Las
manifestaciones de las y los trabajadores el pasado 1º de mayo, algunas
de ellas de proporciones inéditas, como por ejemplo las efectuadas en
España (1 millón de personas en 80 ciudades), Grecia (80 mil en Atenas),
Alemania (400 mil personas en todo el país) e incluso en ciudades
latinoamericanas como Santiago de Chile (40 mil personas), han dejado un
registro fehaciente de las repercusiones sociales de la actual crisis
del capitalismo: lo que parecía impensable hace apenas unos lustros,
cuando el modelo europeo y el modelo chileno exhibían sus
éxitos macroeconómicos y ostentaban el triunfo de la cultura neoliberal
del consumo, hoy se revierte en inequívocos signos de malestar e
indignación popular, y de agotamiento de un modelo de desarrollo basado
en la explotación intensiva del capital, del recurso humano y de la
naturaleza.
Precisamente, el agotamiento de ese modelo, el del maldesarrollo que hemos señalado en otras ocasiones,
tiene en el deterioro de las condiciones laborales y, en consecuencia,
en el aumento de la pobreza, dos de los indicadores más claros de la
violencia estructural que sufren las sociedades más afectadas por los
rigores de la crisis. No en vano, la Organización Internacional del
Trabajo (OIT) diagnostica como desolador el panorama del mundo
del trabajo para los próximos dos años. A la vista de los datos, quizás
sea una valoración demasiado cautelosa.
Según la
OIT, actualmente unos 200 millones de personas en todo el mundo se
encuentran sin empleo, y de estos, 75 millones tienen edades entres 15 y
24 años. Esta tendencia se mantendrá en los próximos años, con una tasa
estimada de desempleo del 6,2% en 2013, que “continuará creciendo hasta
alcanzar los 210 millones para el 2016” (Prensa Latina, 29-04-2012).
Estos
elevadísimos niveles de desempleo tienen su correlato en el aumento de
la pobreza y de la desigualdad en la distribución de la riqueza: por un
lado, la OIT estima que “900 millones de hombres y mujeres en edad de
trabajar no ganan lo suficiente para mantener a sus familias arriba de
la línea de pobreza, marcada por un ingreso de dos dólares al día”; y
por el otro, el organismo señala que “en los últimos 15 años, en dos
terceras partes de los países para los que existe información el ingreso
total de los hogares más ricos creció a una mayor velocidad que en los
situados en la parte baja de la pirámide”. (La Jornada, 22-04-2012).
El
futuro desolador que prefigura el informe de la OIT se parece cada vez
más al presente inmediato en Europa: la Oficina de Estadística de la
Unión Europea (Eurostat) informó en días pasados que el desempleo en la
zona euro alcanzó, en el mes de marzo, su nivel más alto desde 1999:
10,9%, es decir, 24,7 millones de personas. Y son los países del sur de
esa porción del Primer Mundo los principales afectados: en España, la
desocupación golpea casi a un cuarto de la población (24,1%) y en Grecia
al 21,7%; lo que contrasta con la situación en el norte, centro
de poder de la economía europea, donde los índices son mucho mejores: en
Holanda y Alemania, el desempleo es del 5% y 5,6% respectivamente (El Clarín, 03-05-2012).
Para
América Latina, que vivió en décadas recientes la brutal experiencia del
ajuste estructural y la tiranía del mercado, y que logró pasar de la
resistencia popular a la construcción de diversas alternativas y
estrategias posneoliberales, lo que ocurre en Europa no resulta extraña:
allí está en marcha, tal y como se aplicó en nuestras tierras, un
proceso de reconquista por parte del neoliberalismo financiero, que hoy
se vuelve contra los pueblos y humilla a una clase política orgullosa y
arrogante, que todavía no hace mucho impartía lecciones de civilización y
democracia al resto del planeta –en especial a sus viejas colonias- y
que ahora, afincada en el sentido comúnde los tiempos que corren,
no es capaz de mirar tan siquiera un palmo más allá del orden
capitalista y de las imposiciones de los organismos financieros
internacionales.
El analista León Bendesky, en un artículo publicado en La Jornada de México,
retrata bien esta situación, cuando explica que “en la Unión Europea
se ha constituido una verdadera cofradía de ajustadores y no
precisamente de cuentas financieras como quieren presentarse, sino de la
sociedad misma. El ajuste presupuestal –muy inequitativo– es el
instrumento, la población es la materia en la que se manifiesta”.
Por eso
causa pena ajena escuchar al presidente del gobierno español, Mariano
Rajoy, cuando intenta justificar el programa de ajuste impuesto por los
banqueros alemanes y los recortes al presupuesto de gasto público, y
dice con resignación que no hay alternativas.
Se equivoca el señor Rajoy: ¡Sí es posible dar un golpe de timón al
rumbo neoliberal y sí es posible construir alternativas políticas,
económicas y culturales al sistema de dominación!
Pero
esas salidas no pueden encontrarlas los responsables de la actual
crisis: si algo enseña nuestra América al mundo, es que esas
alternativas y esos cambios solamente pueden ser forjados desde abajo,
con la participación política directa de los ciudadanos, los
movimientos sociales y las fuerzas progresistas. Revolución y
emancipación son el ritmo y la clave cultural que marcan el paso de las
transformaciones.
Los
pueblos europeos pueden cobijarse bajo la resignación que pregonan sus
gobernantes y esperar que el dios mercado resuelva providencialmente la
crisis para que todo siga igual… hasta el fin de los tiempos. O pueden
despertar y actuar: que sea esto último. Y que sea pronto. El viento
sopla a su favor.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Alainet
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