A veces el activismo parece un montón de ruido y furia sin significado.
Todos los activistas han oído a alguien decir: “Nada va a cambiar. Las cosas son como son y van a seguir siendo así. Todas vuestras quejas y vuestro ruido no van a conseguir cambiar nada”.
Pero imaginemos cómo sería el mundo sin activistas.
Si no hubiera habido activismo por la liberación de la mujer en las últimas décadas, las mujeres estarían encerradas en casa cuidando de los niños o tendrían un margen estrechísimo de posibilidades de trabajo. No habría guarderías, aún sería legal que un hombre le pegara a su mujer y los abortos serían ilegales bajo cualquier circunstancia.
La homosexualidad sería ilegal, sin los movimientos por los derechos de los homosexuales de las últimas décadas.
Sin los activistas del medio ambiente de los últimos cuarenta años, no habría una legislación sobre la calidad del aire o el agua, no habría ninguna prohibición de pesticidas peligrosos, ninguna ley sobre la conservación de especies, ningún límite a métodos de pesca, ninguna restricción en las talas, muchos menos parques, muchas más centrales nucleares, muchas más centrales térmicas a base de carbón, muchos más embalses, motores de coche, frigoríficos y lavadoras menos eficientes y un agujero aún mayor en la capa de ozono.
Sin la lucha a nivel mundial desde los años cincuenta a los noventa para acabar con el apartheid y, en especial, sin el valeroso activismo de los propios sudafricanos, la minoría blanca seguiría en el poder.
Si no hubiera habido activistas por los derechos civiles desde los años veinte hasta nuestros días, aún habría segregación en los Estados Unidos, los asiáticos no podrían votar en Canadá u otros estados blancos coloniales y la población nativa de toda América y de otros continentes no tendría los más mínimos derechos como ciudadanos.
Sin los activistas contra la guerra en los sesenta y setenta, Vietnam no se habría unido.
Sin las manifestaciones en todo el mundo a favor de Solidarnosc en Polonia, el Socialismo con Cara Humana en Checoslovaquia y el Alzamiento Húngaro, hubiera sido mucho más fácil para las tropas rusas permanecer en Europa del Este.
Sin los millones de activistas anticoloniales de los años veinte y los años setenta, África, el Caribe y la mayor parte de Asia aún “pertenecerían” a potencia europeas.
Sin las sufragistas desde finales del XIX hasta bien entrados en este siglo, las mujeres no podrían votar.
Sin los millones de sindicalistas de todo el mundo de los últimos 150 años, no habría límites en la jornada laboral, los niños de todas partes seguirían trabajando en lugar de ir al colegio, no habría pensiones, públicas ni privadas, no habría subsidio de desempleo, ni de incapacidad, ni legislación sobre salud y seguridad, ni indemnizaciones, ni salario mínimo, ni pagas extra, ni vacaciones pagadas, ni el mismo salario por el mismo trabajo, ni tramitación de quejas, ni horas extra, salarios mucho peores y derechos ilimitados para los jefes.
Sin los activistas laborales que trabajaron con los millones de activistas sociales de los últimos 150 años, no habría derecho a voto salvo para unos pocos hombres blancos privilegiados, no habría enseñanza pública, ni universidades públicas, ni legislación sobre jubilaciones o seguridad social, ni derecho a sindicarse, ni sistemas públicos de sanidad, sistemas de alcantarillado y agua potable mucho peores, ni impuesto sobre la renta para graduados, ni impuesto sobre la renta o programas sociales de ningún tipo.
Sin los activistas antiesclavitud del siglo XIX aún habría millones de personas que serían vendidos y comprados, y llevados entonces contra su voluntad a lugares lejanos del mundo donde serían explotados hasta morir.
Uno de los mejores ejemplos de lo que activistas estudiantiles organizados y con dedicación pueden lograr es el movimiento por la Libertad de Expresión de Berkeley (Free Speech Movement, FSM, N. del T.). En 1934, el rector de la universidad de California en Berkeley prohibió toda la actividad política y religiosa en el campus. Los estudiantes intentaron saltarse la prohibición en numerosas ocasiones a lo largo de los años, pero no se materializó ninguna campaña organizada hasta 1964, cuando la administración de la universidad declaró fuera de los límites para actividades políticas una extensión de la Telegraph Avenue, la franja de Bancroft, justo fuera de la entrada principal al campus de Berkeley. El área se había visto asociada con manifestaciones contra negocios de Berkeley y Oakland que practicaban discriminación. Los conservadores regentes de la universidad presionaron a Berkeley para que cerrara este lugar de reclutamiento para activistas y restringiera la agitación estudiantil en las áreas adyacentes.
La controversia sobre la libertad de expresión explotó desde la semana de matriculaciones en septiembre hasta el 10 de diciembre de 1964. Una alianza de grupos estudiantiles que incluía grupos socialistas, organizaciones religiosas, grupos a favor de los derechos civiles, las juventudes republicanas y las demócratas se unió. Según contó un estudiante “Los cambios originales en las reglas que deseaban los estudiantes se dividían en cuatro categorías. Estaban en contra de la prohibición por parte de la universidad de la recaudación de fondos y venta de literatura… la prohibición de reclutar miembros en el campus y mantener reuniones… Pidieron a la universidad que rescindiera las reglas que ‘hostigaban’ el flujo de ideas: la regla que requería una notificación con 72 horas de antelación si algún conferenciante de fuera del campus venía a hablar, la regla que requería un profesor titular que moderara todos las reuniones políticas y ‘controvertidas’, y la práctica de cobrar a los grupos por protección policial si la universidad decidía que quería policía en la reunión… Los estudiantes tomaron la prohibición de ‘vindicar’ como una violación directa de sus garantías constitucionales de libertad de expresión. Se opusieron a cualquier restricción a la vindicación, pero los detalles de la posición estudiantil tomaron formas diferentes según la administración cambiaba de posición”. (www.fsm-a.org) Tras la suspensión de ocho prominentes activistas, los estudiantes añadieron una demanda para que los poderes policiales y judiciales de la universidad fueran separados de modo que en lugar de que el rector tuviera control sobre cuestiones disciplinarias, el profesorado adquiriera jurisdicción en las disputas que surgieran sobre las reglas en la actividad política.
Después de que unas 800 personas fueran arrestadas en una sentada pacífica, las cosas llegaron al punto de que el viernes 4 de diciembre, 8000 estudiantes asistieron a una concentración vespertina del Movimiento por la Libertad de Expresión. “Entre un 60% y un 70% del cuerpo estudiantil [más de 27000 personas] secundó una huelga el 3 y 4 de diciembre” y la mayoría de los profesores asociados e incluso los titulares la apoyaron. El 8 de diciembre el senado académico voto 824-115 a favor de las demandas fundamentales del FSM y en enero, los rectores habían accedido más o menos a las demandas de los estudiantes.
Es interesante aprender que los estudiantes, allá por los sesenta luchaban algunas de las mismas batallas que nos encontramos en la Universidad Concordia en Montreal en el siglo XXI. La administración de la universidad a menudo añade arbitrariamente servicios de seguridad extra, en especial en eventos de Solidaridad con los Derechos Humanos Palestinos y la Asociación de Estudiantes Musulmanes, y le cobra los prohibitivos costes a los grupos estudiantiles. Los departamentos de reserva de salas y seguridad retrasan con regularidad la autorización de eventos políticos. Fue el equivalente a los regentes en Concordia, la Junta de Gobernadores, la que prohibió las actividades estudiantiles, políticas o de otro tipo, en la mayoría del terreno de la universidad como consecuencia de las protestas que impidieron que el antiguo Primer Ministro Israelí Benjamín Netanyahu hablara en el campus. Y la batalla por mantener la división de los poderes judicial y policial, para evitar que el Rector de Concordia sea juez, jurado y ejecutor, continúa. Parece que no importa en qué lugar del mundo los estudiantes actuemos, en especial cuando tenemos éxito, nos enfrentamos a batallas similares que limitan nuestra habilidad de expresarnos con libertad y organizarnos nosotros mismos.
Los estudiantes también jugaron un papel primordial en el movimiento por los Derechos Civiles en EEUU en los cincuenta y sesenta. En 1968 los estudiantes de Francia se unieron con los sindicatos y otras organizaciones y llevaron a millones de personas a la calle para pedir con éxito un gran cambio social. Ese mismo año, los estudiantes checos y otros se enfrentaron a los tanques en lo que pareció en su momento una gran derrota para la democracia pero en retrospectiva fue un evento crítico que llevó finalmente al desmantelamiento del Imperio Ruso en Europa del Este. Los estudiantes también jugaron un papel clave pidiendo la democracia en América Latina, Birmania, Corea, China, Paquistán y en toda África.
Éste no es, de ninguna manera, un listado completo, pero el mensaje está claro. El activismo funciona. Sin gente que quiera dedicarle tiempo y esfuerzo, incluso arriesgando a veces sus vidas para enfrentarse al sistema, el mundo sería un sitio mucho peor para la gran mayoría de la humanidad. En cualquier época, desde los comienzos del pensamiento humano, alguien (normalmente los ricos y los más poderosos) ha afirmado que el modo en el que estaban las cosas era lo mejor que la civilización podría ofrecer jamás. Otra gente soñaba con mejorar el mundo y con hacer las cosas de otra manera. Los dos lados siempre han chocado y de esa confrontación ha venido el cambio y el progreso.
A través de los tiempos el activismo ha requerido personas deseosas de soñar, discutir y actuar. Los que lo han hecho han dado mucho a la humanidad. Para mí, activismo es lo menos que podemos hacer por nuestro futuro.
Todos los activistas han oído a alguien decir: “Nada va a cambiar. Las cosas son como son y van a seguir siendo así. Todas vuestras quejas y vuestro ruido no van a conseguir cambiar nada”.
Pero imaginemos cómo sería el mundo sin activistas.
Si no hubiera habido activismo por la liberación de la mujer en las últimas décadas, las mujeres estarían encerradas en casa cuidando de los niños o tendrían un margen estrechísimo de posibilidades de trabajo. No habría guarderías, aún sería legal que un hombre le pegara a su mujer y los abortos serían ilegales bajo cualquier circunstancia.
La homosexualidad sería ilegal, sin los movimientos por los derechos de los homosexuales de las últimas décadas.
Sin los activistas del medio ambiente de los últimos cuarenta años, no habría una legislación sobre la calidad del aire o el agua, no habría ninguna prohibición de pesticidas peligrosos, ninguna ley sobre la conservación de especies, ningún límite a métodos de pesca, ninguna restricción en las talas, muchos menos parques, muchas más centrales nucleares, muchas más centrales térmicas a base de carbón, muchos más embalses, motores de coche, frigoríficos y lavadoras menos eficientes y un agujero aún mayor en la capa de ozono.
Sin la lucha a nivel mundial desde los años cincuenta a los noventa para acabar con el apartheid y, en especial, sin el valeroso activismo de los propios sudafricanos, la minoría blanca seguiría en el poder.
Si no hubiera habido activistas por los derechos civiles desde los años veinte hasta nuestros días, aún habría segregación en los Estados Unidos, los asiáticos no podrían votar en Canadá u otros estados blancos coloniales y la población nativa de toda América y de otros continentes no tendría los más mínimos derechos como ciudadanos.
Sin los activistas contra la guerra en los sesenta y setenta, Vietnam no se habría unido.
Sin las manifestaciones en todo el mundo a favor de Solidarnosc en Polonia, el Socialismo con Cara Humana en Checoslovaquia y el Alzamiento Húngaro, hubiera sido mucho más fácil para las tropas rusas permanecer en Europa del Este.
Sin los millones de activistas anticoloniales de los años veinte y los años setenta, África, el Caribe y la mayor parte de Asia aún “pertenecerían” a potencia europeas.
Sin las sufragistas desde finales del XIX hasta bien entrados en este siglo, las mujeres no podrían votar.
Sin los millones de sindicalistas de todo el mundo de los últimos 150 años, no habría límites en la jornada laboral, los niños de todas partes seguirían trabajando en lugar de ir al colegio, no habría pensiones, públicas ni privadas, no habría subsidio de desempleo, ni de incapacidad, ni legislación sobre salud y seguridad, ni indemnizaciones, ni salario mínimo, ni pagas extra, ni vacaciones pagadas, ni el mismo salario por el mismo trabajo, ni tramitación de quejas, ni horas extra, salarios mucho peores y derechos ilimitados para los jefes.
Sin los activistas laborales que trabajaron con los millones de activistas sociales de los últimos 150 años, no habría derecho a voto salvo para unos pocos hombres blancos privilegiados, no habría enseñanza pública, ni universidades públicas, ni legislación sobre jubilaciones o seguridad social, ni derecho a sindicarse, ni sistemas públicos de sanidad, sistemas de alcantarillado y agua potable mucho peores, ni impuesto sobre la renta para graduados, ni impuesto sobre la renta o programas sociales de ningún tipo.
Sin los activistas antiesclavitud del siglo XIX aún habría millones de personas que serían vendidos y comprados, y llevados entonces contra su voluntad a lugares lejanos del mundo donde serían explotados hasta morir.
Uno de los mejores ejemplos de lo que activistas estudiantiles organizados y con dedicación pueden lograr es el movimiento por la Libertad de Expresión de Berkeley (Free Speech Movement, FSM, N. del T.). En 1934, el rector de la universidad de California en Berkeley prohibió toda la actividad política y religiosa en el campus. Los estudiantes intentaron saltarse la prohibición en numerosas ocasiones a lo largo de los años, pero no se materializó ninguna campaña organizada hasta 1964, cuando la administración de la universidad declaró fuera de los límites para actividades políticas una extensión de la Telegraph Avenue, la franja de Bancroft, justo fuera de la entrada principal al campus de Berkeley. El área se había visto asociada con manifestaciones contra negocios de Berkeley y Oakland que practicaban discriminación. Los conservadores regentes de la universidad presionaron a Berkeley para que cerrara este lugar de reclutamiento para activistas y restringiera la agitación estudiantil en las áreas adyacentes.
La controversia sobre la libertad de expresión explotó desde la semana de matriculaciones en septiembre hasta el 10 de diciembre de 1964. Una alianza de grupos estudiantiles que incluía grupos socialistas, organizaciones religiosas, grupos a favor de los derechos civiles, las juventudes republicanas y las demócratas se unió. Según contó un estudiante “Los cambios originales en las reglas que deseaban los estudiantes se dividían en cuatro categorías. Estaban en contra de la prohibición por parte de la universidad de la recaudación de fondos y venta de literatura… la prohibición de reclutar miembros en el campus y mantener reuniones… Pidieron a la universidad que rescindiera las reglas que ‘hostigaban’ el flujo de ideas: la regla que requería una notificación con 72 horas de antelación si algún conferenciante de fuera del campus venía a hablar, la regla que requería un profesor titular que moderara todos las reuniones políticas y ‘controvertidas’, y la práctica de cobrar a los grupos por protección policial si la universidad decidía que quería policía en la reunión… Los estudiantes tomaron la prohibición de ‘vindicar’ como una violación directa de sus garantías constitucionales de libertad de expresión. Se opusieron a cualquier restricción a la vindicación, pero los detalles de la posición estudiantil tomaron formas diferentes según la administración cambiaba de posición”. (www.fsm-a.org) Tras la suspensión de ocho prominentes activistas, los estudiantes añadieron una demanda para que los poderes policiales y judiciales de la universidad fueran separados de modo que en lugar de que el rector tuviera control sobre cuestiones disciplinarias, el profesorado adquiriera jurisdicción en las disputas que surgieran sobre las reglas en la actividad política.
Después de que unas 800 personas fueran arrestadas en una sentada pacífica, las cosas llegaron al punto de que el viernes 4 de diciembre, 8000 estudiantes asistieron a una concentración vespertina del Movimiento por la Libertad de Expresión. “Entre un 60% y un 70% del cuerpo estudiantil [más de 27000 personas] secundó una huelga el 3 y 4 de diciembre” y la mayoría de los profesores asociados e incluso los titulares la apoyaron. El 8 de diciembre el senado académico voto 824-115 a favor de las demandas fundamentales del FSM y en enero, los rectores habían accedido más o menos a las demandas de los estudiantes.
Es interesante aprender que los estudiantes, allá por los sesenta luchaban algunas de las mismas batallas que nos encontramos en la Universidad Concordia en Montreal en el siglo XXI. La administración de la universidad a menudo añade arbitrariamente servicios de seguridad extra, en especial en eventos de Solidaridad con los Derechos Humanos Palestinos y la Asociación de Estudiantes Musulmanes, y le cobra los prohibitivos costes a los grupos estudiantiles. Los departamentos de reserva de salas y seguridad retrasan con regularidad la autorización de eventos políticos. Fue el equivalente a los regentes en Concordia, la Junta de Gobernadores, la que prohibió las actividades estudiantiles, políticas o de otro tipo, en la mayoría del terreno de la universidad como consecuencia de las protestas que impidieron que el antiguo Primer Ministro Israelí Benjamín Netanyahu hablara en el campus. Y la batalla por mantener la división de los poderes judicial y policial, para evitar que el Rector de Concordia sea juez, jurado y ejecutor, continúa. Parece que no importa en qué lugar del mundo los estudiantes actuemos, en especial cuando tenemos éxito, nos enfrentamos a batallas similares que limitan nuestra habilidad de expresarnos con libertad y organizarnos nosotros mismos.
Los estudiantes también jugaron un papel primordial en el movimiento por los Derechos Civiles en EEUU en los cincuenta y sesenta. En 1968 los estudiantes de Francia se unieron con los sindicatos y otras organizaciones y llevaron a millones de personas a la calle para pedir con éxito un gran cambio social. Ese mismo año, los estudiantes checos y otros se enfrentaron a los tanques en lo que pareció en su momento una gran derrota para la democracia pero en retrospectiva fue un evento crítico que llevó finalmente al desmantelamiento del Imperio Ruso en Europa del Este. Los estudiantes también jugaron un papel clave pidiendo la democracia en América Latina, Birmania, Corea, China, Paquistán y en toda África.
Éste no es, de ninguna manera, un listado completo, pero el mensaje está claro. El activismo funciona. Sin gente que quiera dedicarle tiempo y esfuerzo, incluso arriesgando a veces sus vidas para enfrentarse al sistema, el mundo sería un sitio mucho peor para la gran mayoría de la humanidad. En cualquier época, desde los comienzos del pensamiento humano, alguien (normalmente los ricos y los más poderosos) ha afirmado que el modo en el que estaban las cosas era lo mejor que la civilización podría ofrecer jamás. Otra gente soñaba con mejorar el mundo y con hacer las cosas de otra manera. Los dos lados siempre han chocado y de esa confrontación ha venido el cambio y el progreso.
A través de los tiempos el activismo ha requerido personas deseosas de soñar, discutir y actuar. Los que lo han hecho han dado mucho a la humanidad. Para mí, activismo es lo menos que podemos hacer por nuestro futuro.
Yves Engler
Lo escrito arriba es un extracto editado de Playing Left Wing-From Rink Rat to Student Radical publicado por Fernwood Publishers. Está disponible en EEUU a través del Independent Publishers Group y online en www.clamormagazine.com. En Canadá está disponible en www.turning.ca.
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