miércoles, 30 de julio de 2008

Hacia un New Deal ecológico. Entrevista a Susan George

Ashley Dawson: Empecemos hablando de la idea de un nuevo keynesianismo medioambiental que has propuesto en una conferencia patrocinada por el International Forum on Globalization el pasado mes de septiembre. ¿Cómo los últimos desarrollos en la economía, particularmente en el estallido de la burbuja inmobiliaria en los EE.UU. y la crisis que le siguió en el sistema financiero mundial, han dado forma a tu interpretación de las posibilidades y obstáculos a los que se enfrenta el movimiento por la justicia mundial?

Susan George: Lo que está ocurriendo ahora confirma lo que dije allí entonces. Incluso mientras escribía mi intervención, se me hacía evidente que la crisis de las hipotecas sub-prime no iba a terminar simplemente ahí. Es más, habían ramificaciones que lo hacían evidente mucho antes de que la crisis saltara a las portadas de la prensa. Ya sabía, por ejemplo, que cosas como las obligaciones de deuda colateralizada, los vehículos de inversión estructurada y otras invenciones recientes para hacer parecer deseables y seguras las inversiones no eran sino una farsa. Pues nadie sabía a quién pertenecían estos nuevos vehículos financieros, ni cuánto poseían, y nadie sabía tampoco si estas cosas valían la pena, porque lo cierto es que no había ningún mercado para ellos. Estas inversiones cortaban en rodajas los diferentes tipos de deudas existentes -de hipotecas, de tarjetas de crédito, obligaciones emitidas por las corporaciones, lo que quieras- para luego mezclarlos todos juntos. Todos los problemas a lo que conducía este tipo de operaciones se hicieron evidentes en agosto. Así que cuando estaba escribiendo mi intervención pude ver cómo la crisis se aproximaba, y saber que se iba a producir una recesión, si no algo peor.

Ya conoces el viejo cliché de que el carácter del alfabeto chino para “crisis” significa “oportunidad” pero también “peligro”. Pues bien, la idea de mi escrito era considerar cómo salir de una crisis financiera si los instrumentos habituales para hacerlo han sido utilizados hasta un punto que ya no son efectivos. ¿Cómo se consigue? Bueno, si eres [John Maynard] Keynes, te centrarías en el gasto gubernamental, creando miles de empleos, poniendo a la gente a trabajar, reduciendo las tasas de interés, podrías devaluarlas para hacer tus mercancías más atractivas a ojos de los países extranjeros, y también proporcionando ayudas financieras a grupos sociales determinados. Pero en el caso de los EE.UU. de hoy -no soy economista, pero no hace falta ser un genio ni Paul Krugman para verlo- [el presidente de la Reserva Federal Ben] Bernanke ha reducido espectacularmente las tasas de interés y devaluado el dólar hasta el punto de preguntarse si puede hacer algo más sin causar una enorme cantidad de dolor a su país y al mundo entero, y el país, por su parte, se ha endeudado tanto que ya no puede imprimir más dinero o tomarlo prestado de otras fuentes, puesto que ello contribuiría a la inflación. Otras naciones, incluidos los chinos, que se juegan mucho con lo que pase en los EE.UU., están empezando a entender que lo que realmente les conviene es no tener más dólares en su poder. ¿Y qué haces en un caso como éste?

El único paralelo que puedo ver con esta situación es con la Segunda Guerra Mundial, el período que viví en mi infancia. Fue una época muy inspiradora. No hace falta decir que no era nada divertido que mi padre tuviera que ir a la guerra, pero fue inspiradora en el sentido en que podías sentir que toda la sociedad, todos juntos, arrimaban el hombro. Podía alardear ante mis amigos de escuela que mi padre fuera “hombre de un dólar al año”. Dirigía el departamento aeronáutico de Goodyear en una época en que experimentaban con dirigibles y sacaban adelante todo tipo de innovaciones brillantes, pero también era un “hombre de un dólar al año”, y esto era lo que le proporcionaba realmente prestigio. Era alguien, en otras palabras, responsable de buscar los objetivos de guerra y mantener con ello a la gente a salvo.

Mi idea no es, por supuesto, llevar al país al a la guerra para enfrentarnos a la actual crisis económica, sino impulsar un nuevo keynesianismo para el medioambiente: una llamada a la inversión masiva en la conversión ecológica de la industria, en las energías alternativas, en la manufactura de materiales ligeros para su uso en nuevos vehículos y aviones, en un transporte público limpio y eficiente, en la construcción de una industria verde y retroalimentada, etcétera.

No resulta muy difícil imaginarse un escenario que movilice a la gente. Es relativamente fácil construir una narrativa que englobe y unifique a la población en torno a la crisis medioambiental, sobre el estado del planeta y por qué los Estados Unidos deben mostrar su liderazgo en la lucha contra el calentamiento global, y por qué si no lo hacemos nadie más lo hará. Con una narrativa movilizadora como ésa podríamos repetir lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial. En vez de las profundas desigualdades sociales de hoy, las enormes cantidades de dinero acumuladas por unos pocos y el hecho de que ninguno de ellos esté dispuesto a compartirla -Bill Gates y Warren Buffett son, después de todo, excepciones entre los actuales multimillonarios egoístas- podrías motivar a la gente con sentido del honor, a través de la sensación de competir por algo prestigioso, ligado a la cualidad de liderazgo en materia medioambiental, en línea con la figura de los hombres del dólar al año durante la Segunda Guerra Mundial. Este modelo de nuevo keynesianismo medioambiental nos llevaría a desarrollar mejores ideas para los programas de energía alternativa que están siendo discutidos por los candidatos presidenciales en estos mismos instantes.

AD: ¿Qué opina de la idea de que el activismo medioambiental surge como una de las consecuencias de la carestía, de que sólo en las sociedades que han maltratado a su medio ambiente con la industrialización podemos ver surgir una consciencia ecológica? ¿No es el peligro, entonces, que las turbulencias económicas actuales desvíen la atención de la cada vez más intensa crisis medioambiental subyacente?

SG: No si podemos ayudar a la gente a entender que escapar de la crisis económica y medioambiental es una misma cosa, que se puede salir de una si se presta la debida atención a la otra. También creo que si preguntásemos a las víctimas de las inundaciones y de los huracanes, todas ellas abrumadoramente pobres, también prestarían atención al cambio climático una vez hubieran entendido que su situación proviene y depende de ello. Es más, se trata de un mito romantizar a la gente pobre o las “sociedades primitivas” porque no maltratan al medioambiente como nadie lo ha hecho antes: las cacerías de búfalos de los nativos americanos, la muerte de los grandes mamíferos, la deforestación, eso de que sólo tomaban las frutas que colgaban de las ramas más bajas. Lees a Jared Diamond y te llevas la sensación de una sobreexplotación de los recursos naturales en las sociedades pasadas. Pero su libro Collapse es por otra parte una comparación útil, porque también habla del aislamiento de las élites. Éstas pueden seguir consumiendo después de que los estamentos inferiores de sus sociedades hayan sido golpeados duramente por una crisis medioambiental. Lo que me parece muy cierto hoy, aunque a una escala mucho mayor, mundial, que la de los Mayas o la población de la Isla de Pascua.

También pienso que deberíamos recordar que la gente no es muy exigente, sino más bien modesta en sus sueños y esperanzas. Si se promulga una reforma agraria, la gente se toma muy en serio el cuidado de su tierra. Es no poseer lo necesario lo que les lleva a explotar los recursos naturales hasta sus últimas consecuencias. El campesino tradicional no es quien destroza su propiedad: él selecciona las mejores semillas, se dedica al cultivo diversificado más que al monocultivo que agota el suelo, utiliza diferentes tipos de fertilizantes, etc. Le daré un ejemplo: Sir Albert Howard, ingeniero agrónomo jefe de los británicos en India a comienzos del siglo XX, fue a los pueblos e investigó las técnicas de fertilización tradicionales para luego reintroducirlas en las zonas en las que había desaparecido, obteniendo magníficos resultados. Todo este sinsentido sobre la “Tragedia de los comunes” es sólo cierto cuando no se tiene comunidad: si la comunidad tiene el poder de decidir quién posee qué, el uso [de ese bien] está estrictamente controlado y no se produce el fracaso, como Michael Goldman ha demostrado. Y esto funciona ya se trate de silvicultores indios, mariscadores de Maine o propietarios de reses de la Inglaterra rural del siglo XVII. La condición indispensable para trabajar en la comunidad es que la gente sea capaz de regular los bienes comunales por sí misma.

Acabo de finalizar un artículo sobre el agua y el desarrollo sostenible para la Exposición Internacional que está teniendo lugar en Zaragoza. Entre otras cosas, he descubierto que en Valencia existe un Tribunal de las Aguas (Tribunal de les Aigües) que se ha estado reuniendo cada semana desde hace miles de años. Está compuesto por agricultores y se reúne cada jueves al mediodía para oír sus quejas sobre el riego. Conocen el campo y conocen las técnicas de agricultura y riego. Se escuchan ambas partes de las disputas y se toman decisiones al final. Aquí tenemos un ejemplo de los comunes (commons) (1) en marcha. Por desgracia, este tribunal probablemente desaparecerá, porque el gobierno español está introduciendo una red nacional muy racional de riego por goteo que permite controlar su uso y reduce sustancialmente el consumo de agua subvencionada. Pero el Tribunal de las Aguas es todavía un buen modelo. Mantener a las personas juntas en la comunidad con intereses comunes, sin permitir que los intereses individuales de nadie sean los dominantes, se trata, en todo momento y lugar, de una cuestión central. Todos las sociedades siempre han tratado de conseguir este objetivo, menos nosotros. Nosotros nos hemos limitado a dejar que las cosas vayan a su aire, cada vez más y más desiguales, hasta que la situación explote.

AD: El problema de la reforma agraria nos lleva a la cuestión de las relaciones internacionales y de cómo ocasionar un cambio que sea equitativo a una escala local. ¿Hasta dónde se puede llevar la transformación social empleando el cuerpo de leyes internacional sin intensificar las formas de injusticia, teniendo en cuenta particularmente la historia de tres décadas de (el así llamado) reajuste estructural y neoliberalismo? ¿Crees que tu trabajo para ATTAC puede ofrecernos algún modelo?

SG: La cuestión es que no se puede tener un sistema financiero internacional que sólo contemple la regulación nacional. Acabamos de verlo hace muy poco. Los reguladores franceses se reunieron recientemente y dijeron que Jérôme Kerviel, el agente de bolsa cuya malversación de fondos contribuyó al crash de la Société Générale [principal banco de Francia], era virtualmente invisible para ellos porque estaba comerciando con derivados alemanes y franceses. Así que tienes a un tío en París y a un montón de reguladores franceses en la misma ciudad, pero ninguno de ellos sabe lo que está ocurriendo, como tampoco lo saben los reguladores alemanes. El sistema entero es lo que no funciona. Los reguladores han abandonado su función a las agencias crediticias, las cuales estuvieron tan completamente desinformadas, o fueron tan laxas, que ahora están totalmente desacreditas porque dieron la categoría de triple A a sociedades que emitían obligaciones basura.

Así que sabemos por éste y por otros síntomas que el sistema actual no funciona. También sabemos que los impuestos que se ingresan en los tesoros nacionales vienen de la gente como usted y como yo, esto es, que tienen una dirección fija, a los que el gobierno puede llegar, y que consume en el país. De ahí es de donde viene el dinero, así como de los negocios que están localizados en un sitio en particular. En cambio, la parte de los impuestos pagados por corporaciones transnacionales y por otras empresas de enorme movilidad se ha reducido significativamente. No es algo justo -no lo es en el sentido de la palabra para la mayoría de las personas.

La idea que hay tras ATTAC, y que fue formulada hace diez años tras la crisis financiera asiática y las más de 100 crisis que la precedieron y la siguieron, es muy sencilla. Estas crisis ocurren porque los especuladores piden préstamos en una moneda y los devuelven en otra, obteniendo grandes sumas de dinero con ello. Y siempre son los mismos quienes ganan, y los mismos quienes pierden. Nuestra idea es que hay varios “productos” financieros específicos que se pueden tasar. Se pueden tasar las transacciones monetarias, por ejemplo. Es lo que se denomina Tasa Tobin, a pesar de que nosotros hemos refinado las ideas mucho más de lo que [el profesor de Yale James] Tobin propuso. Esta tasa en las transacciones financieras ha logrado un cierto éxito: Bélgica ha discutido la idea en su parlamento, y su gobierno patrocina un modelo europeo siguiendo una pauta similar; Chirac, Lula, Zapatero y un grupo de otros líderes mundiales la llevaron hasta la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde más de un centenar de países dieron su firma para su apoyo -aunque no lo hicieron los EE.UU., ni el Reino Unido ni otros importantes centros financieros, por supuesto.

Cuando propusimos este modelo de tasación, la cantidad de moneda que circulaba por los mercados financieros se calculaba alrededor de los 1'2 billones de dólares al día. Se trata de mercados enormes, gigantescos. Se ha realizado mucho trabajo técnico sobre cómo implementar una tasa como ésta, y lo que se ha descubierto es que no sería nada difícil. Se trata simplemente de introducir unas líneas de código en el software, de manera que los bancos centrales saben dónde se encuentra su dinero en todo momento, y no se requiere ningún permiso judicial para averiguarlo, porque este sistema está basado en el dinero y no en las jurisdicciones en las que el dinero puede encontrarse. En otras palabras, el argumento de que la Tasa Tobin es técnicamente inviable a pesar de tratarse de una bonita idea es, liso y llano, falso.

Ésa fue una de las principales ideas de ATTAC: una tasa basada en diez puntos básicos, una décima parte de un uno por ciento. Se han hecho varias estimaciones sobre cuánto dinero recaudaría esta tasa, pero está claro que sería una enorme cantidad, sobre todo si tenemos en cuenta que hay 3 billones de dólares en circulación en los mercados financieros. Si le echas un vistazo al Herald Tribune verás que el dólar actualmente se vende alrededor de 1.4647 el euro; nosotros queremos que esté a 1.4646, la décima parte de un céntimo va al bote. Podríamos discutir sobre cómo debería de usarse este dinero. Pero también existen ya modelos para esto. Por ejemplo, existe una agencia en los Estados Unidos que recolecta y distribuye la tasa por vuelos. Esto es lo que hasta ahora han conseguido los esfuerzos de ATTAC: es una victoria simbólica, pero se trata de una tasa internacional, por lo que es un paso en la dirección correcta.

Chirac no tuvo el pulso necesario para firmar una tasa sobre la moneda, así que la propuso sobre la aviación. Si compras un billete de Air France, te informarán del precio del billete y de las tasas. A veces las tasas superan el coste del billete. Pero, vale, la gente que quiere viajar tiene que pagar para poder hacerlo. La agencia de las Naciones Unidas que está recolectando estos fondos los emplea supuestamente para planes para luchar contra la malaria, la tuberculosis y el SIDA. Podríamos discutir cómo debería distribuirse el dinero, claro, ¿pero qué pasa con el país en el que se recolecta ese dinero? ¿Debería un país con el 40% del comercio mundial quedarse con un porcentaje de la tasa o debería enviarlo a los países del hemisferio Sur? Eso es lo que deberíamos de discutir. Pero el punto más importante de todo esto es que podríamos utilizar esta tasa para empezar a equilibrar no sólo las enormes desigualdades que existen entre países, sino también dentro de esos países.

También existe la idea de una tasa unitaria para los beneficios conseguidos por las corporaciones transnacionales. Circula a través de la Tax Justice Network (TNJ) [Red por una Tasa Justa], dirigida por John Christiansen. Christiansen es un ex empleado de la industria bancaria de [la isla de] Jersey, el centro banquero offshore por excelencia, así que sabe cómo funcionan las cosas desde dentro. Por supuesto, las transnacionales están luchando a brazo partido contra las propuestas de la TNJ. Uno de los principales problemas es que todo esto parece tan técnico que la mayoría de la gente ni siquiera puede imaginárselo. Quiero decir, que si menciono a la International Accounting Standards Board (IASB) [Consejo Internacional para el Estabelcimiento de los Estándares de Contabilidad], ya te has dormido antes de que pueda haber terminado la frase. Pero la IASB es un grupo de empresarios que pertenece a Price Waterhouse y otras grandes compañías contables y auditoras que están estableciendo los estándares mundiales de contabilidad. Lo han hecho para Europa y para la Comisión Europea, que ama cualquier cosa que sea de corte neoliberal, y está encantada con la idea de que la zorra sea quien vigile el gallinero. El problema es que sus estándares están establecidos de una manera que no se puede adivinar qué compañía es la que ha generado un beneficio. Se puede informar, simplemente, que viene “del país de procedencia [de la empresa]”, “de toda Europa” o “de toda África”, etcétera. La idea, sin embargo, es que tienes que conocer lo que factura cada corporación en cualquier país en particular, y entonces aplicar un pequeño impuesto unitario. Una vez más, es difícil hacerlo en estas condiciones.

Luego, por supuesto, ATTAC también lucha por la cancelación se la deuda externa de los países pobres. Está campaña lleva en marcha veinte años, incluso mucho antes de que existiera ATTAC. Y luego está la cuestión de los paraísos fiscales, que ha saltado una vez más a la palestra por el escándalo entre Alemania y Lichtenstein. Hay al menos mil personas en Alemania, presidentes de varias corporaciones muy ricos y similares, que han fijado la sede de sus fundaciones en Lichtenstein con el objetivo de evadir impuestos. Se ha producido un enorme escándalo en Alemania: la gente se ha llevado las manos a la cabeza porque un puñado de ricos está evadiendo los impuestos que el ciudadano común está obligado a pagar. Lichtenstein retiene la información y el gobierno alemán tiene que pagar a alguien en Lichtenstein nada menos que 5 millones de euros para conseguir un disco con la información sobre estos evasores de impuestos. Lo que todo esto muestra es que necesitamos deshacernos por completo de los paraísos fiscales.

AD: ¿Existe alguna rama norteamericana de ATTAC?

SG: La gente en Europa me lo pregunta todo el tiempo. Me preguntan: “¿Por qué no ha arraigado en los países anglosajones?”. Yo les respondo que, para empezar, el país es enorme. Y que, además, los Estados Unidos tienen que ponerse al día en muchas cuestiones políticas. Muchísimas personas bienintencionadas están ayudando a los inmigrantes, o haciendo algún tipo de tarea en la ecología, o en cualquier otra cosa progresista, pero por lo general no cooperan entre ellos. Y la gente todavía está muy apegada a las políticas identitarias, las políticas de orientación racial, sexual, religiosa o de género. Este tipo de cosas me aburren hasta decir basta, y además me ponen muy nerviosa. Creo que deberíamos dejar de preguntarnos de una vez por todas quiénes somos y empezar a preguntarnos qué podemos hacer, preferiblemente todos juntos. Pero eso es algo, claro, que no podemos dictar a la gente.

En todo caso, no estoy segura de por qué no hay más consciencia de la desigualdad en los Estados Unidos ni de por qué no existe allí una rama de ATTAC. Recuerdo que se realizó una encuesta en la que se preguntó a los americanos si creían encontrarse en los niveles de ingresos más altos. El 19% contestó que “sí” y un 20% dijo que “no, pero estoy seguro de que lo estaré en los próximos cinco años.” Es aquí donde todas esas teorías sobre género y sexualidad han funcionado a la perfección. Es lo que escribo en mi Informe Lugano [una sátira en la que se propone un programa para mantener a la élite en el poder durante todo el siglo XXI]. En mi falso informe, la comisión que he inventado le explica a la derecha, esos tipos horribles que se reúnen en Davos, cómo pueden hacer que el capitalismo sea invencible a lo largo de todo el siglo XXI. Una de las cosas que deben hacer es financiar todas estas escuelas de pensamiento sobre las diferencias de género y de raza, nativos por aquí y nativos por allá. Financiar todos estos movimientos para que puedan luchar los unos contra los otros y no contra el enemigo. Con esto no quiero decir que esté en contra de la igualdad entre y para los negros y las mujeres y todo lo demás, pero desde el momento en que se dice “iguales ante la ley”, bueno, entonces deberíamos cambiar las leyes y concentrarnos en los verdaderos adversarios sin permitir que el individualismo tome el control de la situación.

AD: ¿Y qué ocurre con Europa? Desde una perspectiva estadounidense, parece que exista un acuerdo que enfatiza el cambio de las ciudades y de los países para hacerlos más sostenibles. Pequeños pasos en un contexto mucho más amplio, es cierto, pero aun así mucho más de lo que vemos a diario en los EE.UU. Me preguntaba si podríamos volver a hablar de la idea de un proyecto keynesiano. ¿Podría llevarse a cabo algo así en Europa?

SG: Bueno, por supuesto. A pesar de que últimamente son muy neoliberales, lo cierto es que nunca han abandonado, al menos en Francia, la noción de inversión pública y servicios públicos. La Comisión Europea está haciendo todo lo que puede para acabar con ello. Éste es uno de los aspectos que el Tratado de Lisboa reforzará en su larga marcha hacia el neoliberalismo y la destrucción de la comunidad y de la cohesión social, asegurándose que todo el mundo tenga que pagar por cada cosa, bienes y servicios. Pero aún así, nunca abandonamos la noción de bien público, aunque muchas de las luchas de ahora están tratando de defender los logros de la década de los treinta y del periodo de posguerra. Todas las luchas que hemos tenidos sobre las pensiones de jubilación, las prácticas de contratación y despido, beneficios laborales y sanitarios, han sido luchas no para conseguir mejorar algo -que era lo que ocurría en los 60 y los 70- sino para no retroceder. Creo que este tratado [el Tratado de Lisboa para una nueva versión de la Constitución Europea] es un completo desastre, y la manera en que lo han hecho muestra que no están en absoluto interesados en la democracia. Creo que más bien supone el fin de la democracia. Lo último que deberíamos perder es la esperanza, y aún así... Los franceses y los holandeses votaron contra la constitución neoliberal, así que ahora las élites europeas lo han amañado para que la gente no pueda votarlo. El propio Sarkozy dijo el pasado mes de noviembre que si hubiera un referéndum, el tratado sería rechazado. Así que no han permitido a nadie que vote. De hecho, sólo los irlandeses pueden votar.

¿Y cómo ha sido cocinado? Pues de manera muy legal. Para aplicar un nuevo tratado en Francia se tiene que cambiar la constitución, algo que se decía hasta que a principios de mes Francia participó en la UE bajo los términos del tratado en tal y tal fecha. Ahora dicen: “bajo los términos del Tratado de Lisboa.” Para cambiar la constitución, todos los senadores y diputados tienen que alcanzar el consenso. Así que se fueron a Versalles, les ofrecieron probablemente una buena comida y, con el estómago lleno, votaron. Pero se necesitan las tres quintas partes para obtener una mayoría simple y modificar la constitución. Podríamos haberla ganado, pero los malditos socialistas, que son unos blandos, dijeron que se abstendrían. Algunos votaron que “sí”, pues ya estaban a favor del tratado -les tengo más respeto a ellos que a los que se abstuvieron. Y algunos votaron “no”, los mismos que estuvieron contra la constitución neoliberal hace un año y medio. Al final Sarkozy obtuvo su mayoría simple, y entonces pudo decidir si sometería la aprobación del tratado a una votación parlamentaria o por referéndum popular. Y ni que decir tiene que no optó por esto último. Fueron los socialistas los que nos hicieron perder una oportunidad, una vez más.

Fuimos a Versalles para manifestarnos en contra, pero los medios de comunicación no nos prestaron mucha atención, a excepción de algunos comentarios maliciosos aquí y allá. Verá, los medios de comunicación estuvieron a favor de la constitución en el 2005, así que quedaron tan desacreditados con el voto negativo como lo quedaron las élites y los socialistas que estuvieron a favor del “sí” a la constitución en el 2005. Un 55% de la ciudadanía votó “no”, y su victoria se les hizo intolerable. A nuestros dirigentes no les importa nada la democracia. Después de que franceses y holandeses emitieran su voto hace dos años, el vicepresidente de la comisión, un neoliberal alemán llamado Gunter Verheugen, declaró: “No deberíamos ceder ante el chantaje.” ¿Esta es su idea de soberanía popular? ¿Chantaje?

Fui invitada como comensal “radical” a una comida en Bruselas organizada por Etienne Davignon y Viscount Davignon. Era su 75 aniversario. Se suponía que teníamos que hablar de Europa durante los intervalos entre la sopa de marisco y el siguiente plato, y mi pequeño grupo incluyó a la ex-presidenta de Letonia. Dijo que fue presidenta durante dos legislaturas y que tenía se tenía que comprender de una vez que la política es un métier, un trabajo que la gente que conduce trenes o trabaja en hospitales o haciendo pan, o cualquier otra cosa prosaica, no puede entender. No están preparados para tomar esas decisiones. Es mucho mejor dejar que esas decisiones las tomen, según ella, las personas que saben verdaderamente cómo hacerlo. Ella misma ha estado viviendo en Canadá la mayor parte de su vida, así que no puede decirse que no sepa lo que es la democracia. Se trata más bien de la idea de que la gente normal debería dejar la toma de decisiones a las élites.

En consecuencia, tengo una perspectiva muy pesimista sobre lo que está ocurriendo ahora mismo en Europa. Estoy escribiendo un artículo para Red Pepper (2) sobre Tony Blair como presidente de la Comisión. Es la persona idónea para el cargo: está en contra del sector público y se desentendió de la carta de derechos fundamentales adjunta al tratado, una carta ya de por sí muy tibia que nada tiene que ver con los estándares de la constitución francesa u otras constituciones nacionales. La cuestión es que por endeble que sea, uno siempre puede dejar la parte social de la constitución a un lado. Lo que quiere decir que es el libre mercado, la competición libre y perfecta y el movimiento sin trabas de capitales, bienes, servicios y personas lo que importa. Y en el momento en que se consiguen los derechos, uno siempre puede desentenderse de ellos. Eso es lo que ha estado haciendo Tony Blair, y por ello resulta perfecto para el cargo. Seguro que está muy feliz con las perspectivas de que la OTAN se convierta en la base de la defensa europea y nos obligue a un mayor gasto militar.

AD: ¿Qué puedes decirnos sobre la noción, avanzada por algunos, de que las nuevas formas de producción energética van a ser localizadas y van a jugar un importante papel en el fomento de nuevas y más responsables formas de democracia? Si resulta complicado hacerlo a un nivel nacional y, como acabas de describir, a un nivel transnacional como el de la Unión Europea, ¿cómo hacerlo a un nivel local, municipal?

SG: Este tipo de iniciativas son buenas. Yo estoy a favor de remunicipalizar la economía. Es una ventaja, por ejemplo, poder comprar la comida en el propio municipio. Pero pienso que es una ilusión, y una peligrosa, pensar que cambiando nuestro comportamiento lo cambiamos todo. Esto no es simplemente cierto. Es una cuestión de escala. Si pudiéramos hacer que todos los europeos cambiasen sus bombillas en un corto periodo de tiempo, lo cual ya sería una tarea colosal, no habría muchas diferencias. No deberíamos permitir que la gente piense que sólo por consumir otros tipos de productos van a cambiar el mundo. Estoy a favor del comercio justo, pero todo se reduce ahora mismo una cuestión de escala. El cambio local es una de las escalas, y a veces algunas de estas cosas pueden ir expandiéndose y aumentando, pero lo que realmente necesitamos es pensar en términos de grandes ciclos.

Siempre soy muy cuidadosa y procuro no desanimar a la gente a que se implique, sea cual sea el nivel al que lo haga. La vida es muy larga y a veces puede empezarse a nivel local. Por ejemplo, si participas en una cooperativa de consumo, eso es un avance. Cosas como ésa son buenas. Luego, a veces, cuando ya no tienes que cuidar de tres hijos, como por ejemplo me ocurrió a mí, puedes ir más lejos en tu esfuerzo. Así es como aprendes y, a veces, como ganas, y por ello es tan importante hacerlo. Así que no estoy desechando sin más este tipo de iniciativas.

Pero si pensamos seriamente en la magnitud de estos problemas, entonces tenemos que tomar un punto de vista mucho más amplio, desde Júpiter o similar, si me permite la ironía. Tiene que hacerse mediante cambios legislativos, a través de algo que sea vinculante. Y por descontado, los incentivos económicos pueden ser una parte de ello, ¿pero cómo conseguirlos? Estos se consiguen mediante la ley, con el gobierno diciendo, al menos al comienzo, que subvencionarán la energía solar, la que proviene de corrientes marinas, la biomasa, etcétera. Y eso significa que tiene que haber más democracia, porque hay que buscar la manera de que la gente participe en estos programas, por eso he mencionado antes el programa Dollar-a-Year. Hay que buscar la manera de implicar a los constructores, por ejemplo. ¿Sabe usted? En el Reino Unido un grupo de constructores ecológicamente responsables le pidió a Tony Blair que estableciera unas normas para la industria de la construcción, porque en aquel momento las técnicas de construcción ecológicas costaban cerca de un 10% más que las tradicionales, incluso si gracias a esas técnicas se podían recuperar los costes en el ahorro de energía en un período de tiempo razonable y desde luego a lo largo de la vida de ese edificio. Blair rechazó la propuesta. Así que hace falta liderazgo a nivel nacional, y la manera de irlo consiguiendo tampoco es tan complicada. Sólo hace falta tasar más lo que queremos que haya menos, y no tasar, sino subvencionar, lo que queremos que haya más.

AD: Ahora nos enfrentamos a un panorama sobrecogedor en términos medioambientales, uno cuya gravedad ni siquiera los científicos parecen haber esclarecido lo suficiente. ¿Cómo podemos evitar el pesimismo mientras escuchamos las noticias sobre cómo se derriten los polos glaciares, se extinguen especies animales en masa, y otras del mismo tono?

SG: Siempre me están preguntando “si soy optimista o pesimista.” Es un clásico. Yo respondo que no me limito en mi trabajo a las categorías de optimismo y pesimismo, excepto quizá por la famosa cita de Gramsci: “optimismo de la voluntad, pesimismo de la inteligencia.” Lo cierto es que no sabemos cómo va a ser el futuro, después de todo, al menos en términos políticos, y nadie debería subestimar al futuro. Siempre digo que la primera cosa que hay que tener es esperanza, que es algo muy diferente al optimismo. Y la segunda cosa es la noción científica de crítica autoorganizada. Es decir, la idea de que hay fases de cambio en los sistemas, y que, en cualquier momento que no podemos predecir, puede cambiar la estructura de un sistema por completo. Ilya Prigogine obtuvo el Premio Nóbel por este descubrimiento en química, y hay varias personas del Instituto de Santa Fe trabajando en esta misma investigación ahora mismo. El ejemplo más simple es el de la pila de arena del cual un grano cae a intervalos regulares: no podemos saber cuándo cederá la estructura y la pila caerá, pero en algún punto un grano modificará enteramente forma de la pila. En algo tan complejo como un sistema social, el cual es un sistema de stocks y flujos, como cualquier otro sistema, como el cuerpo humano, que está interactuando en todo momento con su entorno, resulta imposible saber qué elemento modificará el sistema por completo, ni se puede predecir cuándo mutará el sistema. Es, en una palabra, impredecible.

Por lo tanto, no puede abandonar uno la lucha política con la conciencia limpia. No puedes decir que la situación es tan desesperada que es mejor que tiremos la toalla y nos vayamos a leer novelas o jugar al bridge o lo que sea, porque simplemente nunca sabes si algo de que lo hagas, escribas o digas puede llegar a convertirse en un elemento de cambio del sistema. Hay una manera muy racional de observar el propio rol de uno en la sociedad que no implica ninguna metafísica. A la cuestión de por qué seguimos luchando, mi amigo Teddy Goldsmith siempre contesta: “¿Qué otra cosa se puede hacer sino?” (What else is there to do?). Y creo que tiene razón: ¿Qué otra cosa se puede hacer sino?

NOTAS T: (1) Literalmente, “comunes”. El término se refiere al terreno propiedad del municipio (terreno comunal) que se deja sin edificar para utilizar en actos públicos, competiciones deportivas, comidas al aire libre, etc., que excepto en determinados eventos, no precisa de permiso institucional para su uso En general, recursos y bienes naturales de propiedad común y que no pueden o deben privatizarse o restringirse. (2) Red Pepper es una revista bimensual independiente de actualidad política, equivalente a El Viejo Topo, con la que colabora en el proyecto Eurotopía.

Susan George es Presidenta del consejo del Instituto Transnacional (Ámsterdam) y especialista en las distorsiones y desigualdades vinculadas a la mundialización. Norteamericana de origen y residente en París desde hace muchos años, es una de las principales intelectuales del movimiento ATTAC. Su último libro, publicado en francés, es: La Pensée enchaînée: Comment les droites laïque et religieuse se sont emparés de l´Amerique (El pensamiento encadenado: cómo se han hecho con EEUU las derechas laica y religiosa), Fayard, París, 2007.

Traducción Àngel Ferrero. www.sinpermiso

jueves, 17 de julio de 2008

Globalización, tiempo de parches

Un conjunto de problemas ensombrece el futuro de la mayoría de la humanidad. Es el caso del calentamiento global y el cambio climático, el del modelo energético basado en el uso de los combustibles fósiles y es el caso, también, para no alargar la lista de problemas irresueltos, de la pobreza mayoritaria de la población de los países en vías de desarrollo y de las bolsas de pobreza de los países desarrollados, pobreza agravada, en estos momentos, por la crisis alimentaria.

Que todos esos problemas globales existen, que son extremadamente graves y que o no se están afrontando adecuadamentre o, sencillamente, no se están afrontando, es una realidad objetiva que ninguna persona medianamente informada e intelectualmente honesta podrá dejar de reconocer.

De ahí que, inevitablemente, surja la pregunta, ¿ por qué no están haciendo los gobiernos del mundo y las instituciones internacionales los esfuerzos precisos, imprescindibles, para afrontar y resolver, lo antes posible, esos problemas que amenazan el porvenir de la humanidad? ¿ No les corresponde acaso a ellos la responsabilidad y la tarea de tomar las decisiones que permitan solucionar esos retos?

No parece, al respecto,que deba existir la menor duda, a no ser, claro, que una vez má se quiera poner en la inefable "mano invisible del mercado", que es como decir en las manos no tan invisibles de los grandes intereses capitalistas, la resolución de tan árduos problemas.

Luego si es a ellos y no al "mercado" a quienes corresponde tomar las medidas para encarar esos problemas y o no lo están haciendo o, simplemente, están parcheando la situación con soluciones tipo G8 - aplazando el recorte a la mitad de las emisiones de CO2 para el año 2050 -, o sustituyendo petróleo por agrocombustibles o peor aún, por energía atómica, o destinando, los países enriquecidos, recursos ridículos para la erradicación de la pobreza y el hambre de los países empobrecidos, será porque carecen de la suficiente voluntad política para hacerlo.

Y no es que la lucha contra el cambio climático, o el abandono del modelo energético de los combustibles fósiles por el de las energías renovables, o la erradicación de la pobreza y el hambre sean objetivos fáciles de alcanzar, pero es que ni las instituciones internacionales, con la ONU a la cabeza, ni los gobiernos de los países enriquecidos, liderados por el G8 ni, en general, el conjunto de los países que forman la comunidad internacional, salvo alguna honrosa excepción en alguno de los casos mencionados, está dando los pasos que la urgencia de los problemas reseñados exige.

Es como si casi ninguno de ellos quisiera atender a las multiples señales de alarma, a las luces rojas de peligro que los numerosos estudios científicos, técnicos y sociológicos encienden. Es como si el tiempo de enfrentarse decididamente a esos problemas todavía no hubiese llegado, como si aún estuviera lejos y nos sobrara el tiempo ... Es tiempo de parches en la globalización capitalista.

Francisco Morote Costa - ATTAC Canarias

Declaración de los Attac de Europa y de Attac Marruecos

Por un Mediterráneo sin guerras, por la paz, la justicia social, el derecho de los pueblos y las libertades.

El proyecto de “Unión por el Mediterráneo”, cuyo lanzamiento oficial ha tenido lugar en París el 13 de julio de 2008, no podrá restablecer la paz en la región del Medio Oriente , ni crear una “zona de prosperidad compartida” para los pueblos de la región, ni garantizar una igualdad de derechos políticos, económicos, sociales y culturales entre los 37 países miembros de esta futura Unión.

El Seminario de los Attac de Europa, reunido en Rabat del 4 de julio de 2008 por invitación de la asociación Attac Marruecos, constata que este proyecto de Unión no es sino la continuación del proceso de Barcelona, es decir, una relación desequilibrada entre los Gobiernos de la Unión Europea y los 12 Gobiernos del sur y el este mediterráneos, sometidos a las políticas neoliberales aplicadas por el FMI, el Banco Mundial y la OMC.

Los Attacs de Europa denuncian la continuación de los graves conflictos en curso en Oriente Medio, especialmente en Palestina, el Líbano, Irak y en Afganistán, y la militarización creciente de todos los países de esta región. Denuncian también el desempleo y las condiciones de trabajo y de vida, que son el resultado directo de estas políticas neoliberales, y que no pueden sino agravarse bajo el impacto de la extensión del libre comercio y de las privatizaciones. Estos problemas se ven acrecentados recientemente años por el tratamiento restrictivo que se da a los movimientos de personas un problema exclusivamente de índole securitaria , en vez de ser enfocado como una forma de intercambio cultural que favorezca el enriquecimiento mutuo de los pueblos .

Para dar respuesta a esta situación, los Attac de Europa se declaran solidarios con las luchas adoptadas por los pueblos mediterráneos, tanto del Norte como del Sur, y hacen un llamamiento a todos los ciudadanos de la región, para exigir de sus Gobiernos una relación equilibrada y justa entre la Unión Europea y los 12 países del sur y el este mediterráneos, relación que debe estar presidida por el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, y más concretamente:

- por acuerdos económicos basados en la solidaridad en vez de la competencia;
- la liberación de todos los presos de opinión, el fin de la tortura y de todas las formas de represión;
- la descolonización efectiva a todos los niveles territoriales, sociales, culturales y económicos;
- un trato igual para todas las personas de la región mediterránea.

RABAT, 6 de julio de 2008

Attac Alemania- Attac Austria - Attac España - Attac Francia - Attac Marruecos - Attac Noruega

Nestlegate: Attac Suiza denuncia el espionaje de Nestlé a su organización

Attac Suiza considera el procedimiento de Nestlé ahora descubierto como un atropello de los principios de libertad de expresión y de los derechos democráticos fundamentales.

El programa "tiempo presente", emitido por la televisión suiza TSR el jueves 12 de junio de 2008 a las 20 horas, ha revelado que la multinacional Nestlé encargó a una empresa privada de seguridad, Securitas, espiar al grupo de trabajo de Attac-Vaud [Suiza] durante el tiempo en que éste trabajaba en la publicación de un libro sobre Nestlé (Nestlé. Anatomía de una multinacional, 2005). Se trata de una investigación científica llevada a cabo a partir de documentos publicados y disponibles. El objeto del libro era investigar el funcionamiento de esta multinacional y su asentamiento internacional. El espionaje tuvo lugar al menos durante un año.

Una agente se infiltró con nombre falso; primero, en el grupo de trabajo de Attac-Vaud y, posteriormente, dentro del grupo de los siete autores del libro. De esta manera (principalmente a través de la lista de correo electrónico establecida entre los autores) tuvo acceso directo a todas las investigaciones, fuentes y contactos (tanto suizos como del extranjero) con los que los autores trabajaron. Esto sucedió tanto en el marco de la publicación del libro, como también en el de la campaña que se emprendió para su difusión, como el Forum Nestlé, celebrado el 12 de julio de 2004 en Vevey. La agente de Securitas acudía con regularidad a las viviendas de los siete autores, en las que se desarrollaban las reuniones de trabajo. El libro se ocupa principalmente de la posición que mantiene Nestlé respecto a la manipulación genética de organismos y la privatización del agua potable, tratando también otros aspectos como las luchas que llevan a cabo sindicalistas y activistas en diferentes países contra Nestlé, y en los que no son respetados los derechos humanos, como, por ejemplo, en Colombia.

La cumbre del G8 tuvo lugar entre el 1 y el 3 de junio de 2003 [se refiere a la cumbre realizada en Évian-les-Bains, Francia]. La realización del libro sobre Nestlé y los encuentros del grupo de autores en los que la agente de Securitas se infiltró comenzó, no obstante, a partir del otoño de 2003 -es decir, un tiempo después de la cumbre del G8-, habiéndose realizado espionajes hasta el verano de 2004. Por lo tanto, tal espionaje no fue encargado por Nestlé para proteger su edificio, sino para entresacar información acerca de las investigaciones del libro y de sus editores.

La agente daba periódicamente informes a Securitas, los cuáles eran reenviados automáticamente a su cliente Nestlé. De acuerdo con las investigaciones del programa "tiempo presente", la agente acudió al menos una vez con los responsables de seguridad de Securitas a la sede central de Nestlé, donde informaron extensamente a los responsables de comunicación de la multinacional sobre los encuentros del grupo de trabajo de Attac. La policía de Vaud, asimismo, estaba al corriente de esta infiltración y de la información que se iba obteniendo. Sin embargo, teniendo conocimiento de este deshonesto procedimiento, no consideró como parte de su trabajo el informar a las personas afectadas.

Por nuestra parte y desde nuestra indignación, consideramos este procedimiento como un atropello de los principios de libertad de expresión y de los derechos democráticos fundamentales. Consideramos que nuestros derechos personales han sido violados y estamos especialmente escandalizados de que esta actividad de espionaje haya tenido lugar bajo la mirada de la policía cantonal del Vaud, no considerando ésta necesario informarnos de que éramos los objetivos de tal infiltración. Vaya por delante que, de ninguna manera, se está poniendo en entredicho a los empleados de esta gran multinacional, no habiendo tenido conocimiento sobre estas actividades de su dirección; Nestlé ha tomado la decisión de no permitir que un grupo de ciudadanos pueda realizar sin su control un estudio científico sobre sus actividades, ejerciendo controles y obteniendo información a través de la infiltración y el espionaje. Por último, denunciamos la labor llevada a cabo por Securitas. Esta empresa privada de seguridad, cuya tradicional prestación de servicios se encuentra dentro del ámbito de la vigilancia de edificios y aparcamientos, ha aceptado un encargo de espionaje a un grupo de personas, que en ningún caso representaba ningún tipo de amenaza o peligro, aparte del hecho de que los resultados de su investigación no podían ser controlados directamente por la multinacional Nestlé.

Por estas razones, los autores y autoras de libro han decidido interponer una denuncia contra quien corresponda.

Sandra Bott, Ounsi El Daïf, Isabelle Paccaud, Janick Schaufelbühl, Béatrice Schmid (Attac Suiza)

Notas complementarias sobre Nestlé

Nestlé es la empresa multinacional más poderosa en los sectores de la alimentación y el agua. Fundada en 1843, su sede principal se encuentra a orillas del lago Leman, en Vevey, Suiza. En 2003, su facturación superó los 65.400 millones de dólares y sus beneficios netos alcanzaron los 4.600 millones de dólares. Su capitalización bursátil es de 107.000 millones de dólares. Más de 275.000 hombres y mujeres, de casi todas las nacionalidades trabajan para Nestlé, que cuenta con 511 fábricas en 86 países. Controla más de 8.000 marcas en los sectores del agua y la alimentación humana y animal. Por su tamaño es la empresa número 27 en el mundo.

(...) Ahora Nestlé está dirigida por un austriaco de sesenta años, originario de Villach (Carintia), Peter Brabeck-Lemathe. Es un hombre cálido y hábil. Alpinista experimentado, bronceado durante todo el año, su energía se sale de lo común. De inteligencia brillante, seductor elegante, sabe acercarse a la gente. Sus modales son suabes y su sonrisa amistosa. Le apodan el Canónigo.

Tras este rostro amable se oculta un cosmócrata, con un corazón duro capaz de quebrar sindicatos, de enfrentarse, mediante argumentos falaces, con las organizaciones internacionales y la opinión pública, y de imponer en todo momento y en cualquier lugar una estrategia de maximalización de los beneficios privados, sin fijarse en el precio que tendrán que pagar sus vícitmas.

Brabeck fue durante decenios procónsul de Nestlé en América del Sur. Políglota, casado con una chilena, conoce íntimamente la mayor parte de los secretos de las diferentes oligarquías al sur de Rio Branco. En aquella época, de acuerdo con la CIA, las empresas multinacionales no dudaban en desestabilizar a los escasos gobiernos progresistas del continente, especialmente en Chile.

Ziegler, Jean: El imperio de la vergüenza, Ed. Taurus, Madrid, 2006, pp.239-241


domingo, 13 de julio de 2008

¿Crisis? ¿Qué crisis?

I

Cada vez más, los analistas económicos se parecen a los comentaristas deportivos. Con sus euforias y depresiones ciclotímicas, con su abuso de los lugares comunes y los tópicos. Con sus propuestas simplistas para salir del atolladero. Y los líderes políticos se comportan de forma parecida a los dirigentes deportivos, negando problemas cuando empiezan a ser evidentes y lanzado propuestas de humo cuando ya se están quemando. Solo hay una diferencia substancial: mientras el mundo del deporte es un mero juego relativamente impredecible (aunque a su alrededor se articule un gran tinglado financiero y político), la economía afecta a aspectos básicos de la vida social. Y los políticos y comentaristas económicos se apoyan en unos saberes que se presentan a sí mismos como conocimientos científicos, producidos por una ingente infraestructura académica. Algo que hace aún más intrigantes los cambios de ánimo y la ausencia de propuestas sólidas cuando las cosas se complican. Unas propuestas que, al menos en los últimos treinta años, son siempre del mismo tipo, sea cual sea el diagnóstico. O que obligan a forzar el diagnóstico para que cuadre con la única propuesta conocida: más mercado, más flexibilidad, menos impuestos, más contención salarial....

II

La recesión (o crisis, el nombre es secundario) actual tiene elementos planetarios y otros que afectan de forma desigual a países concretos. Tiene aspectos conocidos de otras crisis y aspectos nuevos, también conocidos pero menos asimilables a los modelos económicos de referencia. Entre los efectos generales destaca sin duda la crisis financiera internacional. Ésta ha sido un fenómeno recurrente en los últimos veinte años en los que periódicamente se han sucedido la explosión de las diversas “burbujas especulativas”. La diferencia fundamental es que mientras que muchas de las situaciones anteriores se caracterizaron por crisis bursátiles o recesiones que afectaron especialmente a la periferia del sistema (México, Rusia, Este de Asia) ahora el cataclismo se ha producido en el centro y ha impactado directamente en varios de los mayores grupos financieros mundiales. Quizás por ello las respuestas políticas han sido diferentes y en lugar de propugnarse políticas de ajuste las primeras maniobras se han orientado a salvar el sistema bancario mediante una provisión masiva de fondos por parte de los organismos reguladores públicos (Reserva Federal estadounidense, Banco de Inglaterra, Banco Central Europeo) para evitar la quiebra de las instituciones más afectadas (Bear Stearns, Northern Rock) y con ello la generación de un efecto dominó que hubiera afectado al conjunto del sistema financiero.

Una política de intervención pública de cortafuegos que si bien evita la generación de una catástrofe a corto plazo corre el peligro de dejar intactas las condiciones para que la situación se vuelva a repetir. Esta sucesión de recesiones financieras es consustancial a la historia del capitalismo. Pero en las últimas décadas se ha reforzado a medida que ha avanzado la financiarización de la economía, la liberalización de los movimientos internacionales de capitales, la creación de una ingente cantidad de instrumentos financieros, la reducción de controles y el levantamiento de restricciones al comportamiento de las entidades financieras. No está claro hasta que punto las medidas actuales han tenido éxito en contener la crisis actual. Pero lo que es seguro es que sin una regulación estricta del sistema financiero estas crisis reaparecerán. Y se mantendrán intactos el poder y el condicionamiento de la esfera financiera sobre el funcionamiento global de la actividad económica.

III

La crisis actual tiene también sus aspectos particulares. Los países donde el frenazo ha sido más desestabilizador (España, Irlanda, Reino Unido, EE.UU....) se han caracterizado por la eclosión de una crisis inmobiliaria tras un largo período de crecimiento del sector. Es en gran medida una crisis clásica de desproporción: la inversión crece desproporcionadamente en un sector y su producción acaba por no encontrar compradores. Al detenerse las ventas su caída arrastra en cadena a los demás sectores con los que este sector se relaciona.

Este esquema simple lo podemos complicar con otros elementos. Especialmente preguntarnos por qué se ha producido esta sobreacumulación inmobiliaria. Una de las posibles respuestas nos vuelve a situar en la senda del capital financiero: el impulso, vía crédito, del “boom” inmobiliario y del desaforado despegue de los precios (en gran medida explicable por las propias características del crédito hipotecario, avalado en teoría con un activo real y por tanto el que más fácilmente puede concederse a sectores de rentas bajas). Es asimismo un sector donde se pueden obtener grandes márgenes en un corto espacio de tiempo. Y cuya producción no es deslocalizable. No deja de ser sintomático que muchos de los países que hoy se enfrentan a una depresión inmobiliaria son los mismos que hace tiempo mantienen una balanza comercial deficitaria. Aunque no está claro en qué medida esta opción por el “ladrillo” ha sido debida a su incapacidad para desarrollar otro tipo de actividades, o han sido precisamente las ganancias fáciles las que han acelerado su desindustrialización relativa (posiblemente de todo haya un poco).

IV

Para complicar la situación lo que podría ser una crisis tradicional de demanda, que admitiría la receta clásica de una reactivación vía gasto público, se complica con el rebrote de los precios de alimentos básicos y petróleo. Hay una respuesta sencilla: la especulación se ha desplazado del financiero-inmobiliario a las materias primas. Y por tanto la respuesta debería ser en este caso del mismo tipo que la ya comentada: la vuelta a una regulación estricta de los mercados, las limitaciones a los movimientos especulativos.

Pero la realidad apunta a una cuestión más estructural y que afecta al conjunto de los modelos de desarrollo. La que indica que estos crecimientos son el resultado inevitable de combinar una oferta de alimentos y petróleo difícil de aumentar a corto plazo con un aumento de la demanda por parte de las nuevas capas medias de los países en crecimiento. En el caso del petróleo la restricción de oferta es inevitable, provocada por el agotamiento paulatino de los yacimientos más ricos, el aumento de costes de los nuevos y la caída a largo plazo de la capacidad total de extracción (la especulación estaría anticipando en parte este crecimiento de los precios a largo plazo). En el caso de los alimentos coinciden más cosas: tanto las restricciones de la producción generada por diversas dinámicas —las políticas de ajuste agrario (como la PAC europea), la urbanización de espacios agrícolas y la sustitución de producciones básicas para el autoconsumo por la producción masiva de productos de lujo para el mercado mundial— como el nacimiento de una nueva demanda de biocombustibles nacida en parte como respuesta al encarecimiento del petróleo internacional. Ya se sabe que el mercado es un sistema de voto censitario en el que los ricos tienen más papeletas, por lo que consiguen trastocar los usos y destinos de la producción mundial. En suma, las alzas de materias primas, más allá de las turbulencias especulativas, mostrarían el impacto de la crisis ecológica (la imposibilidad de generalizar el despilfarro de recursos naturales) en el funcionamiento de la economía global.

No es tampoco algo nuevo. Ya ocurrió en la década de los setenta. Pero como entonces sólo una minoría de economistas entendió la interrelación entre la economía y la naturaleza, la solución fue una salida hacia delante que nos ha conducido a la situación actual. Y, como entonces, en lugar de reconocer el problema se opta por respuestas que combinan los intereses de los grandes grupos del capital con la irresponsabilidad y la ceguera más extremas.

Para muestra la lectura del Banco Central Europeo, para quien el problema se reduce a controlar la inflación, a contener la demanda y a hacer que el mercado funcione. Subiendo los tipos de interés sin duda se acabará por frenar la economía, pero a un coste social que puede ser intolerable. Eliminando los mecanismos de indiciación de rentas (básicamente salarios y pensiones públicas) simplemente se hace aumentar la parte de renta que va al capital, pero difícilmente se contiene una inflación importada. Ninguna de estas medidas va a resultar eficaz para promover la necesaria reordenación económica que exige la crisis ambiental. Pero éste es el único tipo de respuestas que han aprendido unos tecnócratas formados en los manuales de economía al uso. Y es el único tipo de respuestas que, al menos a corto plazo, están dispuestos a escuchar los poderes que manejan el núcleo de la actividad económica mundial

V

Por alguna de las razones ya comentadas, la crisis en España tiene caracteres aún más preocupantes. En los últimos años se ha deteriorado la posición industrial del país y la economía se ha escorado aún más hacia el modelo constructor-turismo. Sin olvidar el desaforado aumento del consumo de recursos básicos que sustenta nuestro “modelo de crecimiento”. Desde hace muchos años se repite el “mantra” de la necesidad de desarrollar el capital humano y la tecnología sofisticada sin que se aprecie ningún cambio sustancial.

Y no se trata sólo de una trayectoria errónea, sino de la ausencia de mecanismos efectivos para cambiar el rumbo. Hasta hoy la historia de todos los países que han alcanzado un despegue tecnológico se ha fundamentado en la combinación de diversos mecanismos básicos: una moneda devaluada (para favorecer exportaciones), una política industrial agresiva en apoyo de los sectores de despegue, un esfuerzo del sector público a favor del mismo. Y casi siempre se ha caracterizado por un esfuerzo a largo plazo, puesto que las innovaciones no son una mera respuesta a las inyecciones monetarias sino que suelen ser el resultado de procesos de esfuerzo sostenido.

Muchos de estos mecanismos no están hoy al alcance de lo que pueden hacer nuestras autoridades. Ni la política de tipo de cambio, ni gran parte de la política industrial están en las manos del gobierno Zapatero en el supuesto hipotético que tuviera la voluntad de aplicarlas. Ni tampoco se tiene una influencia directa sobre sectores productivos claves que están en manos de multinacionales extranjeras que aplican estrategias globales y sitúan sus centros más sofisticados en aquellas localizaciones que consideran mejores para sus intereses.

A corto plazo parece que lo único que puede hacer el Gobierno es intervenir en aquello que le pide la patronal: reducir impuestos, aplicar la enésima reforma del mercado laboral, construir más infraestructuras para mantener los ingresos de las grandes constructoras… No hay ninguna garantía de que con ello vaya a mejorar el clima económico, pero con ello se saciarán una vez más los intereses de los sectores dominantes.

VI

¿Qué deberíamos pedirle al Gobierno en este contexto?

En primer lugar una información realista de la situación. Que evaluara de verdad los costes sociales y ambientales del modelo de crecimiento que ahora esta en cuestión. Que explicara de forma realista qué medidas puede tomar y cuáles no. Cuáles son los condicionantes que le impone el actual modelo institucional europeo. Y cuales son las presiones inaceptables de los grandes grupos de interés. Seguramente este Gobierno no tiene ni los conocimientos, ni la voluntad ni aún menos el poder para cambiar el curso de las cosas. Pero como mínimo le deberíamos hacer responsable de llevar a cabo un trabajo sostenido para cambiar la actual balanza de poder, para introducir en el debate político puntos de vista diferentes y de realizar evaluaciones honestas de los efectos de cada política. Para ser un agente activo en campos como la necesaria regulación de los mercados financieros o las políticas ambientales y sociales globales.

En segundo lugar la ampliación de los servicios públicos. Tanto para satisfacer demandas sociales perentorias, como para generar de verdad empleo en un momento en que el capital privado se muestra incapaz de garantizar aquello que le da más hegemonía social: la creación de puestos de trabajo. Es absolutamente irresponsable reducir la oferta pública de empleo en el momento actual. Y es asimismo evidente que son los países con más peso en el empleo público los que aparecen como los mejores en términos de bienestar social. El pagar pocos impuestos y bajos salarios no ha servido en cambio en España ni para garantizar empleo estable ni para generar una economía privada competitiva.

En tercer lugar empezar a plantear la necesidad de una reconversión ecológica de nuestra economía. Capaz de hacer frente al agotamiento (y encarecimiento) de recursos como el petróleo, de eludir una crisis alimentaria, de frenar la desertización… Capaz de garantizar a todo el mundo la satisfacción de necesidades básicas. Una reconversión de tal calibre que requiere un ambicioso programa a largo plazo de intervenciones diversas: tecnológicas, organizativas, sociales, culturales. Y que presupone generar nuevas fórmulas de cooperación social, pero también cambios en la modalidad y el funcionamiento de la esfera económica. Y todo ello combinándolo con políticas de sostenimiento de rentas básicas. De apoyo a los procesos de reorientación productiva. De mantenimiento de la indexación de pensiones y salarios. Políticas que si por una parte impiden el deterioro de las condiciones de vida de la población por otra actúan como potentes mecanismos anticíclicos. Algo que suele ser omitido por los que siempre son partidarios de los recortes sociales en época de crisis (lo que no les impide ser demandantes de todo tipo de subvenciones y rebajas fiscales).

La crisis actual ha puesto en cuestión, una vez más, los dogmas de la escolástica del libre mercado y del crecimiento sin fin. Ha liquidado la confianza panglossiana a la que estaba limitado el debate económico. Pero si no empezamos por desmontar con firmeza sus dogmas, y no propugnamos cambios de enfoque general, corremos el riesgo de quedar soterrados por la aplicación de medidas que van a dejar incólumes las bases del modelo que nos ha llevado a la situación actual.



Las tres crisis

No había ocurrido jamás. Por vez primera en la historia económica moderna, tres crisis de gran amplitud -financiera, energética, alimentaria- están coincidiendo, confluyendo y combinándose. Cada una de ellas interactúa sobre las demás. Agravando así, de modo exponencial, el deterioro de la economía real.

Por mucho que las autoridades se esfuercen en minimizar la gravedad del momento, lo cierto es que nos hallamos ante un seísmo económico de inédita magnitud. Cuyos efectos sociales apenas empiezan a hacerse sentir y que detonarán con toda brutalidad en los meses venideros. Lo peor nunca es seguro y la numerología no es una ciencia exacta, pero el año 2009 bien podría parecerse a aquel nefasto 1929...

Como era de temer, la crisis financiera sigue agudizándose. A los descalabros de prestigiosos bancos estadounidenses, como Bear Stearns, Merrill Lynch y el gigante Citigroup, se ha sumado el desastre reciente de Lehman Brothers, cuarta banca de negocios que ha anunciado, el pasado 9 de junio, una pérdida de 1.700 millones de euros. Por ser su primer déficit desde su salida en Bolsa en 1994, esto ha causado el efecto de un terremoto en una América financiera ya violentamente traumatizada.

Cada día se difunden noticias sobre nuevos quebrantos en los bancos. Hasta ahora, las entidades más afectadas han reconocido pérdidas de casi 250.000 millones de euros. Y el Fondo Monetario Internacional estima que, para salir del desastre, el sistema necesitará unos 610.000 millones de euros (o sea, el equivalente de ¡dos veces el presupuesto de Francia!).

La crisis comenzó en Estados Unidos, en agosto de 2007, con la morosidad de las hipotecas de mala calidad (subprime) y se ha extendido por todo el mundo. Su capacidad de transformarse y de extenderse mediante la proliferación de complejos mecanismos financieros hace que esta crisis se asemeje a una epidemia fulminante imposible de atajar.

Las entidades bancarias ya no se prestan dinero. Todas desconfían de la salud financiera de sus rivales. A pesar de las inyecciones masivas de liquidez efectuadas por los grandes bancos centrales, nunca se había visto una sequía tan severa de dinero en los mercados. Y lo que más temen algunos ahora es una crisis sistémica, o sea que el conjunto del sistema económico mundial se colapse.

De la esfera financiera la crisis se ha trasladado al conjunto de la actividad económica. De golpe, las economías de los países desarrollados se han enfriado. Europa (y en particular España) se halla en franca desaceleración, y Estados Unidos se encuentra al borde de la recesión.

Donde más se está notando la dureza de este ajuste es en el sector inmobiliario. Durante el primer trimestre de 2008, el número de ventas de viviendas en España cayó el ¡29%! Cerca de dos millones de pisos y de chalets no encuentran comprador. El precio del suelo sigue desmoronándose. Y el alza de los intereses hipotecarios y los temores de recesión hunden el sector en una espiral infernal. Con feroces efectos en todos los frentes de la enorme industria de la construcción. Todas las empresas de estas ramas se ubican ahora en el ojo del huracán. Y asisten impotentes a la destrucción de decenas de miles de empleos.

De la crisis financiera hemos pasado a la crisis social. Y vuelven a surgir políticas autoritarias. El Parlamento Europeo ha aprobado, el pasado 18 de junio, la infame "directiva retorno". Y las autoridades españolas ya han proclamado su voluntad de favorecer la salida de España de un millón de trabajadores extranjeros...

En medio de esta situación de espanto se produce el tercer choque petrolero. Con un precio del barril en torno a los 140 dólares. Un aumento irracional (hace diez años, en 1998, el barril costaba menos de 10 dólares...) debido no sólo a una demanda disparatada sino, sobre todo, a la acción de muchos especuladores que apuestan por el alza continua de un carburante en vías de extinción. Los inversores huyen de la burbuja inmobiliaria y desplazan masas colosales de dinero porque apuestan ahora por un petróleo a 200 dólares el barril. Se está así produciendo una financiarización del petróleo.

Con las consecuencias que vemos: formidable subida de los precios en las gasolineras, y estallidos de ira por parte de pescadores, camioneros, agricultores, taxistas y todos los profesionales más afectados. En muchos países, mediante manifestaciones y enfrentamientos, estas profesiones reclaman a sus Gobiernos ayudas, subvenciones o reducciones de la fiscalidad.

Por si todo este contexto no fuese lo bastante sombrío, la crisis alimentaria se ha agravado repentinamente y ha venido a recordarnos que el espectro del hambre sigue amenazando a casi mil millones de personas. En unos cuarenta países, la carestía actual de los alimentos ha provocado levantamientos y revueltas populares. La Cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) del pasado 5 de junio en Roma sobre la seguridad alimentaria fue incapaz de alcanzar un acuerdo para relanzar la producción alimentaria mundial. También aquí, los especuladores en fuga del desastre financiero tienen una parte de responsabilidad porque apuestan por un precio elevado de las futuras cosechas. De modo que hasta la agricultura se está financiarizando.

Éste es el saldo deplorable que deja un cuarto de siglo de neoliberalismo: tres venenosas crisis entrelazadas. Va siendo hora de que los ciudadanos digan: "¡Basta!".

Ignacio Ramonet - Le Monde Diplomatique