«Donde crece el peligro también crece lo que nos salva de él»
(Holderlin).
La lista de países en los que florecen movimientos susceptibles de
declararse más o menos abiertamente indignados se volverá interminable.
Pronto será más sencillo contar los países totalmente ajenos a este
fenómeno, el cual no se puede meter en el saco de los acontecimientos
pasajeros o puramente circunstanciales. En una audaz reducción, esos
movimientos de formas sinuosas y con discursos diversos se han
relacionado con la publicación de la estimulante obra de Stéphane
Hessel. ¡Indignaos!, nos
ordena desde lo alto de su lucidez intacta que tantos individuos
parecen haber perdido en nuestras democracias formales. Sin embargo la
lucidez también exige que reconozcamos que la mayoría de esos
movimientos podrían haber eclosionado sin la orden de nuestro vigilante
compatriota. Le haríamos un honor que en ningún momento reivindica
atribuyéndole una paternidad abusiva. Antes embajador de profesión, en
su vejez Hessel se ha convertido en un embajador simbólico de numerosas
luchas contra los abusos y la creciente injusticia alimentada por la
globalización capitalista. Es obvio que el panorama de la indignación
sobrepasa ampliamente el simpático padrinazgo de alguien que no puede
resignarse al sacrificio, tan frecuente, de la dignidad humana en el
altar de la ganancia voraz.
Una idea generalizada que quieren asfixiar
Los
indignados no se limitan a prolongar la larga historia de la protesta
contra el orden establecido por los amos de la economía dominante y sus
secuaces. Al contrario, marcan una ruptura histórica en el sentido de
que inscriben sus movimientos en un contexto nuevo, el del anunciado
hundimiento del capitalismo y de los intentos de salvarlo, cada vez más
violentos, que claramente tratan de preservar el principal resorte del
capitalismo, la generación del beneficio máximo mediante la contratación
del coste directo mínimo, y que la economía, ahora global, destruye el
tejido social a la vez que daña gravemente los ecosistemas y agota los
recursos más escasos.
Otro aspecto novedoso de la reivindicación
del cambio se encuentra precisamente en el hecho de que en la actualidad
el capitalismo es planetario, una configuración creada por la voluntad y
la actuación de poderosos protagonistas económicos –las
multinacionales- y por instancias políticas no elegidas democráticamente
–FMI, OMC, BCE, Comisión Europea- en estrecha colusión unos con otros.
Aunque los movimientos de los indignados no están unificados –y
probablemente nunca lo estarán- en todas partes constatan la misma
terrible morbosidad de la economía general depredadora y reivindican la
instauración de una economía de la restitución. En este último sentido
-¡el de la nobleza!- deberían poner en marcha una vanguardia ofensiva
contra la resistencia defensiva de un sistema condenado por su lógica
suicida. En espera de la «ampliación del ámbito de la lucha», lo
esencial no reside en el número de combatientes, sino en la calidad de
sus intervenciones.
La extensión de la indignación se subestima
En
esta época de la información mercantilizada y la comunicación invasora,
los movimientos de los indignados al menos tienen un mínimo derecho a
la visibilidad. Es obvio que los medios de comunicación del «gran
público», cada vez más sometidos a las lógicas mercantiles y
financieras, no tienden a interesarse por movimientos ciudadanos que se
movilizan por intereses generales y piden cuentas a los malos
gobernantes. Así, ridiculizaron la declaración de los indignados
españoles de que no querían el poder y exigían finalmente que los
representantes del pueblo actúen por el interés general. Esto es
cualquier cosa menos ridículo. Incluso es fundamental. Los indignados no
tienen ningún interés en crear otro partido político con unos pocos
representantes en un sistema sin cambios esenciales. Como dijeron: ¡Hay
que pensar en el cambio y no cambiar de pensamiento! La necesidad del
cambio es un asunto muy serio para dejarlo únicamente en manos de los
partidos políticos. Toda la sociedad civil debe tomar parte.
Cuando
los medios de comunicación dominantes sólo ven la política a través de
las declaraciones tranquilizadoras de los representantes del pueblo,
despreciado en sus aspiraciones profundas cuidadosamente ocultadas bajo
los sondeos de opinión, llegan incluso a no comprender la realidad
social ni a precisar los retos fundamentales de una construcción
inteligente del mundo. Tanto es así que en el caso de la «crisis griega»
muchos periodistas creen que la mayoría de los griegos confía en que
sus dirigentes actuales sacarán al país del abismo en el que le
hundieron sus predecesores. Sin embargo, ahí abajo, hierve la
indignación desde hace meses para quien quiera observarla fuera de los
canales habituales de la protesta controlada.
¿Revoluciones indignadas?
Parece
que la «Primavera Árabe» de 2011 dio alas a diversos movimientos
contestatarios en otras partes del mundo. Tenemos la esperanza de que
hubieran surgido sin necesidad de ese oportuno catalizador. Aunque es
innegable la gran valentía demostrada por las poblaciones de varios
países árabes, sometidos durante mucho tiempo bajo la férula de
dictadores corruptos y a veces sanguinarios, había motivos para
despertar a los ciudadanos aletargados en la tibieza de nuestras viejas
democracias; el ejemplo se ha frenado de momento. A este respecto no
podemos hablar de Revolución, si acaso de revoluciones conservadoras. En
el mundo árabe en ebullición, las franjas «progresistas» de las
rebeliones son minoritarias en todas partes. Es muy pronto para decir si
la legítima reivindicación de esos pueblos de un reparto diferente de
las riquezas se fortalecerá con la voluntad de construir una alternativa
del capitalismo cuya característica eminentemente depredadora denuncian
por todas partes los movimientos de los indignados. Si las corrientes
políticas conservadoras atrapan al movimiento en los procesos de
transformación en curso, los «países del Norte» se felicitarán por haber
encontrado una bicoca que les permitirá posponer la llegada de la fase
terminal del capitalismo. ¿Se venderá Túnez al turismo internacional
como Níger malvende su uranio a Areva despreciando la salud de sus
habitantes?, ¿o como Senegal que ha arruinado la pesca artesanal,
recurso vital de muchos senegaleses, al firmar con Europa un acuerdo de
pesca intensiva que organiza el saqueo de su fondo marino antes
rebosante de pesca?
Samir Amin augura que la primavera de los
pueblos del Sur será el otoño del capitalismo. Y necesitará el apoyo de
los movimientos de protesta del Norte. ¿Los indignados de las naciones
ricas se encontrarán con sus homólogos de las sociedades recién
liberadas del yugo ancestral de sus antiguos dirigentes
indefectiblemente apoyados por los gobiernos occidentales? ¡Ojalá!
El variado mosaico de la indignación
Un
recuento exhaustivo de los movimientos de indignados es realmente
imposible. Conocemos los que salen en los medios de comunicación de
masas, como para dejar en silencio a la mayoría de ellos. Además muchos
de esos movimientos nos resultan desconocidos debido a que están
situados en países donde la libertad de información está fuertemente
restringida. Por ejemplo, el clima social en China es cualquier cosa
menos tranquilo. El capitalismo salvaje suscita revueltas duramente
reprimidas y apenas sabemos nada. Una pequeña enumeración de los
movimientos de indignados nos revela, a pesar de su aparente disparidad,
el rechazo a la dominación capitalista del mundo.
Cada
movimiento elige su forma original de denunciar al mismo monstruo. En
Estados Unidos, el movimiento «Occupy Wall Street» pone el acento en
primer lugar en las enormes desigualdades de rentas y patrimonios que
existen en la primera potencia económica del planeta. Su eslogan «99
contra 1» ilustra al mismo tiempo que la multitud no puede tener casi
nada cuando el uno por ciento acapara casi todo, y que por lo tanto es
esa centésima la que decide todo. En Japón son las consecuencias de la
catástrofe de Fukushima las que movilizan a los ciudadanos, a los cuales
nos presentan a menudo como unos fatalistas viscerales. El pasado 23 de
diciembre fue el «Viernes Amarillo». Se celebraron manifestaciones en
todo el país, sobre todo en el este, donde la mayoría de los productos
alimenticios están contaminados por el cesio 137. En algunas ciudades la
manifestación agrupó mayoritariamente al personal de los centros
sanitarios, muy preocupado por la gran vulnerabilidad de los niños a la
«contaminación interna». Las agrupaciones, entre ellas la asociación de
jóvenes DYLJ (Liga de la Juventud Democrática de Japón) denuncian la
incuria de las autoridades políticas. Esas movilizaciones seguramente no
son ajenas al hecho de que un año después de la catástrofe la mayoría
de las centrales nucleares japonesas siguen paradas. En Sicilia, desde
principios de este año, sopla un viento de revolución. El hundimiento de
Italia en la crisis, los sucesivos planes de austeridad, los
llamamientos a nuevos sacrificios, han acabado exasperando a una
población golpeada por un desempleo récord del 25%. Los agricultores y
artesanos han creado el movimiento de los Forconi, (los de la Horca) que
llaman a la revolución y al rechazo de esa situación insostenible. En
la vasta Rusia los amplios movimientos que asombran al poder central se
organizan para defender los bosques amenazados por proyectos
industriales o de carreteras.
No podemos cerrar este breve
florilegio sin hacer alusión a una lucha internacional que podría
prefigurar la lucha ecológica planetaria de los próximos 25 años: la
fuerte resistencia a la explotación –no puede ser más devastadora- del
gas y el petróleo de esquisto. En Estados Unidos, en Suecia, en Francia o
en Sudáfrica ese tipo de proyectos se tapan o se dejan de lado bajo la
influencia de resueltos movimientos de oposición que han mostrado de
forma pertinente hasta qué punto la fracturación hidráulica, la única
técnica eficaz para esa explotación, es la marca de un sistema capaz de
autodestruirse por medio de la naturaleza. Está surgiendo una
«Internacional Ecológica» que será el contrapunto de todas las futuras
cumbres oficiales del medio ambiente y el clima. Tenemos la primera cita
el próximo mes de julio en Brasil en «Río+20».
... ¡Uníos!
La
indignación dispone de mecanismos de comunicación modernos
especialmente valiosos para la difusión masiva y rápida de la nuevas
ideas, los informes que se deben analizar, la convocatoria de
manifestaciones urgentes o de los debates que hay que plantear. Esas son
las auténticas redes sociales… y medioambientales. Pueden unificar
movimientos dispersos geográficamente pero filosóficamente cercanos.
Pueden ganar la partida a las redes de las frías tecnocracias y las
oligarquías mezquinas. Están hechas de hombres y mujeres vivos que
luchan para «ser» mañana contra los que solo protegen el «tener» de hoy.
Yann
Fiévet es profesor de Ciencias Económicas y Sociales en el Liceo
Jean-Jacques Rousseau de Sarcelles, autor de varios libros, cronista de
prensa, presidente de asociaciones y promotor de conferencias y debates.
Le Grand Soir
Traducido para Rebelión por Caty R.
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