El problema con la drástica reducción de los presupuestos públicos
para I+D no es solamente que suponga renunciar a una inversión de
futuro. Esto pasa también con la inversión en infraestructuras
materiales (trenes, carreteras, aeropuertos): pueden ser importantes
tanto por su peso actual en la actividad económica como por su eventual
rentabilidad a medio plazo, y a pesar de ello podemos aceptar que, en
épocas de vacas flacas, hay que hacer sacrificios y postergar algunas
inversiones que hasta hace poco nos parecían imprescindibles.
El problema con los recortes en ciencia y tecnología (como por otra
parte sucede también en las áreas de educación, sanidad y gasto social
en general) es lo que significan respecto al tipo de sociedad y de
sistema económico que deseamos tener en el futuro. Si optamos, por
ejemplo, por una economía de servicios tradicionales, como es en gran
parte el turismo de sol y playa, o basada en la especulación financiera o
en el urbanismo descontrolado, no parece que para ello necesitemos
hacer ahora un gran esfuerzo en I+D. Incluso es posible que salgamos de
la actual crisis económica y encontremos un acomodo dentro y fuera de
Europa que nos permita seguir viviendo a base de importar tecnología,
exportar nuestra mano de obra más cualificada y enajenar nuestro
patrimonio natural y cultural poniéndolo al servicio de las nuevas
industrias del ocio, el juego y las máquinas tragaperras. Todo es
posible.
El problema es que nadie ha preguntado a los españoles (como diría
Rajoy) si es eso lo que quieren para sus hijos, y sobre todo nadie ha
explicado qué relación tienen esas grandes cuestiones (el tipo de
sociedad que queremos construir) con los pequeños detalles (cuántos
cientos de millones se dedican a I+D en las universidades y centros
públicos de investigación).
Lo peor de los recortes en I+D es que transmiten a la población un
mensaje equivocado y pernicioso: el conocimiento es para los ricos,
ahora somos pobres, así que tendremos que conformarnos con la
ignorancia…y la industria de casino. Y nadie dice lo que esto significa:
la drástica reducción de alternativas de salida a la crisis, la
renuncia a inventarnos un futuro mejor para todos, la renuncia al
control de nuestro propio destino como sociedad y como individuos.
Es increíble (y encomiable) la mansedumbre con la que la comunidad
científica está afrontando la situación. Y es de agradecer la sinceridad
(¿o el cinismo?) de los responsables políticos: unos presentan los
presupuestos diciendo que no les gustan y otros anuncian su disposición
para pactar un gran acuerdo nacional. Solo falta un matiz: el discurso
sobre la ciencia no debería ser que ahora somos más pobres y queremos
ser ricos, sino que seguimos apostando por saber más y ser mejores, y
que la ciencia y la tecnología siguen siendo importantes para nosotros,
aunque no sean negocio.
Director del Instituto de Estudios de la Ciencia y la Tecnología
Público.es
http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/2362/la-ciencia-y-nuestro-futuro/
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