viernes, 27 de febrero de 2009

Decrecimiento sostenible

La crisis económica actual ha puesto a John Maynard Keynes de moda porque existe capacidad industrial en las economías occidentales que no se aprovecha. Ante el aumento del desempleo, la receta adecuada es un mayor gasto público. Así habrá dinero para cambiar de automóvil y comprar el exceso de viviendas que deprime la industria de la construcción en Estados Unidos, en Reino Unido y en España. Keynes quería que la economía saliera de la crisis de 1929. Dijo explícitamente que lo que ocurriera a largo plazo, una vez la economía se recuperara de las dificultades, no le importaba. Fueron economistas posteriores como Harrod y Domar los que convirtieron el keynesianismo en una doctrina de crecimiento económico a largo plazo. Más tarde llegaron o resucitaron los neoliberales como Hayek, quienes aseguraron que el mercado sabía mucho más que el Estado. Ahora estamos escuchando a banqueros que piden que nacionalicen sus bancos, por favor. Estamos viendo la resurrección de Keynes (o su reencarnación en Krugman y Stiglitz). Pero podemos preguntarnos, ¿un Keynes de corto plazo, para salir de la crisis, o un Keynes también de largo plazo para seguir una senda virtuosa de crecimiento económico?

Es ahí donde entra la actual crítica de la Economía Ecológica. El crecimiento económico se ha basado en la energía del carbón, el petróleo y el gas natural. Parece aconsejable un keynesianismo verde que aumente la inversión pública en conservación de energía, en instalaciones fotovoltaicas, en transporte público urbano y rehabilitación de viviendas, en agricultura orgánica. Pero no lo parece continuar en la fe del crecimiento económico. En los países ricos debe darse un ligero decrecimiento económico que sea socialmente sostenible. Debemos entrar en una transición socio-ecológica. La economía ha de decrecer en términos de materiales y de consumo energético. Existe ya un acuerdo social en Europa para que las emisiones de dióxido de carbono se recorten un 20% con respecto a las de 1990, pero lo que no se había previsto es que, de hecho, al decrecer el PIB esas emisiones ya están disminuyendo.

Pero no sólo hay razones ecológicas para el decrecimiento. Hay psicólogos que han averiguado que la felicidad no aumenta con el aumento del PIB per cápita. Mejor dicho, sí que aumenta a niveles muy bajos, pero no después. Ahora bien, el decrecimiento económico provoca dificultades sociales que hemos de afrontar para que la propuesta antes citada pueda ser socialmente aceptada. Si la productividad del trabajo (por ejemplo, el número de automóviles que un trabajador produce al año) crece el 2% anualmente pero la economía no hace lo propio, eso llevará a un aumento del desempleo. La respuesta ha de ser doble. Los aumentos de productividad no están bien medidos. Si hay sustitución de energía humana por energía de máquinas, ¿los precios de esta energía tienen en cuenta el agotamiento de recursos, las externalidades negativas? Sabemos que no es así. Además, hay que separar el derecho a recibir una remuneración del hecho de tener empleo asalariado. Esa separación ya existe en muchos casos (niños y jóvenes, pensionistas, personas que perciben el seguro de desempleo), pero debe ampliarse más. Hay que redefinir el significado de 'empleo' -teniendo en cuenta los servicios domésticos no remunerados y el sector del voluntariado- y hay que introducir o ampliar la cobertura de la Renta de Ciudadano o Renta Básica.

Cabe plantear otra objeción. ¿Quién pagará la montaña de créditos, las hipotecas y la deuda pública si la economía no crece? La respuesta debe ser que nadie. No podemos forzar a la economía a crecer al ritmo del interés compuesto con que se acumulan las deudas. El sistema financiero debe tener reglas distintas de las actuales. En Europa y Estados Unidos lo que es nuevo no es, pues, el keynesianismo, ni tan sólo el keynesianismo verde. Lo nuevo es el movimiento social por el decrecimiento sostenible. La crisis abre expectativas para nuevas instituciones y hábitos sociales. El objetivo en los países ricos debe ser vivir de forma óptima dejando de lado el imperativo del crecimiento económico.

Joan Martínez Alier es catedrático del Departamento de Economía e Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona
Fuente: Sin Permiso

jueves, 26 de febrero de 2009

Nuevos valores para una nueva civilización

En el Foro Social Mundial de Belém, se concluyó que las alternativas al neoliberalismo y a la construcción del ecosocialismo no se engendran en la cabeza de los intelectuales o de programas partidarios, sino en la práctica social, a través de luchas populares, movimientos sindicales, campesinos, indígenas, étnicos, ambientalistas y comunidades de base.
Para gestar tales alternativas se exigen al menos cuatro actitudes. La primera una visión crítica del neoliberalismo. Éste profundiza las contradicciones del capitalismo, en la medida en que la expansión globalizada del mercado estimula la competitividad comercial entre las grandes potencias; desplaza la producción hacia regiones donde se puedan pagar salarios irrisorios; estimula el éxodo de las naciones pobres hacia las ricas; introduce tecnología de punta que reduce los puestos de trabajo; vuelve a las naciones dependientes del capital especulativo; e intensifica el proceso de destrucción del equilibrio ambiental del planeta.
La segunda actitud: organizar la esperanza. Encontrar alternativas es un trabajo colectivo, puesto que no surgen de la cabeza de intelectuales iluminados o de gurús ideológicos. De hay la importancia de dar consistencia organizativa a todos los sectores de la sociedad que esperan otra cosa diferente de lo que se ve en la realidad actual, desde agricultores que sueñan con trabajar su propia tierra a jóvenes interesados en la preservación del medio ambiente
.
La tercera actitud es rescatar la utopía, el neoliberalismo no trata solamente de destruir las instancias comunitarias creadas por la modernidad, como la familia, el sindicato, los movimientos sociales y el Estado democrático. Su proyecto de atomización de la sociedad reduce la persona a la condición de individuo desconectado de la coyuntura socio-política- económica en la cual se inserta, y lo considera mero consumidor. Por lo mismo se extiende también a la esfera cultural. Como diría Emmanuel Mounier, el individualismo es opuesto al personalismo. Pascal fue enfático: “El Yo es odioso”.
En su apogeo el capitalismo lo mercantiliza todo: la biodiversidad, el medio ambiente, la responsabilidad social de las empresas, el genoma, los órganos arrancados a los niños, etc. y hasta nuestro mismo imaginario. Un ejemplo trivial es lo que se gasta en la compra de agua potable envasada industrialmente, dejando de lado el viejo y buen filtro de cerámica o incluso la recogida del agua limpísima de lluvia después de un minuto de precipitación
.Sin utopías no hay movilizaciones motivadas por la esperanza, ni posibilidad de visualizar un mundo diferente, nuevo y mejor.
Cuarta actitud: elaborar un proyecto alternativo. La esperanza favorece la emergencia de nuevas utopías, que deben ser traducidas a proyectos políticos y culturales que señalen las bases de una nueva sociedad, eso implica el rescate de los valores éticos, del sentido de justicia, de las prácticas de solidaridad y compartimiento, y del respeto a la naturaleza, en suma, se trata de un desafío también de orden espiritual, en la línea de lo que pregonaba el profesor Milton Santos, de que debemos priorizar los “bienes infinitos” y no los “bienes finitos”.
El proyecto de una sociedad ecosocialista alternativa al neoliberalismo exige revisar, después de la caída del muro de Berlín los aspectos teóricos y prácticos del socialismo real, sobre todo desde el punto de vista de la democracia participativa y de la preservación ambiental.
El ecosocialismo se caracterizaría por la capacidad de incorporar el concepto y las prácticas de igualdad social y desarrollo sustentable a partir de experiencias de los movimientos sociales y ecológicos, así como de la revolución cubana, del levantamiento zapatista de Chiapas, de los asentamientos del MST, etc.
Es vital incluir en el proyecto y en el programa los paradigmas emergentes actuales, como ecología, indigenismo, ética comunitaria, economía solidaria, espiritualidad, feminismo y holística.
Este sueño, esta utopía, esta esperanza que llamamos ecosocialismo no es sino la continuación de las esperanzas de aquellos que lucharon por la defensa de la vida como Chico Mendes y Dorothy Stang, dos luchadores cristianos que dieron sus vidas por la causa de los pobres, de los explotados, de los indígenas, de los trabajadores de la tierra y de los pueblos de la selva.
(Traducción de J.L.Burguet)

Frei Betto, Alai-amlatina

martes, 24 de febrero de 2009

El encuentro de movimientos sociales frente a la crisis llama a una movilización el 28 de marzo

Nota de Prensa de ATTAC España
Como continuación del proceso de ENCUENTRO iniciado el 11 de diciembre de 2008, medio centenar de organizaciones, sindicatos, plataformas, partidos y movimientos sociales de todo el territorio español, interesados en analizar alternativas, elaborar propuestas y movilizar a la ciudadanía ante los efectos de las crisis sistémica que padecemos, han celebrado una reunión estatal el 14 de febrero en el Ateneo de Madrid.

El objeto de la reunión era el de profundizar en las causas reales de la crisis, avanzar en la definición de alternativas a la situación actual, coordinar y articular acciones contra la crisis y programar una agenda de movilizaciones y campañas conjuntas, apoyando las iniciativas que ya están en marcha en las diversas ciudades y regiones del territorio español; se trata específicamente de desarrollar movilizaciones a nivel estatal y sumarse a las acordadas tanto a nivel europeo (tras la reunión en París los días 10 y 11 de enero de más de 150 colectivos europeos) como a nivel mundial en el reciente Foro Social Mundial celebrado en Belem, Brasil, clausurado el 1 de febrero, con la participación de más de 1.500 colectivos.

Tras una breve descripción introductoria de la situación actual y de sus principales causas y responsables, se expusieron los principales acuerdos, objetivos y planes de acción de las reuniones de París y Belem. A continuación y durante todo el sábado, el centenar de asistentes participaron en un intenso debate en el que se acordaron como principales conclusiones:

La primera movilización conjunta en todo el territorio español se llevará a cabo el 28 de marzo en protesta por la reunión prevista en Londres del G- 20, en sintonía con la convocada a nivel mundial en el FSM de Belem en el marco de la semana de acción global contra el capitalismo y la guerra del 28 de marzo al 4 de abril.

Mantener este proceso de articulación y coordinación previendo una próxima reunión durante el mes de abril, al objeto de valorar la movilización del 28 de marzo y decidir nuevas acciones conjuntas.; entre otras: movilizaciones contra la OTAN, en apoyo al pueblo palestino, por la soberanía alimentaria y contra la colonización y mercantilización de la vida, previstas durante el 2009.

Los colectivos, organizaciones y sindicatos que han participado en este proceso de Encuentro se detallan más abajo.

Madrid, 15 de febrero de 2009

Colectivos, organizaciones, sindicatos y movimientos sociales convocantes:
ADICAE, Asamblea Anticapitalista, Asamblea Canaria Reparto de Riqueza, Asociación España y Argentina Cultural, Asociación Laasal, Asociación Prodignidad de los Presos, Asociación vecinal Unidad Villaverde, ATTAC España, Baladre, CAS, CEAR, CGT, CONGDE, Coordinadora Sindical de Madrid, Cristianos de Base, Ciudadanos - Partido de la Ciudadanía, Corriente Roja, Democracia Comunista, Ecologistas en Acción, Ecologistas en Acción - Andalucía, En Lucha, Entrepueblos, Federación Asociaciones Defensa Sanidad Pública, Foro Social de Granada, Foro Social de Madrid, Foro Social de Murcia, Foro Social de Sevilla, Foro Social Temático Español, Funación CEAR, Fundación SEPI - FUNEP, Green Cross, Izquierda Anticapitalista, Izquierda Socialista PSOE, Izquierda Unida Madrid, IPIC - CONFER, Justicia y Paz - CONFER, ODG, PCE, PCE-ML, Plataforma 2015 y Más, Plataforma Ciudadanos por la República, Plataforma Contra la Crisis de Valencia, Plataforma Rural, Plataforma por una Vivienda Digna, Por un Mundo Más Justo, ¿Quién Debe a Quién?, SETEM, Sindicato de Pensionistas, SODEPAZ, STES, TACEE, Tierra de Hombres, Unión Cívica por la República (UCR), Universidad Nómada, Veterinarios Sin Fronteras

miércoles, 11 de febrero de 2009

La nueva 'realpolitik' es cosmopolita‏

Es necesario que la humanidad sobreviva al siglo XXI sin volver a caer en la barbarie. Para eso hay que liberarse de los corsés del Estado nación y establecer los "grilletes de oro" de alianzas transnacionales


Para que una crítica realista de las relaciones de poder pueda derivarse del concepto de cosmopolitismo, que pertenece a la tradición filosófico-política de la civilización occidental como muy tarde desde Kant, éste primero tiene que ser aclarado. Con "cosmopolita" no me refiero al concepto idealista y elitista que sirve de punta de lanza ideológica a las pretensiones de las élites y organizaciones transnacionales. Lo que está en el aire es algo totalmente distinto.

A comienzos del tercer milenio, la máxima de la realpolitik nacional, según la cual los intereses nacionales tienen que perseguirse nacionalmente, debe ser sustituida por la máxima de la realpolitik cosmopolita: cuanto más cosmopolita sea nuestra política, más nacional y exitosa será. Y cuanto más nacional sea, más condenada al fracaso estará.

Si esta crisis económica tan amenazadora no existiese, tendría que inventarse para que la canciller alemana, Angela Merkel, y su ministro de Finanzas, Peer Steinbrück, aprendieran al fin lo que sus colegas en Londres, París y Madrid, pero también el equipo del estadounidense Obama, han adoptado como consigna: quien elige el camino del nacionalismo económico actúa antipatrióticamente; se perjudica en principio a sí mismo pero al final también perjudica a todos los demás. Ésta es la dolorosa lección que aprendimos de la Gran Depresión y de la consiguiente Segunda Guerra Mundial. Así que quien crea, como la canciller alemana, que para proteger la economía alemana y los puestos de trabajo en Alemania hay que escoger entre la soberanía nacional y la ampliación política de la Unión Europea en cuestiones de mercado económico y de trabajo, no sólo establece una falsa alternativa, sino que comete, como enseña la historia de la Gran Depresión, un grave error.

En esta época de crisis y de riesgos globales sólo funciona la política de "los grilletes de oro": la creación de una densa red de alianzas y mutuas dependencias transnacionales para recuperar la soberanía nacional post-nacional y la prosperidad económica. Sólo cuando a Europa le va bien, también le va bien a Alemania. Sólo cuando al mundo le va bien, puede el primer exportador mundial que es Alemania vender sus productos. No hay ningún otro país en el que, si lo pensamos honestamente, el realismo cosmopolita coincida tan claramente con los propios intereses nacionales bien entendidos. Sencillamente no entiendo por qué esto es tan difícil de concebir. ¿Por qué, por ejemplo, la repentina liquidación, objeto de burla de todas las ideologías, de cualquier respuesta europea a la crisis económica mundial no despierta justamente en Alemania las ganas de criticar y el gusto por la ironía de los comentaristas políticos? ¿Dónde está la voz de los europeos alemanes en este momento tan decisivo?

Atravesamos la situación que Nietzsche predijo hace más de 100 años: vivimos en la edad de la comparación. Corrientes culturales contrapuestas confluyen en un mismo espacio y se mezclan, las más de las veces de manera conflictiva. El doble lenguaje, eso es, la capacidad de deshacerse de las ataduras de lo familiar; la ubicuidad de la existencia; la capacidad de interactuar más allá de las fronteras; todo esto crea una compleja maraña de lealtades fragmentadas, sin que éstas se revelen como identidades vividas espontáneamente. Sentar raíces y tener alas; unir lo provinciano con la riqueza de vivencias de una ciudadanía cosmopolita experimentada y particular; éste podría ser el denominador común civilizatorio de sociedades culturalmente heterogéneas, que serviría así para responder a la insistente pregunta elemental que todos nos hacemos: ¿qué orden requiere el mundo?

Semejante reconocimiento de la diferencia, que no hay que confundir con el multiculturalismo recetado por los Estados nacionales, abre un espacio de posibilidades multidimensional, que, sin embargo, no carece de contradicciones internas. No se trata sólo de superar los abismos entre ricos y pobres, entre norte y sur, entre los nichos de bienestar social y la depauperación. Hay más. Tampoco se trata sólo de la posibilidad o imposibilidad de un mini Estado social a escala global, un "keysenianismo globalizado", aunque éste siga limitándose a las necesidades elementales. Se trata de mucho más. El realismo cosmopolita tiene que ver con la apertura por abajo y por dentro de las instituciones de base de los Estados nacionales para los desafíos de la época global, y en cómo se lleva a cabo este proceso. Tiene que ver con el trato que reciben las minorías, los extranjeros, los marginados. Con el problema que plantean los derechos humanos de los distintos grupos tanto en la consolidación como en la reforma de la democracia en el espacio transnacional. Y, sobre todo, con la cuestión de cómo pueden evitarse los estallidos de violencia que surgen de las decepciones y la degradación de las personas.

El realismo cosmopolita une así el respeto por la dignidad de la diferencia cultural con el interés por la supervivencia de cada individuo. La realpolitik cosmopolita, entendida de ese modo, es la siguiente gran idea que cabe ensayar tras las ideas históricamente desgastadas del nacionalismo, el comunismo, el socialismo y el neoliberalismo. Podría hacer posible lo improbable: que la humanidad sobreviva al siglo XXI sin recaer en la barbarie.

En este contexto, el problema principal de las ciencias sociales es que plantean las preguntas equivocadas. Las preguntas directrices de las teorías sociales están la mayoría de ellas orientadas a la estabilidad y a la configuración del orden, y no a lo que estamos experimentando y, por lo tanto, debemos comprender: un cambio epocal y discontinuo de la sociedad en la modernidad.

Llamar retrospectivamente primera modernidad a la totalidad del mundo de las ideas sobre la economía, la sociedad y la política fundadas con el Estado nación, y separarla de una todavía desdibujada segunda modernidad -que se define por las crisis económicas y ecológicas globales, las cada vez más agudas desigualdades, la individualización, el frágil trabajo retribuido y precisamente los desafíos de la globalización cultural, política y militar-, sirve para el objetivo de superar el "reflejo proteccionista", que paraliza intelectual y políticamente a Europa tras el desmoronamiento del orden mundial bipolar.

Habría que descifrar cómo se transforman las supuestamente tan estables ideas directrices y coordenadas del cambio, a la vez que las bases y conceptos fundamentales del poder y la dominación, la legitimación y la violencia, la economía, el Estado y la política. Hasta ahora ha sido válida la idea de que los poderosos crearon la globalización para ir en contra de los pobres. No se han impulsado interacciones entre distintas sociedades y religiones que abarquen a la totalidad de las culturas, sino que se ha impuesto una en particular en contra de las demás. El imaginario cosmopolita representa el interés universal de la humanidad en sí mismo. Es el intento de repensar la interdependencia y la reciprocidad más allá de los axiomas y la arrogancia nacionales, y concretamente en el sentido de un realismo cosmopolita, que nos abra y agudice la mirada para las desconocidas, interrelacionadas e interdependientes sociedades en las que vivimos y actuamos.

Ulrich Beck es sociólogo y profesor de la Universidad de Múnich y de la London School of Economics. Traducción de M. Sampons.

Fuente: El País




viernes, 6 de febrero de 2009

Conformismo social y bancarrota del estado

El conformismo social generado durante la larga etapa de auge económico dificulta ahora la emergencia de alternativas y de reformas al actual capitalismo financiero-inmobiliario que se tambalea con la crisis.

Paradójicamente, cuando asistimos a la mayor crisis del sistema capitalista que se ha producido desde la Segunda Guerra Mundial, en los países de capitalismo maduro se encuentra bajo mínimos la voluntad de proponer alternativas al sistema. La protesta más radical emerge en países que habían votado a gobiernos de derechas, como es el caso de Francia o Grecia, mientras que Reino Unido y España, que habían votado socialista, muestran una mayor pasividad. Como los gobiernos socialistas ya no tratan de conseguir el socialismo, sino de suplantar a la derecha como gestores del capitalismo, son una bendición para los oligarcas del sistema a la hora de desactivar la protesta y de asegurar la paz social en momentos de crisis.


La alternancia política bipartidista suele resultar funcional para el mantenimiento del statu quo cuando la socialdemocracia light se encarga de gestionar las crisis, y no es raro que así ocurra, como ejemplifica en Estados Unidos el triunfo del demócrata Obama para capear el temporal de la crisis, tras los reiterados gobiernos del ultra-conservador Bush en momentos de auge.


Este bipartidismo trata de ningunear la existencia de una izquierda más radical en el panorama político y de un movimiento ecologista que generalmente reniega de la política partidista. Con lo cual, la protesta ejercida por estos movimientos alternativos tiende a diluirse sin que llegue a plasmarse en propuestas alternativas ampliamente consensuadas tocantes a aspectos tan claves como la configuración y regulación del sistema financiero internacional.


¿Podrán ganar peso político estos movimientos en un futuro próximo? Algo se mueve en este sentido. Por una parte, surgen escisiones en el seno de la socialdemocracia, como la de Lafontaine en Alemania, que tratan de articular un discurso con posiciones transformadoras y éticas más marcadas. Por otra, la fundación en Francia de un Nuevo Partido Anticapitalista con vocación trasnacional refleja el afán de superar los sectarismos y dogmatismos que a menudo han caracterizado a la izquierda radical, proponiendo un amplio frente de oposición al sistema que acoja, incluso, a corrientes ecologistas y anarquistas poco proclives a participar en los teatros habituales de la política. Estos ejemplos apuntan a evitar el divorcio que se observa entre los movimientos de protesta y la mediación política, hasta ahora monopolizada por los grandes partidos, que permanecen firmemente anclados a la ideología dominante.


El conformismo social cierra, también, la puerta a las reformas que demanda la estabilidad del propio sistema capitalista. El popurrí de medidas “urgentes” que se han venido adoptando sobre la marcha para “salir de la crisis” apuntan más a perpetuar el statu quo financiero-inmobiliario que la había originado que a reformarlo, lastrando así dicha “salida”. Porque no es la búsqueda de instrumentos idóneos la que marca la orientación del grueso de las medidas adoptadas, sino las presiones del neocaciquismo imperante, que sugieren ahora paliar la insolvencia de las empresas privadas con recursos públicos. Con lo cual –salvo que las presiones sociales y/o la autonomía de algunos gobiernos lo impidan– la insolvencia privada se acabará transmutando en bancarrota del Estado.

José Manuel Naredoes Economista y estadístico

martes, 3 de febrero de 2009

Declaración de la Asamblea de Movimientos Sociales del FSM 2009

Para hacer frente a la crisis son necesarias alternativas anticapitalistas, antiracistas, anti-imperialistas, feministas, ecológicas y socialistas.

Los movimientos sociales del mundo nos hemos reunido con ocasión de la celebración del 9º FSM en Belem, en la Amazonia, donde los pueblos resisten a la usurpación de la naturaleza, sus territorios y su cultura.

Estamos en América Latina, donde en las últimas décadas se ha dado el reencuentro entre los movimientos sociales y los movimientos indígenas que desde su cosmovisión cuestionan radicalmente el sistema capitalista; y en los últimos años ha conocido luchas sociales muy radicales que condujeron al derrocamiento de gobiernos neoliberales y el surgimiento de gobiernos que han llevado a cabo reformas positivas como la nacionalización de sectores vitales de la economía y reformas constitucionales democráticas.

En este contexto, los movimientos sociales de América latina han actuado de forma acertada: apoyar las medidas positivas que adoptan estos gobiernos, manteniendo su independencia y su capacidad de crítica en relación a ellos. Esas experiencias nos ayudarán a reforzar la firme resistencia de los pueblos contra la política de los gobiernos, de las grandes empresas y los banqueros que están descargando los efectos de esta crisis sobre las espaldas de las y los oprimidos.

En la actualidad los movimientos sociales a escala planetaria afrontamos un desafío de alcance histórico. La crisis capitalista internacional que impacta a la humanidad se expresa en varios planos: es una crisis alimentaria, financiera, económica, climática, energética, migratoria… de civilización, que viene a la par de la crisis del orden y las estructuras políticas internacionales.

Estamos ante una crisis global provocada por el capitalismo que no tiene salida dentro de este sistema. Todas las medidas adoptadas para salir de la crisis sólo buscan socializar las pérdidas para asegurar la supervivencia de un sistema basado en la privatización de sectores estratégicos de la economía, de los servicios públicos, de los recursos naturales y energéticos, la mercantilización de la vida y la explotación del trabajo y de la naturaleza, así como la transferencia de recursos de la periferia al centro y de los trabajadores y trabajadoras a la clase capitalista.

Este sistema se rige por la explotación, la competencia exacerbada, la promoción del interés privado individual en detrimento del colectivo y la acumulación frenética de riqueza por un puñado de acaudalados. Genera guerras sangrientas, alimenta la xenofobia, el racismo y los extremismos religiosos; agudiza la opresión de las mujeres e incrementa la criminalización de los movimientos sociales. En el cuadro de estas crisis, los derechos de los pueblos son sistemáticamente negados.

La salvaje agresión del gobierno israelí contra el pueblo palestino, violando el derecho internacional, constituye un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad y un símbolo de esta negación que también sufren otros pueblos del mundo.

Para hacer frente a esta crisis es necesario ir a la raíz de los problemas y avanzar los más rápidamente posible hacia la construcción de una alternativa radical que erradique el sistema capitalista y la dominación patriarcal.

Es necesario construir una sociedad basada en la satisfacción de las necesidades sociales y el respeto de los derechos de la naturaleza, así como en la participación popular en un contexto de plenas libertades políticas. Es necesario garantizar la vigencia de todos los tratados internacionales sobre los derechos civiles, políticos, sociales y culturales (individuales y colectivos), que son indivisibles.

En este camino tenemos que luchar, impulsando la más amplia movilización popular, por una serie de medidas urgentes como:

- La nacionalización de la banca sin indemnización y bajo control social.
- Reducción del tiempo de trabajo sin reducción del salario.
- Medidas para garantizar la soberanía alimentaria y energética.
- Poner fin a las guerras, retirar las tropas de ocupación y desmantelar las bases militares extranjeras.
- Reconocer la soberanía y autonomía de los pueblos, garantizando el derecho a la autodeterminación.
- Garantizar el derecho a la tierra, territorio, trabajo, educación y salud para todas y todos.
- Democratizar los medios de comunicación y de conocimiento.

El proceso de emancipación social que persigue el proyecto ecologista, socialista y feminista del siglo 21 aspira a liberar a la sociedad de la dominación que ejercen los capitalistas sobre los grandes medios de producción, comunicación y servicios, apoyando formas de propiedad de interés social: pequeña propiedad territorial familiar, propiedad pública, propiedad cooperativa, propiedad comunal y colectiva…

Esta alternativa debe ser feminista porque resulta imposible construir una sociedad basada en la justicia social y la igualdad de derechos si la mitad de la humanidad es oprimida y explotada.

Por último, nos comprometemos a enriquecer el proceso de la construcción de la sociedad basada en el “buen vivir” reconociendo el protagonismo y la aportación de los pueblos indígenas.

Los movimientos sociales estamos ante una ocasión histórica para desarrollar iniciativas de emancipación a escala internacional. Sólo la lucha social de masas puede sacar al pueblo de la crisis. Para impulsarla es necesario desarrollar un trabajo de base de concienciación y movilización.

El desafío para los movimientos sociales es lograr la convergencia de las movilizaciones globales a escala planetaria y reforzar nuestra capacidad de acción favoreciendo la convergencia de todos los movimientos que buscan resistir todas las formas de opresión y explotación.

Para ello nos comprometemos a:

  • Desarrollar una semana de acción global contra el capitalismo y la guerra del 28 de marzo al 4 de abril 2009:
  • Movilización contra el G-20 el 28 de marzo;
  • Movilización contra la guerra y la crisis el 30 de marzo;
  • Día de solidaridad con el pueblo palestino impulsando el boicot, las desinversiones y sanciones contra Israel, el 30 de marzo;
  • Movilización contra la OTAN en su 60 aniversario 4 de abril;

Fortalecer las movilizaciones que desarrollamos anualmente:

  • 8 de marzo: Día internacional de la Mujer
  • 17 de abril: Día Internacional por la Soberanía Alimentaria
  • 1 de Mayo: Día Internacional de los trabajadores y trabajadoras
  • 12 de octubre: Movilización Global de lucha por la Madre Tierra contra la colonización y la mercantilización de la Vida
  • Impulsar las agendas de resistencia contra la cumbre del G-8 en Cerdeña, la cumbre climática en Copenhague, la cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago…

Respondamos a la crisis con soluciones radicales e iniciativas emancipatorias.

Esta vergonzosa impunidad debe terminar. Los movimientos sociales reafirman aquí su activo sostén a la lucha del pueblo palestino así como todas las acciones de los pueblos del mundo contra la opresión.

domingo, 1 de febrero de 2009

Belem frente a Davos

Los últimos días de enero son, desde un tiempo atrás, el momento en que se enfrentan dos visiones del mundo y de sus problemas: si la primera se revela en un cónclave paraoficial, en Davos, la segunda, el Foro Social Mundial, ha aterrizado este año en la ciudad brasileña de Belém.

Era inevitable que, como van las cosas, las dos reuniones se hiciesen eco de una crisis que está en todos los labios. En Davos, por lo pronto, hemos podido escuchar qué es lo que nos cuentan –luego de pagar los 40.000 euros por cabeza preceptivos para asistir a la reunión, una suma muy superior a la que ingresa a lo largo de toda su vida la mitad de la población del planeta– los adalides del capitalismo, repartidos, si así se quiere, en dos bandos. El primero bebe de la odre neoliberal y en los hechos se contenta con sugerir que hay que cancelar algunos abusos que han despuntado en los últimos tiempos. A estas alturas distinguir el neoliberalismo de los abusos acompañantes se antoja, sin embargo, tarea propia de necios, tanto más cuanto que el capitalismo realmente existente, incapaz de resolver sus problemas, promueve con descaro impresentables operaciones de reflotamiento de empresas realizadas con el dinero de todos.

Pese a las apariencias, a la segunda percepción, la keynesiana, no le va mucho mejor. Recuérdese que los socialdemócratas de estas horas, tras acatar durante decenios la vulgata neoliberal, están pagando los platos rotos de la mano de restricciones presupuestarias sin cuento. No es eso, con todo, lo importante: los keynesianos de las últimas hornadas ignoran palmariamente que el planeta arrastra inapelables límites medioambientales y de recursos. Cuando apuestan a la desesperada por tirar del consumo, cuando se inclinan por acometer la construcción de faraónicas infraestructuras que nadie sabe quién podrá emplear dentro de unos pocos años –tras la subida inevitable, antes o después, los precios de la energía–, retratan bien a las claras los vicios del cortoplacismo que nos inunda. Sólo los más ingenuos creen, entre tanto, que semejante huida hacia adelante encontrará su freno al amparo de un keynesianismo verde que, hablando en serio, no se vislumbra en lugar alguno.

Pero olvidemos el hastío que produce Davos y evaluemos lo que nos llega de Belém. El momento para los movimientos que contestan la globalización capitalista es, a la vez, estimulante y delicado. Si, por un lado, sus mensajes encuentran hoy un caldo de cultivo más amplio, por el otro, deben encarar una tramada estrategia de amedrentamiento que invita, desde las instancias oficiales, a renunciar a la protesta en provecho de la preservación de la relativa condición de privilegio de la que una parte de la población planetaria disfruta. Es verdad, por lo demás, que en los movimientos perviven diferencias importantes. Hay quienes piensan, por ejemplo, que la prioridad mayor sigue siendo engordar las redes de contestación y convertir estas en fermento de una sociedad distinta, como hay quienes estiman que lo que se impone es ejercer influencia sobre otros y, en particular, sobre gobiernos más o menos receptivos.

Más allá de esas disputas, los movimientos han asumido en los últimos meses una inequívoca radicalización que tiene su principal botón de muestra en el designio de trascender la contestación, a menudo demasiado cómoda, del neoliberalismo para acometer una crítica en toda regla de un capitalismo que se considera, por una parte, generador de explotación e injusticia y, por la otra, promotor de salvajes agresiones contra el medio. En relación con la primera de estas dimensiones, nada se aleja más de la verdad que la afirmación de que el universo antiglobalizador está desafortunadamente lejos del movimiento obrero. Mientras en muchos países del Sur el sindicalismo resistente se halla, claramente, del lado de ese universo, en el Norte tenemos que preguntarnos si no son muy a menudo las cúpulas sindicales tradicionales las que, en una deriva lamentable, y tras aceptar lo inaceptable, han obligado a las redes antiglobalización a asumir un creciente protagonismo en las luchas contra las privatizaciones, el desempleo o el trabajo precario.

Las cosas como fueren, la mayoría de las gentes que se han hecho presentes en Davos –por cierto que no hay motivos para concluir que entre ellas menudean los admiradores tontorrones de Obama– son conscientes de que, junto a la crisis que hemos etiquetado de financiera, se aprecian otras tres singularmente preocupantes: se llaman cambio climático, encarecimiento de los combustibles fósiles y, en fin, sobrepoblación. La urgencia de colocar en primer plano los problemas correspondientes ha estimulado, en los movimientos radicados en el Norte opulento, una activa discusión en lo que hace al crecimiento económico y sus presuntas bondades. La defensa de proyectos de franco decrecimiento va ganando terreno por momentos en un escenario en el que la propuesta en cuestión se hace acompañar de un puñado de aditamentos: la defensa de la vida social frente a la lógica de la propiedad y el consumo, la postulación del reparto del trabajo –una vieja práctica sindical que ha caído en el olvido–, la reducción del tamaño de muchas infraestructuras, la primacía de lo local sobre lo global y, en fin, la simplicidad y la sobriedad voluntarias.

Si las discusiones en torno al decrecimiento –un proyecto que acarrea una radical contestación de los catecismos neoliberal y keynesiano– parecen llamadas a ganar terreno, bueno es que dejemos constancia de una percepción que, en lo que respecta a las sociedades del Sur, despunta en muchos movimientos. Esa percepción sugiere, con inevitable cautela, que ha llegado el momento de sopesar si dejar a esas sociedades en paz, lejos de las aparentes bondades que procuramos endosarles, no será nuestra mejor contribución a su bienestar. Y es que sobran los datos que señalan que muchos de esos pueblos que calificamos de primitivos y atrasados guardan, como un arcano tesoro, algunas de las llaves que nos permitirán abandonar este triste edificio que habitamos, construido con materiales tan lamentables como el consumo desaforado, la explotación, la exclusión y, claro, el desprecio por lo que la naturaleza tuvo a bien regalarnos.

Carlos Taibo es Profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid

Diario Público