"Nuestra venganza es ser felices".
“¡Más madera, es la guerra!” El tren de los Hermanos
Marx es hoy la imagen más exacta del capitalismo. Desbocado, en fuga
hacia adelante, desmantelándose a sí mismo para seguir alimentando el
fogón de la máquina. Derechos, garantías, vidas, riquezas, recursos,
cuidados, vínculos, el edificio entero de la civilización social
moderna. La loca carrera del capitalismo amenaza con devorarlo todo. No
hay ningún plan de conjunto ni a largo plazo: sólo echar toda la madera
necesaria para que la máquina siga funcionando. El capitalismo se ha
vuelto completamente punk: “no future”.
Algo muy profundo se ha roto. Hacemos como si nada,
pero lo sabemos. La sensación generalizada es: “todo se ha vuelto
posible”. Que la UE saque a España del euro, un corralito o una
insurrección. Cualquier cosa. Pero nos aferramos a la posibilidad más
remota: que las cosas sigan igual, que volvamos a la “normalidad”. El
capitalismo improvisa, pero también los movimientos que se le oponen. No
hay brújula que valga, los mapas que tenemos se nos caen de las manos,
no sabemos dónde vamos. Parece como si sólo nos quedara ir siguiendo los
acontecimientos del día: ayer lo del Rey, hoy lo de Repsol, mañana ya
veremos. The time is out of joint.
Protestar parece inútil. Los griegos han hecho ya más
de diez huelgas generales sin lograr aminorar ni un ápice la velocidad
absurda de la locomotora, ni disminuir su terrible poder de devastación.
Es como si los poderes hubieran desconectado de la sociedad y no
hubiese modo de afectarlos. Da miedo. El tiempo de destrucción del
capitalismo se ha acelerado por mil desde 2008. Se come en segundos
logros que exigieron décadas de trabajo y luchas. Y no sabemos cómo se
para.
Si todo se hunde, participemos al menos en el
hundimiento. Un amigo de Barcelona me comenta que la tolerancia hacia la
violencia callejera durante la última huelga general fue masiva: “tu
recortas, yo quemo”. Una respuesta legítima. ¿Qué es quemar un
contenedor en comparación con millones de vidas quemadas? Más madera, es
la guerra: recortes, represión, mentiras. Lo normal, lo obvio es la
rabia, el odio, la violencia. Legítima pero inútil. Cabezazos contra la
pared, cada vez más furiosos, ciegos y desesperados. Pero la pared no
cede.
Ellos ponen los temas.
Ellos ponen los tiempos.
Ellos ponen los escenarios.
Nosotros reaccionamos.
Ellos ponen los tiempos.
Ellos ponen los escenarios.
Nosotros reaccionamos.
¿Alguien por ahí ha visto Michael Collins?
La película, sobre la vida del líder revolucionario irlandés, arranca
en el Levantamiento de Pascua de 1916. El IRA toma un edificio
administrativo, pero los ingleses les barren. No es la primera vez:
según las reglas de la guerra convencional, el IRA lleva siempre las de
perder. Dentro de la organización hay quien piensa que el continuo
“sacrificio de sangre” ayuda al nacimiento de la nación irlandesa: la
represión provocará adhesiones a la causa y nuevos levantamientos.
Cuanto peor mejor.
Michael Collins no piensa ni desea nada de esto. En
la cárcel, reflexiona y propone un giro estratégico radical: “desde
ahora actuaremos como si la República Irlandesa fuese una realidad.
Combatiremos al Imperio Británico ignorándolo. No seguiremos sus reglas,
inventaremos las nuestras”. Así dio comienzo una guerra de guerrillas
histórica que volvió locos durante años a los ingleses y les obligó
finalmente a negociar el primer tratado de paz e independencia con los
irlandeses.
Lo que Collins decide es dejar de dar cabezazos
contra la pared. No quiere simplemente tener razón, ni sacrificar a
nadie en nombre de un futuro mejor. Quiere vivir y ganar. Y eso
significa: crear realidad. El verdadero contraataque es crear nueva realidad. Para ello propone paradojicamente una ficción: hagamos “como si” la República Irlandesa fuese un hecho.
Las ficciones son cosas serias. Los revolucionarios
franceses del siglo XVIII decidieron “hacer como si” ya no fuesen más
súbditos del Antiguo Régimen, sino ciudadanos capaces de pensar y
redactar una Constitución. Los proletarios del siglo XIX decidieron
“hacer como si” no fuesen las mulas de carga que la realidad les
obligaba a ser, sino personas iguales a las demás, capaces de leer,
escribir, hablar y autoorganizarse. Y cambiaron el mundo. La ficción es
una fuerza material desde el momento en que creemos en ella y nos
organizamos en consecuencia.
Ya no indignarse, reaccionar o demandar, sino actuar como si la República del 99%
fuese una realidad, combatir al poder ignorándolo, no seguir sus
reglas, sino inventar las nuestras. ¿Qué podría significar esto?
Imagino primero en todas las plazas una declaración
masiva de ruptura con la realidad podrida de la monarquía, la economía y
la política. Un gesto sereno, tranquilo: “estáis despedidos, nos
despedimos”. Nuestro Juramento del Juego de Pelota. Luego tendríamos que
sacar todas las consecuencias prácticas posibles de un
imposible: la República del 99% es una realidad, ¿qué resulta de ello?
Poner nosotros los tiempos, los temas y los escenarios. Hacerlos existir
y respetar y durar y crecer. Habitar ya otro país: real y ficticio, visible e invisible, intermitente y continuo.
La mejor manera de defender algo es reinventarlo todo.
No para ti y los tuyos, sino para el 99% (seguimos todos en el mismo tren).
Nuestra venganza es ser felices.
No para ti y los tuyos, sino para el 99% (seguimos todos en el mismo tren).
Nuestra venganza es ser felices.
Amador Fernández-Savater
Artículo escrito para el número 173 del periódico Diagonal.
Fuente: Público.es
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