La Transición española empieza a mostrar los primeros síntomas de
agotamiento. ETA se diluye, los nazis se manifiestan libremente por
Madrid, los periódicos publican fotos de la Amiga Muy Especial del
Borbón y todo ese tinglado autonómico-crisol llamada Estado de las
Autonomías empieza a venirse abajo.
Fraga ha muerto y Gabilondo tiene un videoblog. Revienta la burbuja inmobiliaria, la de la prensa, la del cine, la educativa y la de casarse con una infanta. Hasta la intocable Constitución puede tocarse ya (en pleno agosto, sí, pero, oye, es un paso). Apenas quedan aguiluchos en las fachadas de las grandes ciudades, respetar a los maricas ha entrado y salido del sistema educativo y los humoristas del tardofranquismo ya tienen carnet oro en Proyecto Hombre.
Hemos necesitado más de treinta años para asumir con naturalidad que hay que asumir con naturalidad que se silbe al himno nacional. Treinta años para descubrir que las fosas comunes no se tocan y que dejar la democracia en manos de estructuras partidistas y completamente opacas lleva a Bankia. Treinta años para darnos cuenta de que Marca no cuenta como leer ni Spanish Movie como cultura.
La parte mala es que no parece que hayamos aprendido la lección. La buena es que emigrar ahora es más barato que en los años 50. Y más rápido.
Si las cosas no se tuercen, en cuatro o cinco años podremos decir que la Transición democrática se ha cerrado en firme y que este país inicia una nueva etapa en su historia. Para entonces seremos más pobres (salvo los muy ricos, que serán más ricos) y todos tendremos un fondo de pensión y un seguro médico. Para entonces el Estado de las Autonomías quizá presente alguna deformidad con respecto a lo que ahora conocemos y una o dos bajas en curso. Para entonces la estructura de los partidos quizá haya dado lugar a un sistema un poco más honrado, menos oscuro y podrido.
Para entonces, esperemos, los padres de nuestra democracia estarán todos muertos, jubilados, presos o con alzhéimer. Si algo le debemos a esa generación es lo fácil que se lo han puesto a la nuestra; es muy difícil hacerlo peor.
Fraga ha muerto y Gabilondo tiene un videoblog. Revienta la burbuja inmobiliaria, la de la prensa, la del cine, la educativa y la de casarse con una infanta. Hasta la intocable Constitución puede tocarse ya (en pleno agosto, sí, pero, oye, es un paso). Apenas quedan aguiluchos en las fachadas de las grandes ciudades, respetar a los maricas ha entrado y salido del sistema educativo y los humoristas del tardofranquismo ya tienen carnet oro en Proyecto Hombre.
Hemos necesitado más de treinta años para asumir con naturalidad que hay que asumir con naturalidad que se silbe al himno nacional. Treinta años para descubrir que las fosas comunes no se tocan y que dejar la democracia en manos de estructuras partidistas y completamente opacas lleva a Bankia. Treinta años para darnos cuenta de que Marca no cuenta como leer ni Spanish Movie como cultura.
La parte mala es que no parece que hayamos aprendido la lección. La buena es que emigrar ahora es más barato que en los años 50. Y más rápido.
Si las cosas no se tuercen, en cuatro o cinco años podremos decir que la Transición democrática se ha cerrado en firme y que este país inicia una nueva etapa en su historia. Para entonces seremos más pobres (salvo los muy ricos, que serán más ricos) y todos tendremos un fondo de pensión y un seguro médico. Para entonces el Estado de las Autonomías quizá presente alguna deformidad con respecto a lo que ahora conocemos y una o dos bajas en curso. Para entonces la estructura de los partidos quizá haya dado lugar a un sistema un poco más honrado, menos oscuro y podrido.
Para entonces, esperemos, los padres de nuestra democracia estarán todos muertos, jubilados, presos o con alzhéimer. Si algo le debemos a esa generación es lo fácil que se lo han puesto a la nuestra; es muy difícil hacerlo peor.
José A. Pérez
Mimesacojea
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