Me pidieron hace tiempo de la Revista Utopía
que definiera lo que era Utopía para mi. Formaba parte de un proyecto
que quizás un día podrá transformarse en libro colectivo, pero al margen
de avatares editoriales, creo oportuno adelantar mi breve contribución
en estos momentos en que todos podemos aportar argumentos para medirnos
con los derechos en una Huelga General que tenga tanto de política como
de defensa tan rotunda como amable y prioritaria de las personas que ya
se enfrentan a estos tiempos difíciles… Y sobre todo, a los que todavía
son inocentes de la opaca deriva de la historia y de los graves
malestares que quedan por venir, si no reaccionamos, si no actuamos, si
no nos ponemos en pie y revestidos, todos a una, de fuerza y dignidad,
frenamos este poder oscuro que tanto recuerda las peores épocas de la
historia.
Difíciles y duros tiempos los que vivimos. Incluso los ideales y los
sueños parecen sufrir gangrena y mutilación. Esa cotidiana lucha de
clases que los desposeídos vamos perdiendo, estupefactos por el ansia
desmedida de ganancia suicida de los poderosos, quiere llevarse también
nuestra capacidad de proyecto igualitario en el acoso constante y la
corrupción sin tregua. Libramos con tan poco pertrecho ideológico una
lucha tan desigual, sufrimos una explotación tan omnipresente, que no
sólo el despojo al que se nos somete sobrepasa el límite de nuestra
muerte, sino que no deja casi ni aire ni espacio para nuestra vital
aspiración a la utopía. La enorme multitud de desposeídos -nuevos parias
del neolibealismo- cuya vivienda, empleo, estudios, salud y futuro se
desvanecen en la precariedad, el temor y la incertidumbre, consideran ya
un desvarío el retorno a un sistema de protección social anterior a la
crisis, y un ejercicio imposible el de esos derechos de ciudadanía tan
duramente conquistados, que los bonzos del capitalismo global nos niegan
con ecuaciones cargadas de sinrazón, con argumentos triplemente falaces
para justificar su despojo… Si por ellos fuera, incluso de los derechos
humanos más elementales se perdería cualquier vestigio.
Sólo en la lucha cotidiana, de nuevo, en el taller y la oficina, en
las plazas privatizadas que se llaman con engaño “espacio público” y en
los hospitales públicos que privatizan… sólo con el ejercicio tenso de
la igualdad, de nuevo, en la parte trasera del autobús y en las aulas
prohibitivas (y así, prohibidas), puede encontrarse aliento para formar
de nuevo, mentalmente, un proyecto de solidaridad cuyo fundamento ético
nos permite forjar una utopía compartida.
Y en otro aspecto fundamental, cuando intentan que desaparezca la
filosofía y la historia de institutos y universidades, cuando han casi
conseguido que la economía deje de ser ciencia social para prostituirla
en falsa ciencia exacta (cuando más se aleja la economía política de las
personas y más se pervierte en la falsa mecánica elemental, el arte del
trilero y el esoterismo), conviene recuperar para una utopía nodriza,
el hilo rojo que viene de antiguo y que consigue apoyo y lucidez en
obras como las de Marx, tan actuales, en tantos aspectos, hoy en día.
Es fundamental para seguir razonando en positivo y mantener la
cordura, que nos libremos tanto de los virus neoliberales como de la
pereza intelectual y las anemias de la audacia, y creemos y creyamos en
el instinto de clase, buscando y trabajando soluciones radicales y
lúcidas a los nuevos retos. Como ya tuve oportunidad de escribir el
pasado mes de agosto, la obra de Marx es fundamental para entender lo
que está sucediendo en el siglo XXI, pero nada de lo que escribió debe
leerse como un libro sagrado. Al contrario, conviene medirse y discutir
con las propuestas y los análisis marxianos para que sean un buen
instrumento de interpretación de este caos en el que vivimos, entre
otras cosas porque también Marx se inspiró, en gran medida, en las
condiciones reales de explotación del proletariado inglés, tal como las
registraban los inspectores de trabajo de la época en los Libros Azules.
Cuando otro mundo no sólo es posible sino URGENTE porque nos estamos
acercando (retrocediendo) hacia mediados del siglo XIX y Dickens podría
ser perfectamente un escritor de nuestro tiempo, es igualmente
imprescindible superar este modelo económico que oprime y enferma por
otro en el que la vida se desarrolle de manera más autónoma, solidaria y
feliz. Cuando las “soluciones” que da el sistema es un crecimiento que
provoca enfermedades que no se investigan ni se tratan, cuando lo que se
llama “desarrollo” no evita muertes sobradamente innecesarias y
evitables, cuando cada día mueren sólo en África 12.000 niños que
podrían haberse salvado en un mundo menos desigual, permítanme que
cambie el sentido de las respuestas habituales a las preguntas sobre
utopías de presente o de futuro.
Para mí, querer cambiar el mundo para que nadie se
muera de desnutrición, de sed, o de enfermedades evitables, defender los
derechos de ciudadanía, la salud y la enseñanza pública, e incluso una
vida más amable y feliz, tiene todo el anclaje con la realidad.
Y lo realmente utópico (en ese sentido vano y como de vuelta que le dan
los voceros del sistema, sabios oficiales bajo palabra de honor) es
que los poderosos, con todos sus bancos financiados con el dinero de la
ciudadanía, con todos sus lujos y su corrupción, con todas las graves
injusticias que están cometiendo y agravando, con toda la barbarie que
está llamando a la puerta, se crean que lo sensato y razonable por parte
de todas las personas desposeídas, explotadas, indignadas desde hace
años (siglos) no sea actuar y comprometerse para cambiar, de forma radical, aboliendo y superando el hedor de lo presente, hacia un mundo más civilizado, de mayor equidad.
(Y que ya nadie me venga con las viejas milongas donde
pretendidadamente se enfrentan, en una arena interesadamente inventada,
libertad e igualdad, porque las contraposiciones interesadas sólo
sirven para seguir mutilando la igualdad mientras la libertad del 1% de
los poderosos se acrecienta hacia la barbarie, devorando derechos, salud
y vidas del resto de los seres humanos.)
Como Gioconda Belli, yo también:
Quiero una huelga donde vayamos todos.Una huelga de brazos, piernas, de cabellos, una huelga naciendo en cada cuerpo. Quiero una huelga de obreros de palomas de choferes de flores de técnicos de niños de médicos de mujeres. Quiero una huelga grande, que hasta el amor alcance. Una huelga donde todo se detenga, el reloj las fábricas el plantel los colegios el bus los hospitales la carretera los puertos. Una huelga de ojos, de manos y de besos. Una huelga donde respirar no sea permitido, una huelga donde nazca el silencio para oír los pasos del tirano que se marcha.
Gioconda Belli
Angels. M. Castell
Punts de Vista
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