La huelga tradicional, en la que los
trabajadores abandonaban sus puestos de trabajo y, por tanto,
paralizaban la producción, ha sido uno de los instrumentos más
importantes para la conquista de derechos sociales y políticos que han
beneficiado a toda la sociedad. A lo largo de dos siglos, los
trabajadores han conseguido actuar como contrapeso al poder de los
sectores más pudientes de la sociedad. Pero la huelga, para ser una
herramienta eficaz, siempre dependió de la composición, la trayectoria
compartida y la organización de los trabajadores. Por expresarlo
claramente, no hay fuerza obrera sin experiencia compartida en la
fábrica, en el barrio, en el sindicato, incluso en la parroquia. La
organización sindical no ha sido posible sin cierta relación con el
trabajo que permitía ser muchos y tener fuerza.
La propuesta de una huelga social no niega las diferentes realidades
sindicales actuales, sólo trata de señalar la situación, por una parte,
de los muchos trabajadores y trabajadoras que no pueden alcanzar una
posición de fuerza, o que tienen un tipo de empleo alejado de los
parámetros sindicales Y, por otra, de las distintas formas de producción
que no pasan necesariamente por un puesto de trabajo o de una
remuneración directa. Hasta la crisis de 1973 (en España posteriormente)
el pacto social entre los sindicatos mayoritarios y la patronal,
establecía compromisos en los que ambos reconocían ciertos intereses
compartidos. Hoy, tras años de reformas laborales, desregulación
económica y preponderancia de la economía financiera, este pacto social
se ha roto y el equilibrio de fuerzas se ha inclinado hacia un lado. Los
trabajadores ya no son un sujeto homogéneo, los grandes empresarios
están más interesados en los beneficios financieros y el Estado es
incapaz de actuar como garante de una redistribución de las cargas y
beneficios de la actividad económica.
A día de hoy cohabitan el empleo más o menos regular, la
temporalidad, la precariedad y el desempleo con formas de trabajo
autónomo y pequeñas empresas que corren con todos los riesgos de la
subcontración. Pero, sobre todo, existen incontables labores que no
están remuneradas y que resultan esenciales para producir y reproducir
las vidas de las que se alimenta la máquina financiera: diversos
mecanismos formales e informales que generan conocimiento, múltiples
redes sociales que intercambian información y elaboran tendencias y
personas que se ocupan de cuidar a otros día a día. Por no hablar de
todas las actividades que transfieren beneficios económicos a los
llamados mercados: ahorros, compras, seguros, hipotecas, deuda pública y
privada, etc.
Para hablar de huelga, una huelga que nos movilice a todos y todas,
sería necesario apelar a los distintos sujetos de la realidad laboral y
apuntar a todas las fuentes de obtención de beneficios. Sujetos que en
ocasiones no tienen un puesto de trabajo fijo, ni un horario estable,
que ni siquiera realizan una producción que puedan parar. Fuentes de
beneficios que no son fáciles de señalar, ni de bloquear. Como en la
guerra de guerrillas de Lawrence, aquella que utiliza las condiciones de
las que dispone para vencer, podríamos proponer una estrategia que, sin
abandonar la huelga en fábricas, transportes, oficinas y almacenes,
afecte a esas otras líneas que alimentan las dinámicas fundamentales de
la economía financiera.
¿Cómo hace huelga un autónomo? ¿Y las socias de una cooperativa? ¿Y
un parado? ¿Y los interinos? ¿Y una trabajadora sin papeles? ¿Cómo hacen
huelga los músicos, los fotógrafos, los productores culturales
independientes? ¿Y los temporales que penden de un hilo? Estas son
preguntas ineludibles si queremos presionar sobre la economía en el
mundo actual.
En nuestra opinión, es importante hablar de huelga social para
incluir diferentes maneras de participación. Una huelga social para
intervenir sobre diversas cuestiones: como ahorradores podemos actuar
para asegurar el control de nuestro dinero, como inquilinos dejar de
pagar los alquileres abusivos, como desahuciados ocupar casas en manos
de los bancos, como internautas bloquear webs y saturar las redes, como
parados, autónomos y cooperativistas bloquear la bolsa o tomar tierras
en desuso. Estas son algunas ideas que no sólo conseguirían parar el
sistema, sino también cortocircuitarlo y reconducir los canales de la
producción social de forma que sus beneficios reviertan de manera
efectiva en todos y todas las que la producimos.
Madrilonia
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