La democracia ateniense era en muchos aspectos una democracia directa
de los pocos que tenían la condición de ciudadanos. En las sociedades
occidentales la complejidad de las poblaciones hace difícil que la
democracia directa se pueda dar. Ante todo hay que decir que los
sistemas contemporáneos se parecen al modelo griego en que son sistemas
de exclusión, aunque ésta se articule de distinta manera. La exclusión
ateniense de los trabajadores esclavizados era clara y descarada. La
exclusión, en los sistemas políticos contemporáneos, además de tener un
componente claro y descarado —los trabajadores sin voto por ser
inmigrantes, en un universo donde todo el mundo emigra—, tiene otro
componente más fundamental: a diferencia de los atenienses, donde los
ciudadanos —propietarios— eran relativamente iguales socialmente, los
sistemas contemporáneos pretenden ser democracias de desiguales:
como si la formal igualdad del voto, cuando existe, compensara la
desigualdad social. Ésta es relevante políticamente porque existen
grandes masas de población manipulables hasta el punto de hacer
irreconocibles para ellas las opciones políticas en juego. Por eso, por
causa de la desigualdad social, los sistemas que suelen presentarse como
democráticos no pasan de ser oligarquías: unas oligarquías en las que
los representantes politicos pertenecen a empresas de servicios
políticos —grandes partidos— financiados por —y a las órdenes de— los
poderes económicos y de algún poder cultural afín (como ocurre en España
con la iglesia católica). Los derechos individuales —lo que permite el
disfraz democrático de estos sistemas oligárquicos— se recortan o se
inutilizan siempre que les conviene a los que mandan.
El sistema político ateniense, casi democracia directa de los
propietarios, contaba sin embargo con un instrumento para exigir la responsabilidad política
que a la modernidad le ha resultado extraño, precisamente porque
excluirlo sirve para evitar la exigencia de responsabilidad política. A
la democracia del capital le va un sistema de mercado: ¿no le
gusta esta marca? ¡Pues elija otra! La única manera de exigir
responsabilidades políticas en estos pseudodemocráticos sistemas es
cambiar de marca política, de partido, vamos, a la hora de votar. El
sistema se convierte así en irresponsable políticamente. Las empresas de
servicios políticos (llamadas partidos) al servicio del capital se
turnan en el gobierno con un único objetivo común: impedir que
prosperen partidos políticos al servicio de los trabajadores y de las
gentes corrientes. Pueden aliarse con ellos coyuntural o marginalmente,
pero al final siempre les pegan la patada.
En cambio, los atenienses sí disponían de un instrumento de exigencia de la responsabilidad política: el grafé paranómon o acusación de ilegalidad.
Consistía en que quien hubiera propuesto una ley —y la asamblea de
ciudadanos hubiera aprobado esa ley— que finalmente resultara nociva
para la ciudadanía, tenía que responder penalmente por ello, por mucho
que en su momento hubiera convencido a la asamblea y hubiera sido
aprobada como ley.
Para exigir responsabilidades políticas habría que inventar un grafé paranómon adaptado a las circunstancias presentes. Una ley que permitiera castigar severamente a los representantes y a los delegados de éstos —ya que estamos en sistemas indirectos— por proponer leyes que resulten nocivas para la ciudadanía.
Juan-Ramón Capella
Mientras Tanto
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