Todos los días en los noticiarios, en las calles, en nuestros
trabajos, en el vecindario, no paramos de escuchar: ¡Es tiempo de
crisis! Pero, ¿de qué crisis nos hablan?
¿Nos hablan de la crisis de la deuda que hace décadas sufren millones
de personas en los países del Sur global, consecuencia de las
destructivas políticas neoliberales aplicadas por el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional para hacer frente a deudas ilegítimas e
incluso odiosas? O ¿se refieren a la crisis alimentaria consecuencia de
la especulación con cereales y otros alimentos básicos? Vivimos en la
época histórica de mayor sobreproducción de alimentos y, al mismo
tiempo, es el momento que más personas sufren desnutrición crónica e
incluso, que más gente muere de hambre. Especialmente afectadas por esta
situación de carestía son las mujeres y la niñez, aunque,
paradójicamente, ellas son las encargadas, en más de un 50%, de la
producción agrícola mundial.
¿Nos hablan de la profunda crisis ecológica y energética que hace
años es denunciada por los movimientos ecologistas y el campesinado en
todo mundo? Una crisis medioambiental derivada de la puesta de unos
ecosistemas finitos al servicio de un sistema económico y social basado
en la acumulación ilimitada.
¿Nos hablan de la crisis de los principios y valores que hasta ahora
habían regido en el sistema capitalista? Quizás, ¿aluden a la crisis de
representatividad que sufren las sociedades actuales tanto occidentales
como orientales? Donde el 15-M y el resto de movimientos de ocupación de
los espacios públicos, no son más que la prueba de la falta de espacios
donde la gente manifieste su disgusto personal y colectivo. Unas
sociedades sin referentes personales ni institucionales a los que pedir
unas soluciones y, por supuesto, explicaciones.
Tal vez, nos hablan de la crisis de los trabajos de cuidado, que
desde los diferentes feminismos se ha venido señalando históricamente.
Una crisis consecuencia de utilizar la vida al servicio del capital. Una
vida que hasta ahora había sido asistida por las mujeres desde los
hogares, es decir, el espacio doméstico donde se carece del poder
político necesario para el cuestionamiento y el cambio del sistema. Los
hogares, espacios feminizados desde dos perspectivas: una material, ya
que tradicionalmente e, incluso a día de hoy, las mujeres hemos hecho
los trabajos de sostenibilidad de la vida doméstica de forma no
remunerada. Y otra desde una perspectiva simbólica, por qué estas
tareas, que son imprescindibles para la continuidad digna de la vida de
mujeres y hombres, son minusvaloradas socialmente de acuerdo con los
parámetros patriarcales capitalistas.
Pero no. Esta crisis profunda, multidimensional y acumulada no existe
para nuestros gobernantes, los grupos de poder globales. La CRISIS,
llegó a nuestras vidas, a finales del 2007 con la quiebra del sistema
financiero – “el casino global” – que constituye el núcleo duro de poder
masculino y el epicentro del sistema socioeconómico vigente. Ante este
estallido financiero nuestros gobernantes, muy bien adiestrados por las
instituciones financieras internacionales, en vez de asegurar el
bienestar y la vida digna de las personas, han dedicado sus políticas
“anticrisis” a garantizar el proceso de acumulación de capital
recortando los derechos sociales y de ciudadanía que tanto han costado
conseguir. Así, han conseguido sacar a la superficie social el
conflicto, que hasta ahora se escondía en los hogares, existente entre
la lógica de la acumulación de capital, paradigma del sistema
capitalista y sus políticas neoliberales y, la lógica de sostenibilidad
de la vida. Pero, además, con los recortes de las políticas sociales y
de los mecanismos de redistribución estamos asistiendo a una
polarización social, es decir, a un proceso donde determinados
colectivos que vivían en situaciones de precariedad ahora se ven
abocados hacía situaciones de exclusión social. En estos procesos, el
género es, sin lugar a dudas, uno de los ejes determinantes.
Pero con todo este análisis, podemos hacer dos cosas, sentarse y
observar cómo empeora la situación, mientras los de siempre continúan
enriqueciéndose o, por el contrario, aprovechar esta tensión social
visibilizada y las grietas patentes del sistema, para cambiar y
construir un nuevo paradigma social. Es tiempo de cambiar el epicentro
alrededor del cual se desarrollan las sociedades y nuestras vidas. Es la
hora de sustituir al capital, por la Vida. Es el momento de
colectivizar la vida. La vida es de todos los seres vivos que habitamos
este planeta y, entre todos, debemos garantizarla bajo las condiciones
más dignas. A lo largo del último año la ciudadanía en todo el planeta,
hemos construido espacios de debate, asamblearios y democráticos donde
poder entre todas las personas decidir qué sociedades queremos. Es la
hora de preguntarnos, ¿cuáles son nuestras necesidades reales para vivir
bien? y, sobre todo, ¿cómo nos organizamos socialmente para hacer todas
las vidas dignas y vivibles?
En este proceso de cambio las mujeres tenemos que alzar nuestras
voces. Nosotras damos vida pero, además, a través de los trabajos de
mantenimiento y de cuidado, entendiendo cuidado como el proceso de
regeneración cotidiano de la vida, el aseguramiento del bienestar físico
y emocional de las personas, hemos sido las columnas vertebrales de
nuestras sociedades. Por ello, en este 8 de Marzo de 2012 no tenemos
motivos para la celebración complaciente, pero sí mucho que decir y, por
supuesto, todo por transformar!
Verònica Gisbert Gracia
Patas Arriba, Grupo sobre Deuda ATTAC-CADTM
(Fuente: Attac España)
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