lunes, 30 de mayo de 2011

El futuro del movimiento 15-M

No es tarea sencilla la de pronunciarse sobre el futuro del movimiento 15-M. Lo más probable es que, conforme a la voluntad mayoritaria, se disuelvan antes o después las acampadas -es preferible cerrar racional y jocosamente esta etapa- y se proceda a trasladar la actividad a barrios y pueblos. Todo ello en el buen entendido de que la posibilidad de restaurar el esquema inicial de concentraciones con poderoso eco mediático no quedará en modo alguno cancelada y de que, claro, el ritmo de los hechos puede ser diferente en los distintos lugares.

El tránsito del recinto del espectáculo mediático al más modesto de la acción local, aunque en modo alguno obliga a cancelar posibles iniciativas -campañas, manifestaciones- de carácter general, parece deslizar el movimiento hacia una tarea más difícil y menos vistosa, al tiempo que, en sentido contrario, reduce los riesgos de burocratización y los intentos de coparlo desde fuera. No está de más que agregue una observación sobre la singularidad propia de la época del año en la que nos encontramos: la proximidad del verano tanto puede ser un inconveniente insoslayable -las iniciativas y las movilizaciones por fuerza se reducen en la mayoría de los lugares- como una excelente oportunidad para recobrar fuerzas y plantear una ofensiva en toda regla a partir de septiembre. También hay que tomar en consideración el hecho, interesante, de que el movimiento ha visto la luz en un momento marcado por el final del curso en universidades e institutos, algo que a buen seguro ha reducido sus posibilidades de despliegue en unas y otros. La planificación al respecto de estas cuestiones -que invita a pensar inevitablemente en el medio plazo- es, en cualquier caso, una tarea vital en el momento presente, tanto más si se convocan elecciones generales para el otoño.

Si se me pide un pronóstico sobre lo que entiendo que va a suceder con el movimiento -y no sin antes avisar que en el camino penden varias incógnitas, y entre ellas los efectos previsibles de los intentos de moderar el discurso, por un lado, y de la violencia que el 15-M padecerá, por el otro-, me limitaré a plantear cuatro horizontes posibles. El primero no es otro que el vinculado con un rápido e imparable declive; me parece que semejante perspectiva es harto improbable habida cuenta de la vitalidad presente de las iniciativas y de la general voluntad de ir a más. El segundo nos habla de un eventual intento de colocar al movimiento en la arena política, a través de la gestación de una nueva formación o de la incorporación a alguna ya existente. Creo firmemente que las posibilidades de esta opción son muy reducidas, en la medida en que la mayoría de los integrantes del 15-M no parecen siquiera contemplarla. No puede descartarse por completo, sin embargo, una mecánica de divisiones y escisiones, en un grado u otro vinculable con este segundo horizonte.

Una tercera perspectiva nos dice que el movimiento podría dar pie a una suerte de extensión general, más bien vaga, dispersa y anómica, de formas de desobediencia civil frente a la lógica del sistema que padecemos. No descarto en modo alguno esa posibilidad, que sería una suerte de manifestación abortada de lo que me gustaría que cobrase cuerpo realmente: hablo del cuarto, y último, horizonte, articulado en torno a una fuerza social, que desde perspectivas orgullosamente asamblearias y anticapitalistas, antipatriarcales, antiproductivistas e internacionalistas, apostase por la autogestión generalizada e inevitablemente se abriese a las aportaciones que deben llegar de sectores de la sociedad que todavía no han despertado. Esa fuerza, que habría de acoger en su seno, claro, al movimiento obrero que todavía planta cara al sistema y se enfrenta a los sindicatos mayoritarios, provocaría el alejamiento de una parte de quienes en inicio se han incorporado a manifestaciones y acampadas.

Sólo se me ocurre aducir dos argumentos en provecho de la materialización del último horizonte mencionado: si, por un lado, en muchas de las asambleas realizadas en las acampadas se han revelado por igual una sorprendente madurez y una más que razonable radicalidad en los enfoques -se ha pasado a menudo de la contestación de la epidermis que suponen la corrupción y la precariedad a la del corazón del capitalismo y la explotación-, por el otro debemos dar por descontado que nuestros gobernantes van a seguir en sus trece, esto es, no van a modificar un ápice el guión de sus políticas. El hecho de que hayan decidido morir al servicio del capital mueve audazmente, en otras palabras, nuestro carro.

Carlos Taibo. La Directa


domingo, 29 de mayo de 2011

La era del té

Jordi Soler.
El País


El margen de libertad en que se mueve un ciudadano europeo es cada vez más estrecho. En esta época de honda corrección política se promueve el pensamiento único, automático y acrítico.

El té era, hasta hace unos años, una bebida de la que presumían los ingleses y que aquí se usaba para apaciguar un desajuste intestinal. Pero las costumbres van cambiando y hoy el té ha experimentado un boom social que lo ha convertido en una bebida emblemática: es menos intensa que el café y menos inocua que el agua, posee esa medianía aceptada por todos, que es el signo inequívoco de estos tiempos.

La popularidad del té, de su naturaleza inofensiva, queda muy bien en esta época de honda corrección política, donde todos se esfuerzan por hacer lo que debe hacerse, y por decir y pensar aquello que cuenta con el consenso de la mayoría. Lo de hoy es no ofender, estar de acuerdo, comportarse todos de la misma forma, militar con discreción en esa masa que, por su volumen, no puede estar equivocada.

Pero tanta corrección va acabando con los matices y promoviendo un pensamiento único, que es también automático y acrítico, y que hace ver, por ejemplo, al que se bebe unas copas como un alcohólico, y como una mala madre a la que permite que sus hijos estén frente a la Nintendo más allá del tiempo que dictan las estadísticas. Del mismo modo empiezan a ser socialmente sospechosas las personas que no se hacen practicar regularmente la colonoscopia, o la mastografía, o las que no comen verdura suficiente, o no van al gimnasio y ni siquiera trotan por la acera en la mañana.

Como todos estamos permanentemente conectados a la misma nube de información, el pensamiento individual tiende a uniformarse; no queda espacio para la reflexión porque se nos da todo ya pensado. Es verdad que en todas las sociedades se ha tratado siempre de conducir a la grey, pero también es verdad que nunca en toda la historia de este mundo los ciudadanos habíamos estado tan expuestos a lo que debe decirse y hacerse.

Por ejemplo, la vida saludable, que hace unos años era una simple propuesta, una opción personal, se ha convertido, a estas alturas de la era del té, en la única alternativa socialmente aceptada. Quedan muy lejos aquellos tiempos en los que Ernest Hemingway escribía páginas monumentales de premio Nobel, a fuerza de ron cubano, o que Eric Clapton echaba mano de la heroína para construir sus solos magistrales de guitarra. En unos cuantos años los escritores han pasado a ser hombres de chándal que trotan por las mañanas y comen frutas y cereales, y las estrellas de rock beben té y abrazan alguna disciplina espiritual.

El cambio ha sido radical, y lo normal sería pensar que ha sido para bien; después de todo, Hemingway terminó pegándose un tiro en el paladar, y a todos nos queda muy claro que, a la larga, el té verde no tiene los efectos nocivos que tiene la heroína. Cultivar la salud es mejor que atentar contra ella pero, cuando la vida saludable empieza a convertirse en dogma, es momento de sentarse a reflexionar.

Hoy Hemingway no sería un enorme escritor, sino un borracho, y Eric Clapton un drogadicto; la incorrección de su vida privada terminaría minando, a los ojos de su público macrobiótico, su talento artístico.

El orden ha sido subvertido: hace muy pocos años se quería la salud para vivir la vida, y hoy, en la era del té, la vida se vive en función de la salud. Comienza a gestarse una suerte de psicosis: el buen ciudadano no bebe alcohol ni fuma, hace ejercicio, come frutas y verduras, no excede los 110 kilómetros por hora cuando conduce su automóvil, es decir, obedece las reglas, sigue al dedillo lo que le han dicho que debe hacer con la ilusión de que, si cumple, no puede pasarle nada malo, y si no, va irremediablemente a condenarse. Esto puede ser cierto o no, porque la vida es un torrente incontrolable, es fundamentalmente azar y caos y no puede proyectarse con semejante simpleza. Hay sobre todo alrededor de la vida saludable, y de la corrección política en general, una especie de sentimiento religioso, la idea de que se salva quien obedece y cumple con los mandamientos. Y aquí ya se percibe un tufillo a san Mateo, por aquella imagen idílica que proponía del paraíso, ese lugar donde "no habrá ya ni enfermedades, ni vejez, ni muerte".

Lo grave de la era del té es que en sus aguas tibias ha empezado a disolverse el espíritu que distinguía a Europa. El margen de libertad en que se mueve un ciudadano europeo es cada vez más estrecho; en aras del bienestar y la salud pública, se le ha quitado la oportunidad de demostrar que es un hombre respetuoso y civilizado; la policía lo vigila las 24 horas del día, hay cámaras de vídeo en todas las avenidas, va dejando constancia de sus actos y de sus movimientos con su teléfono y sus tarjetas de crédito y, cuando conduce, hay radares que controlan la velocidad de su coche y, cada vez con más asiduidad, se enfrenta con un retén policiaco que lo obliga a soplar en un aparato para comprobar que no ha bebido más alcohol del que está permitido beber. En lugar de concienciar a la gente, en Europa se ha optado por decirle lo que ha de hacer y por reprimirla si no lo hace; se ha empezado a tratar a las personas como si no fueran dignas de confianza, como si no supieran comportarse; se ha aplicado a la población una serie de medidas importadas de otros países que, antes de la era del té, nos parecían Estados policiales. ¿Qué mérito tiene ser un continente civilizado a este precio?

Imaginemos una sociedad donde finalmente ha triunfado, de manera hermética, la corrección, donde todas las personas hacen footing o van al gimnasio para procurarse un buen cuerpo y una excelente condición física, donde todos se alimentan de verduras, cereales, zumos, y manjares bioecológicos. Una sociedad en la que nadie bebe alcohol ni fuma tabaco (esto ya casi se consigue) u otras drogas. Un paraíso terrenal donde los radares de la autopista quedarían sin efecto porque nadie excede el límite de velocidad permitido, y, puesto que nadie bebe, también sobrarían los controles de alcoholemia. Un Shangri-La donde todos cada seis meses se practiquen los mismos exámenes médicos y eduquen a sus hijos de la misma forma, siguiendo las estadísticas que dicen que el niño no debe estar más de tantos minutos al día frente a una pantalla y que en su tiempo libre debe hacer tenis, o piano o karate o aprender inglés o chino, porque no hay peor incorrección que un niño holgando en casa, que un mocoso que no le saca réditos a su infancia por estar entregado a esa ociosidad de la que, antes de la era del té, salían los artistas y los filósofos.

A esta sociedad de impecable corrección, le faltarían contrapesos: la gente que disiente, la que reflexiona por sí misma, la que cuestiona lo que dice la mayoría y duda del pensamiento único, la gente que se brinca las normas porque, sin ese contrapeso, la vida pierde la tensión, se hace blanda, sosa, flácida; porque la cosa no es tan simple como obedecer y portarse bien, o hacer exclusivamente lo que nos dice la autoridad o nos dicta la corrección política; la civilización no está ahí, está en la tensión entre lo prohibido y lo permitido, entre lo correcto y lo incorrecto, en esa batalla que al final, en los países civilizados, se decanta a favor del bien común.

La ola de protestas que se ha ido levantando en las plazas públicas de las ciudades españolas, es una de las consecuencias positivas de esta crisis económica que no termina; los indignados han sacudido de arriba abajo el establishment, han puesto en entredicho a la clase política que, apoyada en la abulia general que alimentaron estos años de pujanza y bienestar, ha actuado a sus anchas, sin contrapesos y con una irresponsabilidad que hoy los tiene al borde del descrédito. La protesta pacífica de los indignados, es una invitación a reflexionar, a cuestionar, a disentir, a escapar del pensamiento único, a dudar de todo aquello que se nos da ya pensado y quizá, con un poco de suerte, estemos asistiendo a los últimos coletazos de esta cansina era del té, al tumultuoso parto de una nueva época, y a los primeros destellos del porvenir.

Jordi Soler es escritor. Su último libro es La fiesta del oso (Mondadori).

Fuente: El País



miércoles, 25 de mayo de 2011

G-8 vs INTERNET. Nuestra imaginación nos ayuda a proteger nuestros derechos y un Internet libre

Internet es el lugar en el que nos conocemos, nos comunicamos, creamos, nos educamos y nos organizamos. Sin embargo, estamos en un momento decisivo en la joven historia de la Red: podría convertirse en una herramienta fundamental para mejorar nuestra sociedad y aumentar nuestros conocimientos y nuestra cultura o en una herramienta totalitaria de vigilancia y control.

Tras quince años luchando contra la cultura compartida en nombre de un sistema obsoleto de derechos de autor, los gobiernos del mundo se están uniendo para controlar y censurar Internet. El apagón de la red egipcia, la reacción del gobierno estadounidense ante Wikileaks, la adopción de mecanismos de bloqueo de páginas web en Europa o los proyectos de “interruptores para apagar Internet” [1] son graves amenazas para nuestra libertad de expresión y comunicación. Estas amenazas provienen de corporaciones y políticos incomodados por la aparición de Internet.

Como anfitrión del G8, el presidente de Francia Nicolas Sarkozy quiere reforzar el control centralizado de Internet y ha convocado a los líderes mundiales en una cumbre destinada a trabajar en pos de un “Internet civilizado”, concepto que tomó prestado del gobierno chino. Sembrando miedos como el “ciberterrorismo”, su objetivo es generalizar reglas de excepción para imponer la censura y el control, socavando así la libertad de expresión y otras libertades fundamentales.

Nos venderán esta política usando palabras como “democracia” y “responsabilidad”, pero solo hay que fijarse en sus actos. Sarkozy ya ha permitido desconectar a ciudadanos de Internet y la censura de contenidos online en Francia.

Internet nos permite expresar nuestra opinión de manera universal. Internet nos une y nos da poder. Es un espacio en el que se reúnen las diversas civilizaciones de nuestro planeta. Nuestra imaginación, mediante los diversos contenidos que creamos y publicamos, nos ayuda a proteger nuestros derechos y un Internet libre. Ahora que los líderes mundiales se reúnen a finales de mes, debemos unirnos y usar nuestra creatividad para rechazar cualquier intento de convertir Internet en una herramienta de control y represión.

Invitamos a todo el mundo a que envíe direcciones URL de cualquier forma de expresión producida en respuesta a este llamamiento a submit@g8internet.com.

1. [1] Véase también la confiscación de cientos de nombres de dominio por el gobierno de EE. UU., los fundamentalistas del copyright que están convirtiendo a las empresas de Internet en una policía privada, la PROTECT IP Act en EE.UU., la iniciativa IPRED y el proyecto del Gran Cortafuegos europeo –ver punto 8– en Europa, y ACTA en todas partes, etc.

http://g8internet.com/

Fuente: http://la-ex.net/g8-vs-internet

Eduardo Galeano y los "indignados". Entrevista


Eduardo Galiano y los "indignados"
Entrevista

http://www.attac.tv/altermedia/2011/05/1929

"Me parece emocionante recuperar esa energía, esa Vitamina E de entusiasmo en este mundo que invita al desaliento". En esta entrevista realizada por el programa Singulars, de TV3, el escritor uruguayo nos cuenta sus experiencias y sensaciones al llegar a la España de los "indignados".

lunes, 23 de mayo de 2011

Mejor al revés: ¿cuál es la alternativa real al Movimiento del 15 de Mayo?

Al cumplirse un año de la explícita y radical sumisión del gobierno socialista del señor Zapatero a los mercados financieros internacionales, y en plena campaña electoral para distintos comicios locales y autonómicos, el sonoro aldabonazo del movimiento del 15 de mayo ha eclipsado en un abrir y cerrar de ojos la aburrida y huera publicidad comercial que los partidos políticos españoles venían formulariamente presentando como genuina propaganda política.

Bastaron tres jornadas de masivas acampadas en Puerta del Sol, Plaça de Catalunya y otras plazas emblemáticas de las grandes y menos grandes ciudades españolas hermanadas en una formidable protesta, para barrer de un seco escobazo y sacar de la atención pública al energuménico hooliganismo futbolístico, a los vulgares lugares comunes de tertulianos de toda laya, al mediocre oportunismo rutinario de los columnistas de cámara, al cansino degoteo mediático de los habituales peritos académicos en legitimaciones varias o al involuntario humorismo de los histriones partidistas de turno, agitadores de las pasiones más feas: las insinceras. Y por supuesto, a los máximos dirigentes de los dos partidos mayoritarios, Zapatero (PSOE) y Rajoy (PP), que baten todas las marcas posibles de impopularidad: cerca del 75% de la población española declara desconfiar de ellos.

La inopinada irrupción del movimiento del 15 de mayo se ha convertido en el centro indiscutible de la vida política española, colocando a nuestro pais en la portada de todos los grandes medios de comunicación internacionales y suscitando, según todas las encuestas formales e informales, un caudal irrepresable de simpatía entre las más amplias capas de la población.

Su radicalidad no ofrece duda: "Error del sistema. ¡Reiniciar!", "No somos antisistema; el sistema es antinosotros".

Su vocación política y democrática, tampoco: "¿Apolíticos? ¡Superpolítcos!", "¡Democracia real, ya!", "Basta de falacia; queremos democracia", "La democracia no está muerta", "Nosotros tenemos el poder, no los políticos", "Reforma de la antidemocrática ley electoral", "Tu voto vale mucho, no lo regales".

De su capacidad para identificar con precisión al adversario, queda cumplida y humorística constancia: "No son humoristas; son empresarios", "No hay pan para tanto chorizo", "Violencia son 600 euros al mes", "Que no nos engAAAñen, que nos digan la verdad", "Tu Botín, mi crisis", "Juntos y organizados, podemos contra los mercados", "Queremos un pisito, como el principito".

Y sobre todo y ante todo, ese profundo, certero y demoledor: "¡No somos mercancía en manos de políticos y banqueros!".

Muchos analistas y comentaristas que buscaron denodadamente al comienzo ningunear con estudiada displicencia al movimiento, cuando no –como los recrecidos medios de comunicación de la extrema derecha neofranquista madrileña— difamarlo groseramente, se preguntan farisaicamente ahora por la "alternativa" que el 15-M ofrece a la desastrosa situación política, social y económica de la que ha nacido. Huelga decir que la pregunta es retórica: sirve sólo para sugerir que no la tiene.

Sin embargo, dado que –como es ya unánimente reconocido— sólo en las multitudinarias acampadas en las ciudades españolas hermanadas en la indignación insumisa se ha hablado y discutido de verdad de política; dado que sólo en ellas, mejores o peores, se han hecho verdaderas propuestas políticas, en vez de las hueras declamaciones, rutinariamente urdidas con técnicas de engañosa publicidad comercial, características de las vallas y de los mítines plebiscitarios para forofos y clientes de los partidos establecidos. Dado eso, el movimiento del 15 de mayo se ha ganado sobradamente el derecho a que la pregunta pertinente sea precisamente la inversa, y es a saber: ¿cuál es la alternativa al movimiento democrático del 15 de mayo?

Crisis económica y abdicación de la democracia: a qué responde el movimiento del 15-M

La crisis que hundió al capitalismo financiarizado mundial en 2008 se ha enquistado; lejos de debilitar a las elites económicas, sociales, políticas y espirituales propiciadoras del desastre, parece estar terminando en Europa por robustecerlas y aun situarlas en una posición de ofensiva.

Se ha consolidado una coalición de intereses espurios resueltos a poner jaque a la pervivencia de los restos del Estado Democrático y Social de Derecho en el espacio económicamente integrado más grande del mundo.

A veces irresponsable, si no taimadamente: como cuando se propone desmantelar ese Estado so pretexto de defenderlo o aun de garantizar su "futuro a largo plazo". Otras, abierta y expresamente: como cuando se declara que en un mundo "globalizado" y "ferozmente competitivo" ya no podemos permitirnos el "lujo de un Estado de Bienestar".

Los pretendidos visionarios que sostienen hoy eso desde todos los foros y altavoces que interesadamente les proporcionan en régimen de práctico monopolio los grandes medios de comunicación del sistema –privados y públicos— son exactamente los mismos que fueron incapaces de predecir y no digamos comprender y manejar la gran crisis que estalló ante su atónita mirada en el verano de 2008. Salvo en Islandia –y contra el criterio del grueso de su "clase política": verdes, liberales, conservadores y socialdemócratas—, no sólo nadie les ha exigido responsabilidades por sus yerros y por sus delitos, sino que siguen al mando. Y ahora pretenden aprovechar políticamente la ocasión que les brinda una catástrofe económica de la que ellos mismos son o cómplices o desencadenantes principales.

Sean cuales fueren sus limitaciones históricas y sus insuficiencias normativas, no puede dejar de verse la construcción del Estado Social y Democrático de Derecho en la Europa de la postguerra como uno de los logros capitales de las fuerzas democráticas que derrotaron política, social y militarmente a unos fascismos europeos que habían buscado la destrucción física del movimiento obrero organizado y la erradicación de los grandes valores republicanos, laicos y racionalistas de la Ilustración, paradigmáticamente encarnados en Europa por ese movimiento.

Se puede recordar que el socialista y resistente francés Pierre Mendès France identificó en 1957 dos formas de posible abdicación de la democracia republicana antifascista de postguerra:

"La abdicación de una democracia puede tomar dos formas: o bien recurre a una dictadura interna, sometiendo todos los poderes a un hombre providencial, o bien delega sus poderes a una autoridad externa que, en nombre de la técnica, ejercerá en realidad el poder político, porque en nombre de una economía sana se llega muy fácilmente a dictar una política monetaria, presupuestaria, social y, finalmente, una política en el sentido más amplio de la palabra, nacional e internacional". [1]

Cuando tantos y tantos participantes en el movimiento del 15 de mayo dicen con inequívoca claridad: "nosotros no hemos votado a los mercados financieros a los que se someten los políticos", están precisamente refiriéndose a esa segunda forma de abdicación de la democracia, anticipada hace más de 50 años por el gran resistente antifascista. Que los indignados son perfectamente conscientes de eso, lo prueba, por ejemplo, este estupendo guiño de los acampados en Puerta del Sol al antifascismo histórico español: "Madrid será la tumba del neoliberalismo. ¡No pasarán!"

¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

Paralelamente a la construcción de una Unión Europea mal concebida políticamente, hemos asistido más o menos pasivamente en la Europa de las últimas tres décadas al progresivo desmoronamiento de la gran alianza política y cultural antifascista de postguerra y a la estupefaciente quiebra de unos consensos básicos que hasta anteayer parecían conquistas civilizatorias históricamente irreversibles. No por casualidad, ha tenido que ser un nonagenario resistente antifascista, Stéphane Heyssel, quien tocara a rebato en un librito que en pocas semanas se ha convertido en un superventas europeo: ¡Indignaos!

Hemos aistido a la cristalización de fuerzas económicas, políticas e intelectuales inconfundiblemente herederas de aquellas que sembraron el terror y buscaron por todos los medios acabar con la democracia republicana y con la soberanía de los pueblos en la Europa de la primera postguerra del sigo pasado: parasitarios rentistas inmobiliarios, despóticos "monarcas financieros" –como atinadamente los llamó en su día Roosevelt—, megaempresarios ventajistas, mediocres políticos melifluamente sometidos al gran dinero, politizadísimos magnates de los medios de comunicación y manipulación de masas, jueces banderizos, académicos irresponsables ofrecidos al mejor postor e intelectuales convenientemete repartidos entre la enésima pataleta reaccionaria contra la supuesta decadencia moral de nuestra sociedad y de nuestros jóvenes y el narcisista coqueteo con el abismo. Como en la Europa de los años treinta.

A eso se añade en nuestro país la gazmoña involución de la jerarquía eclesiástica, así como el acelerado regreso, en cierta prensa abiertamente reaccionaria, no menos que en determinados sectores del poder judicial, de la más soez y desvergonzada deriva españolista conscientemente separadora de pueblos, naciones y nacionalidades históricamente hermanados, entre muchas otras cosas, por siglos de común resistencia a la opresión de un mediocre centralismo monárquico, apenas mitigado en su despótica arbitrariedad política por una inveterada ineficiencia burocrática. La transición política hacia un régimen de libertades públicas que siguió a la extinción del franquismo no logró cambiar eso en lo substancial: pues el único motivo inteligible por el que todavía hoy – más de 35 años después de muerto el dictador, 30 años después del 23F— no se permite a vascos, catalanes, gallegos, canarios o quienquiera ejercer el elemental derecho democrático de autodeterminación es que ese mismo derecho les ha sido radicalmente negado a sus hermanos del conjunto de los pueblos de España con la imposición incontestable y pretendidamente irreversible de una forma de Estado tan arcaica como la monárquica.

También como en los años 30 del siglo pasado, crece día a día hoy en Europa el descrédito de la política y de los representantes políticos profesionales. Como entonces, la ciudadanía se percata con mayor o menor claridad de la cada vez más evidente impotencia de la política politizante establecida ante fuerzas económicas y sociales ciegas, que no anónimas –ahora las llaman "mercados"—, a las que el grueso de los políticos se han ido paulatinamente allanando como si de furias mitológicas inexorables se tratara. (Su símbolo animado, mira por dónde, ha sido esta misma semana Dominique Strauss Kahn, el maníaco sexual al volante de un Porsche, con pensión vitalicia del FMI.) Y eso, cuando no se someten a esas fuerzas de grado, o aun con notorio beneficio particular gracias a las fluidas puertas giratorias que se han ido abriendo en las últimas décadas "globalizadoras" y "desreguladoras" entre la política profesional y el exclusivo pequeño mundo de los grandes negocios privados: Berlusconi, claro, pero no sólo; en su medida, también Aznar, Felipe González, Pedro Solbes, Joschka Fischer, Gerhard Schröder, Tony Blair, Sarkozy...

El programa alternativo al movimiento del 15 de mayo, condensado en 10 puntos

El creciente divorcio entre la política institucional y las angustiosas realidades sociales de nuestro tiempo es innegable; las encuestas de opinión son unánimes al respecto: la gente se percata. Lo que explica en buena medida la inmensa simpatía espontáneamente despertada entre la población española y europea por el movimiento del 15 de mayo, la #spanishrevolution.

Felipe González, que de eso debe de saber mucho, ha dejado dicho que el parecido entre Puerta del Sol y la Plaza Tahrir es que en esta última luchaban porque no podían votar, mientras que en la primera luchan porque "su voto no sirve para nada". Pues bien; esa tendencia, percibida como crisis extrema de la representatividad, anuncia, de proseguir, todo un programa político. Y a decir verdad, el programa que es la única alternativa real al desarrollo del movimiento del 15 de mayo.

¿Cuál es ese programa?

De la publicidad comercial vestida de propaganda política oficial, no hay forma de colegirlo. Así que es mejor atenerse a las obras de los autosatisfechos "representantes", siguiendo en eso el sabio consejo metodológico del "no lo saben, pero lo hacen" de Marx, aventajado discípulo en ésta y otras varias cosas de nuestro Calderón de la Barca:

"sueña el que a medrar empieza, / sueña el que afana y pretende, / sueña el que agravia y ofende, / y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son, / aunque ninguno lo entiende."

De seguir todo igual, de no existir el movimiento del 15-M, y lo entiendan o no quienes "agravian y ofenden", sus hechos, sus obras, dibujan nítidamente un programa que se puede formular contrafácticamente en 10 puntos:

1) Mantenimiento de una ley electoral obscenamente antidemocrática.- Se mantendría la actual ley electoral antidemocrática, condenando definitivamente a la marginalidad, entre otras voces políticas disidentes, a la tercera fuerza política española (Izquierda Unida e ICV, que, conservando milagrosamente todavía un millón de votos, tiene ahora mismo sólo dos diputados, tres veces menos que el minúsculo PNV socialcristiano.) [2]. En el mejor de los casos, asistiríamos a la conversión definitiva de la política profesional en el perverso arte "antipopulista" de llevar a unos pueblos inermes adonde manifiestamente no quieren ir. En el peor, a la aparición de nuevas fuerzas políticas "populistas" de derecha –dentro o fuera de los partidos políticos existentes— que busquen quebrar la resistencia de los pueblos y llenar aquel hiato con mensajes demagógicos atizadores de las peores pasiones que puedan despertarse en unas poblaciones sin horizonte de futuro, más y más hundidas en la desesperación, el abandono, la impotencia, la segregación y el desconcierto. Y en ambos casos, ya incruenta, ya cruentamente, el camino a la defintiva liquidación en nuestro país –y en nuestro continente— del grueso de los modestos logros históricos de la democracia europea, hija del antifascismo, quedaría expedito.

2) Eclipse definitivo de los sindicatos y de la izquierda social y política tradicional.- Los sindicatos obreros prosegurían su autodestructiva táctica del mal menor, y crecientemente desacreditados, el destacado papel que el antifacsismo de postguerra les reconoció en la vida pública democrática resultaría finalmente pulverizado y aventado. Los partidos de izquierda perjudicados por la antidemocrática ley electoral, condenados más y más a la marginalidad política, seguirían perdiendo votos (razonablemente percibidos como "inútiles" por sus votantes habituales), adentrándose más y más en un ambiente anóxico, autodestructivamente cocido en su propio jugo, prisioneros de consignas tan acartonadas como fratricidamente esgrimidas. El volumen de la abstención consciente del electorado de izquierda crecería vigorosamente, y a tal punto, que terminaría por dañar grave y acaso irreversiblemente al propio PSOE como partido con remotas posibilidades de gobierno.

3) Un infierno privatizador que convertiría a nuestra economía en un denso mosaico de puestos de peaje a mayor gloria y ganancia de una improductiva pandilla de rentistas parasitarios.- Triunfaría un vigoroso asalto a los bienes públicos y comunes de tamaña extremidad, que para buscar un precedente histórico habría tal vez que remontarse al violento movimiento cercador y privatizador de tierras que se registró en la Europa tardomedieval e incipientemente moderna. La demencial Ley Sinde, impuesta por la diplomacia norteamericana al gobierno de España –como han revelado las filtraciones de Wikileaks—y servilmente aprobada con los votos de PSOE, PP y CiU, quedaría en una simple anécdota. Nuestra economía se convertiría entonces, y por lo pronto, en un acúmulo de puestos de peaje, en donde habría que pagar precios innecesariamente caros, no ya para estudiar o para recibir asistencia médica, sino hasta para beber agua potable y respirar aire puro: todo a mayor gloria y ganancia de una pandilla de banqueros, compañías aseguradoras, especuladores inmobiliarios y financieros y todo tipo de empresarios rentistas improductivos "globalizados", usurpadores privados de monopolios públicos naturales o morales. La "competitividad" internacional de la economía española quedaría gravemente comprometida por el incremento del coste general de la vida dimanante de la conversión de nuestro país en el infierno privatizador de ese denso mosaico de peajes rentistas parasitarios, por lo mismo que públicamente concedidos, prontos a generar todo tipo de corrupciones y clientelas políticas a escala nacional, regional y local. Y todo eso, en un duradero contexto de salarios reales o estancados o a la baja.

4) Una desigualdad económica sin parangón.- Nuestra vida social proseguiría su actual rumbo aproado a una creciente desigualdad económica sin ejemplo desde los años 20, polarizándose ulteriormente hasta la práctica desaparición de las clases medias trabajadoras. (Ya hoy, el 63% de la población española que tiene trabajo –más de un 20% ni siquiera lo tiene— es mileurista, el paro juvenil pasa del 43% y la tasa de precariedad laboral rebasa holgadamente el 30%.) Y la presión a la baja sobre las condiciones laborales y sobre los salarios reales directos, presentes o diferidos (pensiones), e indirectos (prestaciones sociales públicas) seguiría creciendo irreversiblemente y sin freno divisable.

5) Atrapados ya en la pérdida de soberanía monetaria, vendría la pérdida completa de la soberanía fiscal.- Atrapados en la pérdida de soberanía monetaria que significa la pertenencia a la eurozona y sumisos a unas suicidas políticas de austeridad fiscal impuestas a Europa –incluso contra los interereses de la industria exportadota teutona— por la banca privada alemana, avanzaría incontenible la idea de que las únicas políticas económicas posibles son políticas procíclicas de deflación competitiva, agravadoras del marasmo económico, y de que la única política fiscal concebible es la que pasa por contraer el gasto público y social dejando intacta, o aun radicalizándola ulteriormente, la injusticia de una fiscalidad regresiva que libra de cargas a los archirricos y a los megarentistas inmobiliarios y financieros para echarlas a las espaldas de los trabajadores asalariados y de las fuezas productivas de la economía.

6) Políticas públicas segregacionistas.- Proliferarían y se radicalizarían, señaladamente en la sanidad y en la educación, unas políticas públicas segregacionistas variamente "privatizadoras" y "externalizadoras" –extremista y audazmente experimentadas ya con cierto éxito en la corrupta y sectaria Valencia de Gürtel y de Camps y en el sectario y corrupto Madrid de Aguirre y del "Tamayazo"— tendentes a mercantilizar los servicios públicos. Tendentes, esto es, a convertir la satisfacción de las más básicas necesidades de las gentes en fuente de corruptos "negocios" rentistas privados políticamente concedidos y aun directa o indirectamente –verbigracia, con cesiones de terrenos públicos— subvencionados con dineros del contribuyente. Y por lo mismo, tendentes a segregar a la población entre quienes pueden permitirse, pagando o "copagando", un buen servicio y los aherrojados a una mediocre asistencia pública mínima, prácticamente benéfica.

7) La población trabajadora española, arrojada a la servidumbre por deuda.- La población trabajadora española, terriblemente endeudada en estos últimos años, entre otras cosas, para poder compensar el duradero estancamiento del salario real y –sometida como está a una de las leyes hipotecarias más injustas del mundo— subvenir a unos disparatados costes de la vivienda ("Pisos de mierda, precios de oro"), quedaría todavía más a merced de sus irresponsables acreedores, un selecto grupo de gestores de dinero y banqueros privados nacionales y extranjeros.

8) Entrega de más de la mitad del ahorro nacional a la especulación financiera internacional.- Lo poco que queda de social y público en nuestro sistema bancario –las cajas— sería definitivamente puesto en almoneda, convertida más de la mitad del ahorro de la población trabajadora de nuestro país en pasto para la especulación financiera nacional e internacional.

9) La deuda soberana española, más expuesta aún a los ataques especulativos de los mercados financieros internacionales.- Lejos de "calmarse", los distintos mercados financieros internacionales que especulan con la deuda soberana española (primarios, secundarios, CDS), seguirían acosándola, atrapada como está en la trampa del euro y de un BCE que, incapaz hasta de emitir eurobonos, apoya las suicidas medidas procíclicas de austeridad fiscal neoliberal impulsadas por la Comisión Europea con los resultados que a la vista están: Irlanda y sobre todo Grecia, a pique de reestructrar su deuda, Portugal, hundido, España, de nuevo en el punto de mira de los CDS. Pero España no es Grecia: es la quinta economía europea, y representando cerca del 13% del PIB, puede perfecta y realistamente plantarse y resistir las políticas suicidas de austeridad fiscal impuestas por la Comisión Europea, forzando una reestructuración ordenada de su deuda, como ha hecho valientemente la pequeña Islandia: con razón los indignados acampados en la Plaza de España de Palma de Mallorca la han rebautizado como "Plaza de Islandia".

10) La mercantilización del patrimonio natural y ulterior devastación ecológica del país.- La destrucción de nuestras costas, de nuestros montes, de nuestros bosques de ribera, de nuestros más hermosos paisajes, la esquilmación de nuestros sistemas acuíferos, la inaceptable degradación del aire de nuestras ciudades y el descarado imperio de bien engrasados lobbies que, como el de la energía nuclear, resultan más peligrosos aún por su desapoderada codicia que por su patológica mendacidad, se mantendrían y aun afianzarían bajo el aplauso atronador de los consabidos gacetilleros negacionistas, alargando su negrísima sombra sobre el porvenir ecológico de nuestro país.

Tal es, sobre poco más o menos, el programa alternativo al movimiento del 15 de mayo. Así que:

- Los conscientes de la perentoria necesidad de romper las atomizadoras dinámicas de desaliento y pasividad que se han ido sorda y paulatinamente apoderando de un ánimo ciudadano consternado ante las repetidas manifestaciones de impotencia de la política profesional;

- Los conscientes de los terribles peligros que entrañaría el centrifugador vacío dejado por un posible descrédito definitivo de la política y de la representación política democrática;

- Los conscientes de la terriblemente difícil situación de acoso y práctica soledad en que se hallaba hasta ahora la resistencia más o menos firme del mundo del trabajo organizado, los convencidos de la absoluta centralidad de ese mundo en cualquier proyecto democrático de futuro concebible para nuestras sociedades:

Ésos, que somos millones, no tenemos hoy sino participar, apoyar y contribuir a desarrollar el movimiento del 15 de mayo. Ese movimiento responde a necesidades tan vivas y tan hondas de nuestra sociedad, que difícilmente pasará. Lo más probable es que esté aquí para quedarse. Como principio de rectificación democrática de la degeneración de nuestra vida política y económica, si no, incluso, como germen de un proceso aún más ambicioso, constituyente. Y es lo cierto que, por decirlo en las certeras palabras de los jóvenes que lo han echado a andar, la única alternativa real a eso es convertirse en mercancía de los banqueros y de los políticos adocenadamente dispuestos a servirles.

Y por cierto: hoy ha habido elecciones autónomicas y municipales. Con los primeros resultados provisionales ofrecidos por las autoridades competentes (a las 22h), y como auguraban todas las encuestas, el PSOE se ha desplomado. Tanto en los municipios –pierde muy probablemente Barcelona, Sevilla y Zaragoza, entre otras muchas capitales—, como en en las autonomías en dónde había convocadas elecciones: tres tradicionales feudos socialistas, Asturias, Castilla y la Mancha y Extremadura, además de Baleares, pasan muy probablemente a manos del PP. IU-ICV sube algo, pero de ninguna manera se muestra capaz de recoger el caudal de votos que han desertado del PSOE para ir a la abstención, no mucho más, en cualquier caso, que la neoespañolista UPyD en Madrid y Zaragoza, y muy por detrás de lo ganado por la nueva gran coalición democrática de la izquierda vasca, Bildu, que se estrena democráticamente con grandes victorias, sobre todo en Guipúzcoa. Lo más probable es que mañana el Comité Federal del PSOE organice un ritual sacrificial público de Zapatero, el frívolo zascandil suicida al que no han de tardar los suyos en convertir en chivo expiatorio de un desastre sin ejemplo histórico. Un desastre cargado de consecuencias para el futuro, político y organizativo, del Partido Socialista. Si ocurre como conjeturamos, lo más seguro es que haya elecciones anticipadas. Pero incluso en ese caso, quedarían unos cuantos meses para la elecciones generales, porque hay que salvar el escollo de la aprobación de los presupuestos de 2012.

Los acampados en Plaça de Catalunya convocan a una gran manifestación en Barcelona para el próximo 15 de junio. Los acampados en Puerta del Sol, a una gran manifestación en Madrid para el próximo 28 de mayo. Comienza la resistencia popular de base contra el tsunami catastrófico de la derecha y a favor de una reconfiguración total de la izquierda social y política en nuestro país.

NOTA: [1] Quien quiera leer el celebrado discurso de reafirmación de la democracia republicana antifascista de Mendes France, puede descargarlo aquí: http://www.xn--lecanardrpublicain-jwb.net/spip.php?article163. [2] Los parlamentarios de IU-ICV, junto con los pequeños partidos nacionalistas de izquierda Esquerra Republicana de Catalunya y Bloque Nacional Galego, han votado sistemáticamente –y perdido— en contra de acuerdos y propuestas de ley que contaban también con un amplísimo rechazo por parte de la población española: congelación de pensiones, reforma del mercado de trabajo, retraso de la jubilación hasta los 67 años, la llamada Ley Sinde, la intervención de las tropas españolas con la OTAN en Libia (en este último caso, sólo IU y Bloque), etc.

Antoni Domènech es el editor general de SinPermiso.

www.sinpermiso.info, 22 mayo 2011