Imaginando la huelga…
La gente toma las plazas, ollas populares, personas que comparten.
Los pequeños comercios se unen a los pasacalles organizados por las
asambleas de barrio. Hackers sonrientes porque las webs de información
bursátil llevan sin funcionar todo el día. Fábricas cerradas,
transportes parados y las grandes multinacionales no venden nada,
también hay huelga de consumo. Grupos de gente denunciando los
desahucios a las puertas de cientos de sucursales bancarias. Cada parado
toma su calle, y junto a sus amigos habla con conductores y peatones,
apelando a la responsabilidad de todos para cambiar un modelo que deja
fuera a muchos y muchas. De los hospitales salen mareas blancas,
promovidas por aquellos que creen que sin una sanidad común la salud de
la mayoría será peor. Profes, alumnos y familias desfilan con camisetas
verdes, símbolo de los que apuestan por mejorar la escuela de todos y
todas. Cuidadoras haciéndose visibles porque sin ellas no se mueve el
mundo. Miles de personas sacando sus ahorros de esos bancos que nos han
engañado para depositarlos en otros que funcionan con criterios éticos.
Investigadoras, interinos y universitarias tomando los medios de
comunicación para transmitir que quieren quedarse aquí y luchar por un
futuro mejor. Precarios y autónomas que, si no pueden dejar de trabajar,
salen disparados del curro para encontrase en las calles con la gente
en la que confían. Gentes nacidas aquí o venidas de lejos que tienen
mucho que aportar. Ciudades de todo el mundo atentas a una huelga inclusiva, de la gente común, del 99%.
Recordando la huelga…
La huelga general
siempre fue un gran mito, en sentido positivo. Ese momento en el que
mucha gente se pone de acuerdo para detener la producción y así
conseguir mejorar sus condiciones de vida. La huelga general demostraba
que los trabajadores y trabajadoras son quienes crean riqueza. También
enseñaba que juntos se logran cosas.
En estos momentos ese mito no pasa por sus mejores momentos: después de casi 40 años de rodillo neoliberal parece que la huelga general ha pasado de moda. Por un lado, Thatcher
demostró que un gobierno podía aguantar meses de huelgas masivas y los
políticos han tomado nota. Lo hemos visto en Francia y en Grecia. Por
otro lado, cuatro décadas de políticas públicas orientadas a acabar con
la capacidad de negociación de los trabajadores ha afectado la
influencia de la gran puesta en escena de su fuerza. A fin de cuentas,
las huelgas han sido verdaderamente eficaces en aquellas épocas en que los trabajadores podían ejercer un contrapoder por medio de generar escasez de mano de obra.
Los cambios en la organización productiva, con la deslocalización
industrial y la atomización en pequeñas unidades, han restado
importancia en número e incidencia a las grandes fábricas, aquellas con
trabajadores capaces de detener y sabotear la producción. La precariedad
dificulta esa capacidad, en gran parte debido a la inestabilidad que impide la creación de vínculos en el lugar de trabajo.
El paro estructural, ahora de proporciones gigantescas, pero siempre
presente desde la crisis de 1973, deja fuera de la huelga tradicional a
millones de personas. A las que hay que sumar los trabajados no siempre
reciben un salario: cuidados, producción cultural, formación, etc. Hoy
la producción de riqueza tiene mucho que ver con cosas que no son
fáciles de medir y que no revierten en toda la sociedad, que es las que
las produce de manera conjunta. ¿Quién da valor a Facebook o Twitter?
Sin duda la gente que lo usa y que por hacerlo no lo desgasta, al revés,
lo revaloriza, aunque unas pocas manos acumulan los beneficios.
Pensando la huelga…
El próximo 29 de marzo, los dos grandes sindicatos han convocado a
sus afiliados a parar el país sin demasiado entusiasmo. Las reacciones
han sido dispares. El sector más moderado del Partido Popular,
utilizando la legitimidad que le otorgan las urnas y contando con un
plazo de tiempo para llevar a cabo su plan de reformas, apela a la
responsabilidad de los sindicatos y a la paciencia de los ciudadanos. Mariano Rajoy defiende la rebaja de derechos laborales, aunque reconoce que no va a generar empleo.
Y es que los gobiernos europeos, sobre todo los del sur y del este,
para sobrevivir a la presión de los mercados permitida por el BCE y la
Comisión Europea, están obligados a poner en marcha una serie de
reformas que afectan a los equilibrios sociales en beneficio de una
minoría. No hay alternativa, nada de cambiar la fiscalidad para repartir
la riqueza ̶más abundante que nunca antes en la historia. Parece
que el 1% manda y los gobiernos obedecen, máxime si obedecer supone cierta coherencia con su propio programa de gobierno.
Los sectores más duros de la derecha han aprovechado la ocasión para
atacar a los sindicatos, utilizando críticas que son compartidas por
amplios sectores de la población que no están de acuerdo con la
financiación de liberados, con su inmovilismo durante los primeros
momentos de la crisis y con su falta de cercanía hacia sectores sociales
que por sus condiciones laborales ̶parados, precarias, amas de
casa, autónomos, microempresarias, interinos ̶ no cuentan apenas
para los grandes sindicatos. Por otro lado, la gente de izquierdas, que
varían en su nivel de crítica a CCOO-UGT, asumen la huelga como el
momento principal para detener las políticas del PP, muy parecidas a las
que puso en práctica el PSOE.
Las cúpulas de las grandes centrales sindicales saben lo mucho que se
juegan, que su capacidad como contrapeso frente a los gobiernos cada
vez es menor y apenas pueden suavizar los ataques que vienen desde los
centros de poder europeos y mundiales. CCOO-UGT necesitan un respaldo
para negociar algo. El Gobierno no quiere salir muy dañado. Desde esta
perspectiva, la huelga bien podría compararse con una partida de
ajedrez. Ni unos ni otros creen que esta huelga pueda marcar un cambio.
Rajoy seguirá diciendo que le obliga Europa, lo cual da muchas pistas,
mientras Toxo y Méndez intentarán conseguir alguna concesión aunque
tengan que dar la espalda a la gente que apoye la huelga.
La concertación CCOO-UGT-Gobierno-Patronal viene de lejos y resulta
ciertamente inoperante en estos momentos, cuando el mundo laboral está
lleno de figuras heterogéneas y abundan los trabajos intermitentes. Al
igual que el bipartidismo deja mucho que desear, las formas de
participación sindical benefician claramente a los dos grandes
sindicatos, bien lo pueden asegurar los pequeños sindicatos que apuestan
por otra forma de organización. El miedo de los sindicatos a perder su
estatus y el oportunismo de los grandes empresarios
en estos momento de crisis, está desdibujando la concertación en favor
de los segundos, que seguirán exigiendo ventajas si no cambia el
equilibrio de fuerzas.
Tomando la huelga…
La convocatoria de CCOO-UGT echa para atrás a mucha gente, que, aun
estando en contra de la reforma laboral, no se siente representada por
las cúpulas sindicales. Tampoco supone un aliciente la falta de apertura
de los grandes sindicatos, que unos días atrás hacían explícita su intención de controlar al 15M en todo lo que tuviera que ver con la reforma laboral, como si los grandes acontecimientos pudieran ser controlados.
Después de la primavera pasada nuevos actores sociales pueden desbordar un tablero de juego que permite pocos movimientos. El 29M puede ser distinto al 29S.
Desde que se tomaron las plazas mucha gente de diferentes condiciones y
pareceres dejó claro que está harta de seguir siendo estafada con la
excusa de la crisis. Ahora, ante la convocatoria de huelga general se
abre la posibilidad de que los enjambres vuelvan a confluir para
desplegar su creatividad. Pensar una convocatoria abierta es un factor
clave, así como la necesidad de presionar a los que se están
beneficiando de la crisis. Tomar la huelga
puede ser un buen momento para ensayar un repertorio de acciones de
cara a las convocatorias del 12-15 de mayo. El día 29 de marzo es un
escenario inmejorable para actualizar formas de intervención que han
sido muy útiles y para experimentar otras novedosas. Un inventario de acciones inclusivas, que abran nuevos escenarios y puedan ser replicadas.
La ola de alegría puesta en escena desde hace casi
un año puede convertir la huelga en algo distinto a lo esperado. El reto
es ser hostiles al 1% sin perder la ternura, sin dejar de protegernos
entre todos para seguir conmoviendo a mucha gente. Si algo hemos
aprendido del #15M es la cooperación entre diferentes. Si algo hemos
vivido en las acampadas y en la red es un sentimiento que nos une para
expresar que no somos mercancías y que queremos una democracia digna de
tal nombre. Pero ese nosotros no emerge como oposición a tal o cual gobierno,
a esta o aquella medida, sino como hartazgo ante un sistema político
cada vez más falso y un régimen económico que perjudica a la mayoría. En
estos momentos una huelga a la defensiva no es suficiente,
el desafío es democratizar la toma de decisiones y conseguir nuevos
derechos en provecho del 99%. Un nuevo pacto social que ponga encima de
la mesa la necesaria redistribución de la riqueza y del poder en favor
de la mayoría.
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