viernes, 16 de marzo de 2012

Érase una vez la huelga general. "Tomar la huelga"

Imaginando la huelga…
La gente toma las plazas, ollas populares, personas que comparten. Los pequeños comercios se unen a los pasacalles organizados por las asambleas de barrio. Hackers sonrientes porque las webs de información bursátil llevan sin funcionar todo el día. Fábricas cerradas, transportes parados y las grandes multinacionales no venden nada, también hay huelga de consumo. Grupos de gente denunciando los desahucios a las puertas de cientos de sucursales bancarias. Cada parado toma su calle, y junto a sus amigos habla con conductores y peatones, apelando a la responsabilidad de todos para cambiar un modelo que deja fuera a muchos y muchas. De los hospitales salen mareas blancas, promovidas por aquellos que creen que sin una sanidad común la salud de la mayoría será peor. Profes, alumnos y familias desfilan con camisetas verdes, símbolo de los que apuestan por mejorar la escuela de todos y todas. Cuidadoras haciéndose visibles porque sin ellas no se mueve el mundo. Miles de personas sacando sus ahorros de esos bancos que nos han engañado para depositarlos en otros que funcionan con criterios éticos. Investigadoras, interinos y universitarias tomando los medios de comunicación para transmitir que quieren quedarse aquí y luchar por un futuro mejor. Precarios y autónomas que, si no pueden dejar de trabajar, salen disparados del curro para encontrase en las calles con la gente en la que confían. Gentes nacidas aquí o venidas de lejos que tienen mucho que aportar. Ciudades de todo el mundo atentas a una huelga inclusiva, de la gente común, del 99%.

Recordando la huelga…
La huelga general siempre fue un gran mito, en sentido positivo. Ese momento en el que mucha gente se pone de acuerdo para detener la producción y así conseguir mejorar sus condiciones de vida. La huelga general demostraba que los trabajadores y trabajadoras son quienes crean riqueza. También enseñaba que juntos se logran cosas.

En estos momentos ese mito no pasa por sus mejores momentos: después de casi 40 años de rodillo neoliberal parece que la huelga general ha pasado de moda. Por un lado, Thatcher demostró que un gobierno podía aguantar meses de huelgas masivas y los políticos han tomado nota. Lo hemos visto en Francia y en Grecia. Por otro lado, cuatro décadas de políticas públicas orientadas a acabar con la capacidad de negociación de los trabajadores ha afectado la influencia de la gran puesta en escena de su fuerza. A fin de cuentas, las huelgas han sido verdaderamente eficaces en aquellas épocas en que los trabajadores podían ejercer un contrapoder por medio de generar escasez de mano de obra.

Los cambios en la organización productiva, con la deslocalización industrial y la atomización en pequeñas unidades, han restado importancia en número e incidencia a las grandes fábricas, aquellas con trabajadores capaces de detener y sabotear la producción. La precariedad dificulta esa capacidad, en gran parte debido a la inestabilidad que impide la creación de vínculos en el lugar de trabajo. El paro estructural, ahora de proporciones gigantescas, pero siempre presente desde la crisis de 1973, deja fuera de la huelga tradicional a millones de personas. A las que hay que sumar los trabajados no siempre reciben un salario: cuidados, producción cultural, formación, etc. Hoy la producción de riqueza tiene mucho que ver con cosas que no son fáciles de medir y que no revierten en toda la sociedad, que es las que las produce de manera conjunta. ¿Quién da valor a Facebook o Twitter? Sin duda la gente que lo usa y que por hacerlo no lo desgasta, al revés, lo revaloriza, aunque unas pocas manos acumulan los beneficios.

Pensando la huelga…
El próximo 29 de marzo, los dos grandes sindicatos han convocado a sus afiliados a parar el país sin demasiado entusiasmo. Las reacciones han sido dispares. El sector más moderado del Partido Popular, utilizando la legitimidad que le otorgan las urnas y contando con un plazo de tiempo para llevar a cabo su plan de reformas, apela a la responsabilidad de los sindicatos y a la paciencia de los ciudadanos. Mariano Rajoy defiende la rebaja de derechos laborales, aunque reconoce que no va a generar empleo. Y es que los gobiernos europeos, sobre todo los del sur y del este, para sobrevivir a la presión de los mercados permitida por el BCE y la Comisión Europea, están obligados a poner en marcha una serie de reformas que afectan a los equilibrios sociales en beneficio de una minoría. No hay alternativa, nada de cambiar la fiscalidad para repartir la riqueza    ̶más abundante que nunca antes en la historia. Parece que el 1% manda y los gobiernos obedecen, máxime si obedecer supone cierta coherencia con su propio programa de gobierno.

Los sectores más duros de la derecha han aprovechado la ocasión para atacar a los sindicatos, utilizando críticas que son compartidas por amplios sectores de la población que no están de acuerdo con la financiación de liberados, con su inmovilismo durante los primeros momentos de la crisis y con su falta de cercanía hacia sectores sociales que por sus condiciones laborales     ̶parados, precarias, amas de casa, autónomos, microempresarias, interinos   ̶ no cuentan apenas para los grandes sindicatos. Por otro lado, la gente de izquierdas, que varían en su nivel de crítica a CCOO-UGT, asumen la huelga como el momento principal para detener las políticas del PP, muy parecidas a las que puso en práctica el PSOE.

Las cúpulas de las grandes centrales sindicales saben lo mucho que se juegan, que su capacidad como contrapeso frente a los gobiernos cada vez es menor y apenas pueden suavizar los ataques que vienen desde los centros de poder europeos y mundiales. CCOO-UGT necesitan un respaldo para negociar algo. El Gobierno no quiere salir muy dañado. Desde esta perspectiva, la huelga bien podría compararse con una partida de ajedrez. Ni unos ni otros creen que esta huelga pueda marcar un cambio. Rajoy seguirá diciendo que le obliga Europa, lo cual da muchas pistas, mientras Toxo y Méndez intentarán conseguir alguna concesión aunque tengan que dar la espalda a la gente que apoye la huelga.

La concertación CCOO-UGT-Gobierno-Patronal viene de lejos y resulta ciertamente inoperante en estos momentos, cuando el mundo laboral está lleno de figuras heterogéneas y abundan los trabajos intermitentes. Al igual que el bipartidismo deja mucho que desear, las formas de participación sindical benefician claramente a los dos grandes sindicatos, bien lo pueden asegurar los pequeños sindicatos que apuestan por otra forma de organización. El miedo de los sindicatos a perder su estatus y el oportunismo de los grandes empresarios en estos momento de crisis, está desdibujando la concertación en favor de los segundos, que seguirán exigiendo ventajas si no cambia el equilibrio de fuerzas.

Tomando la huelga…
La convocatoria de CCOO-UGT echa para atrás a mucha gente, que, aun estando en contra de la reforma laboral, no se siente representada por las cúpulas sindicales. Tampoco supone un aliciente la falta de apertura de los grandes sindicatos, que unos días atrás hacían explícita su intención de controlar al 15M en todo lo que tuviera que ver con la reforma laboral, como si los grandes acontecimientos pudieran ser controlados.

Después de la primavera pasada nuevos actores sociales pueden desbordar un tablero de juego que permite pocos movimientos. El 29M puede ser distinto al 29S. Desde que se tomaron las plazas mucha gente de diferentes condiciones y pareceres dejó claro que está harta de seguir siendo estafada con la excusa de la crisis. Ahora, ante la convocatoria de huelga general se abre la posibilidad de que los enjambres vuelvan a confluir para desplegar su creatividad. Pensar una convocatoria abierta es un factor clave, así como la necesidad de presionar a los que se están beneficiando de la crisis. Tomar la huelga puede ser un buen momento para ensayar un repertorio de acciones de cara a las convocatorias del 12-15 de mayo. El día 29 de marzo es un escenario inmejorable para actualizar formas de intervención que han sido muy útiles y para experimentar otras novedosas. Un inventario de acciones inclusivas, que abran nuevos escenarios y puedan ser replicadas.

La ola de alegría puesta en escena desde hace casi un año puede convertir la huelga en algo distinto a lo esperado. El reto es ser hostiles al 1% sin perder la ternura, sin dejar de protegernos entre todos para seguir conmoviendo a mucha gente. Si algo hemos aprendido del #15M es la cooperación entre diferentes. Si algo hemos vivido en las acampadas y en la red es un sentimiento que nos une para expresar que no somos mercancías y que queremos una democracia digna de tal nombre. Pero ese nosotros no emerge como oposición a tal o cual gobierno, a esta o aquella medida, sino como hartazgo ante un sistema político cada vez más falso y un régimen económico que perjudica a la mayoría. En estos momentos una huelga a la defensiva no es suficiente, el desafío es democratizar la toma de decisiones y conseguir nuevos derechos en provecho del 99%. Un nuevo pacto social que ponga encima de la mesa la necesaria redistribución de la riqueza y del poder en favor de la mayoría.




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