Si en las filas del 15-M hay una figura personal que me molesta, ésa es la del cenizo:
la de quien no ve sino problemas e insuficiencias en un movimiento que,
a mi entender, es lo mejor, y lo más esperanzador, que hemos tenido en
decenios. Pese a todos los efectos que podamos atribuirle, sus virtudes
despuntan con claridad: ha propiciado la forja de una nueva identidad
contestataria, ha dado alas a muchas iniciativas afines, ha colocado en
la agenda debates que el sistema había intentado arrinconar, ha
conferido dignidad a la perspectiva de la asamblea y de la autogestión,
y, por encima de todo, ha permitido que muchas gentes descubran que
pueden hacer cosas que parecían no estar a su alcance.
A la plaga de los cenizos
se ha sumado a menudo la de quienes han preferido hablar sin saber. Son
los mismos que han identificado, sin margen para la duda, un declive
irreversible en el movimiento del 15 de mayo. No creo equivocarme si
afirmo que semejante visión es tributaria de las distorsiones que
alimentan los medios de incomunicación del sistema. A los ojos de éstos
el 15-M sólo interesa cuando de por medio se revela la convocatoria de alguna macromanifestación o cuando hay hechos violentos en la trastienda.
Tengo la firme convicción, sin embargo, de que el futuro del movimiento
se dirime, antes bien, de la mano del trabajo, casi siempre sórdido y
poco vistoso, registrado en barrios y pueblos. Y en este terreno el 15-M
permanece afortunadamente vivo, pero que muy vivo. He conocido con el
paso de los años muchos movimientos que tienen una enorme capacidad de
convocatoria y una nula disponibilidad para cambiar el mundo, como los
he conocido que, incapaces de sacar a nadie a la calle, modificaban cada
día, y para bien, las relaciones humanas. A título provisional estoy
convencido, con todo, de que el 15-M no se ajusta convincentemente a
ninguna de esas dos categorías: porque si, por un lado, arrastra una
notabilísima capacidad de convocatoria --lo certificaremos una vez más
en unos días--, por el otro está haciendo lo que puede, y más, para
esparcir la semilla de la subversión entre nosotros.
Nada de lo
dicho implica que el movimiento del 15 de mayo no tenga sus problemas.
Uno de ellos, de cariz general, nos recuerda que son muchas las gentes
que simpatizan con el 15-M pero no están dispuestas a dar el paso de
sumarse francamente a las iniciativas de aquél; algo tendremos que
tramar al respecto. Tampoco está de más señalar que la presencia del
movimiento en el mundo del trabajo y en la vida rural sigue siendo
lamentablemente liviana. Por si poco fuera, ancianos, adolescentes e
inmigrantes no parecen sentirse plenamente atraídos por el 15-M.
Aun con ello, anuncio mi firme convencimiento de que el movimiento
dispone de personas y de mimbres más que suficientes para convertirse en
plenitud en algo que ya es parcialmente: una instancia que en todos los
órdenes de la vida promueve el horizonte de la asamblea y de la
autogestión para hacer frente al capitalismo desde la perspectiva de la
lucha antiproductivista, del combate antipatriarcal y de la solidaridad
internacionalista. Para fortalecer ese proyecto, y para dar réplica a la
ignominia que abrazan nuestros gobernantes, bueno será que nos hagamos
presentes en calles y plazas el 12 de este mes. Y que el día siguiente
no olvidemos que ahí están nuestras asambleas.
Carlos Taibo
Rebelión
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