La izquierda social del Estado español demanda desde hace
meses –en ocasiones a gritos– un vector capaz de remover la situación
actual y desencadenar un proceso de refundación de la izquierda.
Durante los últimos meses las oligarquías económicas
y políticas se esfuerzan por trasladar insistentemente una idea a la
opinión pública: lo peor ya pasó. Así, la crisis económica ya habría
tocado fondo y la crisis política –condensada en el hundimiento del
bipartidismo– estaría comenzando a superarse.
La
realidad sin embargo es tozuda. Mientras persistan el elevadísimo
desempleo, los recortes salariales, la emigración de nuestros jóvenes y
la pérdida de derechos, la inmensa mayoría de la ciudadanía seguirá
viviendo en crisis. Mientras perdure “la vieja política”, el actual
régimen de representación permanecerá impugnado. De hecho, las últimas encuestas
siguen reflejando una enorme indignación popular: según datos de
intención directa de voto, únicamente el 12,5% de los encuestados
votaría al PP, el 12,9% al PSOE y el 9,9% a IU. Lo verdaderamente
relevante es que el 19,4% se abstendría y el 20,8% aún no lo ha decidido
o no lo sabe. Es más, la fidelidad de voto (factor por el que se
pondera, entre otros, la intención directa de voto para ofrecer las
estimaciones del resultado electoral que habitualmente vemos en las
encuestas), arroja un hundimiento duradero y estructural: ha pasado del 70-80% para los votantes de PP y PSOE entre 2000-2009, a oscilar actualmente en torno al 45% en ambos casos.
En definitiva, la situación política sigue siendo completamente
excepcional. Los electores tradicionales del bipartidismo y,
particularmente, los electores de izquierdas, han dado la espalda a los
partidos mayoritarios para, en buena medida, pasar a integrar ese 40% de
población que carece de referente político en este momento. Las razones
son de sobra conocidas: PSOE y PP han gobernado al servicio de los
intereses de las oligarquías económicas y financieras, incumpliendo sus
programas electorales, socializando los costes de la crisis e imponiendo
con ello un sufrimiento generalizado. Y lo han hecho además en un
contexto atravesado por numerosos y gravísimos casos de corrupción.
Una primera respuesta a esta crisis política ha venido de la mano de la
movilización ciudadana contra los recortes sociales y la pérdida de
derechos. El autismo social de los gobiernos de Zapatero y Rajoy ha
evidenciado la necesidad de ir más allá de la protesta, generalizándose
en los distintos movimientos la convicción de que sólo una alternativa
política –un frente amplio, unitario y plural contra las medidas
neoliberales– podrá desatascar la situación actual. Se ha extendido de
este modo entre diversos sectores sociales el convencimiento de que la
superación de la crisis pasa por la construcción de un nuevo referente
político que refleje la indignación popular, catalice las aspiraciones
de ruptura democrática y dispute la mayoría social.
Izquierda Unida, por su programa político y por su imbricación en las
luchas sociales, estaba (y está) llamada a jugar un papel central en la
articulación de dicha alternativa (que, desde luego, excede su
perímetro). Sin embargo, el tiempo transcurre sin que veamos movimientos
relevantes en el seno de la coalición. El paulatino ascenso en las
encuestas electorales ha proporcionado a los dirigentes de IU una
innegable comodidad, permitiéndoles confiar en que la supuesta pasokización
del PSOE haría el trabajo por sí solo. No obstante, dicho ascenso,
además de resultar limitado para disputar la mayoría social, comienza a
frenarse. Es más, la posibilidad de reeditar en las futuras elecciones
generales el acuerdo de gobierno actualmente vigente en Andalucía con el
PSOE –en esta ocasión a escala estatal–, parece constituir la apuesta
velada de parte de estos dirigentes.
Ahora bien, la
política, como la naturaleza, tiende a ocupar los espacios vacíos. La
izquierda social del Estado español demanda desde hace meses –en
ocasiones a gritos– un vector capaz de remover la situación actual y
desencadenar un proceso de refundación de la izquierda. Si la dirección
de IU ha decidido dejar pasar ese tren, será necesario (e inevitable)
que otras iniciativas lo intenten.
En este sentido,
Podemos –la iniciativa política nucleada en torno a la figura del
profesor Pablo Iglesias–, puede jugar un papel interesante. Su
nacimiento no deja de ser contradictorio, desde luego. Este proyecto
pretende encauzar la ola de indignación social que nació con el 15M,
aunque eso no le ha impedido quebrantar uno de los principios
fundacionales de dicho movimiento: el rechazo a los liderazgos
individuales así como a las decisiones “ cocinadas” a espaldas de quienes tienen que ser los "representados".
A pesar de ello, entendemos que una iniciativa como esta no debe ser
juzgada tanto por sus orígenes como por la dinámica que sea capaz de
desplegar en un momento dado. Si la autodesignación de Pablo Iglesias
como candidato a las elecciones europeas permite poner su resonancia
mediática y su liderazgo social al servicio de un proyecto de cambio
democrático, bienvenido sea. Al menos tres elementos permitirán decir,
pasadas las elecciones europeas, que la iniciativa resultó útil para el
proceso de refundación de la izquierda y para la conformación de un
frente amplio contra las políticas neoliberales.
En
primer lugar, si esta iniciativa logra situar en el debate político
general propuestas relativamente relegadas –como la impugnación a las
políticas de la Troika, la dación en pago retroactiva para evitar los
desahucios, el cuestionamiento del pago de la deuda, la reforma fiscal
progresiva, la reconversión ecológica del modelo productivo, o la
necesidad de derogar las últimas reformas laborales para facilitar el
crecimiento de los salarios– habremos dado un importante paso adelante.
En segundo lugar, Podemos –recordemos, un "movimiento de ficha" por
arriba– debiera ser capaz de desencadenar un proceso de organización
política por abajo (con la constitución de comités de apoyo, o
colectivos similares). El 15M puso de manifiesto un cambio radical en la
forma de concebir la acción política: no habrá identificación con un
proyecto colectivo en ausencia de participación activa y democrática de
la gente que debe conformar dicho proyecto.
Por
último, en tercer lugar, Podemos debiera ser una iniciativa que
contribuya a sacudir las posiciones que hasta ahora han mantenido otros
actores políticos de la izquierda. Aunque su nacimiento no se presenta
"en competencia" con IU –sus promotores señalan que el objetivo es
movilizar a quienes, situados en la abstención o en la indefinición,
carecen de un referente electoral en este momento–, su desarrollo
debiera cuestionar la orientación estratégica de la coalición. En
concreto, la iniciativa Podemos podría servir de punto de apoyo para que
se refuercen aquellas posiciones
que, dentro de IU, plantean la necesidad de avanzar hacia un verdadero
proceso de refundación de la izquierda que permita articular una "Syriza
española" y terminar con la subalternidad respecto al PSOE.
Estos tres elementos –programa, método y alianzas– son tan viejos como
la "vieja política" con la que los promotores de Podemos pretenden
acabar. Pero desconocerlos, o ignorarlos, conllevará desilusiones que
pesarán sobre las fuerzas sociales, sindicales y políticas que luchan
por recuperar y ampliar los derechos perdidos. Del mismo modo, este
trinomio resulta plano –y en ocasiones mortecino– si no rompe con la
mera aritmética de la estrategia partidaria convencional y desencadena
el intangible político más valioso: la ilusión. En cualquier caso, será
necesario que la capacidad de emocionar se ponga al servicio de un
proyecto común (y no del ensimismamiento personal), y que además se
supedite a las decisiones colectivas de quienes finalmente integren la
iniciativa de Podemos. Son muchas las manos y los corazones que deben
contribuir al éxito de un proyecto como este y, aún más, las que deben
sumarse para la necesaria refundación de la izquierda.
Nacho Älvarez
El Diario.es