La huelga general ya no es lo que era.
La huelga fue pensada a mediados del siglo XIX como mecanismo para
demostrar la capacidad coercitiva del trabajo -el generador de riqueza-,
sobre la imposición del capital -privatizador de riqueza-. Más allá del
alcance político de la huelga general, sea para mejorar las condiciones
de vida dentro del capitalismo, sea como trampolín para superar el modo
de relaciones capitalistas, la cuestión es, que su contexto ha variado y
su puesta en escena debe ser modificada. En la producción industrial el
capitalismo fue altamente vulnerable puesto que, la riqueza se ubicaba
en un espacio y tiempo determinado: el taller, la fábrica o la oficina.
Su concentración en el espacio y el tiempo provocaba que sabotear la
cadena de montaje o parar las máquinas fuera suficiente para al menos,
asutar al capitalismo.
La conocida huelga de la Canadiense
de 1923 en Barcelona lo atestigua: durante 44 días se consigió
paralizar el 70% de la industria barcelonesa. ¿Consecuencia?, se logra
instaurar la jornada laboral de 8 horas. ¿Por qué hoy en día no es
reproducible este esquema de huelga? Porque tanto la forma de crear la
riqueza que tiene el trabajo, como la manera para privatizarla que
utiliza el capital, ya no son las mismas que en la etapa industrial. Hoy
el trabajo está fragmentado y no se basa únicamente en producir
objetos, sino también en crear “artículos” inmateriales: como los
afectos de las cuidadoras, las experiencias que vende una ciudad a
quienes la visitan, o la idea que alberga un producto, que aún siendo lo
mismo que otros, adopta un significado que lo hace distinto; como las happy pills
Pero no se trata sólo de que el mundo conectado en el que vivimos
venda simulacros de vida e ilusiones de cartón piedra; como señalaba Guy Debord, “si no podemos encontrar lo que deseamos, tenemos que desear lo que encontramos”
. Es la importancia que toma el conocimiento colectivo en la
producción, lo que realmente genera una modificación importante,
crucial. Por esa razón, cada vez más las empresas buscan seducir y
adaptarse a los gustos de cada uno, preguntar tu opinión, crear foros de
clientes, o utilizar nuestra creatividad e imaginario colectivo para usarlo en vendernos sus productos.
Lo que mueve nuestro mundo ya no es tanto lo que se hace en el polígono
industrial como la comunicación que circula entre todos nosotros y
nosotras las 24 horas del día, en todos lados. ¿Por qué lo llamarán sociedad del conocimiento, cuando quieren decir conocimiento social al servicio del capital?
Tenemos entonces que pensar como es posible coaccionar a los que
mandan, demostrar nuestro poder como multitud que genera riqueza contra
el nuevo capitalismo que privatiza hasta los sueños. Está claro que
parando polígonos no vamos a ningún lado, pero tampoco se puede
prescindir de ellos. Los dos mundos del trabajo se encuentran: El
primero en extinción, es resultado de 150 años de movimiento obrero que
culminó en el trabajo estable, la creencia en el progreso y en vidas
seguras pero administradas. El segundo, tiene la precariedad como
horizonte social y miseria existencial, resulta de las luchas que
mantuvieron los primeros con el capital, pero que finalmente acabaron
perdiendo en los años 60-70.
Las revueltas del hambre contra la subida de los precios y la escasez
de alimentos, fueron la pauta de protesta de la multitud preindustrial
del siglo XVIII. En el siglo XIX dentro de la gradual concentración de
capital industrial, fueron surgiendo nuevas prácticas de lucha
colectiva: la huelga se alzó como la mejor de las herramientas en
defensa de sus intereses. Durante un tiempo, tanto a finales del XVIII,
como hasta mediados del XIX, ambas modalidades se encontraron, en
Inglaterra sobre todo.
Se daban huelgas y luchas urbanas que anunciaban lo que estaba por
venir, pero todavía dentro de un marco donde se priorizaban las luchas
campesinas por las tierras. Y al revés, tenían lugar revueltas del
hambre en un marcado contexto industrial en plena proyección. La
Historia no es tanto una carpeta con separadores, como una paleta de
colores en el ordenador; poco a poco va tomando un color y pocas veces
llega a ser una sola tonalidad.
Huelga metro-política
Hoy, aunque algunos sectores de los clásicamente representados por
los sindicatos, mantengan una gran repercusión en el mundo del siglo
XXI, el modelo como tal está en decadencia. Esos sectores son los del
transporte: metro, bus, cercanías, media y larga distancia. Son muy
importantes porque tienen relación con la movilidad, una pata importante
de la comunicación, pilar del capitalismo contemporáneo. Parar hoy, lo
que en su día fue el polígono del siglo XX, significa parar y bloquear
la comunicación. Si la comunicación desborda el tiempo de la jornada
laboral, nuestra acción debe ir más allá del trabajo. Si la riqueza se
genera más allá del empleo, a lo largo del día ¿sólo parar el empleo nos
es suficiente? ¿se puede parar cuando no puedes parar en el empleo?
El derecho a huelga es papel mojado allí donde no existen garantías
para hacerla. Cada vez más parte de la población laboral no mantiene
ninguna fuerza para ejercer su derecho y el miedo se impone a
veces, como la antesala del cinismo. Algunos, -muchos-, son coacionados por la empresa,
directa o indirectamente para no hacer huelga. La huelga metropolitana a
día de hoy debe desbordar en el tiempo sobre cuando empieza o cuando
termina la huelga, tiene que ofrecer formas de hacer huelga a la gente
para quien es complicado no ir al trabajo.
Surge la idea de la huelga de consumo
que potencialmente es mucho más interesante que la huelga del trabajo
puesto que, todos consumimos, pero no todos trabajamos. La cuestión
podría pasar por informar los días previos, a pequeños comerciantes del
impacto que tiene la precariedad social sobre su propia economía, como
también por bloquear los grandes canales de comunicación y consumo, esto
último no es nada sencillo. La huelga se tiene que pensar no sólo
físicamente sino también virtualmente: que las webs comerciales de la
comunicación no puedan operar: aerolíneas, trenes, barcos, fondos de
inversión, cerebros financieros almacenadores de información.
Se trata entonces de reubicar las expectativas y hacer de una ilegalidad, nuestra herramienta más útil y legítima: Huelga política. Política porque no se reduce a discutir una u otra medida “técnica”,
sino que se pone en cuestión el total de las condiciones de vida de la
población. Política porque la reforma laboral se une al conjunto de
medidas que pretenden tirar abajo todo un modelo de convivencia y
sustituirlo por otro donde priman obligaciones sobre derechos, en lugar de reinventar un nuevo bienestar: neoesclavismo es lo que nos vaticinan desde arriba.
Su ataque es político pues desmonta todo lo conocido para imponer la
precariedad como forma de vida. La huelga no puede no ser política,
siempre lo es, pero ahora más que nunca está en juego nuestra dignidad
como seres humanos; nada hay más político que eso. La política es la ciencia de la libertad decía Proudhon;
en nuestro caso para expandirla a las personas, en el suyo para
restringirla al mercado. Pero los mercados como las piedras, no pueden
ser libres, es un eufemismo para apropiarse del concepto de libertad y
confundirlo con -neo-liberal.
La Huelga más allá de la huelga puede empezar a las 20:00 calentando
lo que puede ser el 12-M, o antes o después, o quedarse en nada, nadie
lo sabe. Lo que está claro, que por ahora, siendo cautos, la huelga se
empieza a ganar a las 6 de la mañana en cocheras de bus y metro, eso no
cambia. Todo dependerá del resultado de una combinación entre nuestra virtù y fortuna.
Jorge Moruno
La revuelta de las neuronas
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