domingo, 23 de marzo de 2014

Manipulación genética, manipulación institucional, manipulación científica



La decisión que nunca se tomó

El día 11 de febrero de 2014 el Consejo de Ministros de la Unión Europea tenía que decidir acerca de la autorización del cultivo de una simiente de maíz transgénico desarrollada por la empresa DuPont Pioneer. Desde el año 1998 no se ha autorizado el cultivo de ninguna variedad de maíz transgénico en la Unión Europea. Varios países miembros (Austria, Polonia, Grecia, Hungría, Francia, Luxemburgo, Alemania, Bulgaria, Italia e Irlanda) han prohibido incluso plantar en sus campos la única variedad de maíz transgénico autorizada por la UE. Por ello no es extraño que en la votación final del Consejo sólo 5 países miembros estuvieran a favor de la autorización del nuevo Organismo Genéticamente Modificado (OGM). Diecinueve estados  se manifestaron en contra y los restantes se abstuvieron.

Ese resultado parece que debería conllevar un rechazo de la autorización del maíz GM de DuPont Pioneer. Máxime al estar recogido el principio de precaución en la normativa de la UE. Sin embargo, la Comisión Europea manifestó que estaba obligada a autoriza el maíz puesto que los votos de los diecinueve países miembros no alcanzaban la mayoría cualificada requerida en este caso. La mayoría cualificada no es, pues, necesaria para aprobar la autorización de un OGM por parte del órgano que representa a los estados miembros, como parecería natural, sino que es precisa para rechazar la previa aprobación por parte del órgano tecnocrático de la UE. Además, hay que tener en cuenta que el Parlamento Europeo también se había manifestado en contra de permitir el maíz transgénico.

Posteriormente, poniendo en práctica una de esas artimañas jurídicas a que nos tiene habituados la UE, Francia propuso que el Consejo adoptara la decisión de no haber adoptado decisión alguna. Eso liberaría a la Comisión de la obligación compulsiva de autorizar el cultivo del producto de DuPont Pioneer y permitiría rechazar la petición. Tras un par de días de discusiones el Consejo votó, finalmente, no haber votado el 11 de febrero. La Comisión queda, desde entonces, con las manos libres para decidir a favor o en contra de la autorización del cultivo del maíz transgénico. Sin embargo, en el momento de escribir este texto (24 de febrero de 2014) las previsiones más pesimistas barajan la posibilidad de que la Comisión espere hasta las elecciones europeas de mayo de este año para, después, proceder a autorizar el maíz, conocido técnicamente como Pioneer 1507.

La colonización de la EFSA por la industria

El affaire del maiz de Pioneer pone de manifiesto la importancia determinante de los dictámenes de la la EFSA a la hora de decidir acerca de la autorización de nuevos transgénicos en la UE. La EFSA (Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria) es la agencia europea encargada de dictaminar acerca de la seguridad de los alimentos. Este organismo es responsable de la evaluación del riesgo de todas las cuestiones relacionadas con la alimentación y la seguridad de los piensos, incluyendo plantas genéticamente modificadas, plaguicidas y aditivos alimentarios. Un estudio reciente, publicado por el Observatorio de las Corporaciones Europeas (CEO por sus siglas en inglés), que es una organización totalmente independiente, pone de manifiesto el grado de colonización de la EFSA por parte de la industria privada. El trabajo se titula “Mal provecho. El problema de la independencia de la Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria” (“Unhappy meal. The European Food Safety Authority’s independence problem”) y fue publicado en octubre de 2013 (http://corporateeurope.org/efsa/2013/10/unhappy-meal-european-food-safety-authoritys-independence-problem).

Los resultados de la investigación del CEO producen “consternación” según sus propios autores. En términos generales, casi el sesenta por ciento de los expertos de la EFSA tienen conflictos de intereses con el sector privado (122 de 209). Todas las comisiones menos una están dominadas por expertos con conflictos de intereses. Por ejemplo, en la comisión encargada de los productos dietéticos, 17 de sus 20 miembros los tienen. Todos los Presidentes de esas comisiones menos dos tienen vinculaciones con la industria. Algunos de los expertos acumulan 10 o más conflictos de intereses. La palma se la lleva un miembro del panel de aditivos que tiene 24. A pesar de que la EFSA ha renovado recientemente su política para mejorar su independencia, estas reformas no parecen haber tenido éxito.

La EFSA se defiende diciendo que un solo miembro del panel no puede manipular a los restantes 10 o 20 integrantes del mismo. La decisión colegiada debe neutralizar cualquier interés individual. Realmente, es verdad que resulta difícil que un individuo pueda imponer sus puntos de vista “interesados” a todos sus colegas de comisión. Pero este argumento pierde toda su fuerza si más de la mitad de sus componentes de la misma tienen conflictos de interés con la industria que regulan.

La situación de colonización que revela el informe es, en buena parte, consecuencia de la inadecuación de las propias normas sobre incompatibilidades de la EFSA. La determinación de lo que es un conflicto de interés resulta demasiado estrecha. Los mecanismos para determinar su existencia son inadecuados. Hay aspectos importantes que no están regulados con precisión por las normas sobre incompatibilidades: algunos de los criterios establecidos en dichas normas son muy vagos existiendo así un amplio poder discrecional a la hora de su aplicación a un caso concreto.

El problema más importante que tienen los mecanismos de determinación de la existencia de conflictos de intereses en la EFSA es que las declaraciones de los propios candidatos a expertos acerca de sus actividades son el único dato que se toma en cuenta para establecer si existe tal conflicto o no. No se realiza ninguna investigación independiente por parte de la propia EFSA o de algún otro organismo para determinar la existencia de vinculaciones distintas de las señaladas en las declaraciones. Es de suponer que se exigirían responsabilidades en caso de descubrirse a posteriori alguna falsedad en las declaraciones de los expertos. Pero hay que tener en cuenta también la opacidad existente en muchos casos en este tipo de vinculaciones. Las relaciones entre el experto y la industria pueden ser secretas o estar encubiertas. A este respecto, los autores del informe señalan el caso de supuestas organizaciones “sin ánimo de lucro” que son en realidad fachadas para Think Thanks de la industria, o auténticos lobbies. Un caso bastante claro es el del Instituto de Ciencias de la Vida (ILSI en sus siglas en inglés), financiado por industrias alimentarias y del sector del agrobussiness pero que se presenta como una ONG. Nadie desde la EFSA investiga la verdadera naturaleza de ese tipo de organizaciones por lo que la relación de los expertos con ellas no se considera fuente de conflicto de intereses.

Un problema fundamental de las normas relativas a conflictos de intereses en el seno de la agencia es que no se considera que los haya si el experto está vinculado a la industria agroalimentaria, pero forma parte de un panel que no se ocupa específicamente de cuestiones que afecten a la empresa con la que se encuentra vinculado.

El caso de Mr. Bach es expresivo de la laxitud en la apreciación de la discrepancia entre los intereses de la industria con la que el experto está relacionado y las competencias del panel del que forma parte. El Sr. Bach forma parte de la comisión encargada, entre otras cosas, de los aditivos para la alimentación animal. A su vez, trabaja como asesor de la Asociación Americana de Soja, un lobby de la agrobussiness relacionada con esa leguminosa, que es un componente abundantemente utilizado en  los piensos para animales. Este científico ha realizado trabajos de asesoramiento acerca de dietas animales para dicha asociación en países como Marruecos, Turquía o Polonia. Los representantes de la EFSA defienden haber autorizado a Mr. Bach para formar parte de la comisión de aditivos argumentando que la misma no tiene competencia sobre la soja. Pero la idea de que los aditivos de la soja no son lo mismo que la soja en sí parece uno de esos argumentos escolásticos medievales acerca de la diferencia entre la forma y la sustancia. Y resulta inverosímil que el lobby de la soja no vaya a tener interés en el tema de los aditivos permitidos para dicho vegetal en los piensos para animales.

Como se ha señalado más arriba, en la EFSA, la determinación de los conflictos de intereses se hace no tanto por la aplicación de reglas generales prefijadas cuanto por decisiones caso por caso en base a criterios relativamente vagos e imprecisos. Así, por ejemplo, la constatación de un potencial conflicto de intereses no determina por sí sola el rechazo de la candidatura de un experto. La normativa obliga a rechazarle únicamente en el caso de que tenga “un potencial conflicto de intereses de carácter general que conduzca regularmente a su exclusión [...] de las reuniones del grupo científico”. Es decir que la existencia de un conflicto de intereses puede determinar únicamente que el experto esté obligado a ausentarse de las reuniones en los casos en que estén en juego específicamente intereses de las empresas con que se encuentra vinculado. Sólo se le ha de rechazar en el caso de que se “prevea” la exclusión “regular” de las reuniones del experto por el potencial conflicto de intereses. Obviamente, ahí hay suficientes términos vagos como para proporcionar un amplio margen de discrecionalidad al encargado de tomar la decisión. Y eso ha dado lugar a la aceptación de candidaturas muy problemáticas.

Es importante señalar, por último, que la normativa de la EFSA no exige haber estado desvinculado durante un periodo de tiempo de la industria para que el experto pueda formar parte de la Agencia. Como dice expresivamente el informe del CEO: “[los expertos] pueden sentarse en el consejo científico asesor de una organización financiada por la industria hasta el día en que asistan a la primera reunión del panel” (p. 19). Tampoco existen suficientes limitaciones en el caso inverso, de paso de la EFSA a la industria privada. Esto favorece enormemente el fenómeno de las puertas giratorias en este campo.

Unos encuentros muy privados

La influencia de los lobbies sobre las decisiones de la UE no sólo tiene lugar por medio de su presencia dentro de los órganos comunitarios. Se instrumenta también por medio de contactos informales fuera de las instituciones europeas. Estos contactos pueden producirse en el marco de asociaciones privadas, como el lobby financiero G-30, uno de cuyos miembros es el Presidente del Banco Central Europeo sin que eso resulte, sorprendentemente, incompatible. Las relaciones pueden establecerse, también, en congresos o conferencias organizados por el sector privado a los que son invitados los miembros de los órganos decisorios de la UE.

Unos días antes de la votación del Consejo sobre el maíz transgénico, el 22 de enero, el lobby de la federación de las empresas biotecnológicas europeas (EuropaBio) organizó un acto dirigido a explicar los beneficios para los consumidores de los organismos genéticamente modificados. Ninguna organización de consumidores fue, sin embargo, invitada, a un acto calificado como “confidencial”. Sí estaba presente la autoridad más directamente responsable de la regulación de los OGM en Europa, la Directora General para la Salud y los Consumidores de la Comisión Europea, no sólo como asistente, sino como ponente. Curiosamente, también era ponente un representante de la empresa Pioneer, solicitante de la autorización del maíz transgénico.

El resto de los 144 participantes y 15 oradores estaba compuesto fundamentalmente por mandados de las empresas biotecnológicas y por políticos de la Unión Europea y de diversos países. Estaban presentes cinco miembros de la Comisión además de la Directora General antes mencionada así como varios parlamentarios europeos. Entre los políticos, destacaban los representantes de los países más proclives a los cultivos transgénicos, entre ellos, España. Fue una ocasión perfecta para un amigable intercambio de impresiones entre quienes dirigen las instituciones “públicas” y quienes se supone que deben ser regulados por ellas, justo antes de la adopción de una decisión especialmente importante (v. http://corporateeurope.org/agribusiness/2014/02/biotech-lobby-shuns-consumers-gmo-consumer-benefit-event).

 La colonización de la ciencia por la industria biotecnológica: el caso Séralini

El ámbito de la determinación de los posibles riesgos de las nuevas tecnologías, como la ingeniería genética y sus productos, los organismos genéticamente modificados, es uno de los muchos terrenos en los que la ciencia opera con previsiones estadísticas. En estas esferas, la determinación de lo que es una evidencia científica fundada tiene un cierto grado de convencionalismo y ambigüedad, por ejemplo en el establecimiento del porcentaje de error aceptable. Por otro lado, la determinación de los riesgos es un terreno rodeado de grandes dosis de incertidumbre en el caso de productos que van a ser sembrados a gran escala y a ser destinados a la alimentación de animales y seres humanos. Las variables susceptibles de ser relevantes y los factores que pueden interactuar son muy numerosas resultando así enormemente complicado prever los posibles riesgos. Esa complejidad crece exponencialmente en función del aumento de los periodos de tiempo considerados.

En un terreno rodeado de tanta incertidumbre y, sin embargo, de interés tan vital para las industrias biotecnológicas, no es extraño que las empresas intenten influir en la determinación de lo que vaya a ser considerado como evidencia fundada por parte de la comunidad científica. El campo de la ciencia se convierte así en uno de los terrenos de lucha de las corporaciones biotecnológicas para intentar imponer sus intereses. En este campo, las empresas hacen uso de muchos” incentivos”, desde la financiación de investigaciones destinadas a construir evidencias sobre la inocuidad de los productos transgénicos, hasta la subvención de congresos para promocionar sus supuestos efectos benéficos. Uno de esos medios utilizados por las industrias biotecnológicas en el campo de batalla de la ciencia son las revistas científicas. El control de los comités de redacción de las publicaciones académicas favorece la difusión de trabajos favorables a los intereses de las empresas que comercializan OGM’s  y pone trabas a los estudios que les resultan perjudiciales. El recientemente ocurrido “caso Séralini” es una buena prueba de ello.

Giles-Éric Séralini, catedrático de Biología Molecular de la Universidad de Caen (Francia),  llevó a cabo, junto con su equipo, un experimento con ratas entre 2008 y 2011 para estudiar los riesgos del consumo de un maíz transgénico comercializado por la empresa Montsanto, así como del herbicida Roundup distribuido también por dicha empresa. Monsanto comercializa diversas especies de semillas genéticamente modificadas para ser más resistentes a su propio herbicida, entre ellas buena parte de la soja cultivada en el continente americano. Ello convierte a Roundup en el herbicida más utilizado en el mundo. Por tanto, la evaluación de los efectos sobre la salud del consumo de plantas que hayan sido rociadas con él y lo hayan absorbido es especialmente importante para los consumidores.

Séralini y su equipo hicieron públicos los resultados de su estudio en un artículo publicado en una revista científica de referencia, Food and Chemical Toxicology, en otoño de 2012: “Long term toxicity of a Roundup herbicide and a Roundup-tolerant genetically modified maize” (Toxicidad a largo plazo del herbicida Roundup y de un maíz modificado genéticamente resistente al Roundup). Posteriormente, Séralini publicó un libro en francés titulado significativamente: “¡Todos cobayas! OGM’s, pesticidas, productos químicos”. En él se hace un relato del estudio realizado así como una valoración de las consecuencias sociales de los resultados del mismo.

Para la realización del experimento se formaron cuatro grupos de ratas. Uno funcionó como grupo de control siguiendo una dieta normal. De los otros tres, uno fue alimentado con el maíz transgénico NK603, otro con el maíz transgénico más el herbicida Roundup y el tercero con el herbicida Roundup. Las novedad del experimento residía fundamentalmente en dos características: por un lado, en su duración, pues los experimentos realizados anteriormente por la empresa Monsanto no superaron los 90 días; por otro lado, se expuso a las ratas al herbicida Roundup completo y no sólo a su principio activo, el glifosato, como en los experimentos anteriores. La razón es que el herbicida tiene algunos componentes destinados a facilitar su absorción.

Los resultados del experimento fueron demoledores para los productos fabricados por Monsanto. La exposición a largo plazo de las ratas al maíz transgénico y al herbicida aumentó su mortalidad, determinó el desarrollo de tumores, especialmente de cánceres de mama en las ratas hembras, y provocó numerosos trastornos de salud en los ejemplares de ambos sexos. Las fotografías de los pobres bichos, que pueden verse en la página web de Séralini, son espeluznantes. La trascendencia de los resultados del estudio es tal que, como dice Ricardo Bachmann, “Desde la publicación del artículo de Séralini et al se ha reabierto el debate sobre la inocuidad de los OMG” (v. BACHMANN, Ricardo Ignacio: “Normas de seguridad alimentaria de la Unión Europea: presumiendo la inocuidad de los organismos modificados genéticamente”, en Actualidad Jurídica Ambiental, 4 de febrero de 2013).

La comercialización del maíz transgénico objeto del experimento de Séralini en la Unión Europea había sido aprobada por la Comisión el año 2005. La decisión se basaba en un dictamen emitido por la EFSA el año 2003 considerando dicho OGM inocuo para la salud. La reacción de la agencia europea encargada de la seguridad alimentaria a la publicación del artículo de Séralini debería haber sido, pues, la de revisar su dictamen de 2003. Eso lo exige no sólo el principio de precaución, sino el más mínimo sentido de la responsabilidad, máxime por el hecho de que son estudios de las propias empresas los que sirven de base para los dictámenes de la EFSA. Y el trabajo de Séralini puso radicalmente en cuestión los experimentos llevados a cabo por Monsanto.

Sin embargo, la colonización de la EFSA por los lobbies examinada más arriba hizo que esta adoptara una respuesta totalmente diferente: la Agencia lanzó una dura crítica contra el trabajo de Séralini considerando que sus conclusiones no eran científicamente válidas. Esta crítica fue publicada en el diario de la EFSA junto con un emplazamiento al investigador francés para hacer frente a las acusaciones. Séralini y su equipo publicaron una respuesta conjunta a las críticas que habían recibido demostrando su falta de fundamento. El texto se publicó en la misma revista que el artículo originario (Food and Chemical Toxicology), con el título “Answers to critics: Why there is a long term toxicity due to a Roundup-tolerant genetically modified maize and to a Roundup herbicide” (“Respuestas a los críticos: ¿Por qué existe una toxicidad a largo plazo debida a un maíz modificado genéticamente tolerante a Roundup y al herbicida Roundup?”) [1]

La revista en la que se publicó el artículo de Séralini, Food and Chemical Toxicology, pertenece al grupo Elsevier, una de las distribuidoras más importantes de revistas científicas del mundo, de las que comercializa casi 3000 títulos. En noviembre de 2013, la dirección de la revista decidió “despublicar” el artículo de Séralini, un hecho realmente insólito. Si visitamos la página web de Elsevier correspondiente a dicha publicación, podemos comprobar que efectivamente el artículo consta como “retirado [2]”.

La única explicación posible de esta inusitada decisión es la presión de la industria biotecnológica sobre la revista. De hecho el propio Séralini culpa de la retirada a la campaña de prensa contra su trabajo orquestada por Monsanto y a otra circunstancia: el hecho de haber entrado en el comité editorial de la revista (en calidad de editor asociado encargado   precisamente de la publicación de artículos sobre biotecnologías), Richard Goodman ex investigador de Monsanto. Su incorporación a  Food and Chemical Toxicology se produjo pocos meses antes de la decisión de la revista de retirar el artículo y Goodman no es el único miembro del comité editorial con vínculos con la industria biotecnológica [3].

Coda

Uno de los argumentos utilizados habitualmente para justificar el predominio de expertos procedentes del sector privado en los órganos reguladores o en las revistas académicas es que éstos son los mejores o los únicos suficientemente preparados en ese campo concreto. Esa es una justificación que también se usa frecuentemente para fundamentar las prácticas de autorregulación. En muchas ocasiones dichas argumentaciones se encuentran revestidas de la jerga de la “teoría de sistemas” y la “complejidad”. La sociedad se habría vuelto excesivamente compleja para ser regulada desde un organismo central teniendo cada subsistema su propia lógica interna. En esta sociedad “compleja”, el estado habría perdido la capacidad y los conocimientos necesarios para la regulación, siendo por ello preciso instaurar mecanismos de autorregulación o de gobernanza. Sin embargo, y a pesar de la colonización de la investigación pública por parte de las empresas privadas, existe un número suficiente de expertos totalmente independientes, tanto en Estados Unidos como en Europa, para satisfacer las necesidades de la regulación en muchos campos.

Como dice el informe del CEO “los expertos independientes pueden ser una especie amenazada, pero aún no se han extinguido” (p. 31). De hecho, en la propia EFSA, 64 de los expertos miembros de sus diferentes comités no tienen ningún conflicto de intereses ni siquiera en base a los criterios más estrictos del propio CEO. Por otro lado, en Estados Unidos, un estudio reciente demuestra que el 47% de los científicos universitarios son independientes de la industria privada en el campo de las ciencias de la vida (V. Zinner y otros: “Participation of Academic Scientists In Relationships With Industry”, en Health Affairs, 28, no.6, 2009, pp. 1814-1825). Estos investigadores no han recibido dinero alguno de la industria por asesorías, como conferenciantes o en forma de subvenciones. Este tipo de expertos deberían ser los que llevasen la batuta en los órganos reguladores como la EFSA y en revistas como Food and Chemical Toxicology y no los vinculados a Monsanto, Syngenta, DuPont Pioneer o cualquier otra multinacional directamente interesada en la difusión de los transgénicos.

Notas:

[1] Puede consultarse libremente en:

http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0278691512008149

[2] Ver http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0278691512005637

[3] Más información sobre el caso puede encontrarse en la página web de CRIIGEN (Comité de Recherche et d'Information Indépendantes sur le génie Génétique: http://www.criigen.org/SiteFr//index.php?option=com_frontpage&Itemid=73


José A. Estévez Araújo
Mientras Tanto
 





miércoles, 19 de marzo de 2014

No todas las clases sociales pierden con la crisis

Reino de España: 5.896.300 parados según la EPA del último trimestre de 2013, es decir, un 26 por ciento de tasa de paro. Una tasa que se más que duplica entre las personas jóvenes menores de 25 años: 55,6 por ciento. Casi tres millones de personas están oficialmente en el paro desde hace más de un año, mientras que 1’8 millones de hogares tiene a todos sus componentes en el paro. Aunque conocidas, pocas cifras pueden describir más breve y tajantemente una realidad social.

La crisis y las políticas económicas puestas en acción por el gobierno del Reino de España para combatirla (sic) han comportado, entre otras muchas consecuencias, un incremento impresionante de las desigualdades sociales. Más concretamente, desde 2008 a 2012, el índice de Gini ha pasado de 0,319 a 0,35, lo que representa un aumento de casi el 12 por ciento. Este índice, cabe recordar, va de 0 (distribución de la renta perfectamente equitativa) a 1 (uno se lo lleva todo y los demás nada), por lo que cuanto más se acerca a 0 menos desigualmente está repartida la renta y cuanto más cerca de 1, mayor desigualdad. Un incremento de este índice del 12 por ciento en solamente 4 años, es mucho. Para hacernos una rápida idea comparativa, ningún otro Estado de la UE ha experimentado en el mismo período un aumento tan grande de este indicador. Algunas comparaciones: Grecia lo ha aumentado un 3,3 por ciento, Francia un 2,3. Y otros Estados aún lo han disminuido: ¡Portugal! en un 3,6 por ciento, Alemania en un 5,9. La media de la zona euro de los 18 ha sido de un aumento pequeño del 0,8 por ciento.

Podemos idear divertimentos académicos y hacernos preguntas sobre si “es moral que los especuladores de los mercados financieros puedan obligar a Estados enteros y a sus ciudadanos a recortes drásticos” [1]. Sí, como divertimentos, se pueden idear estas preguntas u otras similares, realizar tesis doctorales y publicar en revistas de mayor o menor prestigio académico. Pero, tomando las cosas en serio, y para quienes somos partidarios de la libertad republicana, las grandes desigualdades económicas no precisan de aparentemente sofisticadas preguntas morales. Estas desigualdades son un impedimento a la libertad de la gran mayoría. Y con los datos oficiales, una conclusión se impone: la crisis económica y las medidas de política económica que se han puesto en acción para supuestamente hacerle frente han aumentado las desigualdades. La gran mayoría no estrictamente rica ha visto aún más amenazada su libertad de lo que podía ya tenerla menguada a principios de la crisis.

Otros pocos datos adicionales para seguir constatando el aumento de las desigualdades. De 2008 a 2011, último año de este tipo de datos publicados por el Banco de España, las cifras sobre la renta mediana disponible de los hogares del Reino son muy significativas. En el 2011 la renta mediana disminuyó respecto al 2008 en un 8,5 por ciento. Pero, como se corresponde con el aumento del índice de Gini antes comentado, esta disminución mediana no ha sido igual para los distintos grupos de renta: todos han perdido excepto el grupo más rico, el 10 por ciento de la población situado arriba con la mayor renta. Este grupo incluso ha mejorado su renta media en este período de crisis. Todos los demás grupos han perdido en mayor o menor proporción.

Otra realidad. La economía sumergida es muy grande. Según distintas fuentes que no discrepan significativamente en los porcentajes, la economía sumergida en el año 2011 representaba alrededor de un 26 por ciento del PIB en el Reino de España. Tan sólo Grecia, con más del 30 por ciento supera esta gran proporción. El porcentaje de fraude fiscal que esta economía sumergida representa es del orden del 22,5 por ciento del conjunto de la recaudación fiscal (año 2010) más de 70.000 millones. Y quien más fraude fiscal practica son los ricos. Un pequeño pero muy significativo ejemplo. En un estudio [2] sobre la financiación de una renta básica para Cataluña realizado a partir de más de 200.000 declaraciones de IRPF del año 2010, resultó que la afirmación anterior afloraba de forma insultante. Se partía de tres perfiles de ingresos, pertenecientes a funcionarios docentes, como son el caso de maestros de primaria, profesores de instituto y catedráticos de universidad, con una antigüedad en los tres casos de 12 años, cuyas retribuciones son públicas. En el mencionado estudio nos encontramos con que el primer perfil citado tuvo en 2010 una retribución bruta anual de 32.500 euros lo que lo sitúa en la octava decila de población ordenada por los rendimientos del IRPF de Cataluña, es decir, entre el 20 por ciento más rico de la población que tributa en el IRPF. El segundo caso, los profesores de instituto, con unos ingresos en 2010 de 37.000 euros anuales brutos se sitúa ya dentro del 10% más rico. Finalmente, un catedrático de universidad con una retribución anual bruta en 2010 de 54.000 euros formaría parte del 5 por ciento más rico. ¿Es preciso llamar la atención sobre la magnitud distorsionadora de la realidad que estos datos representan? Se trata solamente de un ejemplo del tremendo fraude fiscal que realizan los ricos, pero es muy revelador.

La libertad de muchos está amenazada por la riqueza de unos pocos [3]. La crisis y las medidas de política económica que en el caso del Reino de España empezaron a ponerse en práctica en mayo del 2010 [4] han debilitado más aún si cabe la libertad de la mayoría no rica.


Notas: [1] Markus Christen (2014): “Entre el ser y el deber ser (neurofisiología de las emociones y la moral)”, Mente y cerebro, núm. 65, p. 70. [2] Jordi Arcarons, Daniel Raventós y Lluís Torrens (2013): “Un modelo de financiación de la Renta Básica técnicamente factible y políticamente no inerte”, SinPermiso. [3]  Daniel Raventós (2014): “La libertad de todos amenazada por la gran riqueza de 2.170”, Público. [4] Antoni Domènech, Alejandro Nadal, Gustavo Búster y Daniel Raventós (2010): “La UE y Zapatero se superan, o cuando los locos son los lazarillos de los ciegos”, SinPermiso.

Daniel Raventós es profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, miembro del Comité de Redacción de sinpermiso y presidente de la Red Renta Básica. Es miembro del comité científico de ATTAC. Su último libro es ¿Qué es la Renta Básica? Preguntas (y respuestas) más frecuentes (El Viejo Topo, 2012).
 
Sin Permiso

lunes, 3 de marzo de 2014

Desobediencia civil, autoridades inciviles

“Los verdaderos amantes de la ley y el orden son los que cumplen las leyes cuando el gobierno las quebranta” .— Henry David Thoreau, La esclavitud en Massachussets (1854) [1]

Quizás deberíamos sustituir “leyes” por “espíritu de las leyes” tal como las entendía Montesquieu. El mismo Thoreau escribió en el texto citado: “las leyes no harán libres a los hombres, son los hombres que harán a las leyes libres”. La modernidad inaugurada por la revolución francesa estableció en nuestra cultura política los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Su declaración de derechos proclamaba “los hombres nacen y se desarrollan libres e iguales”. Fue algo más que instaurar el garantismo propio del Estado de Derecho y el concepto abstracto de libertad propio del liberalismo conservador. La ciudadanía, status propio de la democracia, exige políticas públicas que transformen las condiciones sociales y los marcos legales que limitan los derechos de unos y facilitan los privilegios de otros. Si las instituciones no lo hacen la desobediencia civil es un derecho ciudadano. No siempre lo legal es legítimo, ni lo real es verdadero (Ernst Bloch).

Recientemente he escuchado un debate entre una magistrada del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Gabiñe Biurrun, un prestigioso periodista de trayectoria democrática, Iñaki Gabilondo, y un político, Eduardo Serra, que fue ministro de Defensa con el PSOE y con el PP [2]. El político, Serra es un personaje de por sí francamente antipático que se empeñó además en parecerlo.

Se aferraba a la literalidad del marco legal para frenar cualquier modificación del status quo y reforzaba su discurso con múltiples y poco explícitas amenazas. Su discurso fue una provocación permanente para todos aquellos que son excluidos, a los que se niega derechos básicos, sea la vivienda, el trabajo o una renta básica, o sea el derecho a decidir sobre su futuro, como Catalunya o poder elegir entre Monarquía o República. Es decir, la mayoría. El periodista, Gabilondo, proclamaba los principios democráticos y en consecuencia se hacía portavoz de los que reclaman cambios profundos en un país en crisis. Hizo de político en el mejor sentido de la palabra, muy lejos de lenguaje de la “casta política institucional”. La magistrada fue el personaje más espontáneo, claro y a mi parecer el más próximo a la ciudadanía. Fue la sorpresa agradadable de la noche y la que más llamó la atención. Anteponía la justicia a la literalidad del marco legal lo cual en estos momentos tiene una gran trascendencia política pues afecta a importantes conflictos políticos y sociales. Síntesis de sus intervenciones: si las leyes no protegen los derechos lo que hay que cambiar son las leyes, no negar los derechos. Lo cual supone que si no se cambian estas leyes los ciudadanos pueden considerarlas ilegítimas y no merecen respeto. El bloque conservador que hoy va desde el PP y la UPD hasta el PSOE deben considerar esta posición como “antisistema”. Hoy representan la regresión democrática.

En España y en el marco de la crisis política y económica se han multiplicado los conflictos sociales que ponen en cuestión no solo las políticas públicas contrarias a los intereses colectivos, también el marco jurídico-económico que lo hace posible debido al uso perverso que se ha hecho de él. Nos referimos a casos como la movilización social de las naciones (Catalunya, País Vasco), la plataforma de desahuciados que han sido expropiados por los bancos, la reforma laboral que facilita los despidos y la contratación precaria, la resistencia a la privatización de servicios de servicios básicos como el agua, la energía y los transportes, la oposición a proyectos urbanos especulativos y que no tienen en cuenta las demandas ciudadanas, la “marea blanca” del sector de la sanidad y la educación afectados por la reducción de los presupuestos y la entrega gradual al sector privado, etc. Estos conflictos, en la mayoría de casos, son formas propias de la desobediencia civil, puesto que superan los límites de derechos reconocidos, como el de manifestación o de huelga. Se ocupan viviendas y oficinas públicas y privadas, se paralizan servicios, no se aplican o se impiden que se cumplan decisiones de las autoridades o de la judicatura, se promueven consultas no legales, etc. ¿Cómo ha sido posible que estas acciones, a pesar de las tendencias cada vez más autoritarias del gobierno español hayan sido en muchos casos duraderas, hayan conseguido victorias, incluso judiciales, y casi siempre hayan puesto en la agenda política importantes propuestas alternativas como la dación en pago en caso de desahucio, la no privatización de hospitales públicos, la municipalización de las sociedades de agua, etc.?

La eficacia de la desobediencia civil se basa en la mayoría de casos, en Europa o en América, en que se cumplan algunas condiciones como las siguientes.

Primero, la coherencia entre las demandas o reivindicaciones sociales y las formas de acción, entre los objetivos que se quieren conseguir y los interlocutores con poder de decisión y la existencia de escenarios de negociación o resolución. Ante una privatización de los hospitales públicos es importante que se manifiesten masivamente el personal de sanidad. Sobre el derecho a la vivienda y la oposición a los desahucios resulta es especialmente más eficaz que se movilicen los directamente afectados. En unos casos el interlocutor puede ser una Administración Pública, o un gobierno o un parlamento. O los tribunales, nacionales o internacionales.

Segundo. El apoyo y la comprensión de sectores importantes de la opinión pública. Los movimientos que encuentran complicidades en los medios de comunicación pueden obtener un grado de legitimidad que les fortaleces considerablemente. También cuentan las opiniones favorables o el apoyo de sectores profesionales, de expertos, de personajes de la cultura, que añaden un plus de legitimación.

Tercero. El objetivo de la desobediencia civil debe protegerse ante la represión institucional. Para ello es muy importante justificar la acción de resistencia apelando a la ilegitimidad de determinadas leyes, o a la gestión considerada fraudulenta o corrupta de administraciones públicas o empresas, el incumplimiento de tratados internacionales o la existencia de normas jurídicas básicas como las constituciones o los principios generales del Derecho. En numerosos casos hay sentencias judiciales que “legalizan” comportamientos de desobediencia civil que aplicando literalmente la legislación específica se podría considerar delito.

En resumen, en épocas de cambios profundos, se producen dinámicas excluyentes, se reducen los derechos de las mayorías, aumentan las desigualdades, como está ocurriendo ahora en muchos países. Pero también es un momento histórico en que se ponen al descubierto las injusticias y los privilegios, se movilizan importantes sectores de la población y se multiplican las propuestas alternativas. Las instituciones pueden ser un muro que se oponga a los cambios o pueden asumir las demandas que no pongan en cuestión los poderes establecidos. Pero casi nunca tienen ni la capacidad de pensar un futuro distinto al presente ni la fuerza para oponerse a los intereses de los privilegiados. Sin desobediencia civil no hay innovación política y progreso social.

NOTAS: [1] Thoreau dictó una conferencia sobre la desobediencia civil y fue publicada poco después (1848). La cita corresponde a un texto de 1854. Por entonces Thoreau combatía la esclavitud y aplicó el principio de la desobediencia civil negándose a pagar impuestos a un gobierno que mantienía el sistema esclavista. [2] Nos referimos al debate del programa Salvados, dirigido por Jordi Ebole del pasado 23 de febrero, en el 25 aniversario del golpe de Estado fallido promovido por militares de extrema derecha en 1981.

Jordi Borja es miembro del consejo editorial de SinPermiso
Sin Permiso

domingo, 23 de febrero de 2014

Crisis de crisis, luego crisis sistémica

En reiteradas ocasiones y documentos se ha señalado el carácter sistémico y civilizatorio que tiene la actual crisis del mundo capitalista, a pesar de que muchos tratan de esconderlo tras una simple, aunque grave, crisis económica. En ese mismo sentido, se pretende ahora hacer un repaso de algunas de las principales y más destacadas crisis que hoy operan en el mundo. El mismo al que hasta hace todavía pocos años algunos auguraban, en el marco del fin de la lucha de las ideologías y el fin de la historia, un futuro feliz, sin miseria y de bienestar para la mayoría de la población.
 
Crisis económica. De forma aséptica se dice que ésta se produce principalmente cuando se dan cambios negativos importantes en las principales variables económicas, de cierta durabilidad y, con especial incidencia, en el crecimiento del PIB y en el empleo. En el caso actual, una vez desplazada del centro neurálgico del sistema capitalista la economía real, aquella que se basaba en lo que realmente se produce, el desencadenante de esta crisis reside en el sistema financiero, precisamente quien ahora ocupa el lugar protagonista del sistema. Los factores principales que producen la crisis son sus propios agentes más destacados, como los bancos y aseguradoras, y sus nefastas actuaciones y operaciones mercantiles, en muchos casos basadas en la especulación, ya sea ésta monetaria, bursátil, hipotecaria o mercantil. Así, la que ya se puede denominar como última Gran Recesión del mundo rico (2008-......), debido a sus altas tasas de crecimiento negativo, deriva rápidamente en crisis económica. Las causas más profundas que dieron lugar a esta situación habría que encontrarlas en la desregulación económica casi absoluta imperante en las últimas dos décadas, privatización de sectores públicos estratégicos (comunicaciones, pensiones, energía, ahorro, infraestructuras...), la elevación descontrolada del precio de las materias primas (petróleo, minerales, gas, alimentación...) en los años que preceden al estallido de la crisis y otros factores como la crisis hipotecaria y la crediticia. Las medidas, principalmente las implantadas en Europa, se concretan en austeridad y recortes drásticos del gasto público que, en gran medida, va a ser trasvasado precisamente al denominado rescate bancario y privatizaciones diversas, haciendo crecer enormemente las deudas de país, en una espiral sin fin. Los siguientes eslabones de esta cadena vienen dados por la crisis profunda de la economía real y toda la amplia serie de recortes en los derechos laborales que harán empeorar enormemente las condiciones de trabajo, pero correlativamente también de vida de más y más sectores de la población con un empobrecimiento acelerado de los mismos.
 
Crisis social. Revisadas las medidas y consecuencias de la crisis económica es fácilmente deducible el modo en que ésta afecta a la población y la consiguiente crisis social. La característica más destacable será la gran explosión de las desigualdades con un adelgazamiento evidente de la clase media, con un trasvase hacia el empobrecimiento de cada vez un mayor número de personas.
 
Según datos del PNUD, en estos momentos el 8% de la población gana la mitad de la renta del planeta, mientras que el 92% restante está obligada a repartirse la otra mitad. Luego, ese extremo social, aquel constituido por los más ricos, está creciendo en su riqueza como nunca antes lo había hecho, con el consiguiente agrandamiento de la brecha social entre la población. Es incuestionable además, y tal y como se acaba de apuntar que las mujeres cargan, una vez más, con las peores consecuencias, tanto en cuanto a cifras de empobrecimiento, pudiendo volver hablar, en cierta medida y en este "mundo rico", de feminización de la pobreza, así como respecto a otra amplia serie de derechos y conquistas sociales perdidas. Y en términos globales la precarización de las condiciones laborales también es una constante, lo que tendrá su incidencia fuerte en la propia precarización de las condiciones de vida. En este contexto, la agudización de esta crisis social será causa de continuas convulsiones.
 
Crisis política. La deslegitimación de la clase política tradicional empieza a ser un hecho en cierta medida incuestionable. No solo la proliferación y destape de casos de corrupción, sobornos y otras actuaciones por el estilo, sino el convencimiento de que desde ésta no hay respuesta a tantas demandas sociales, laborales, etc. Además, se profundiza en un proceso de sistemático "sometimiento" de la clase política a los poderes económicos, convirtiéndose el estado en un administrador de sus dictados, traducidos en recortes, privatizaciones, trasvase de fondos públicos al sector privado, austeridad y contención del gasto público que produce un deterioro grande del estado del bienestar. Este contexto de crisis política provoca a su vez una reversión del desarrollo de la democracia, pudiendo hablarse de una democracia de baja intensidad, burlada por el "juego parlamentario" y aprovechado éste para la imposición de leyes restrictivas de derechos (reformas laborales, seguridad, aborto...) que producirá un cada vez mayor desencanto de la población hacia el sistema, pero evidentemente por una falta cada vez mayor de determinación de la clase política en el mismo. Es evidente, que esta situación presenta a la globalidad de la crisis nuevos peligros: populismos, desarrollo del fascismo, racismo....
 
Crisis ecológica. Una evidencia ya manifiesta es que el modo de producción y de consumo, en suma, el modelo desarrollista impulsado históricamente por el mundo enriquecido, no tiene en cuenta la limitada capacidad del planeta, tanto si hablamos de sus tierras, como de sus aguas o del aire. Se ha dado un acelerado proceso de destrucción de la biodiversidad en ese Norte, pero también se intensifica ahora el mismo proceso en los países del Sur.
 
Posiblemente, las dos manifestaciones más evidentes de esta crisis se concretan en la crisis energética y en la climática. La primera, referida al agotamiento de los combustibles fósiles; la segunda, consistente en el calentamiento del planeta y todas las consecuencias que el mismo acarrea, por ejemplo, en los llamados desastres naturales, que no lo son tanto en cuanto a la fuerza en sí de la naturaleza como debido a lo determinante que pueden ser en su capacidad de destrucción por las acciones humanas que refuerzan sus efectos (sequías e inundaciones extremas, temporales y huracanes, cambios radicales o desaparición de especies vegetales y animales...). Debe subrayarse también en este contexto de crisis ecológica el nefasto papel jugado en los últimos decenios por las industrias extractivas, con sus modos de explotación más agresivos que nunca (minería a cielo abierto, fracking...), o la deforestación y ocupación de tierras en la búsqueda de nuevos terrenos para el cultivo, en la mayoría de las ocasiones para la producción intensiva que además agota rápidamente los nuevos espacios (ganadería, agrocombustibles), o la proliferación de grandes, y no necesariamente vitales infraestructuras (autopistas, aeropuertos, tren de alta velocidad...), que provocan profundas y continuas agresiones al planeta. Así estaríamos centrando la crisis ecológica, en gran medida, como crisis de la escasez de tierras, de energía, de materias primas.
 
Crisis de valores. Por último, se suele obviar u ocultar que también se puede hablar, sobre todo respecto a occidente de una profunda crisis de valores éticos y humanos. Ésta es fruto de las crisis ya citadas y de otras aparentemente menores (de cuidados, de pensamiento, del arte...) pero con gran importancia en la vida humana. Valores como la honestidad, la colaboración, la ayuda mutua, la solidaridad, la cooperación... entran en crisis ante un exacerbado culto al individualismo, al egocentrismo, al patriarcado-machismo, a los valores materiales, etc.
 
Es ante este cúmulo de crisis donde encuentra su explicación la calificación de crisis sistémica y civilizatoria, y no de mera, aunque grave, crisis económica del capitalismo que se superará al entenderla como circunstancial y cíclica propia del sistema. Y es por esto por lo que si no se toman medidas sistémicas, del mismo alcance que la crisis, ésta se prolongará generando nuevos periodos de recesión, y empobrecimiento general, por mucho que nos empiecen a prometer la próxima salida del túnel. Por todo ello, no tiene sentido plantearse esta salida de la crisis con leves cambios de rumbo, sin alterar las bases estructurales de la sociedad, la política y la economía.
 
Jesús González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe
Alainet

Empleo y formas de vida en el capitalismo contemporáneo

El capitalismo se nutre de empleo asalariado y declara su guerra sin cuartel a las formas de vida que no le están sometidas. Cualquier figura existencial que no esté sometida a las necesidades de valorización del capital es un espacio que debe ser conquistado. El capital nunca ha respetado la noción de formas de vida como un modo alternativo de existencia y desarrollo. Para el capitalismo, cualquier forma de vida no es más que un espacio de rentabilidad y debe ser primero conquistada y después sometida al proceso de valorización (o, si se prefiere, a un proceso de explotación).
 
Hace aproximadamente 30 años la economía mundial abandonó el esquema del Estado de bienestar y lo remplazó con el capitalismo de mercado libre. La historia de las fuerzas que motivaron esa transición es compleja, pero para 1984 la decisión ya había sido tomada y el viraje estratégico ya había comenzado. Los poderes establecidos justificaron esta transformación con una promesa de prosperidad y eso suponía dos cosas: una adecuada creación de empleos de buena calidad y una reducción sistemática de la desigualdad. Ninguno de estos objetivos ha sido alcanzado.

Hoy la economía mundial sufre una crisis de empleo y de formas de vida. El mercado laboral a escala mundial ofrece un panorama desolador y el desarrollo de formas de vida alternativas (por ejemplo, en la agricultura de pequeña escala) se encuentra sometido a un ataque despiadado. Basta observar lo que ha sucedido en el llamado mercado laboral mundial. La generación de empleos bien remunerados en las últimas tres décadas ha sido débil y se concentró en los más altos puestos directivos. En contraste, la mayor parte de los nuevos puestos de trabajo perciben bajos salarios y las clases medias han sido comprimidas. La incertidumbre que rodea a los empleos mal remunerados es un mal crónico.

A pesar del aumento en la productividad, las remuneraciones de la clase trabajadora se han mantenido estancadas. En muchos países, las remuneraciones que reciben los empleos de menor calificación se mantienen en los niveles que tenían en 1970. La participación de los salarios en el producto nacional se ha desplomado en todos los países y, por lo tanto, la desigualdad se ha intensificado.

La tesis de que las remuneraciones se mantienen deprimidas en los empleos de menor calificación porque las nuevas tecnologías conllevan un sesgo en contra de esa clase de empleos es falsa. En realidad, en la mayoría de las economías capitalistas los salarios dejaron de aumentar en la década de los años setenta, mucho antes de que se iniciara el proceso de cambio tecnológico que caracterizó los años noventa. Así que la verdadera explicación de este estancamiento en los salarios radica en una transformación radical de la estructura institucional del régimen de acumulación de capital a escala mundial. Es decir, el estancamiento salarial está más vinculado a la lucha de clases que a cualquier otro factor.

Los poderes establecidos impusieron a partir de la segunda mitad de los años setenta, el abandono de las metas de pleno empleo, tributación progresiva, y de servicios de salud y educación de buena calidad para la mayoría de la población. Esos objetivos fueron remplazados por la estabilidad de precios, el balance presupuestal y la idea de que el mercado sería capaz de proporcionar crecimiento económico y empleos suficientes para la población. El supuesto central de este nuevo paradigma económico era que sería necesario eliminar las fricciones que impiden el buen funcionamiento de los mercados. Esa fue la justificación de la guerra en contra de los sindicatos y de toda la cultura de las clases trabajadoras.

La ‘liberalización’ del mercado de trabajo estuvo basada en la idea de que las reducciones en los costos laborales serían acompañadas por más inversiones y mayor generación de empleo. Esa es la postura de la teoría económica del primer cuarto del siglo XX, antes de la Gran Depresión y antes de que Keynes escribiera su Teoría General. Esa teoría de hace cien años fue desempolvada para justificar el gran viraje: lo más importante es que ignora que la demanda agregada es el gran motor de la inversión y que con salarios deprimidos, lo único que podría mantener la demanda creciendo sería el crédito y el endeudamiento.

La llamada globalización (de corte neoliberal) es el resultado de colocar a las masas trabajadoras en un plano de competencia a escala mundial. La deslocalización de instalaciones industriales, la fragmentación de procesos productivos para crear maquiladoras y el castigo aplicado a los sindicatos en el plano institucional (y judicial) marcaron la evolución del mal llamado ‘mercado de trabajo’.

La contrapartida de todo este proceso de degradación del trabajo y de destrucción de formas de vida alternativas es la expansión y dominio del capital financiero. De ahora en adelante la lucha a muerte será entre estos dos polos, trabajo y capital financiero. Triunfará el que esté mejor organizado y tenga mejor capacidad analítica.

Alejandro Nadal
La Jornada
 

domingo, 16 de febrero de 2014

Ciudadanía política y democracia

Las luchas sociales reivindicando ciudadanía política mar- can la topografía del capitalismo. El ejercicio pleno de los derechos de huelga, sindical, asociación política y acceso a una educación de calidad, sanidad y vivienda dignas, han moldeado las estructuras de dominio y explotación del capitalismo desde sus orígenes.
 
Las libertades públicas, como son el derecho de asociación, reunión y expresión no siempre han podido practicarse. En muchas ocasiones son secuestradas y puestas en cuarentena bajo la escusa de servir a intereses oscuros que promueven la desestabilización y el caos sistémico. Cuando el capitalismo se ha sentido con fuerzas, no ha dudado en suprimir o restringir los derechos políticos que dan acceso a la participación de la sociedad. Siempre que ha podido deshacerse de ellos lo ha hecho sin remilgos ni mala conciencia. No olvidemos que el capitalismo pasa por ser la forma más elevada de explotación violenta de todo cuanto existe en el planeta, empezando por el ser humano.
Por consiguiente, aquello que produce cortocircuito y altera sus planes es combatido haciendo uso indiscriminado de la represión, y la fuerza. Bajo el eufemismo de actuar en nombre de la razón de Estado y la seguridad nacional, justifica la tortura y el asesinato político. A lo dicho deben sumarse los mecanismos ideológicos de control social utilizados en el proceso de socialización.
Una primera conclusión sugiere que no existe derecho político concedido de buen grado. Todos, ya sea en el campo de las relaciones sociolaborales o las libertades públicas, el derecho a huelga, el establecimiento de la jornada laboral de 40 horas semanales, el descanso dominical, las pensiones, la seguridad social universal, el voto femenino, el divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual, están precedidos de mártires, militantes detenidos, encarcelados, torturados y asesinados.
Para las clases dominantes no es plato de buen gusto compartir espacios hasta hace poco concebidos como su coto privado. Escuelas, universidades, teatros, hospitales, zonas de ocio y la moda, han perdido ese halo de exclusividad, enardeciendo a las élites que buscan una solución en la oligarquización del poder, la ostentación y el enriquecimiento obsceno.
Son las nuevas plutocracias que no dudan en profundizar las desigualdades sociales y dinamitan la ciudadanía política, apostando por sociedades duales como la fórmula para reestructurar el capitalismo en tiempos de crisis. El desmantelamiento de lo público viene de la mano de una elaborada política de abandono, recortes presupuestarios y deterioro de las instalaciones y bienes de uso colectivo. Edificios, carreteras, aeropuertos, hospitales, colegios, trasportes como el metro, autobuses urbanos, parques, ferrocarriles, etc., son abandonados hasta su total degradación, siendo posteriormente privatizados y vendidos por migajas a los capitales de inversión de riesgo, el capital financiero o las transnacionales. En la medida que ha podido soltar lastre, el capitalismo, ha tirado por la borda el conjunto de derechos políticos, sociales y económicos conquistado por las clases trabajadoras en los dos últimos siglos, y sobre los cuales asentaba su discurso de promover un orden social incluyente y democrático. Asistimos a una involución sin precedentes en la historia del capitalismo contemporáneo. Un proceso desmocratizador.
A partir de los años setenta del siglo pasado, las transnacionales se harán con el poder político cambiando las reglas de juego, alterando el equilibrio de poder entre orden político y orden económico, introduciendo reformas estruc- turales que dejan sin efecto el pacto social nacido tras la segunda Guerra Mundial, al menos en los países de capitalismo industrial avanzado. Los nuevos hacedores del capitalismo no dudan en imponer un orden mundial que borre del mapa todo obstáculo en su camino hacia el control del mundo. En otros términos ha decidido restringir el uso de la ciudadanía política, recortando al máximo los derechos sociales, económicos, culturales y políticos y renegando de la democracia como forma de vida y espacio vital donde se puede ejercer y realizar la ciudadanía.
Sin espacios para articular la ciudadanía política no es posible concebir la existencia de un ordenamiento democrático. Son dos términos entrelazados de manera orgánica. En la medida que los recortes, la represión y las desigualdades crecen, desaparecen las opciones de vivir en democracia, constatándose el divorcio entre capitalismo y democracia. El mejor ejemplo lo constituye la unidad productiva donde el capital realiza su plusvalor, la fábrica, donde impera la disciplina del capital y el reloj del fordismo y taylorismo marca los tiempos de trabajo y producción. En ella, los trabajadores están siendo sometidos a condiciones laborales cercanas a la esclavitud bajo el chantaje de un expediente regulador, disciplinario o ser despedido. El empresario se convierte en amo y señor, y la patronal puede impulsar las reformas laborales. O haces lo que quiero o te vas a la calle. Ese el discurso dominante. Y desde luego tal premisa poco o nada tiene que ver con un proyecto democrático, inclusivo y creador de ciudadanía.
Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

miércoles, 12 de febrero de 2014

Davos, Bruselas y Madrid: hablar de desigualdades para no hacer nada, prometer recuperación para seguir generando problemas


I

Ahora que los grandes gerifaltes del planeta se han puesto de acuerdo en asegurarnos que la crisis se ha acabado, descubren que se han generado unas desigualdades insoportables que pueden ser un problema. Si uno tiene buena fe puede llegar a pensar que, obsesionados como estaban por salvar bancos y rescatar países, no habían caído en la cuenta de que las desigualdades aumentaban. Pero para creerse esta historia hay que estar mal informado y carecer de memoria. El tema del ensanchamiento de las desigualdades es conocido desde hace años, como han puesto de manifiesto la mayoría de los críticos del neoliberalismo. Hace años que la mayor parte de los estudios serios vienen avisando de la creciente brecha distributiva entre los países y en el interior de los mismos. Sólo algún ultraliberal como Sala i Martín defendía que la globalización había permitido reducirlas, pero sus datos (criticados por muchos autores) sólo se sostenían a escala global incluyendo China. Ahora sabemos que en China las desigualdades han crecido ya al nivel estadounidense y acabamos de conocer algo que podía sospecharse, que las élites chinas, por más que se autodenominen “comunistas”, usan los mismos paraísos fiscales que los ricos occidentales para escaquear su riqueza.

Hay varias razones por las que los poderosos puedan preocuparse por esta extrema desigualdad. Por un lado, pueden temer que estas desigualdades extremas se traduzcan en una crisis de sobreproducción provocada por la falta de un volumen suficiente de personas con dinero para comprarla a precios rentables. Sería lo que podríamos llamar una “preocupación keynesiana” (o fordista): la necesidad de contar con un mercado lo bastante amplio exige pagar salarios de un nivel adecuado. Si esto fuera así, si lo que preocupa es la necesidad de generar una amplia capa de compradores, no se entiende cómo siguen gozando de tanto predicamento las políticas de austeridad, las reformas laborales que abaratan los salarios y que, en definitiva, ahondan las desigualdades. Por poner un ejemplo local, estos días circula por la red un Powerpoint elaborado por insignes investigadores de Fedea (promocionado por el BBVA) en el que se argumenta que los salarios en España deben bajar un 7% para que se cree empleo, y en el que se descartan de un plumazo los argumentos de corte keynesiano y poskeynesiano que apuntarían en otra dirección. Lo mismo aparece en la mayor parte de las recomendaciones que recibe nuestro gobierno de la UE, la OCDE o el FMI: “Hay que ahondar en las reformas”, o sea, seguir recortando el gasto y debilitando los derechos laborales. Puede que a alguno le preocupe realmente el peligro de la devaluación salarial persistente, pero de momento no parece que tenga fuerza suficiente para generar un giro radical en las políticas.

La segunda preocupación es más política: las desigualdades extremas abren muchos espacios para que se desarrolle una nueva oleada de cuestionamiento social del capitalismo, para que pueda reconstruirse una nueva izquierda portadora de un nuevo proyecto social poscapitalista. En un plano más concreto, es conocido que allí donde crecen las desigualdades se desarrollan otras patologías asociadas que generan problemas cotidianos a la vida social (y a los negocios). Seguramente sea éste el temor más grave a corto plazo, el de que se produzcan estallidos sociales locales o proliferen plagas como la violencia delictiva más o menos organizada. Pero una cosa es temer los efectos de la desigualdad y otra proponerse atajarla en serio. Más bien, de lo que se trata en los proyectos de las élites del poder es de generar una política que combine parches —del tipo al que ya nos estamos habituando, como potenciar organizaciones y campañas caritativas— con un discurso cultural que impida pensar en los cambios que habría que introducir para luchar realmente contra la desigualdad. La misma intervención de Oxfam Intermón en Davos es indicativa de ello: presenta un informe que evidencia el intolerable grado de desigualdad alcanzado a los principales causantes y beneficiarios de la misma. Parecería más lógico que quienes se preocupan seriamente por el tema dedicaran sus esfuerzos a organizar y apoyar a los movimientos sociales que realmente combaten el tema.

II

Tenemos bastantes evidencias de dónde se ha generado la desigualdad: en un cúmulo de cambios institucionales y organizativos que no pueden reducirse a una única cuestión. Reducir la creación de la desigualdad a un mero cambio en la estructura impositiva es minimizar la amplitud del problema y acotar el campo de la política a un espacio de acción demasiado reducido.

El punto de partida evidente es que, desde mediados de la década de 1970, se ha producido una caída brutal del peso de las rentas del trabajo en la mayoría de los países. Ha tenido lugar una agresiva recuperación del poder por parte del capital a costa de la mayor parte de la sociedad (y se ha producido en un período en que no ha dejado de aumentar el peso de los asalariados en el conjunto de la población y de disminuir el peso de los autónomos). La Organización Internacional del Trabajo ha identificado tres grandes variables que explican este desplazamiento a la baja de los salarios:

a) Financiarización de la economía. Una cuestión compleja en sí misma que incluye aspectos como el crecimiento del sector financiero en la composición del PIB, la creación de complejas redes financieras que proveen todo tipo de fórmulas de ganancia especulativa (y que favorecen la evasión fiscal) y, sobre todo, la orientación mucho más financiera de las grandes empresas. El resultado de todo ello ha sido convertir las rentas del capital en un objetivo rígido para las empresas y en forzarlas a garantizar una rentabilidad segura a sus accionistas y financiadores. Las rentas del trabajo, y la actividad laboral en su conjunto, se convierten en meros residuos que deben ajustarse a las variaciones de la actividad económica; de esto, y no de otra cosa, va la insistencia en la flexibilidad laboral.

b) Globalización, entendida como la apertura de las fronteras a los movimientos de mercancías y capitales sin, al mismo tiempo, fijar condiciones comunes en campos como los derechos laborales, los estándares de vida aceptables, las normas fiscales y medioambientales. Este modelo de globalización ha permitido al capital explotar todas las ventajas que promete un inmenso ejército industrial de reserva a escala planetaria, una enorme masa de personas necesitadas de medios económicos para subsistir. No es casualidad, además, que en muchos de los países hacia los que se han desplazado muchas actividades haya una falta total o parcial de derechos políticos y laborales. La proletarización sin fronteras no sólo ha permitido reducir costes salariales (a cambio de cerrar plantas en los “viejos” países industrializados), sino también mantener una amenaza persistente sobre el conjunto del mundo laboral, la de que la adaptación recurrente a las exigencias del capital es la única posibilidad de subsistir.

c) Desregulación laboral. De esto sabemos mucho en España, donde vivimos en una reforma laboral permanente, si bien somos un caso menos excepcional de lo que a veces pensamos. Es evidente que el conjunto de transformaciones que se han producido en este cambio —la normalización de las formas de contratación laboral “atípicas”, la reducción de los derechos que protegen el empleo y la estabilidad de las condiciones de trabajo, dinamitando la negociación colectiva (en algunos países acompañada de ataques directos a las organizaciones sindicales), el debilitamiento de los mecanismos de tutela laboral, etc.— han generado un importante aumento del poder empresarial y, en gran parte, la vuelta a un capitalismo sin contraparte.

Para tener un cuadro más completo, creo que hay que incluir otros procesos que han reforzado estas tendencias, tanto en el campo empresarial como en el de las políticas públicas.

En el campo empresarial se detectan dos cambios adicionales de especial relevancia. El primero afecta al modelo de organización empresarial e interactúa con los elementos indicados anteriormente: la configuración de las grandes estructuras empresariales (y de otras no tan grandes) como estructuras reticulares jerarquizadas. La mayor parte de las grandes y medianas empresas actúan mediante el recurso a un gran número de proveedores externalizados, que tienen un poder de negociación desigual con la central, lo que se traduce en una enorme desigualdad en salarios y condiciones de trabajo. Se trata de un cambio organizativo que ha requerido un aprendizaje empresarial, pero que, si tiene éxito, permite sacarles todo el partido posible a la globalización y a la desregulación laboral: producir allí donde las condiciones salariales son peores, cubrir servicios internos con empleados con pocos derechos, etc. El segundo cambio, más sutil, ha sido la introducción de nuevas pautas de retribución salarial, algo que explica especialmente las ganancias desaforadas de los altos segmentos directivos y de algunos técnicos de relumbrón, aunque la introducción de sistemas de incentivación personal ha alcanzado en muchos casos al conjunto de la plantilla y ha actuado como un importante mecanismo de bloqueo de la acción colectiva y de la propia conciencia social de las personas. (Sin estas fórmulas de retribución y presión individualizada, es imposible entender por qué tantos empleados de banca colaboraron con ardor en facilitar la burbuja inmobiliaria y en colocar todo tipo de activos financieros dudosos a su clientela.)

El papel de las políticas públicas ha sido más comentado y no merece tanta atención (lo que no le resta importancia): cambio en los sistemas impositivos, reformas estructurales, blindaje de los paraísos fiscales, externalización y privatizaciones, desarrollo de políticas favorecedoras de la especulación, recortes en políticas sociales y de transferencia de renta… Un conjunto de políticas favorecedoras de los derechos del capital en detrimento del conjunto de la sociedad.

Cuando uno analiza la historia de los muy ricos —pongamos por caso al señor Inditex (Amancio Ortega), nuestro triunfador local—, es fácil percibir que se han beneficiado claramente de muchos de estos cambios, sin los cuales no hubieran conseguido amasar una fortuna tan grande: producción en países de bajos salarios y bajos derechos, aprovechamiento de las leyes internas para conseguir una plantilla de bajo coste y elevada flexibilidad en su red comercial, trato fiscal benévolo (incluido el uso de paraísos fiscales, como la localización de sus ventas online en Irlanda), posibilidades de desviar su elevado excedente hacia la especulación inmobiliaria y bursátil, etc.

III

Si alguien estuviera seriamente preocupado por la desigualdad, debería empezar por promover cambios en los campos citados, revisar a fondo las políticas que se han desarrollado hasta ahora. Pero esto está completamente fuera de las propuestas que se debaten en Davos, Bruselas, Nueva York o Madrid.

Lejos quedan las buenas promesas del G8 en pro de regular seriamente los mercados financieros. Las pocas iniciativas que se tomaron se han ido erosionando y edulcorando por la presión del propio sector financiero. Un sector que se ha visto, además, alimentado por el enorme caudal de recursos monetarios puestos a su disposición por los grandes bancos centrales (Reserva Federal, Banco Central Europeo, Banco de Inglaterra, Banco del Japón), lo que está produciendo a la vez un nuevo florecimiento de los mercados financieros especulativos y de la facilidad con la que los gobiernos colocan su deuda pública: se ha financiado y salvado a los bancos para que aumenten su papel acreedor frente a los Estados, a los que estarán en condiciones de imponer nuevas demandas, entre ellas nuevas reformas fiscales favorables a sus intereses. Y es patente que la insistencia en el empleo a tiempo parcial y la profundización de las reformas laborales (un eufemismo para propugnar tanto la eliminación de la negociación colectiva como el despido libre barato) sigue siendo la gran apuesta de los organismos internacionales.

Ninguno de los mecanismos detectados como origen de la desigualdad extrema es considerado seriamente en el nuevo discurso oficial de la desigualdad. Se trata tan sólo de marear la perdiz, de ocupar el espacio del discurso para impedir que lo hagan otros. Diciendo que nos preocupa la desigualdad estamos afirmando que vamos a trabajar en reducirla. Y aquí el papel que pueden desempeñar algunas ONG (aunque sea de buena fe) es el de servir de coartada a esta operación de maquillaje; un maquillaje que es a lo único que de verdad aspiran las élites.

Como este gobierno español, que presenta como un éxito la reducción del desempleo cuando lo único que ha ocurrido es que ha disminuido la población activa porque una parte de los desempleados o han votado con los pies (han emigrado) o simplemente han desesperado de seguir buscando un empleo inexistente. De hecho, la tasa de desempleo (el porcentaje de los que buscan empleo y no lo encuentran) ha vuelto a crecer. Y en la ocupación ha habido una clara sustitución de empleos estables por otros temporales y a tiempo parcial. No sólo quieren esconder los problemas, sino que tratan de hacernos creer que el subempleo, cualquier actividad que reporte algunos ingresos por pequeños que sean, es un empleo real, una actividad que proporciona rentas suficientes para vivir en condiciones decentes.

Lo que de verdad se propone es más (o igual) desigualdad. Peor y no mejor empleo. El modelo económico de referencia no da para más.

IV

Reducir las desigualdades, el desempleo y la precariedad exige aplicar reformas y políticas que ataquen directamente a los intereses del gran capital. Significa atacar los fundamentos teóricos y prácticos de las políticas neoliberales. Pero para hacerlo no basta con cuestionar los fundamentos de la ofensiva capitalista. Se requiere también una propuesta de recomposición de las clases asalariadas.

El discurso neoliberal no sólo se ha centrado en imponer una política macroeconómica adecuada a los intereses del capital, sino que también ha jugado con desarrollar una visión del mundo legitimadora para consumo de masas. Mucha gente opina que el consumismo, con razón, ha constituido el núcleo de esta legitimación. Pero en lo que atañe a las desigualdades, considero que hay otras cuestiones más relevantes. Al fin y al cabo, el consumismo tiene un cierto mensaje igualitario: el de que todo el mundo puede acceder a un bienestar material ilimitado. Lo que justifica más la desigualdad es la idealización del mérito individual, de la productividad, construido en buena medida por la teoría del capital humano y sustentado en pilares como el sistema educativo, el deporte-espectáculo y los mass media.

Gran parte de los asalariados de alto nivel educativo han sido seducidos por la cultura y las prácticas de la carrera individual, por aceptar reglas de juego que, por un lado, individualizan su relación laboral con la empresa y, por otro, los integra en un juego competitivo que convierte la progresión en un mero producto del mérito individual y el fracaso, en un demérito. Un modelo de vida y trabajo que permite legitimar los hiperincentivos (más bien prebendas) que se adjudican los vencedores y que al mismo tiempo legitima la degradación salarial y social de la gente sin estudios que realiza trabajos manuales. “Excelencia”, “capital humano”, “productividad individual” o “competencias” forman parte del arsenal de términos que sirven para justificar desigualdades y generar estigmas. Retomar la senda de la igualdad, ganar densidad social en la lucha contra las políticas neoliberales, pasa también por cuestionar el referente cultural sobre el que mucha gente elabora su proyecto de vida y su referencia social, y reemplazarlo por otro más cooperativo, inclusivo y participativo. Un campo en el que deberían tener un papel esencial tanto desvelar la relevancia social de muchas actividades laborales (en el mundo del mercado o en la familia) realizadas por la gente sin “cualificaciones” como poner en cuestión el valor social de muchas otras altamente consideradas pero de un valor social más que discutible. Un modelo que diera realce al papel de las estructuras colectivas frente a la pseudohistoria de llaneros solitarios para justificar el éxito de los superricos. Una labor a la vez política, cultural y reivindicativa.

V

A escala internacional, las reglas del juego y la estructura de poderes condenan a muchos países a la persistencia del desastre. Éste ha sido el sino, especialmente, de África, gran parte de Asia y Latinoamérica. Con las políticas actuales, el este y el sur de Europa están condenados a experimentar la misma dinámica de la desigualdad y el marasmo. Luchar contra la desigualdad pasa también por cambiar las reglas de juego internacionales y ofrecer un modelo de vida aceptable para todo el planeta. La solución hoy por hoy no parece que pase por pequeñas reformas acordadas en Davos, Bruselas o Madrid (ni por lo que cabría esperar de un gobierno catalán bajo la hegemonía de CiU y sus socios; la cuestión nacional tiene poco que ver en todo esto), sino por desarrollar procesos sociales que reduzcan sustancialmente el poder de estas élites económicas, políticas, intelectuales y mediáticas.


Albert Recio Andreu

Alberto Recio Andreu
Mientras Tanto

Albert Recio Andreu