lunes, 16 de abril de 2012

Nuevas formas de lucha

"Resultaría histórico que toda la ciudadanía fuera llamada a una misma movilización"

Una de las características de la actual crisis es que saca a la luz nuevas formas de apropiación por parte del capital. El neoliberalismo, además de buscar la sobrexplotación del trabajo, deslocalizando la producción para llevarla a países con peores salarios y condiciones sociales o tecnificando al máximo los procesos para aumentar la productividad de los trabajadores, consigue sus objetivos económicos, el enriquecimiento de las elites económicas, a través del expolio, la apropiación, el robo de lo común. Desmantelar la sanidad o la educación públicas no es solo un instrumento de ahorro, sino una manera de pasar el negocio a manos privadas, como rápidamente han visto las patronales de ambos sectores. La sanidad y la educación siempre serán servicios utilizados por la ciudadanía, de tal manera que, si se privatizan, se promueve el negocio privado. Lo mismo ocurre con las pensiones, que nos proponen complementar con planes privados. En realidad, este proceso actual de privatización de sectores estratégicos no es sino continuación del que, en los años 80, en España de la mano de Felipe González, se inició con los sectores de la energía y las comunicaciones. La historia reciente de Europa es la del adelgazamiento del Estado, en una lógica neoliberal que nos está conduciendo a la más peligrosa de las anorexias.

El resultado de este proceso que estamos viviendo no tiene una dimensión únicamente económica. Quizá su faceta más relevante sea la política, en la medida en que ese expolio de lo común puede llegar a dejar a la ciudadanía sin acceso a servicios que paga a través de sus impuestos, al tiempo que el vaciamiento de competencias de los estados le está dejando sin capacidad de intervención política. La ciudadanía asiste a un proceso en el que se le priva de lo que le pertenece y se vacía de contenido a los instrumentos de intervención política.

Los efectos de la actual situación alcanzan al conjunto de la ciudadanía, en la medida en que no se incide solo en relaciones laborales, sino en prestaciones sociales patrimonio de todos. Es decir que, además de ser afectados como trabajadores, por una brutal reforma laboral, somos afectados, como ciudadanos, por ese expolio de lo común al que me vengo refiriendo.

Y si el Capital ha variado sus formas de agresión, la ciudadanía también debe variar sus formas de contestación. A pesar de que la Huelga General era casi una exigencia democrática, es preciso imaginar otras formas de movilización social, en las que el protagonismo pertenezca no solo a los sindicatos, como representantes de los trabajadores, sino a todo el tejido social, como expresión de la ciudadanía. La Huelga resulta poco efectiva, pues son muchas las causas que la convierten en un ejercicio complicado para muchos ciudadanos. La amenaza de pérdida de empleo, en una sociedad radicalmente precarizada, es un ejemplo, lo que pone de manifiesto, por cierto, que la precarización no es solo un objetivo económico, sino también político. 

El objetivo de una movilización es, evidentemente, manifestar el malestar social. Y hay muchas maneras de manifestar ese malestar más allá de dejar de trabajar un día. Algunos sectores propusieron la Huelga General no solo como una huelga de trabajo, sino como una huelga de consumo. Quizá esa sea una de las vías en una sociedad de consumo como la nuestra. De todas maneras, se trata de aunar la capacidad de movilización y organización sindical con la pujanza de nuevos movimientos ciudadanos que, desde el 15M, se han convertido en el cauce de expresión más vivo de la sociedad española. Ante una situación tan delicada, con una derecha lanzada a un proceso de destrucción del Estado y de potenciación de los instrumentos represivos, se antoja ineludible una convergencia de todos los actores sociales significativos para promover movilizaciones imaginativas, efectivas y lo más unitarias posible.

Y, yendo un paso más allá, sería aconsejable que ese proceso de movilización no tuviera solamente ámbito nacional, sino que se intentara una coordinación a escala europea, de tal manera que la ciudadanía de la Unión alzara su voz de manera colectiva para mostrar su malestar ante la complicidad de una clase política, la sistémica, que ha decidido someterse, y someternos, a los mercados. Resultaría histórico, y no parece excesivamente complejo si los sindicatos mayoritarios están por la labor, que toda la ciudadanía fuera llamada a una misma movilización. Sería un buen paso para sentirnos, de manera efectiva, ciudadanos y ciudadanas de Europa. 

Juan Manuel Aragüés, Profesor de Filosofía. Universidadde Zaragoza
El Periódico de Aragón  

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