martes, 8 de mayo de 2012

Eppur si muove (y sin embargo se mueve)

Así como la globalización fue borrando las fronteras nacionales en espacios cada vez mayores del planeta y con ello los estados nacionales cedieron soberanía, la autonomía relativa del Estado, antaño indispensable para mantener los equilibrios y la cohesión social nacional, fue desdibujándose, y la sociedad política y la sociedad civil en algunos casos casi se confunden, y en otros es evidente la prevalencia de los intereses particulares –los más poderosos– sobre el interés general.
 
Hablo de sociedad civil, no en su uso común, prácticamente como sinónimo de sociedad en general, sino en términos de Gramsci, sociedad organizada: mercado, sector privado, empresarios, medios de comunicación, iglesias, sindicatos (en un Estado no corporativo), organizaciones no gubernamentales, sector educativo autónomo...

Estos cambios profundos en el Estado cobran formas distintas y tienen distinto alcance en el concierto mundial. La influencia de las fracciones más poderosos del capital (hoy por hoy, el capital-dinero, las instituciones privadas y las internacionales de la gran finanza), dominan, en algunos casos hasta la humillación, a algunos estados. Entre los casos más notorios está el nombramiento de un procónsul tecnocrático por el Fondo Monetario Internacional en Grecia, o por la troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y FMI), en el caso de Italia. Portugal es otro caso, aunque más embozado. Y ya van por España. La democracia que hasta ahora conocíamos en Occidente, se vuelve evanescente.

Existe también un capitalismo de Estado, que es hoy la segunda economía del mundo, China, donde mandan los más altos mandarines de la clase política; lo mismo ocurre con otros estados de Asia Sudoriental.

Los cambios en los estados de Occidente han sido no sólo aceptados por los gobernantes y los partidos políticos dominantes en múltiples países, sino su biblia es la globalización neoliberal.

La crisis iniciada a finales de 2007 comenzó a desnudar a los príncipes de allá y de acullá, puso a la luz del día esas nuevas imbricaciones del poder a nivel mundial y no tardó mucho en que consecuentemente el subsuelo social comenzó a moverse. Para desdicha de Francis Fukuyama, la historia no tiene fin, y los cambios siguen. Alemania y Francia dan marcha atrás en una institución del área UE de la globalización, con su salida unilateral del Tratado de Schengen. En algunos casos los capitales extranjeros de aquí y allá retornan buscando refugio en sus países de origen, mostrando que, cuando es necesario, el capital algo de patria tiene. Cuando la patria propia está en declive huyen masivamente a esperar mejores tiempos (España).

Nadie puede decir que el borrado de la frontera que divide a la sociedad política de la sociedad civil es una transformación para siempre. Veremos, acaso, que la sociedad civil del próximo futuro no quiere ver príncipes encuerados. Desde hace un rato, el pueblo, que ni a la sociedad civil tiene acceso, en diversos lugares ha empezado a hablar en voz alta.

La sociedad civil, como siempre, es por definición conflicto, pero a nadie el presente le gusta. Llegará un momento en que entre revueltas sociales o no, tendrá que haber acuerdos, y cada sociedad reclamará un futuro.
Mientras un tsunami social puede estar acumulando energías para desplegarse, la fracción dominante del capital, y dominante de los estados, continúa aferrada dogmáticamente a su biblia neoliberal: el haraquiri.

Seguirá repitiendo, como un mantra: de nada sirve generar más deuda para solucionar los problemas de deuda actuales. Esa medida es pan para hoy y hambre para mañana, hambre que pagarán nuestros hijos cuando tengan que hacer frente al pastel que les hemos dejado encima de la mesa [suena a sentido común]... Las políticas de austeridad son perfectamente complementarias con el crecimiento económico si se hacen adecuadamente. Subir impuestos por miedo a meter la tijera en caldos de cultivo de moral difusa es una desfachatez que lo único que acarreará será más pobreza (Aurelio Jiménez, economista español). Miopía monumental y oscurantismo macroeconómico. La austeridad es la cicuta que beben, desde la ignorancia, los señorones del dinero, arrastrando al hambre a millones.

Como nadie convencerá a los austeros de la vesania de su eficacísimo haraquiri, la tentación mayor es desear que aceleren su operación suicida, y que se acelere también la energía de la acumulación del tsunami social que está en marcha.

El sufrimiento social ha sido y será mucho, muchísimo, pero desde las ruinas será necesario construir sociedades bajo otros fundamentos. Y llevará muchos lustros. Pero no existen amplias avenidas, ni anchas puertas, y casi no hay libertad de movimiento. La infernal tecnología guerrera no duerme, cuidando los inmundos basureros que el capital ha hecho del mundo.

Alguna vez escribí en este espacio que si la economía no sirve a la sociedad toda, la economía no sirve. La economía de hoy no sirve para nada.

El ex canciller alemán Gerard Schoröeder escribió el pasado 6 de mayo: Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y España... demuestran que la austeridad, por sí sola, no es la manera de resolver la crisis...; una política de estricta austeridad corre el peligro de semiestrangular las economías nacionales. Oídos sordos bailotean en su rededor.

Hollande: la austeridad no puede ser una condena. Vive la France!

José Blanco 
La Jornada

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