En medio de los
preparativos del 15-M para celebrar su primer aniversario, Bankia, el
cuarto grupo bancario de España, debió ser rescatado. El gobierno decide
seguir inyectando dinero para salvarlo de la bancarrota. Se habla de
nacionalización, pero en realidad es una medida de distracción. Sanear,
crear un banco malo y luego reprivatizar. Esa es la verdad. La
indignación crece. Los recortes en educación, sanidad, los escándalos
políticos, la corrupción y el desempleo al alza son el caldo de cultivo
que da vitalidad al 15-M, por mucho que la derecha política, social y
mediática lo den por muerto.
La situación no puede ser peor. Ni política, ni social ni económicamente se avista una salida democrática a la crisis. El capitalismo más abyecto y excluyente se consolida, haciendo trizas las promesas de trabajo estable, salud universal, educación pública de calidad y empleo juvenil. En su lugar tenemos trabajos precarios, contratos basura, salarios de hambre y sobrexplotación, siendo la juventud el sector más damnificado. En España, seis de cada 10 jóvenes, entre 18 y 30 años, viven con sus padres y el paro alcanza a 50 por ciento de ellos. En un tiempo récord las movilizaciones habidas hace un año fueron merecedoras de atención. Su aparición no dejo indiferente y a sus participantes se les apellidó
indignados. Por su manera de proceder y aglutinar a gran número de la población juvenil, se dijo, el éxito de la convocatoria radicaba en ser hija de las nuevas tecnologías de la comunicación. La revolución de los internautas. Mensajes a móviles, Twitter, correos electrónicos, web.
Spanishrevolution. El 15-M sería adjetivado como un movimiento de rebeldía y protesta asimilable al
mayo francés de 1968.
Pero esta interpretación resulta insuficiente y manipuladora.
Sin restar importancia a la participación de la juventud, el 15-M no
puede ser descontextualizado. Su originalidad requiere un análisis menos
ligado a la sociedad espectáculo. En cuanto producto de la crisis
actual del capitalismo, es un nuevo movimiento social ciudadano,
heterogéneo, donde confluyen diversas tradiciones políticas articuladas
en la lucha por la democracia. Anarquistas, socialistas, comunistas,
autogestionarios, progresistas y también apartidistas. En sus comisiones
de trabajo no se diferencia por edad, sexo o condición socioeconómica.
Cuando se reivindica democracia real ya, y se protesta contra la
corrupción de los partidos políticos, el poder omnímodo de los
banqueros, los recortes sociales, el paro juvenil, la privatización de
la salud, la enseñanza, el calentamiento global o un sistema electoral
que distorsiona la voluntad popular, se desnudan regímenes políticos de
explotación.
En todas las reivindicaciones del 15-M hay, tras de sí, una historia,
un camino recorrido por los diversos movimientos sociales de clase,
genero, étnicos, ecologistas o culturales que llevan actuando hace
siglos. La memoria colectiva, los triunfos y derrotas, los avances y
retrocesos, facilitan comprender movimientos tan desiguales y
contradictorios como el mal llamados de
indignados. No son espontáneos ni generacionales. Forman parte de un intento de rescate de la política, secuestrada por los mercados. En su interior confluyen parados de larga duración, trabajadores, mujeres, estudiantes, profesionales, jubilados, intelectuales, amas de casa, gays, lesbianas y jóvenes. Su consolidación expresa un momento constituyente, donde las nuevas formas del pensar y del actuar construyen ciudadanía política, al tiempo que demandan democracia real ya, justicia social y dignidad. Su presencia despierta conciencias. Sin embargo, no es el todo, es parte de la solución, pero no es la solución. Su cauce transcurre en el interior de las luchas democráticas que tratan de sobrevivir a un capitalismo salvaje adscrito a un acentuado proceso de involución política. Hoy, su futuro depende de contrarrestar un poder que ha decidido criminalizar todas las reivindicaciones democráticas provenientes de los movimientos sociales, cerrando espacios de participación ciudadana y democrática. Esta decisión, sin parangón en la historia contemporánea de la España del postfranquismo, puede tener consecuencias impensables, entre otras la emergencia de un régimen totalitario, siendo la destrucción del 15M un objetivo prioritario. Las cartas están sobre la mesa. El futuro entra en una dinámica de lo impensado.
Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada
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