Los partidos políticos de la izquierda parlamentaria muestran sus
simpatías a medias por el movimiento 15M, mientras los sindicatos
mayoritarios ponen la sordina a sus comunicados públicos. Ni unos ni
otros están en contra pero tampoco quieren echar flores de modo
manifiesto. Muchos se acercan al 15M de tapadillo, a título individual.
El surgimiento del 15M puso en solfa muchos clichés intocables de la
transición: la forma de Estado sobrevenida por la dictadura franquista,
los límites del sistema consensuado desde arriba y la democracia
reducida al pactismo institucional y los votos cautivos ahormados por la
ley electoral.
No había cauces (sigue sin haberlos) para que el
pueblo (la clase que vive de trabajar) pudiera expresar adecuadamente
sus inquietudes y capacidades. El pulso vital de la ciudadanía estaba
desaparecido desde hacía décadas siguiendo el curso de maneras de hacer
política que ya no aportaban ideas originales o renovadas de canalizar
la participación del pueblo llano.
El 15M tiene mucho de
espontáneo, intuitivo, utópico, sin líneas predefinidas claras. Está
germinando algo que todavía no tiene nombre. Teoría y práctica surgen en
el instante concreto, aquí y ahora. Los mensajes son heterogéneos, sin
embargo todos coinciden en que las políticas que se llevan a cabo no
representan ni solucionan las expectativas materiales de la ciudadanía
común.
Por lo visto y escuchado, los conceptos que se barajan no
ponen radicalmente en cuestión el régimen capitalista. No se menciona
expresamente la categoría capitalismo, solo se enumeran causas y efectos
que la crisis y el reparto injusto de la riqueza generan en las
personas trabajadoras, escolares, universitarios, inmigrantes y
pensionistas. Tal vez sea esta una forma de llegar a pensamientos más
estructurales a través de una didáctica colectiva y pedagogía crítica
que saque de cada cual el potencial anestesiado por tanta ideología
ultraliberal y seudosocialdemócrata instilada en vena desde la muerte de
Franco.
Este despertar lento puede tener grandes ventajas: sin
hacer proselitismo agresivo todos podríamos alcanzar las evidencias de
forma propia sin intermediarios vanguardistas ni líderes carismáticos.
Un camino muy socrático que pudiera alumbrar el hombre (y la mujer)
nuevo que Gramsci tuviera en mente en otros tiempos y circunstancias
históricas.
Este método que ensaya (conscientemente o no) el 15M
pone en el disparadero a los políticos y sindicalistas de la izquierda
transformadora asentados en las verdades míticas pergeñadas durante la
transición. Todo mito ha de ser volteado, más tarde o más temprano, por
la razón que busca con sinceridad el progreso social de la inmensa
mayoría. Si el 15M sirviera para derribar esas colosales columnas de
humo edificadas en los años 70 y 80 del pasado siglo, otra sociedad,
otro mundo estaría más próximo.
Los mitos de la transición no
valen ya para el siglo XXI. El 15M pide a gritos otro contrato social
más equitativo (laicismo, ecologismo, republicanismo y pacifismo
incluidos), más democracia participativa y más servicios públicos de
calidad. Sí, cierto puede ser que muchos de estos principios se hallen
en algún enunciado interno de los partidos y sindicatos de izquierda,
pero ya hace décadas que son meros rellenos de sus programas electorales
o documentos de acción sindical.
Más 15M debería traer consigo
una conciencia social más crítica y una disposición personal más activa
en todos los ámbitos: laboral, ciudadano y como sujeto político. Más 15M
es menos miedo, más capacidad de lucha, menos resignación y más
capacidad para detectar los mitos que genera el sistema capitalista para
seguir consumiendo nuestras vidas mientras compramos quimeras en el
centro comercial de turno.
Armando B. Ginés
Rebelión
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