martes, 8 de mayo de 2012

Acción política o resignación en tiempos de crisis capitalista

Las manifestaciones de las y los trabajadores el pasado 1º de mayo, algunas de ellas de proporciones inéditas, como por ejemplo las efectuadas en España (1 millón de personas en 80 ciudades), Grecia (80 mil en Atenas), Alemania (400 mil personas en todo el país) e incluso en ciudades latinoamericanas como Santiago de Chile (40 mil personas), han dejado un registro fehaciente de las repercusiones sociales de la actual crisis del capitalismo: lo que parecía impensable hace apenas unos lustros, cuando el modelo europeo y el modelo chileno exhibían sus éxitos macroeconómicos y ostentaban el triunfo de la cultura neoliberal del consumo, hoy se revierte en inequívocos signos de malestar e indignación popular, y de agotamiento de un modelo de desarrollo basado en la explotación intensiva del capital, del recurso humano y de la naturaleza.
 
Precisamente, el agotamiento de ese modelo, el del maldesarrollo que hemos señalado en otras ocasiones, tiene en el deterioro de las condiciones laborales y,  en consecuencia, en el aumento de la pobreza, dos de los indicadores más claros de la violencia estructural que sufren las sociedades más afectadas por los rigores de la crisis. No en vano, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) diagnostica como desolador el panorama del mundo del trabajo para los próximos dos años. A la vista de los datos, quizás sea una valoración demasiado cautelosa.
 
Según la OIT, actualmente unos 200 millones de personas en todo el mundo se encuentran sin empleo, y de estos, 75 millones tienen edades entres 15 y 24 años. Esta tendencia se mantendrá en los próximos años, con una tasa estimada de desempleo del 6,2% en 2013, que “continuará creciendo hasta alcanzar los 210 millones para el 2016” (Prensa Latina, 29-04-2012).
 
Estos elevadísimos niveles de desempleo tienen su correlato en el aumento de la pobreza y de la desigualdad en la distribución de la riqueza: por un lado, la OIT estima que “900 millones de hombres y mujeres en edad de trabajar no ganan lo suficiente para mantener a sus familias arriba de la línea de pobreza, marcada por un ingreso de dos dólares al día”; y por el otro, el organismo señala que “en los últimos 15 años, en dos terceras partes de los países para los que existe información el ingreso total de los hogares más ricos creció a una mayor velocidad que en los situados en la parte baja de la pirámide”. (La Jornada, 22-04-2012).
 
El futuro desolador que prefigura el informe de la OIT se parece cada vez más al presente inmediato en Europa: la Oficina de Estadística de la Unión Europea (Eurostat) informó en días pasados que el desempleo en la zona euro alcanzó, en el mes de marzo, su nivel más alto desde 1999: 10,9%, es decir, 24,7 millones de personas. Y son los países del sur de esa porción del Primer Mundo los principales afectados: en España, la desocupación golpea casi a un cuarto de la población (24,1%) y en Grecia al 21,7%; lo que contrasta con la situación en el norte, centro de poder de la economía europea, donde los índices son mucho mejores: en Holanda y Alemania, el desempleo es del 5% y 5,6% respectivamente (El Clarín, 03-05-2012).
 
Para América Latina, que vivió en décadas recientes la brutal experiencia del ajuste estructural y la tiranía del mercado, y que logró pasar de la resistencia popular a la construcción de diversas alternativas y estrategias posneoliberales, lo que ocurre en Europa no resulta extraña: allí está en marcha, tal y como se aplicó en nuestras tierras, un proceso de reconquista por parte del neoliberalismo financiero, que hoy se vuelve contra los pueblos y humilla a una clase política orgullosa y arrogante, que todavía no hace mucho impartía lecciones de civilización y democracia al resto del planeta –en especial a sus viejas colonias- y que ahora, afincada en el sentido comúnde los tiempos que corren, no es capaz de mirar tan siquiera un palmo más allá del orden capitalista y de las imposiciones de los organismos financieros internacionales.
 
El analista León Bendesky, en un artículo publicado en La Jornada de México, retrata bien esta situación, cuando explica que “en la Unión Europea se ha constituido una verdadera cofradía de ajustadores y no precisamente de cuentas financieras como quieren presentarse, sino de la sociedad misma. El ajuste presupuestal –muy inequitativo– es el instrumento, la población es la materia en la que se manifiesta”.
 
Por eso causa pena ajena escuchar al presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, cuando intenta justificar el programa de ajuste impuesto por los banqueros alemanes y los recortes al presupuesto  de gasto público, y dice con resignación que no hay alternativas. Se equivoca el señor Rajoy: ¡Sí es posible dar un golpe de timón al rumbo neoliberal y sí es posible construir alternativas políticas, económicas y culturales al sistema de dominación!
 
Pero esas salidas no pueden encontrarlas los responsables de la actual crisis: si algo enseña nuestra América al mundo, es que esas alternativas y esos cambios solamente pueden ser forjados desde abajo, con la participación política directa de los ciudadanos, los movimientos sociales y las fuerzas progresistas. Revolución y emancipación son el ritmo y la clave cultural que marcan el paso de las transformaciones.
 
Los pueblos europeos pueden cobijarse bajo la resignación que pregonan sus gobernantes y esperar que el dios mercado resuelva providencialmente la crisis para que todo siga igual… hasta el fin de los tiempos. O pueden despertar y actuar: que sea esto último. Y que sea pronto. El viento sopla a su favor.
 
Andrés Mora Ramírez /  AUNA-Costa Rica
Alainet
 

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