jueves, 9 de febrero de 2012

La responsabilidad de los políticos en la crisis

Un importante banquero español ha afirmado con rotundidad que los culpables de la crisis son los políticos, entre otras cosas, porque no han sabido manejar la situación. No se sabe muy bien a qué políticos se refiere, si a todos los líderes mundiales por no haber dado respuestas adecuadas desde el G-20, a los de la Unión Europea, incluidos los gestores del Banco Central Europeo, o a los españoles del Gobierno socialista. Aunque una afirmación de estas características es muy discutible, entre otras cosas por la generalidad con que se realiza, en algo no le falta razón y es que no han sabido manejar con acierto la crisis, si bien algunos lo han hecho mejor que otros.

En varios artículos, que he publicado en estas páginas, he insistido con frecuencia sobre los desatinos que se han cometido a la hora de abordar la Gran Recesión. Así que los políticos tienen una gran responsabilidad por las respuestas, en su mayor parte equivocadas, que han dado. Pero hay que señalar que el problema principal de los líderes internacionales es que, por no haber llevado a cabo las medidas oportunas en su momento, han quedado en manos de los mercados y poderes financieros. No se sabe muy bien a qué se han debido estas actuaciones tan desafortunadas, si ha sido por desconocimiento de la gravedad de la crisis, por no atreverse a cuestionar a estos grandes poderes, o porque, en definitiva, son aliados de los grandes intereses financieros. También son prisioneros de las malas ideas económicas, que para mayor desgracia no desaparecen, sino que, tras un periodo de desconcierto, vuelven a la carga.

Los políticos que han dirigido la economía en las tres últimas décadas, con los matices que conviene poner de manifiesto, tienen también una gran responsabilidad en lo sucedido. Casi todos ellos, sean del color político que sea, sí que han compartido determinadas creencias económicas y han favorecido con sus decisiones la globalización financiera y la desregulación. No han actuado contra la burbuja inmobiliaria y que con su estallido ha sido el detonante de la crisis. La creencia errónea en la eficiencia de los mercados ha conducido a que no se tomaran las medidas de control que hubieran sido muy oportunas.

Confiar en los Bancos y otras instituciones financieras es lo que les responsabiliza, pues no son, como se ha demostrado por los hechos, estas empresas muy fiables a la hora de actuar con prudencia. En concreto, los Bancos y Cajas de Ahorro con sus actuaciones irresponsables, y guiados en exceso por obtener beneficios a costa de lo que sea, son los principales responsables de lo que ha sucedido y está causando tantos males. Otra responsabilidad de los gobernantes ha sido utilizar grandes sumas de dinero público para salvar a estas entidades de la bancarrota, sin pedir responsabilidades, y sin controlar el uso de ese dinero. Una vez más se doblegan ante estos poderes.

En todo caso, conviene insistir en que más allá de esas responsabilidades que existen, el problema principal ha sido el modelo capitalista que se ha desarrollado, resultado de decisiones políticas y de los poderes económicos y financieros, desde los años ochenta del siglo pasado hasta nuestros días. Por esto es por lo que la crisis no tiene solución a corto plazo y el desempleo va a seguir siendo elevado. Las causas de ello se encuentran, en parte pero no solamente, en los desaciertos que se han cometido con las respuestas que se han dado, sobre todo en la UE. Pero en Estados Unidos, en donde se han aplicado medidas diferentes, tanto por lo que concierne a la política seguida por la Reserva Federal como por el Gobierno, tampoco les va mejor en la posible recuperación. La razón principal hay que buscarla en la naturaleza de la crisis que es de carácter estructural.

El sistema capitalista ha estado sometido a lo largo de la historia a crisis periódicas. No todas ellas tienen la misma profundidad y duración. Se pueden distinguir, por ello, crisis coyunturales y estructurales. Estas últimas se caracterizan por afectar a los fundamentos de un modelo de desarrollo que se da en un periodo concreto. La crisis estructural pone fin a una etapa de desarrollo que tiene sus características propias. Por esta razón es por lo que crisis de este tipo suponen salidas que llevan consigo reestructuraciones del capitalismo. También viene acompañado todo este proceso de cambios en el paradigma teórico, que ha sido predominante en el periodo anterior al estallido de la crisis, y, derivado de ello, modificaciones en las políticas económicas puestas en prácticas. Toda crisis lleva consigo muchos costes que caen normalmente sobre los grupos más vulnerables de la población.

El siglo XX ha sido testigo de dos crisis de rango estructural: la de los treinta y la de los setenta. La primera supuso que se acabara con la creencia ciega en el mercado y se impuso la necesidad de intervención estatal. La economía capitalista fue más regulada y se dio paso a lo que se ha conocido como economía mixta, o era keynesiana. La de los setenta llevó consigo a la recuperación de las teorías neoliberales, con otro ropaje, pero el fundamentalismo de mercado se impuso, tanto en la práctica de los gobiernos como en la academia.

Las consecuencias que se derivan de esas prácticas y teorías es que se favorecieron la globalización neoliberal y la hegemonía de las finanzas. Este modelo, que supuso aumentos de la desigualdad en prácticamente en todos los países desarrollados y a escala global, es el que ha entrado en crisis. Las medidas que se han tomado por eso son ineficaces, pues no han ido dirigidas a cambiar la esencia de ese modelo sino a los efectos que se han provocado por la crisis.

Resulta evidente que el principal escollo al que se enfrentan las posibles respuestas que se puedan dar, es que no se aceptan por los grupos económicos dominantes cambios en ese modelo, como tampoco se aceptan, por el pensamiento hegemónico en la academia, medidas que vayan contra el fundamentalismo de mercado. Los remedios aplicados no van dirigidos a acometer las causas que han generado esta crisis sino a los efectos. En este caso, las medidas son en su mayor parte un despropósito, y no sirven ni siquiera para ser remedios paliativos de los daños causados. Hacen falta, por tanto, otro tipo de políticas que generen un modelo de desarrollo más justo, equitativo, sostenible, y en donde la solidaridad y una economía más cooperativa sustituya a los valores actuales.

Carlos Berzosa – Consejo Científico de ATTAC
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