a los países mediante la especulación de su deuda ante la pasividad del BCE y la complicidad de los gobiernos títeres. No es casual que el único país que se ha salvado de este ataque fue Islandia, gracias a no pertenecer al euro, pero sobre todo por decidir no pagar la deuda de sus bancos. En el resto de países la cosa funcionó de la misma manera: 1º vincular la deuda de los bancos a la deuda pública, con la excusa de que no se puede dejar caer a los bancos; 2º hacer pagar a los ciudadanos la crisis bancaria; 3º demoler las estructuras sociales y públicas de esos estados; 4º intervenir directamente la economía.

El procedimiento es el mismo siempre y acaba de la misma manera: expatriando la riqueza nacional hacia los países centrales del euro. Esto se ha conseguido mediante un mecanismo tan sencillo como perverso. Dado que los países han dejado de financiarse de manera prioritaria mediante impuestos y lo hacen mediante emisión de deuda, y como esta deuda no está garantizada por un banco central, caso que se daría de no haber entregado a Europa nuestra moneda, los estados quedan a merced de los prestamistas, que no son otros que los grandes bancos europeos y en parte americanos. Ahí está el instrumento. Ahora, mientras los estados centrales europeos se financian a tasas negativas y convierten su deuda en nada, nosotros contraemos más y más deudas con los bancos rescatados en Alemania, Holanda y Gran Bretaña. Si se mira bien es un intercambio de deuda: Alemania deja de estar endeudada y lo están España, Grecia, Portugal, Irlanda e Italia. Un mecanismo muy ingeniosos que los inútiles de los políticos y los vendidos de los periodistas no aciertan a explicar o no quieren explicar.

En Grecia se ha llegado al extremo de la tragedia total. Hace dos años, aquí mismo escribimos que la única opción de Grecia era dejar el euro, auditar su deuda y empezar de cero. Así, con gallardía y honor. Hoy, el FMI le niega más financiación y Alemania abre la puerta a que Grecia salga del euro. Es decir, Alemania echa a Grecia con una patada después de haber sacado todo el pringue de su economía. Grecia dejará el euro ahora con deshonor y arruinada, cuando hace dos años lo habría hecho con la cabeza muy alta y hoy estaría fuera de la crisis. Sin embargo, a día de hoy su economía está intervenida, no dispone de fuentes de riqueza propias tras las privatizaciones y le quedan muchos años de un purgatorio duro y difícil.

Pero España, España es diferente. Aún a los griegos les queda la honra de estar interpretando una tragedia; nosotros vivimos nuestro particular sainete. Todavía estamos a tiempo de convertir esta pieza pequeña de entreacto en una gran obertura de una ópera clásica, quizás Nabucco. Estamos a tiempo de impedir que destruyan nuestra sociedad y conviertan a España en una colonia satélite de los países centrales. Estamos aún a tiempo de salir con honor del euro antes de que nos sangren y nos den la patada como a Grecia. Estamos a tiempo de cambiar el modelo de Estado y empezar un camino que nos salve de esta autodestrucción consentida. Para ello hay que eliminar a los politicuchos de tres al cuarto que solo saben servir a sus amos y tener la osadía de pensar por nosotros mismos y, sin trabas ideológicas, empezar un camino nuevo.

Estamos a tiempo, aún estamos a tiempo.

Bernardo Pérez
Rara Temporum

jueves, 26 de julio de 2012

Del masoquismo y de la felicidad

Las políticas anti-crisis actuales son el reflejo de una macroeconomía masoquista. Según el concepto acunado recientemente por el economista Wren-Lewis, toda la lírica de nuestros dirigentes —sacada del mismo léxico de los recortes— no deja lugar a dudas. Ya sea Cameron en Reino Unido o el Rey en España, el “espíritu de sacrificio” tiene que dominar el tiempo y debate político-social. Por su parte, Monti y Sáenz de Santamaría hablan del “dolor” necesario para “crear la Italia del futuro” o “salvar el país”. Mientras tanto, la ministra italiana del Trabajo, cuya voz se entrecortaba de lloros al anunciar el plan de ajuste, se encarga de simbolizar la culpa nacional a través de una catarsis colectiva mediática.

Asimismo, de norte a sur, de este a oeste de Europa, la única solución es la austeridad asentada en la socialización de un sentimiento central: la purga de los pecados. La austeridad se convierte poco a poco en una enfermedad patológica colectiva de quien goza verse humillado o se complace en sentirse maltratado. Para los pecadores de los tiempos (insostenibles) de bonanza y de la burbuja inmobiliaria, hoy toca la redención y la flagelación patrióticas a golpe de desmantelamiento generalizado del Estado de bienestar, de subida del IVA, de reducción de las prestaciones por desempleo, de diabolización de lo público, de reducción del número de concejales (y aumento del bipartidismo), del aumento de la jornada laboral y de la edad de jubilación, etc. Estas políticas anti-crisis masoquistas, sean conservadoras o social-demócratas, son una verdadera perversión intrínseca de las economías del crecimiento, su cara más oscura. No hay cosa peor para ellas que el decrecimiento económico, es decir una recesión, y lo que conlleva de personas paradas, pobres, marginadas, desesperadas… Al mismo tiempo, tampoco habría nada peor para la Tierra que una vuelta a la rueda del crecimiento, verdadero abismo abierto hacia el colapso ecológico y la fustigación de las generaciones futuras.

Sin embargo, no se trata solo de masoquismo: hay también parte de sadismo. Lo denota por ejemplo la reacción de la diputada Andrea Fabra, cuando escuchaba a Rajoy explicar los recortes a la prestación de desempleo, con el ya mítico y tan elegante “que se jodan” (las y los parados). Al fin y al cabo, vulgariza y verbaliza en alto la teoría neoliberal: las personas desempleadas son unas vagas (así que mejor cortarles sus subsidios) y los trabajadores pobres ocupan el eslabón que ocupan por falta de méritos propios (no es Botín quien quiera). Es la ley del más fuerte donde los dueños del capitalismo exhiben sin vergüenzas ni pudor su poderío institucional y económico, pisando y denigrando la gente común. Además, existe otra dimensión que va más allá de las enseñanzas del marqués de Sade: en una crisis, no todos salen perdiendo. Al revés, unos salen ganando. Ya sea con la amnistía fiscal, considerada como inmoral e ineficaz económicamente por la muy poca rebelde Comisión europea, o la amnistía al ladrillazo, que regulariza la vulneración constante de la Ley de costa desde hace décadas, los “olvidos legales de delito” se convierten en un estratagema para poner la crisis al servicio de los más poderosos, de los defraudadores y del dinero sucio.

A quién no le guste esta huida adelante hacia más vejaciones, baja estima y culpabilización extrema, he aquí otro concepto: la microeconomía de la felicidad. Suelo escribir, tras los pasos de Tim Jackson, que la prosperidad no es otra cosa que ser felices dentro de los límites ecológicos del planeta. Cuán feliz fui —valga la redundancia— cuando tuve el placer de escuchar el discurso que Mujica, el presidente uruguayo, realizó en Río+20 donde recordaba ante la crême de la crême internacional que “venimos al planeta para ser felices”. Para serlo y cambiar el mundo al mismo tiempo, no hay que esperar a que en el próximo consejo de ministros español o la próxima cumbre europea nos vengan a salvar con su látigo anti-crisis. Desde lo local, tenemos entre manos los ingredientes para a la vez resistir a los azotes y practicar la revolución de los pequeños y grandes pasos.

Allí mismo, abajo de nuestra casa, nuestro poder-hacer es enorme y placentero, y altamente rebelde y resiliente. Somos capaces de vivir sin intermediarios para cultivar y comprar productos de calidad y ecológicos, somos capaces de relocalizar la economía sin el euro, somos capaces de trabajar menos y mejor sin la losa cultural del pleno empleo, somos capaces de producir y consumir localmente energía limpia y finanzas éticas sin multinacionales, somos capaces de recuperar sin decreto-ley el sentido de la solidaridad, de la ayuda mutua y de la comunidad… En definitiva, sin tanta flagelación impuesta y autoasumida, somos capaces de atenuar los efectos de la crisis e iniciar una transición social y ecológica desde la fraternidad y el disfrute. Por supuesto, seremos capaces de terminar con la macroeconomía masoquista si a nivel regional y global tejemos redes, cooperamos y cristalizamos nuestros éxitos en los diferentes niveles institucionales las millones de personas y colectivos que sembramos las semillas de un sistema alternativo, plural y enfocado a vivir bien y feliz con menos.

No digo que la resistencia y la revolución estén exentas de lágrimas, pero estoy seguro que si queremos otros mundos posibles parte de ellas pueden y deberían ser también lágrimas de alegría.

Florent Marcellesi
Público

miércoles, 25 de julio de 2012

El 12 de julio como golpe de Estado

"Los gobiernos han hecho con las palabras en los últimos 35 años lo que han querido, pero han perdido el monopolio para hablar de democracia".

Quizá no ha pasado mucho en los dos últimos años. O quizá, incluso, ha pasado lo más importante. Lo más importante: ha finalizado una época en la que cualquier gobierno colaba, a través de una cultura especializada en crear cohesión y endarle la razóna cualquier gobierno, cualquier mensaje. Parece una tontería, pero esto es la pera.

Es importante constatar que cualquier intento comunicativo de un gobierno para construir una explicación, un nombre a lo que hace, no sólo acostumbra a fracasar, sino que viene, además, desprovisto del palabro ‘democracia’.

Algo absolutamente exótico hace un par de años, cuando el Estado disponía de esa palabra en régimen de monopolio. Podía explicar lo que era democrático o no. Podía excluir o incluir del campo semántico democrático cualquier conducta, idea o grupo en un plis-plas. El hecho de que hoy no pueda jugar con ese juguete orienta hacia una debilidad cultural gubernamental.

Los gobiernos peninsulares ya no pueden gestionar el significado de las palabras. Una cosa anecdótica en otra cultura, pero fundamental por aquí abajo, una cultura en la que, en los últimos 35 años, los gobiernos han hecho con las palabras lo que han querido. Es importante saberlo. Es importante que la sociedad sepa que las palabras le pertenecen. Por eso mismo, es importante redefinir palabras que el Gobierno nos da por definidas. Así, es importante, muy importante, saber lo que significa la palabra “recortes”.

A partir del 1 de septiembre, verbigracia, desaparecerá la universalidad de la sanidad. El Real Decreto que lo comunica supone un incumplimiento de los artículos 9.3, 10, 13, 18.4, 43.1, 43.2 y 86.1 de la Constitución, y un atentado a los Estatutos de Autonomía de Andalucía, Aragón, Catalunya y País Vasco (fuente: Asociación para las Naciones Unidas de España).

Es una ley que se sitúa tan lejos de la legalidad como otras con las que se ha recortado la educación, la asistencia social, la asistencia al paro, o las leyes del trabajo. Ese pack de recortes supone también la negación del artículo número 1 de la Constitución. Aquel que va y dice que el Estado es “social y democrático de Derecho”.

“Y”, no “o”, de manera que si el Estado deja de ser social, deja de ser también democrático y de Derecho. Supone la omisión del artículo 9.2, uno de los pocos goles en esta Constitución tan poco sexy, un artículo copiado directamente de la Carta de Bonn y de la Constitución italiana de 1945, y que significa la imbricación del Bienestar en el Estado.

Desde 2008 estamos rescatando a la banca, a través de dinero que se extrae del bienestar, y de rescates que pagará el bienestar. Las medidas gubernamentales parecen no estar orientadas a solucionar ninguna crisis, sino a realizar, a través de ella, un gran cambio estructural. Los recortes y todas las contrarreformas del Estado, realizadas en contra de la Constitución con la que se nos ha dado la brasa durante cuatro décadas tienen nombre.

La sociedad debería empezar a meditar si el fin del bienestar que vivimos es –y éste es un posible nombre que redefine la palabra “recortes”–, un golpe de Estado. Un cambio violento del marco legal vigente. Un delito. Y, como tal, que convierte a las personas y los gobiernos que lo están realizando en susceptibles de ser juzgadas.

Guillem Martínez
Diagonal



Lecciones de historia: la política de austeridad en Europa

El mundo está ya en lo que deberíamos ir llamando la Segunda Gran Depresión. Mientras Estados Unidos entra de lleno en una nueva recesión, la crisis en Europa va de mal en peor. La economía china pierde velocidad y los mal llamados mercados emergentes comenzarán a sufrir las consecuencias de la crisis dentro de pocos meses.
 
La política de austeridad que hoy se aplica en Europa está hundiendo el continente en una profunda recesión. En un escenario tan sombrío es bueno echar un vistazo a las lecciones de la historia. Después de todo, no es la primera vez que se recurre a los dogmas de corte ortodoxo para buscar la salida en una crisis. En lo que sigue, los lectores pueden apreciar los paralelismos con la crisis actual y la política de austeridad en Grecia, España, Italia y Portugal.

Una referencia pertinente es el libro de Peter Temin, historiador de la economía y del cambio técnico. En su libro Lecciones de la Gran Depresión Temin examina la evolución de los gobiernos de la alemana República de Weimar (1919-1933) y sus esfuerzos por enderezar una economía devastada por la guerra y los altos costos de las reparaciones impuestas por los aliados en el Tratado de Versalles. Tal y como había anunciado Keynes, las reparaciones impuestas sobre Alemania resultaron ser impagables. En 1921 Francia y Bélgica enviaron 70 mil tropas para ocupar el valle del Ruhr en represalia por la falta de pago y los efectos fueron desastrosos. En reacción, el gobierno alemán hizo un llamado a una huelga general. La resistencia fue sofocada con lujo de violencia por las tropas francesas.

La economía se colapsó. La producción se redujo drásticamente y el desempleo se disparó (a más de 23 por ciento). La recaudación se desplomó y el gobierno recurrió a financiar su déficit a través de la monetización. Estaban dadas todas las condiciones para el episodio de hiperinflación que dejó una profunda cicatriz en las percepciones del pueblo alemán.

Para 1923 era evidente que la economía alemana estaba a punto de explotar. Estados Unidos e Inglaterra presionaron para aliviar la situación. En 1924 el famoso comité Dawes presentó sus recomendaciones para retirar las tropas francesas del Ruhr, recalendarizar el pago de reparaciones y restructurar el banco central. El objetivo era dar un respiro a la economía alemana para que pudiera recuperar un ritmo de crecimiento aceptable. La prosperidad (algo artificial) de los años veinte le brindaba a Estados Unidos suficiente margen de maniobra para intervenir en la reconstrucción de la economía alemana: Washington comprometió una cantidad importante de recursos para invertir en la economía alemana.

Todo esto implicaba que cualquier descalabro en Estados Unidos significaría el colapso de la economía de la república de Weimar. Por otra parte, las recomendaciones del comité Dawes eran de corto plazo y la carga de las reparaciones siguió siendo un gravamen muy pesado. En 1929, poco antes del colapso en Wall Street, se estableció otro mecanismo para aligerar el peso de las reparaciones. El resultado fue el llamado plan Young, anunciado en 1930. Pero ya era demasiado tarde pues era claro que Estados Unidos ya no podría proporcionar el oxígeno que necesitaba la maltrecha economía de Weimar y Alemania nunca podría pagar las reparaciones.

Las autoridades en Berlín se manejaban dentro del marco de referencia de las finanzas ortodoxas y del sistema de pagos internacionales que imponía el patrón oro. Tuvieron que responder a las restricciones que este entorno internacional imponía con una fuerte depresión interna. Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank y su sucesor, Hans Luther, aplicaron políticas restrictivas y mantuvieron la tasa de descuento muy por arriba de las tasas de Londres y Nueva York con el fin de reducir la pérdida de oro. Las autoridades fiscales fueron aún más agresivas en su afán deflacionario: desde principios de 1930 el canciller Heinrich Brüning mantuvo recortes fiscales brutales y una política deflacionaria (reducciones salariales y de la ayuda por desempleo) para restablecer un equilibrio en el contexto del patrón oro.

En vista de que Alemania tenía que pagar sus cuentas externas con poder de compra equivalente al patrón oro, el ajuste debía pasar por la deflación en el plano interno hasta alcanzar ese objetivo. Las políticas deflacionarias y el revanchismo cristalizado en las reparaciones de guerra acabaron por hacer añicos la república de Weimar. Entre 1929 y 1932 el partido nacional socialista pasó de 12 a 107 diputados.

Los dogmas de la ortodoxia en materia financiera y fiscal carecen de sentido económico. Se apoyan en algunas ideas que suenan lógicas pero que son falsas. Y cuando se les traduce en política macroeconómica, el resultado es un desastre: no sólo son capaces de hundir una economía en la depresión más profunda, sino que conducen a destruir el tejido social y a un paisaje de violencia desoladora. En México y en Europa las lecciones de la historia no deben olvidarse.

Alejandro Nadal
La Jornada

martes, 24 de julio de 2012

Tonterías, las justas

Si proclamo mi natural optimismo incluso frente a situaciones tan infelices como las actuales, corro peligro de que me tiren cosas por las calle. Pero me confieso adicto a los deportes de resistencia y nadie como un fondista para reconocer que solo el sufrimiento extremo anuncia la proximidad de la meta. En un maratón se pasa mal de verdad a partir del kilómetro 30. Las gentes del sur de Europa llevamos meses de dolor auténtico. La buena nueva es que si seguimos en carrera, como mucho nos restan 12 kilómetros.

Para que ese optimismo tenga fundamento y para que nuestra agonía reciba la corona de laurel con que se premia el éxito, es preciso caminar en la dirección correcta y con una idea elaborada del destino elegido. En esto tengo más dudas.

Guste o no, el origen último de eso que llamamos crisis de deuda se encuentra en el fenómeno globalizador. El capitalismo financiero dominante, en su afán por reducir costes de producción, decidió que iba a vendernos la misma repugnante hamburguesa en una tasca del Madrid viejo que en un garito de Buenos Aires o de Nairobi. Se produjo una contaminación bilateral. Exportamos nuestra ansia por destruir el planeta y recibimos en pago clases aceleradas de corrupción en sus dos orillas: política y económica. También aprendimos a convivir con niveles de endeudamiento próximos a lo insostenible. Nos recetaron a todos la misma medicina aunque unos padecían signos de desnutrición y otros teníamos el colesterol por las nubes. Todos fuimos condenados a “crear riqueza”, cuando el problema de los territorios pobres era distribuir la que tenían y el de los países ricos repartir los excedentes de tiempo que la ciencia nos regala y que ahora el estado quiere usurparnos. Robo a Punset un dato de su blog: cada decenio aumenta (aumentaba, quizá) en 2,5 años la esperanza de vida de un ser humano occidental. Al margen de la exactitud o no de esa cifra, lo que parece obvio es la tendencia y la necesidad de adaptar nuestra forma de trabajar, de vivir y de pensar a un cambio tan trascendente.

Solo el movimiento antiglobalización impulsado sobre todo por ecologistas y neolibertarios, supo comprender el problema. Ahora que el tiempo ha concedido la razón a quienes desde el principio la tenían, muchos quieren subir a recoger el premio . Sean todos bienvenidos . Pero frente a la corriente del “no todos los políticos son iguales” (los de determinadas formaciones son todos santos aunque alguno de los suyos se forren en el Consejo de Administración de entidades en quiebra); a la del “Comisiones y UGT se han confundido, pero son imprescindibles”; o a la del “vosotros tenéis la culpa de que venga la extrema derecha por criticar a la oligarquía político-sindical”; frente a eso, decía, un simple recordatorio. Mientras el llorado Carlo Giuliani caía abatido por la policía fascista italiana, “solamente por pensar” (como canta SKA-P); algunos de los ahora ofendidos cobraban sueldo como parlamentarios de la izquierda presunta, en unos casos, o de la izquierda decimonónica, en otros. Mientras cientos de compañeros antisistema se pudrían y se pudren en las cárceles de media Europa, ilustres del sindicalismo amarillo compartían mesa sin pudor con los dirigentes de la patronal más rancia, en lujosos restaurantes de esos que salen en la guía de determinada multinacional del neumático.

Insisto, sean todos bienvenidos, pero tengamos claro que al día de hoy, pese al fascismo en el poder, pese a la ignorante brutalidad de los antidisturbios y pese a las claras intenciones de algunos afines de adueñarse de la protesta, las calles pertenecen en primera persona a los ciudadanos. Y, como en las juntas de vecinos, cuando asiste el interesado, los apoderados deben pasar a un discreto segundo plano. Por lo menos a este impresentable metido a blogero NO LE REPRESENTAN.

También se extienden por la red mensajes críticos con quienes fueron apaleados por manifestarse de modo pacífico frente a la sede socialista de Ferraz. Si gobierna el PP ¿por qué dáis la brasa al PSOE? Quizá, compañeros, porque nadie salió de Ferraz a decir a la policía que esos señores tenían todo el derecho del mundo a quejarse sin violencia donde quisieran, o quizá porque fueron de los pocos que escucharon el discurso de Rubalcaba en el Congreso.

Rafa Hernández – ATTAC Castilla-la Mancha



lunes, 23 de julio de 2012

Empoderamiento ciudadano: Un proceso de confluencia necesario ante la lucha de clases globalizada

Vuelvo a leer hoy en los periódicos habituales la nueva gran caída del IBEX 35 y el repunte de la prima de riesgo a máximos históricos y sigo contemplando estupefacto como nuestros próceres políticos, de uno y otro signo, siguen encerrados en la idea única de que es necesaria la confianza de los mercados – sin ir más lejos la vicesecretaria del PSOE, Teresa Valenciano advirtió ayer a los ciudadanos “las protestas no ayudan a la confianza de España en el exterior”- adoptando eso sí diversas formas unos y otros en sus discursos para que los llamados mercados piensen que hemos sido buenos. Es como si los abogados de un condenado a muerte dividen sus consejos entre los que le piden que el día de antes vaya a misa o entre los que le dicen que escriba una carta de sentido arrepentimiento pidiendo la venia. Todo lo más se puede aplazar la agonía o la forma del desenlace final, pero la suerte está echada. El condenado a muerte es el estado social hace años, desde que los estados adoptaron las políticas neoliberales.

Hace varias décadas que se viene proclamando primero y luego anunciando la muerte del estado social, desde que Hayek y Friedman afirmaran que el problema era el estado (social claro, no el estado como controlador y represor) o desde que Margaret Tatcher creara el lema del llamado neoliberalismo – el TINA: There Is No Alternative – y su encumbramiento internacional, contando con los próceres socialdemócratas de la traición o conversos social-liberales. Desde entonces las leyes proclamadas por unos y otros, conservadores y social-liberales, han puesto al pueblo, al bien común, de rodillas ante la oligarquía económico-financiera internacional, los plutócratas, Los “mercados” con nombres y apellidos.

Hoy está claro, el problema no es el estado, el problema es que el mercado ha acabado con el estado y ha fragmentado la sociedad hasta cuotas que rayan en su muerte organizativa, con la anomia social y de seguir así, pronto en su muerte real. Los gobiernos colaboradores, mediante leyes estatales e internacionales, ya nos metieron anteriormente en un callejón sin salida, dentro de un entorno internacional marcado por un circuito económico interdependiente y globalizado.

No será porque la izquierda socialdemócrata no estuviese avisada. El Estado habría de haber seguido manteniendo el control sobre la economía, pero esta izquierda traicionó sus propios principios y adoptó con ligeros matices los principios neoliberales: Desregulación, liberalización y privatización. A pesar de ello, en Europa, firmaron el “Acta única europea” en 1987, el tratado de Maastricht en 1992 y el de Lisboa en 2009. Cuando los mayores, que no únicos, referentes de la izquierda promovieron y firmaron los tratados neoliberales, el pueblo perdió un referente y surgió la confusión- ya no se sabía quién es quién- la desafección y la desesperanza. ¿Qué ideología iba ya a promover la izquierda?

Sí , hay alternativas, aunque los gobiernos europeos de uno u otro signo se hayan empeñado en hacer ver lo contrario, que no había más alternativa que la planteada por el mercado, por el pensamiento único neoliberal.

Las actuales políticas de austeridad con la que nuestro gobierno nos castiga, según ellos por haber vivido por encima de nuestras posibilidades, solo dan muestras de la servidumbre de los gobiernos hacia los mercados financieros que ellos mismos desregularon. Obviamente a la situación actual no hemos llegado por vivir por encima de nuestras posibilidades, a esta situación hemos llegado por creer que los derechos conseguidos durarían siempre y no haber establecido controles ciudadanos para que así fuera. La ciudadanía no puede dejar de estar organizada, es el seguro ante la perversión propia del Poder en todos los tiempos.

El homo oeconomicus que persigue el fin de la utilidad en sus actos personales, el homo visa o individuo consumidor que no mira los límites del medio social o ambiental, fueron ganando activos al ciudadano consciente y organizado, al zoon politikón. Los sindicatos en este aspecto han tenido parte de responsabilidad durante años, fundamentalmente al dejar la lucha ideológica en manos de los partidos políticos, que sucumbieron al neoliberalismo y al convertirse en concertantes sociales y sindicales en convenios – actitud preferentemente economicista- y en gestores sociales de lo que el sistema iba estableciendo, pensiones de capitalización, ERES, Planes ocupacionales,..etc.

Muchos obreros tuvieron en la lucha de clases el imaginario de la lucha final, representando ese “mismo” imaginario se hacían la foto unos líderes que cantaban con el puño en alto La Internacional. Pensaron los ciudadanos entonces que la lucha contra el capital marcaba un destino que no tenía otro horizonte que la victoria final contra el demonio capitalista. Pensaron que sus representantes o las vanguardias revolucionarias iban a proclamar un paraíso eterno para la humanidad. Lo triste fue que descubrieron que el demonio del Poder se puede revestir de nuevas formas para dominarlos, incluso en muchas fotos habían algunos demonios con el puño en alto.

El pueblo crítico , sector responsable del pueblo, ha ido descubriendo las muchas formas en que el dominio de unos pocos se establece contra la mayoría, contra los ciudadanos y ciudadanas, sobre todo cuando estos abandonan su responsabilidad cívico-política de ciudadanos en manos de unos pocos gestores económicos (bancos) o políticos (gobiernos) sin reglas ni controles ciudadanos.

Es en situaciones como la actual en este país, de desposesión social y política de la ciudadanía, cuando se pierden conquistas políticas y sociales adquiridas, el momento en que hemos de pensar en qué no hemos hecho para evitarlo. En este aspecto considero que uno de los retos que ciudadanos, políticos y sindicatos tienen delante de sí hace años, del que sistemáticamente huyen por comodidad, conformismo o acomodación a las respectivas poltronas, es el de la globalización de la lucha contra un enemigo que es global, los mercados financieros.

Porque la lucha de clases actualizada tiene una contradicción fundamental: Ciudadanía- Mercados financieros y en este sentido el combate hoy es global, en Europa comencemos por Europa. Pero para ello no hemos de conformarnos con discursos tibios, posibilistas, dirigidos a las consecuencias de la crisis y no a las causas. Hay que señalar a los responsables políticos y económicos de la crisis. Hay que luchar a nivel europeo por abolir la “ley tiránica” del Tratado de Lisboa. Hay que auditar la deuda de los estados y negarse a pagar la ilegítima. Hay que acabar con la lacra de la especulación internacional y con los paraísos fiscales. Hay que hacer que paguen más quienes más tienen. Hay que nacionalizar cajas y bancos rescatados con dinero público, para que el estado no dependa crediticiamente de los mercados e instituciones financieras y que fluya el crédito a familias y empresas. Hay que poner a bancos centrales y supervisores bajo la autoridad de los estados…etc. Son cuestiones que deben estar ya en el programa mínimo de la ciudadanía y de los políticos que trabajen por el bien común. No nos podemos limitar a debatir que si euro sí, euro no; que si eurobonos o rescates del BCE,…etc. ¡Que no nos metan en su proceso de confusión! Reivindiquemos, todos juntos, justicia y que paguen los culpables y se abolan las leyes tiránicas.

La lucha contra el monstruo neoliberal ha de señalar su cabeza, no las plumas de su cola y en esa lucha de la ciudadanía transnacional, internacional más que nunca, global, el empoderamiento como continuo proceso de auto-organización, control y poder ciudadano es necesario. Cuando nuestros representantes catalanes, españoles y europeos han rendido sus armas al capital o cohabitan con él, es la hora de la organización ciudadana, local, estatal, internacional. ¡ahora o nunca!

Pero tengamos en cuenta que el enemigo supremo de la ciudadanía es el capital, los poderes financieros que quieren ahora volver a doblegar a la ciudadanía privatizando todas las esferas de la vida y acabando con las libertades democráticas. En ese sentido habríamos de organizarnos para combatir directamente a los poderes financieros, sin contar ya más que lo necesario con nuestros representantes, ya que no van a mover nada para revertir la situación. ¿Acaso han esperado en algún momento de su historia los movimientos sociales a que los estados les resuelvan los problemas de injusticia, falta de libertad o desigualdad? ¿Acaso ha esparado la Plataforma de Afectados por la Hipoteca a que el estado y sus representantes les resuelvan el problema de los desahucios hipotecarios? Y ¿Qué esperamos para unir fuerzas sociales, organizadas y no organizadas para tomar lo que es nuestro, por ejemplo los bancos como dice Jean Ziegler, vicepresidente actual de la ONU?

¿Es que los sindicatos no habrían de luchar para que los convenios colectivos de empresas trasnacionales sean globales? ¿Les sirve de algo sus pactos locales? ¿Porqué los sindicatos aplauden a los partidos PP y PSOE cuando protestan por las nacionalizaciones de gas y petróleo en Bolivia, o en Argentina de YPF? ¿No aprenderán nunca que la lucha es global, de la ciudadanía contra el poder financiero-transnacional, que si apoyamos a las oligarquías sean locales o globales actuamos contra la ciudadanía?

Ciudadanos y ciudadanas, pensemos por nosotros mismos, no nos dejemos programar con cantos de sirena, exijamos las justas responsabilidades a cada cual y sobre todo ¡Unámonos como hermanos que nadie nos vencerá, si quieren exterminarnos jamás lo podrán lograr!

Os invito a ojear y tomar en cuenta esta iniciativa ciudadana:

Antonio Fuertes Esteban. ATTAC Acordem

domingo, 22 de julio de 2012

España: el miedo atenaza, la mentira política desarma

En más de 80 ciudades, por primera vez en la historia reciente de España, la población sale a la calle a pedir la dimisión de un gobierno a sólo seis meses de haber ganado las elecciones. Ya no se protesta contra los recortes salariales, el rescate a los bancos. Ahora se clama contra el engaño, la farsa, la mentira y la pérdida de soberanía. Pero la clase política no se da por aludida. La diputada del Partido Popular Andrea Fabra, hija de una saga familiar franquista, sintetiza el sentir de sus correligionarios al exclamar una vez aprobados los recortes: ¡Que se jodan!

Ahora son muchas las explicaciones para justificar los recortes sociales, las reformas laborales y los planes de austeridad económica. Todas derivan de un tronco común; el argumento es banal. Empresarios, tecnócratas y políticos en turno se han confabulado para contar una mentira y vivir de ella. Para razonar la crisis, apuntalan: España ha vivido por encima de sus posibilidades, llegó la hora de pagar los excesos. Bajo este principio se han generalizado las justificaciones para el rescate. El PSOE y el PP se tiran los trastos a la cabeza y se acusan mutuamente. El PP ataca al PSOE diciendo que recibió un país en bancarrota y los socialdemócratas le achacan incumplimiento de programa. Los socios menores se suman al carro y piden moderación. Pero todos llegan a la misma conclusión: es la hora de apoquinar con la factura. Lo sensato es no mirar cómo se repartió el gasto. En tiempos de vacas gordas, apostillan, todos sacan tajada y se dejan llevar por el optimismo, el despilfarro y la opulencia. Si España creció, alguna migaja tocó a los más desfavorecidos, aunque sea de manera indirecta. Hubo subidas salariales, se amplió la cobertura sanitaria, se edificó más vivienda social, se dotó de fondos a la investigación, se otorgaron mejores becas, no se subió el IVA, las pensiones crecieron y se impulsaron obras de infraestructuras. Se construyeron autovías, aeropuertos, tren de alta velocidad, instalaciones deportivas, colegios públicos, universidades. Se potenció el arte y la cultura, y las desigualdades no eran visibles. El neoliberalismo hizo ondear su bandera triunfante bajo la fórmula de la democracia de mercado. Todo funcionada a las mil maravillas. A decir de Aznar, España iba bien, era socio fiable y, desde luego, potencia mundial.

De ellos, nadie pensó en el colapso. Rodríguez Zapatero se resistió a pensar que España entraba en una crisis profunda. Primero negó su existencia y posteriormente acabó hablando de brotes verdes. Mientras duró el festín, nos dicen, las clases medias prosperaron, invertían en bolsa, compraban acciones, casas, apartamentos en la playa, yates, viajaban en primera clase y comían en restaurantes de postín. Se las prometían felices. España pasó a tener un parqué de coches de lujo impensables. Por sus calles se pueden ver Mercedes, Porsche, Audi, Volvo, BMW, Ferrari, 4x4. La alta gama se convirtió en objeto de deseo. Los bancos se frotaron las manos, en medio de la desregulación y sin que nadie les pusiera topes a sus productos; participaron del sarao otorgando créditos a diestro y siniestro. Claro, nadie se podía quedar sin crédito. Hubo ofertas para todos. Los bancos mintieron para captar clientes, sean quienes fuesen.

España es un país donde la cultura de la vivienda en propiedad constituye una razón de Estado. Vivir de alquiler está mal visto. Todos quieren tener un apartamento, y se ahorra para conseguirlo. En ello se fundamenta la especulación inmobiliaria. Mientras los trabajadores gozaban de empleo fijo tenían crédito y podían acceder a la casa de sus sueños. Los migrantes llegados en los años 90 y principios del siglo XXI abrazaron esta cultura y como manera de progresar se sumaron al carro de las hipotecas. La oferta de viviendas creció a la par de su demanda. Había para todos. Invertir en el ladrillo se consideró opción de ahorro en el medio y largo plazos. Nunca se devaluarían. Con los bancos deseosos de vender productos hipotecarios y conceder préstamos dilatados a 30 y 40 años, la burbuja creció. Mientras hubo trabajo, aunque fuese precario y basura, el globo podía seguir inflándose y las inversiones de riesgo no ser un problema. Si alguien mencionaba que la economía financiera sobre la que se sustentaba era un castillo de naipes, inestable, se le apartaba. Se le tildaba de aguafiestas, gafe o se le ignoraba. Tal vez era un resentido, un ecologista, un antisistema o un izquierdista frustrado. Escucharlo no valía la pena.

Hoy asistimos a una crisis cuya salida no se avizora. Paralizados y con la cartera vacía, nos dicen que son tiempos de vacas flacas, de apretarse el cinturón y asumir las consecuencias del despilfarro. El discurso está en boca de todos, no importa ser peón de la construcción, albañil, trabajador de la minería, empleado de servicios, enfermero, policía o administrativo. El sentimiento de haber vivido por encima de las posibilidades cala y se acepta a regañadientes. Se interioriza, llegó la hora de recuperar la cordura. Por este motivo los primeros recortes se asumieron con resignación. No gustó, pero se vieron como necesarios para salir del agujero. Protestas, huelgas generales durante el gobierno del PSOE y los sindicatos llamando al diálogo social, el compromiso y la defensa de los derechos laborales. En este contexto, el Partido Popular ganó las elecciones señalando que no habría más recortes ni subidas del IVA, ni bajadas salariales, que no se dejaría avasallar por Angela Merkel, la Unión Europea y la troika. Con estos eslóganes logró mayoría parlamentaria y la gente creyó su discurso. Hoy, el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, se desdice. Caricompunjido dice que “no tiene libertad para hacer lo que quiere, que debe cumplir con la troika y que no le gusta lo que hace”. Lo suyo sería dimitir, por ética política. En esto tiene razón el PSOE, pero no lo plantea sólo el PSOE. Es clamor popular. Inclusive, concejales y senadores del propio Partido Popular han dimitido por vergüenza y reiterando que no era ese su programa.

No estamos ante un discurso y una economía del miedo. El miedo está presente en toda actividad humana. Controlarlo, evitar sentirse atenazado, no ser osados, en eso consiste la valentía. Pero la mentira política nos transporta a otro lugar, nos desarma. Tiene múltiples caras y ninguna es su rostro. Bajo el principio de que si es conveniente mentir al pueblo, Rajoy se mantiene en el poder y reprime, criminalizando la protesta social que lo pone en evidencia. El recurso de la mentira como fórmula política hace que España sufra una profunda crisis de dignidad que afecta a su clase política, a sus instituciones y sus poderes. Si realmente quiere construir una ciudadanía democrática sólo queda purgarla y comenzar una nueva andadura
 
Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

El subsuelo impolítico

Qué pueden tener en común movimientos tan disímbolos como los indignados españoles, Occupy Wall Street en Estados Unidos, Aganaktismeni en Grecia y #YoSoy132 en México? Todo intento de establecer cualquier analogía parece perderse en los registros pasajeros del empirismo. En rigor, no hay nada (más que el imaginario de las pantallas) que los comunique; menos aún que los identifique entre sí. La historia tampoco parece ayudar. Por sus programas, sus formas de legitimación y la sinergia de su arrastre, sus semejanzas con las revueltas del 68 parecen inexistentes, y en cierta manera representan la antítesis de ese retorno del concepto de sociedad civil que en los 90 encontró en las ONG un nuevo piso para combatir la soledad civil.

Habría que preguntarse si su denominador común, que no está en el cuerpo de sus acciones, no se encuentra acaso en la pulsiones que les han permitido redefinir los órdenes que median entre la política y lo político, es decir, aquello a lo que se enfrentan, el espectro actual del gran otro. Lo político comienza siempre ahí donde aparece un significante fluctuante, donde todo lo que antes era un cuerpo sin órganos cobra el estatuto de una presencia inmanente, lista a desplazar al antiguo principio de realidad. Toda política que se define en el subsuelo de la fábrica social se inicia como un registro de espectros. Destaco cuatro aspectos de esta nueva relación.

En primer lugar, si el 68 emplazó a la sociedad disciplinaria, y a los íconos de su autoridad, los nuevos indignados han desplazado ese centro hacia el discurso de los mercados. There is a new master in town. La crítica a la política pasa hoy por la de/significación de la grandes metáforas de la economía. Los indignados en España –y sus masivas secuelas en la crisis de 2012 donde ya se exige la dimisión de Rajoy– mostraron como el discurso de la eficiencia (de los mercados) no es más que un cúmulo de retóricas del chantaje. ¿Por qué debe España salvar a los bancos antes que a sus ciudadanos? Esta pregunta-consigna encierra algunas de la claves. El interminable montaje de la metáfora autopiadosa del mercado (sólo el mercado salva al mercado) queda subvertido en una simple inversión. Toda la retórica de la estabilidad encuentra un escollo: los estabilizadores son los desestabilizadores, quienes pregonaban confianza son el centro de la debacle. Lo centros de la tranquilidad devienen de la noche a la mañana los centros de lo ominoso.

El movimiento griego ya había radicalizado esta escena. Aganktismeni mostró que la palabra rescate sólo tenía un sinónimo: convertir al Estado griego en una sucursal bancaria (de cobros) del Banco Central Europeo (valga el pleonasmo). De alguna manera una grieta enorme en la ecuación que dio nacimiento a la actual comunidad europea: la ecuación entre el euro y Europa. En principio, lo que ha descubierto la sociedad europea a partir de 2008 es que sus Estados, al no poder regular la emisión de su propia moneda, han dejado de ser soberanos. Lo que está en crisis en Europa no sólo es la economía, es algo más grave: la idea misma de Europa. Una Europa cuya único principio de identidad es una ¡¡moneda!! Que además no esta bajo regulación de nadie más que de esa abstracción llamada BCE.

En un par de años, los ocupas europeos han logrado más en términos simbólicos que todo el populismo latinoamericano junto en las dos pasadas décadas: abrir el laberinto del discurso de los mercados desde sus paraplejias interiores. No hay que olvidar, por supuesto, que el populismo siempre ha actuado como una propuesta más social o benefactora para administrar los mismos flujos, no como una disyunción frente a ellos.

En segundo lugar, las rebeliones actuales nacen de los cortos circuitos de los flujos que definen el cuerpo impolítico de la sociedad. Ese flujo que permite codificar a lo privado como una suerte de imperativo supra moral, en la parte aparentemente menos maldita de la distribución de las pérdidas. El movimiento de los estudiantes chilenos es un despliegue contra la privatización de la educación, digamos que en todas sus variantes. El mantra de que los préstamos bancarios darían rigor y calidad al sistema educativo terminó en el hundimiento económico de decenas de miles de familias. La separación entre un sistema de educación pública y otro privado redundó en una partición social entre élites ineptas y un masivo abandono escolar, nuevas jerarquías sociales y el derrumbe de la educación entendida como la utopía moderna del individuo que se hace a sí mismo. La educación chilena, como otras en América Latina, devino un simple negocio, otra mercancía. Pero una mercancía desprovista del fetichismo que la convierte en una promesa de certidumbre.

En tercer lugar, hay un nuevo lugar de la producción de lo público: las redes sociales. Si algo ha revelado el territorio del indignacionismo es que existen dos esferas claras, visibles y separadas en la cuales transcurre la comunicación de una sociedad: por un lado, los medios masivos; por el otro, las redes sociales. Dos esferas ligadas, pero cuya reproducción no es reductible. Los medios son privados; las redes son imprivatizables. Los medios dividen entre el emisor y el receptor; en las redes, todo emisor es un receptor y viceversa. En la red, la producción de lo público es estocástica; en lo medios, la casa manda... y siempre gana. El #YoSoy132 es el que ha planteado el desafío de repensar el estatuto de los medios en esta trama. De ahí su originalidad. Sin embargo es un desafío que todavía no es elocuente. Hay en el #YoSoy132 dos tendencia visibles: una que ve al movimiento como un esfuerzo para abrirse paso en el sistema; otra que lo ve como una alternativa al sistema. La segunda ha predominado, pero no del todo.

En cuarto lugar, la horizontalidad de la representación. La renuncia a los líderes estancos, al dirigentismo, la rotación de voceros son aportes invaluables a una cultura política acostumbrada al gran relato de quienes detentan lo saberes políticos. Pero sobre todo, la idea de que una sociedad se transforma a partir de los resquicios en los que hace corto circuito y no con grandes proyectos nacionales.

Ilán Semo
La Jornada

sábado, 21 de julio de 2012

Es imprescindible un proceso constituyente

La constitución española vigente, votada en referéndum en diciembre de 1978, se ha ido convirtiendo en la guinda del pastel de un cuerpo normativo obsoleto. En tanto que refundición maquillada o más bien reconversión de las Leyes Fundamentales de la dictadura franquista, esta norma suprema del ordenamiento legal español, si bien continúa siendo útil a la clase dominante, ha dejado de servir al pueblo, ya que no garantiza sus derechos ni sus libertades ni asegura la soberanía nacional. 

La constitución de 1978 es en la actualidad un obstáculo para la democracia. Con un articulado vetusto, fuera de época y gestionado por una clase política corrupta e incompetente y una judicatura mayoritariamente conservadora cuando no fascistoide, la única reforma sensata que admite esta mal llamada carta magna, si de verdad se desea un cambio y un futuro para España, es su completa derogación.

Por eso la reivindicación primera de cualquier movimiento ciudadano no debería centrarse en reformas parciales o cambios concretos del articulado, sino exigir el arranque de un nuevo proceso constituyente. Proceso que no ha de quedar, como el de 1978, en manos de la oligarquía más inculta de Europa, su clase política sometida y sus obedientes jueces, sino que habrá de ser iniciado, impulsado, dirigido y ejecutado por la ciudadanía. El debate de este proceso constituyente debería ser abierto y flexible y no quedar, en ningún momento, en manos de «profesionales».

Como orientación general, el nuevo ordenamiento español debería considerar las siguientes propuestas, mínimas, pero imprescindibles.

-Forma del Estado republicana por cuestiones tanto éticas como estéticas. En el mundo actual es intolerable que se privilegie a una familia con la máxima magistratura del Estado sólo por cuestiones genéticas.

-Separación de poderes real y efectiva, no como en la actualidad. En este sentido los tres poderes deberían ser elegidos directamente por el pueblo y de forma independiente cada uno. Medidas imprescindibles en este sentido serían la supresión del Ministerio de Justicia y la creación de un órgano de gobierno judicial elegido por el pueblo.

-Instauración de un sistema plebiscitario en virtud del cual las grandes decisiones tengan que ser siempre refrendadas por el pueblo. 

-Limitación legal del carácter «representativo» de los cargos electos, para evitar la justificación de cualquier acto de gobierno por el mero hecho de contar con cierto respaldo en forma de votos.

-Supresión del Senado e instauración de un legislativo monocameral.

-Supresión del tribunal de excepción conocido como Audiencia Nacional.

-Nueva redacción de los códigos legales y sus reglamentos, buscando la simplicidad y la comprensión, así como evitar las contradicciones y las trampas de ley.

-Creación de una ley de responsabilidad política y financiera para los cargos electos en el ejercicio de sus funciones. En particular, los programas electorales deberían tener valor contractual y su vulneración ser considerada delito. Si no puedes cumplir las promesas, dimite y convoca nuevas elecciones.

-Nuevo reglamento electoral que suprima las diferencias del valor del voto por regiones. Cambio del sistema D´Hondt por otro procedimiento de reparto más justo y equitativo. 

-Nueva ley de partidos. Supresión de las subvenciones por voto recibido y por escaño. Eliminación de las limitaciones legales para participar en los comicios. Severo control de la financiación de los partidos. Los objetivos principales son la supresión del bipartidismo, de la corrupción y del clientelismo.

-Reforma del sistema penitenciario para que cumpla una función reintegradora, no vengativa.

-Nueva legislación impositiva que aumente la presión fiscal sobre los más ricos y dé lugar a una distribución equitativa de la renta.

-Lucha decidida contra el fraude fiscal y la evasión de capitales. Supresión de las sicav y otras argucias que permiten a las grandes fortunas evitar sus responsabilidades fiscales y la participación en el fondo común.

-Lucha decidida contra la corrupción y el despilfarro en la administración pública.

-Supresión del acceso a puestos públicos por libre designación y por concurso-oposición. 

-Limitación intensa del número de cargos públicos electos. La administración podría funcionar de hecho sin apenas cargos electos, por lo que sería interesante reducir su presencia (y el peso que suponen para las arcas públicas) al mínimo imprescindible.

-Reorganización de los recursos públicos para asegurar su máxima eficacia y quitar facilidades para la corrupción y el despilfarro. 

-Reorganización del cuerpo de funcionarios del Estado para distribuir y aprovechar con la máxima eficiencia el trabajo de las personas.

-Supresión de las leyes de privilegio. Por ejemplo, los tratamientos de respeto para ciertos cargos, las exenciones de impuestos a ciertos colectivos, las prebendas y la impunidad de ciertos cargos electos, el delito de atentado a la autoridad o la propia existencia de una familia real.

-Reforma a gran escala de la policía y el ejército. La fuerza armada, tanto policial como militar, debe estar al servicio del ciudadano y no actuar como pretorianos a las órdenes de los ricos y sus políticos a sueldo. En este sentido sería interesante que las funciones policiales dejaran de depender del Ministerio del Interior y fueran asumidas por los ayuntamientos (seguridad ciudadana, tráfico, proximidad, etc.) y el poder judicial (investigación criminal, etc.). El ejército, a su vez, debería contar con una mayor integración en la sociedad, no vivir aislado en sus cuarteles, e integrar a toda la población en la defensa nacional. Las unidades dedicadas al control social, como la BIP (antidisturbios), o las decorativas (caballería, guardia real, etc.) deberían ser disueltas. 

-Revisión en profundidad de la relación de España con la Unión Europea. Establecimiento de una política que permita la recuperación de la soberanía nacional. Esto debería incluir un riguroso análisis sobre la conveniencia o no de mantener en España la moneda internacional denominada euro.

-Revisión en profundidad de la deuda pública, dividiéndola en legítima e ilegítima y anulando el pago de esta última. En particular el nuevo Estado Español debería incluir en su carta constitucional una mención expresa contra las políticas criminales del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y los dudosos dictámenes de las agencias de calificación financiera.

-Estricto control público de la actividad financiera, bursátil y bancaria. Imposición de normas y regulaciones que impidan la especulación, la creación de burbujas, las estafas y la proliferación de productos y derivados de carácter dudoso o poco ético.

En fin, sólo algunas sugerencias para solucionar los gravísimos problemas creados por la avaricia de los ricos y la incompetencia y mediocridad de los políticos profesionales que les sirven.

Sin embargo, salir de la eterna crisis requiere algo más: una acción decidida sobre el gran pilar carcomido de la sociedad, que no es otro que la pasividad cómplice del pueblo. Si siempre miramos hacia otro lado dejando pasar las cosas y sólo nos movilizamos cuando nos tocan el bolsillo, no vamos a ninguna parte. Tampoco si, al llegar las elecciones, un gran número de ciudadanos irresponsables, interesados o mal informados siguen apostando por los dos partidos dinásticos: PP y PSOE.

La democracia no es fácil, como no lo es la justicia. La democracia requiere esfuerzo y dedicación, además de vigilancia. La pereza sólo proporciona esa tranquilidad que otorgan al esclavo sus cadenas y su ignorancia.

José Manuel Lechado
Rebelión

La Revolución inminente

Todo movimiento ciudadano que se enfrente al poder, es un movimiento político. No tiene sentido acampar junto a Wall Street o frente a los ampulosos rascacielos de la aristocracia financiera. Ellos se encargan de acumular beneficios, especular sin control, sobornar a los políticos, estafar a los ciudadanos, evadir capitales…. Pero no mandan. No pueden hacerlo. El poder, entendido como la capacidad de influir y decidir sobre los resultados, reside en los Estados, porque ellos controlan la fuerza (ejército, fuerzas y cuerpos de seguridad), dictan las reglas del juego (leyes) y gozan de recursos humanos (empleados públicos) y económicos (bienes y hacienda pública). 

Nos hemos pasado 70 años (tras la II Guerra Mundial), creyendo que el remedio a todos los males de la humanidad lo encontraríamos en la Economía, la gran superestructura, la ciencia madre. Detrás de cada acción humana sólo había motivos crematísticos. La Historia se explicaba como un encadenamiento de causas económicas que provocaban cambios sociales y políticos. Intelectuales de todo el mundo se han dedicado a razonar y discutir sobre las bondades o maldades del capitalismo y sus variantes (liberal, Keynesiano, tercera vía…). Cegados por esta falsa opinión, dispuestos a encerrar el mundo en ecuaciones macroeconómicas, hemos dejado de pensar, de criticar, de discernir sobre nuestro modelo político, la democracia representativa

La democracia representativa, como las demás formas de gobierno (monarquía absoluta, dictadura, democracia participativa…) tiene un principio, un desarrollo y un final. Todo sistema humano crece como un árbol: germina a partir de la semilla de una ideología, va extendiendo su tronco hasta ramificarse (en instituciones) y adquirir su forma definitiva. Cuando la copa se ha completado, ya no puede cambiar. A partir de entonces el árbol (o sistema) no se adaptará a las transformaciones externas y, para protegerse, se irá encerrando en sí mismo, deslizándose por la de la senda de la decadencia. 

Hace más de un siglo que Occidente vive bajo la hegemonía de democracia representativa. Nació como una exigencia de las sociedades europeas que tuvieron que rebelarse y demoler el sistema de clases sociales. Renovamos nuestros valores (con los derechos humanos) y surgieron nuevas instituciones políticas: elecciones, partidos políticos, constituciones, los tres poderes del Estado…, que se consolidaron con el tiempo, hasta adquirir un perfil definitivo. Desde hace décadas, los procesos electorales y las organizaciones políticas se han enquistado, siguiendo un irreversible proceso de decadencia. Encerrados en sus propias reglas, no están dispuestos a adaptarse y su principal función se ha convertido en resistir a toda costa. 

Las Constituciones políticas (como la española de 1978) son un formidable blindaje para las democracias representativas. Sus artículos son murallas que impiden el asedio de cualquier proposición innovadora. Pero el verdadero motor del sistema, el que hace funcionar sus rígidos resortes, son estas estructuras monolíticas que conocemos como partidos políticos. 

Los partidos políticos, que se declaran como los depositarios de la libertad ideológica (cuando su objetivo es eliminarla), manejan a su antojo las piezas del ajedrez político, es decir, los políticos. Seleccionan a los candidatos (eligiendo a los más corruptibles, que son aquellos dispuestos a vender su alma de servidores), los instruyen, los moldean a su antojo y los reparten en todas las parcelas del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial). 

Una vez controlado el poder, los partidos lo desvían hacia sus propios intereses. Movidos como títeres, los políticos ejecutan las órdenes de la organización y anteponen sus intereses a los del ciudadano, pese a que su deber y responsabilidad es servir a la sociedad. 

Los partidos son mafias dedicadas a enriquecerse, administrar sus privilegios y, sobre todo, a cerrar el paso a nuevos intrusos. Desde hace décadas no hay Estado “democrático” donde el poder se lo repartan dos opciones aparentemente distintas, pero que en el fondo representan lo mismo (estas opciones se llaman demócratas y republicanos en EEUU, PSOE y PP en España, conservadores y laboristas en GB…) El sufragio universal ha perdido su valor y los ciudadanos nos limitamos a poner una cruz entre estas dos alternativas (y otras de minoritarias), en una tendencia cuyo horizonte futuro es infinito. ¿Cuántas décadas, siglos si cabe, sobrevivirá nuestra ingenua creencia en que dos alternativas idénticas garantizan la libertad ideológica? La situación de cada votante puede compararse con la del cautivo del mito de la caverna que, atado de grilletes, sólo contempla unas pocas sombras. Estas sombras son los logotipos de los partidos políticos, que se turnan eternamente. ¿Qué reglas son las que permiten dicha perpetuación? Las que fijan el reparto, entre los dos grandes, de las cuotas publicitarias, de la financiación, las listas cerradas, la ley d’Hont y la psicología del votante (que sólo votará al que conozca, al que sea útil y que se juzga, ingenuamente, responsable de esta situación). 

Para enriquecerse mutuamente, partidos políticos y aristocracia financiera han llegado a una secreta y demoníaca connivencia. Un acuerdo que ha dado carta blanca al mundo de la especulación y ha convertido a los políticos en clase privilegiada. A cambio de su mutuo enriquecimiento, la sociedad y la economía productiva ha entrado en la una crisis económica profunda, sin precedentes. Para cubrir sus agujeros, han recurrido al dinero público y a los recortes, sin ningún tipo de escrúpulos. Han socavado el Estado del Bienestar, porque a los poderes financieros no les conviene un sector público amplio, sino una sociedad de cotizaciones y pensiones privadas. 

Las relaciones económicas se dividen en dos mundos antagónicos: uno superior y parasitario, el especulativo, que se dedica a acumular riqueza impunemente con el beneplácito del poder, y otro inferior, el productivo, que aporta las plusvalías del trabajo y del capital y se encarga de soportar las cargas públicas.
¿Qué me ha hecho pensar, ingenuamente, que el pasado no volvería a repetirse, que no incurriríamos en el mismo error? Como en los más retrógrados años del Antiguo Régimen, el poder ya no necesita justificarse, se justifica por sí mismo. Los políticos afirman que no pueden hacer nada, que están atados de manos y pies. Y es cierto. Pero el compromiso que les inmoviliza no es con el ciudadano al que simulan representar, sino con las entidades financieras que les han prometido una feliz jubilación política en un consejo de administración, o en una fundación privada. 

No nos queda otra salida que la revolución: demoler el sistema y fundar otro de nuevo, donde quepan viejos (derechos humanos) y nuevos valores (transparencia, independencia de los tres poderes, meritocracia). No hay revolución sin un proyecto y un camino claro, o con pretensiones de ello. Pero, ¿qué nuevo modelo político debe alumbrarnos? La respuesta sigue estando en la democracia. Una democracia con fórmulas de transparencia, que prescinda de los partidos políticos, donde el voto y el mérito seleccionen a los mejores, que impida al ejecutivo acceder a los cargos parlamentarios, que convierta al ejecutivo en un poder gestor, que agrupe a los ciudadanos en plataformas políticas… A este nuevo modelo, aún sin nombre, me atrevo a fijar sus líneas maestras en El fin de la democracia

¿Cómo hacerlo? Pocas son las alternativas cuando los partidos políticos controlan la mayoría de la prensa y de los poderes coercitivos. Una acción rápida y contundente sería la de recuperar los centros de poder: parlamentos (estatales y autonómicos) y gobiernos, desvalijar las sedes de los partidos políticos y los sindicatos y, con el brazo de la justicia, limpiar esta atmósfera irrespirable de políticos ineptos y corruptos. Las revoluciones árabes nos han abierto el camino. Sin olvidar que la acción revolucionaria (el movimiento) debe ir paralela a la acción constituyente (plataforma). Como en el pacto de San Sebastián (1930) hay que preparar una asamblea de expertos, que redacte una carta magna abierta al futuro. 

Miquel Casals Roma 
Rebelión