Crisis vienen y crisis
van, la asiática y la sub prime en EE.UU. y la de Portugal, la de Grecia
y la de España, y la que viene y las que vendrán, las que suman hasta
hoy la no despreciable cifra de más de 280 en las últimas décadas, desde
que el capitalismo financiero sionista con sede en la Bolsa de Wall
Street, comenzó a imponer sus políticas neoliberales a nivel planetario.
Existen
variadas hipótesis sobre el origen de estas crisis, entre ellas la que
sostiene que éstas corresponden a ciclos inevitables de un modelo
económico irreal basado en la especulación, el narco tráfico y una
variada gama de ilícitos que poco tienen que ver con las leyes que rigen
las economías reales, ya sea la ley de oferta y demanda cuyo dogma es
el mercado, ya sea la economía planificada o una mezcla de ambas.
Lo
que es claro sea cual sea su origen, ya sean producidas por agotamiento
del modelo, provocadas a propósito o simplemente por su propia
ineficiencia, éstas son manipuladas de forma tal que en los hechos no
hacen otra cosa que fortalecer la hegemonía global del capital
financiero en desmedro de la gente y el tambaleante capitalismo
industrial, no tan salvaje, aún vigente en países como China, Rusia y
Brasil.
Es
así como para superar estas crisis se impulsan desde los Estados,
presionados por la banca y las grandes empresas multinacionales,
procesos de privatización de todo lo que puede considerarse fuente de
lucro y concentración de capital, todo se vuelve mercancía, la salud, la
educación, los servicios de utilidad pública, el agua, se refunda el
Estado poniéndolo al servicio exclusivo del capital financiero y la
democracia no vuelve a ser ni la sombra de lo que era. Es decir que
estas crisis que son de una pequeña élite mundial de especuladores,
mafiosos e ineptos neoliberales dueños del dinero, de los grandes medios
de comunicación y la tecnología, se vuelven contra nosotros.
En
el fondo de las llamadas crisis, en los hechos, aparece la artimaña que
usa el capitalismo financiero para reacomodarse y profundizar el modelo
de dominación, de ir generando a través de los mecanismos que impone
para la resolución de cada una de ellas mayor concentración de la
propiedad y de los recursos del Estado. Cada una de éstas es una ocasión
más para apropiarse a como dé lugar de los recursos naturales y el
fruto del trabajo de todos los habitantes del planeta, ya sea por la
“buenas” utilizándolas como subterfugio o ya sea por medio de guerras y
golpes de estado en nombre de la democracia y la lucha contra el
terrorismo.
Estas formas de salidas a sus crisis son posibles por el control que ejercen sobre los Estados,
especialmente sobre el Estado norteamericano, como también de los
medios de comunicación y la clase política mundial, amparados en la
ventaja de contar con el monopolio de las armas y la falta de una
alternativa popular.
Los
resultados de estas llamadas crisis han sido hasta hoy siempre los
mismos: los ricos se hacen más ricos y cada día son menos, los pobres
más pobres y cada día somos más, el planeta continúa su acelerado
deterioro y la democracia se va quedando en los huesos.
La crisis europea y el fin del Estado de bienestar en el primer mundo.
Si
algo caracterizó hasta hace muy poco tiempo atrás a los países del
primer mundo fue una cierta equidad en la repartición de la riqueza,
cuestión que permitía a sus ciudadanos gozar de un relativo bienestar.
Esto fue posible gracias a la existencia de un Estado regulador y
redistribuidor de la riqueza la que en gran medida se obtenía del
comercio desigual con el tercer mundo, la apropiación de sus recursos
naturales y la propiedad de la tecnología. Una concepción de Estado el
que aún siendo capitalista, aseguraba al ciudadano del primer mundo
ciertas cuestiones básicas como salud, educación, etc., al que se le
denominó “estado de bienestar”.
Todo
esto ha comenzado a desaparecer y muy pronto se extinguirá producto de
las llamadas políticas de recortes o de austeridad, supuestamente
necesarias para superar la crisis, las que se aplican contra los
trabajadores y las personas en general para desviar recursos hacia la
banca privada y para la transformación del “estado de bienestar” por uno
de nuevo cuño orientado a favorecer exclusivamente al capital
financiero. Del mismo modo ocurre con la apropiación de la riqueza del
tercer mundo la que hoy se destina sin más a engrosar las arcas de la
banca y las corporaciones transnacionales.
Es
así como los propios ciudadanos del primer mundo están viendo día a día
como se deteriora su calidad de vida, disminuyen sus ingresos y la
pérdida paulatina, pero a este paso inevitable, de la gran mayoría de
los beneficios alcanzados.
Después
de esta crisis y otras que vendrán será aún más difícil distinguir
entre un pobre europeo o un norteamericano de un pobre del tercer mundo,
como tampoco será posible distinguir entre los ricos de los países
centrales y los ricos del tercer mundo. De continuar en esta dinámica,
en unos años más ya no seremos sólo los africanos, los latinoamericanos,
los vapuleados tercermundistas los que habremos de sufrir las penurias
inherentes al subdesarrollo, sino también los ciudadanos de lo que hoy
se conoce como el mundo desarrollado, puesto que quedaremos todos
nivelados: unos muy arriba, otros muy abajo y al centro una pequeña
franja de la sociedad constituida por aquellos y aquellas que cuenten
con la suerte de quedar entre los elegidos para administrar el modelo
como empresario de segunda supeditado al capital financiero, profesional
de elite, político institucional, militar o juez de alta jerarquía.
Este
es el futuro que nos ofrece el capitalismo financiero sionista, crisis y
más crisis en las que ellos se enriquecen, los recursos naturales se
agotan, el planeta se extingue y la gran mayoría de la población se
pauperiza a niveles extremos.
Todo
esto en el contexto de un mundo que disponiendo de todas las bases
tecnológicas y materiales para resolver los problemas que aquejan a la
humanidad, éstos, lejos de resolverse, se agudizan y amplían a todos los
habitantes del mundo, producto de la voracidad del capital financiero.
No está todo dicho.
No
obstante no está todo dicho; la emergencia en la economía mundial de
otros actores con economías fuertes como la de Brasil, India, Rusia,
India y China (BRIC) que abogan por un capitalismo de corte neo
keynesiano y la multipolaridad, al que se le suman los gobiernos
progresistas de Latinoamérica y de otras latitudes, presionan y de una
forma u otra resisten la voracidad del capitalismo financiero y no
aceptan su hegemonía, como tampoco la imposición a crisis y a sangre y
fuego de las políticas impulsadas por el FMI y sus acólitos, abogando
por formas capitalistas más equilibradas.
No
obstante lo anterior, los unos y los otros representan fórmulas
agotadas que no apuntan a la resolución de los temas centrales y que
jamás al capitalismo le ha interesado resolver, como el cambio de la
matriz productiva, la explotación del trabajo asalariado, las sociedades
divididas en clases, la intolerancia étnica, religiosa y cultural, la
reorientación del desarrollo tecnológico, la sobrevivencia del planeta y
la humanidad, como tampoco aseguran la superación de la democracia
representativa la que no garantiza la auténtica participación
democrática que hoy reclaman los ciudadanos del mundo.
La emergencia de un nuevo actor social y político.
La
superación definitiva de lo anteriormente señalado no podemos esperarla
de ninguno de aquellos actores que propugnan variaciones sobre el mismo
tema, las soluciones deben salir de la propia gente, de aquellos que
con nuestro trabajo generamos riqueza, conocimiento, ciencia y
tecnología.
Así
lo están entendiendo amplios sectores de la ciudadanía, los que en
diversas latitudes del orbe se organizan, salen a las calles a expresar
su descontento y sobre todo, en una primera instancia, a resistir las
políticas que intenta imponer el capital financiero a nivel global. La
verdadera crisis del capitalismo será cuando éste, amagado por las
grandes mayorías, ya no pueda reinventarse para prolongar su agonía, ni
con falsas crisis y soluciones de parche, ni con guerras y golpes de
estado ni todo su poder nuclear.
Es
una nueva realidad que nos convoca a todos los ciudadanos del mundo a
transformar nuestra indignación en desobediencia civil, a organizarnos
en asambleas ciudadanas comunales y barriales autónomas, a construir
poder ciudadano, a buscar soluciones propias a los grandes problemas que
hoy nos aquejan, a reformular la democracia creando nuevos y modernos
instrumentos de participación y que ésta se extienda mucho más allá de
lo político a todos los ámbitos de la sociedad.
No
se trata hoy de la toma del poder, se trata de crear y ejercer el poder
ciudadano a través de múltiples formas de organización social que vayan
desarrollando alternativas y provocando cambios reales por medio del
ejercicio de presión y exigencias sobre el empresariado y el aparato del Estado.
La
práctica del ejercicio del poder y las coordinaciones locales,
nacionales e internacionales que comienzan a darse en este proceso,
posibilitarán en un futuro cercano el surgimiento de una propuesta de un
nuevo mundo, de nuevas formas de relaciones humanas, económicas y un
nuevo tipo de democracia.
Es
un proceso que da sus primeros pasos con los Occupy Wall Street en
EE.UU., con los indignados de Europa y Canadá, en Túnez y Egipto, con
los trabajadores griegos, con las Asambleas ciudadanas y el movimiento
estudiantil en Chile y Latinoamérica.
Será
un proceso lento, difícil, de avances y retrocesos, no exento de
represión como parte de la única respuesta esperable de la élite en el
poder, un proceso que ha comenzado a dar sus primeros pasos en un largo
camino por recorrer para evitar caer en el despeñadero al que nos
conduce inexorablemente el capitalismo.
Alfredo Saieg L.
Rebelión
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