"Resultaría histórico que toda la ciudadanía fuera llamada a una misma movilización"
Una de las características de la actual crisis es que saca a la luz
nuevas formas de apropiación por parte del capital. El neoliberalismo,
además de buscar la sobrexplotación del trabajo, deslocalizando la
producción para llevarla a países con peores salarios y condiciones
sociales o tecnificando al máximo los procesos para aumentar la
productividad de los trabajadores, consigue sus objetivos económicos, el
enriquecimiento de las elites económicas, a través del expolio, la
apropiación, el robo de lo común. Desmantelar la sanidad o la educación
públicas no es solo un instrumento de ahorro, sino una manera de pasar
el negocio a manos privadas, como rápidamente han visto las patronales
de ambos sectores. La sanidad y la educación siempre serán servicios
utilizados por la ciudadanía, de tal manera que, si se privatizan, se
promueve el negocio privado. Lo mismo ocurre con las pensiones, que nos
proponen complementar con planes privados. En realidad, este proceso
actual de privatización de sectores estratégicos no es sino continuación
del que, en los años 80, en España de la mano de Felipe González,
se inició con los sectores de la energía y las comunicaciones. La
historia reciente de Europa es la del adelgazamiento del Estado, en una
lógica neoliberal que nos está conduciendo a la más peligrosa de las
anorexias.
El resultado de este proceso que estamos viviendo no
tiene una dimensión únicamente económica. Quizá su faceta más relevante
sea la política, en la medida en que ese expolio de lo común puede
llegar a dejar a la ciudadanía sin acceso a servicios que paga a través
de sus impuestos, al tiempo que el vaciamiento de competencias de los
estados le está dejando sin capacidad de intervención política. La
ciudadanía asiste a un proceso en el que se le priva de lo que le
pertenece y se vacía de contenido a los instrumentos de intervención
política.
Los efectos de la actual situación alcanzan al conjunto
de la ciudadanía, en la medida en que no se incide solo en relaciones
laborales, sino en prestaciones sociales patrimonio de todos. Es decir
que, además de ser afectados como trabajadores, por una brutal reforma
laboral, somos afectados, como ciudadanos, por ese expolio de lo común
al que me vengo refiriendo.
Y si el Capital ha variado sus formas
de agresión, la ciudadanía también debe variar sus formas de
contestación. A pesar de que la Huelga General era casi una exigencia
democrática, es preciso imaginar otras formas de movilización social, en
las que el protagonismo pertenezca no solo a los sindicatos, como
representantes de los trabajadores, sino a todo el tejido social, como
expresión de la ciudadanía. La Huelga resulta poco efectiva, pues son
muchas las causas que la convierten en un ejercicio complicado para
muchos ciudadanos. La amenaza de pérdida de empleo, en una sociedad
radicalmente precarizada, es un ejemplo, lo que pone de manifiesto, por
cierto, que la precarización no es solo un objetivo económico, sino
también político.
El objetivo de una movilización es,
evidentemente, manifestar el malestar social. Y hay muchas maneras de
manifestar ese malestar más allá de dejar de trabajar un día. Algunos
sectores propusieron la Huelga General no solo como una huelga de
trabajo, sino como una huelga de consumo. Quizá esa sea una de las vías
en una sociedad de consumo como la nuestra. De todas maneras, se trata
de aunar la capacidad de movilización y organización sindical con la
pujanza de nuevos movimientos ciudadanos que, desde el 15M, se han
convertido en el cauce de expresión más vivo de la sociedad española.
Ante una situación tan delicada, con una derecha lanzada a un proceso de
destrucción del Estado y de potenciación de los instrumentos
represivos, se antoja ineludible una convergencia de todos los actores
sociales significativos para promover movilizaciones imaginativas,
efectivas y lo más unitarias posible.
Y, yendo un paso más allá,
sería aconsejable que ese proceso de movilización no tuviera solamente
ámbito nacional, sino que se intentara una coordinación a escala
europea, de tal manera que la ciudadanía de la Unión alzara su voz de
manera colectiva para mostrar su malestar ante la complicidad de una
clase política, la sistémica, que ha decidido someterse, y someternos, a
los mercados. Resultaría histórico, y no parece excesivamente complejo
si los sindicatos mayoritarios están por la labor, que toda la
ciudadanía fuera llamada a una misma movilización. Sería un buen paso
para sentirnos, de manera efectiva, ciudadanos y ciudadanas de Europa.
Juan Manuel Aragüés, Profesor de Filosofía. Universidadde Zaragoza
El Periódico de Aragón
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