Suena
a maniqueo, tal vez lo sea, pero no es una frase mía sino de uno de los
grandes pensadores de la edad moderna, el británico Thomas Hobbes quien
en el siglo XVII aseveraba, partiendo de una frase del romano Plauto,
que el hombre es un lobo para el hombre, “homo homini lupus est”. Según
Hobbes, los hombres, en su estado natural, son iguales, ambicionan y
temen las mismas cosas, pero resulta que del miedo sólo se puede
defender agrediendo a sus semejantes y para conseguir lo que ansía,
bienes escasos, ha de matar a su hermano. Como el hombre, pese a ser un
lobo para sí mismo y sus semejantes, es racional, si quiere la paz –nos
dice Hobbes-, no tiene otro camino que delegar sus derechos en un ser
superior: El Leviatán, un monarca absoluto que sabe lo que conviene a
sus súbditos y lo impone por la fuerza bruta.
Aunque no lo parezca, las teorías de Hobbes fueron en su tiempo un paso adelante en la construcción del Estado moderno, luego Hegel, Kant, los enciclopedistas y los revolucionarios franceses –dicho de modo simplista- darían un paso al frente al exigirle, partiendo de la bondad natural del hombre y sin menospreciar el papel del Estado, los derechos individuales que le son consustanciales y la soberanía popular de la que dependería hasta el mismo poder de ese Estado. Al mismo tiempo, los economistas ingleses, Adam Smith, Malthus, Stuart Mill o Ricardo, elaboraron diversas teorías que conferían al Estado el mero papel de árbitro y policía del libre mercado, pues sólo éste podía hacer a las naciones poderosas dejando que los más despabilados rigiesen sus destinos, regresando así a la concepción hobbesiana que desconfíaba de la mayoría de los hombres y ponía su fe en una minoría selecta que al buscar su beneficio sin estorbos “burocráticos” lograría al fin el beneficio de la inmensa mayoría de “párasitos”, “disminuidos” y “estafermos” que constituyen el “común”. Veámoslo en palabras de David Ricardo: “Para la prosperidad general, no puede considerarse nunca excesiva la facilidad que se de a la circulación e intercambio de toda clase de propiedad, ya que es por ese medio que el capital de toda clase tiene la posibilidad de encontrar el camino hacia las manos de aquellos que mejor lo emplearán en aumentar el producto del país”.
Buena parte de los siglos XIX y XX transcurren entre las luchas de quienes aseguran que los hombres son buenos, iguales ante la ley y fuente del derecho y del poder; y quienes creen que el hombre es malo, incapaz y grosero, confíando en una minoría selecta, fuerte y hábil la buena marcha de la nación sin que el Estado intervenga más que para ayudarle en sus fines y protegerla de las “envidias” del populacho.
Pues bien, con sus pasos adelante y hacia atrás, con sus enfrentamientos, con sus revoluciones, con sus guerras –hablamos de Occidente, el resto no cuenta, es otra historia-, hasta hace treinta años parecía que la batalla estaba definitivamente ganada por los primeros ya que del Estado absolutista del siglo XVIII se pasó progresivamente a uno más abierto y democrático que fue articulando leyes que mejoraban las condiciones de vida y la libertad de los hombres. Sin embargo, hace unas décadas que las cosas comenzaron a cambiar, y poco a poco, parece que la batalla se decanta por los segundos, a favor de quienes quieren que sea el lobo el que cuide de las ovejas. Primero fue en el Reino Unido y Estados Unidos, luego en las potencias emergentes, más tarde, ahora, en Europa.
Pese al tiempo pasado, el mensaje que vende la derecha entronca directamente con la peor parte del pensamiento de Hobbes y con lo básico de las teorías de Adam Smith: El hombre es malo, ocioso, violento y descreído; el Estado del bienestar es una antigualla que ha servido para crear vagos y aprovechados que mediante los impuestos roban el dinero a los mejores, a los excelentes que se ha hecho a sí mismos gracias a su astucia, su voluntad férrea y su “honradez”, por tanto, es precisa una autoridad firme y contundente que haga cumplir a la chusma con sus obligaciones y limite drásticamente eso que llaman derechos pero que no son más que hábitos parasitarios. Otra cosa son los elegidos, las gentes de bien, los empresarios que declaran menos ingresos que sus empleados, los profesionales que no pagan un duro a la Hacienda Pública, las grandes corporaciones con beneficios multimillonario y yates para pasear a Presidentes, las fundaciones creadas para no pagar, los políticos que consienten la existencia paraísos fiscales –eje básico del sistema- y basan sus políticas económicas en impuestos indirectos asfixiantes, los recortes, la privatización de los servicios púbicos esenciales y la subida y bajada de intereses según convenga a los especuladores, personas muy decentes que sólo buscan, como dios manda, acumular riquezas a costa de la pobreza de los que no sirven más que para trabajar: ¡Escoria!
Empero esas teorías que llevan más de treinta años arruinándonos y destrozando todo lo que hemos construido dentro de ese proceso imparable que llevará al hombre –a nadie le quepa duda- a un mundo mejor para todos en el que los “despabilados” de hoy serán objeto de estudio antropológicos y criminológicos, no sólo se aplican dentro de los Estados, sino también entre ellos, en las relaciones internacionales, incluidas las que hay dentro de ese ente amorfo lleno de cretinos al servicio del capital llamado Unión Europea. Reino Unido –país parasitario y egoísta dónde los haya-, Alemania y Francia llaman a los países mediterráneos PIGS, pero se olvidan que los verdaderos PIGS son ellos, puesto que prestaron cantidades enormes de dinero a entidades bancarias, empresas y particulares para multiplicar sus ganancias exponencialmente, no para hacer un favor a nadie. Y cuando prestaron ese dinero no lo hicieron movidos por fuerza mayor, amenaza de bomba atómica o de catástrofe similar, sino porque les dio la gana, por afán desmedido de lucro, sin pararse a pensar que prestaban a sinvergüenzas, sin detenerse a considerar que desde Estados Unidos hasta España, pasando por todos los países que ustedes gusten mentar, se había construido una enorme burbuja especulativa basada en las hipotecas basura y el agio. Y es ahí dónde está el problema europeo y mundial, el problema no es Grecia, ni Italia, ni España, ni Portugal, el problema es que Alemania, Francia e Inglaterra, países con una política financiera irresponsable, no puedan cobrar lo que prestaron para forrarse por los siglos de los siglos. Por eso, que nadie nos de gato por liebre: No están ayudando a Grecia, están desamortizando a Grecia, desmantelándola, vendiéndola a precio de saldo para que pueda pagar a sus descabezados prestamistas de antaño; tampoco ayudarán a España porque jamás caerá, es demasiado grande y saben que ninguna economía occidental aguantaría el golpe.
Lo que sí están haciendo es crear un clima de miedo y desconfianza tal que tiene paralizada la capacidad de respuesta, de reacción y de pensamiento de toda la sociedad, de una sociedad que no quiere ver que son los treinta años de dominio de la derecha ultraliberal los que nos han llevado a esta situación, que es la derecha ultraliberal la que ha urdido esta tremenda estafa, que los defensores de esas políticas y sus compinches siguen forrándose a costa de los derechos económicos y sociales de todos, que ninguno ha ido a la cárcel y que esa política tiene que llegar ya a su fin o ella finalizará con todos nosotros Después de tanto sacrificio, de tanta sangre derramada en las calles y en los tajos, de tanto esfuerzo para conseguir un mundo mejor, resulta que son muchos los trabajadores convencidos de que Adam Smith, David Ricardo, sus admiradores de la Escuela de Chicago, José María Aznar, Mariano Rajoy, Cristobal Montoro, Rodrigo Rato, los ejecutivos de la City londinense, de Wall Street, de la calle Génova o de Botín y los hombres de Atapuerca son quienes mejor saben defender sus intereses pese a la debacle económica en que han metido a la economía mundial; muchos los ciudadanos que siguen creyendo que los lobos son los más capacitados para cuidar ovejas. Pues conviene recordar una cosa por mucho que se empeñen en engañarnos desde dentro y desde fuera: La única manera de salir de esta crisis es fortalecer al Estado frente a los mercados de piratas, corsarios y filibusteros; dar el paso definitivo –no hay mejor momento que este- para crear una verdadera, laica, fraternal y democrática Unión Europea que haga suya la deuda total de sus miembros emitiendo bonos europeos, responda con toda la dureza que le permite ser todavía el mayor mercado del mundo a los especuladores de toda condición, se decida a controlar exhaustivamente a la banca y apruebe un plan de choque –se habría podido hacer con mucho menos dinero del tirado al pozo sin fondo financiero- mediante inversiones e incentivos públicos para que el paro desaparezca del continente. O eso, o la vuelta al feudalismo.
Aunque no lo parezca, las teorías de Hobbes fueron en su tiempo un paso adelante en la construcción del Estado moderno, luego Hegel, Kant, los enciclopedistas y los revolucionarios franceses –dicho de modo simplista- darían un paso al frente al exigirle, partiendo de la bondad natural del hombre y sin menospreciar el papel del Estado, los derechos individuales que le son consustanciales y la soberanía popular de la que dependería hasta el mismo poder de ese Estado. Al mismo tiempo, los economistas ingleses, Adam Smith, Malthus, Stuart Mill o Ricardo, elaboraron diversas teorías que conferían al Estado el mero papel de árbitro y policía del libre mercado, pues sólo éste podía hacer a las naciones poderosas dejando que los más despabilados rigiesen sus destinos, regresando así a la concepción hobbesiana que desconfíaba de la mayoría de los hombres y ponía su fe en una minoría selecta que al buscar su beneficio sin estorbos “burocráticos” lograría al fin el beneficio de la inmensa mayoría de “párasitos”, “disminuidos” y “estafermos” que constituyen el “común”. Veámoslo en palabras de David Ricardo: “Para la prosperidad general, no puede considerarse nunca excesiva la facilidad que se de a la circulación e intercambio de toda clase de propiedad, ya que es por ese medio que el capital de toda clase tiene la posibilidad de encontrar el camino hacia las manos de aquellos que mejor lo emplearán en aumentar el producto del país”.
Buena parte de los siglos XIX y XX transcurren entre las luchas de quienes aseguran que los hombres son buenos, iguales ante la ley y fuente del derecho y del poder; y quienes creen que el hombre es malo, incapaz y grosero, confíando en una minoría selecta, fuerte y hábil la buena marcha de la nación sin que el Estado intervenga más que para ayudarle en sus fines y protegerla de las “envidias” del populacho.
Pues bien, con sus pasos adelante y hacia atrás, con sus enfrentamientos, con sus revoluciones, con sus guerras –hablamos de Occidente, el resto no cuenta, es otra historia-, hasta hace treinta años parecía que la batalla estaba definitivamente ganada por los primeros ya que del Estado absolutista del siglo XVIII se pasó progresivamente a uno más abierto y democrático que fue articulando leyes que mejoraban las condiciones de vida y la libertad de los hombres. Sin embargo, hace unas décadas que las cosas comenzaron a cambiar, y poco a poco, parece que la batalla se decanta por los segundos, a favor de quienes quieren que sea el lobo el que cuide de las ovejas. Primero fue en el Reino Unido y Estados Unidos, luego en las potencias emergentes, más tarde, ahora, en Europa.
Pese al tiempo pasado, el mensaje que vende la derecha entronca directamente con la peor parte del pensamiento de Hobbes y con lo básico de las teorías de Adam Smith: El hombre es malo, ocioso, violento y descreído; el Estado del bienestar es una antigualla que ha servido para crear vagos y aprovechados que mediante los impuestos roban el dinero a los mejores, a los excelentes que se ha hecho a sí mismos gracias a su astucia, su voluntad férrea y su “honradez”, por tanto, es precisa una autoridad firme y contundente que haga cumplir a la chusma con sus obligaciones y limite drásticamente eso que llaman derechos pero que no son más que hábitos parasitarios. Otra cosa son los elegidos, las gentes de bien, los empresarios que declaran menos ingresos que sus empleados, los profesionales que no pagan un duro a la Hacienda Pública, las grandes corporaciones con beneficios multimillonario y yates para pasear a Presidentes, las fundaciones creadas para no pagar, los políticos que consienten la existencia paraísos fiscales –eje básico del sistema- y basan sus políticas económicas en impuestos indirectos asfixiantes, los recortes, la privatización de los servicios púbicos esenciales y la subida y bajada de intereses según convenga a los especuladores, personas muy decentes que sólo buscan, como dios manda, acumular riquezas a costa de la pobreza de los que no sirven más que para trabajar: ¡Escoria!
Empero esas teorías que llevan más de treinta años arruinándonos y destrozando todo lo que hemos construido dentro de ese proceso imparable que llevará al hombre –a nadie le quepa duda- a un mundo mejor para todos en el que los “despabilados” de hoy serán objeto de estudio antropológicos y criminológicos, no sólo se aplican dentro de los Estados, sino también entre ellos, en las relaciones internacionales, incluidas las que hay dentro de ese ente amorfo lleno de cretinos al servicio del capital llamado Unión Europea. Reino Unido –país parasitario y egoísta dónde los haya-, Alemania y Francia llaman a los países mediterráneos PIGS, pero se olvidan que los verdaderos PIGS son ellos, puesto que prestaron cantidades enormes de dinero a entidades bancarias, empresas y particulares para multiplicar sus ganancias exponencialmente, no para hacer un favor a nadie. Y cuando prestaron ese dinero no lo hicieron movidos por fuerza mayor, amenaza de bomba atómica o de catástrofe similar, sino porque les dio la gana, por afán desmedido de lucro, sin pararse a pensar que prestaban a sinvergüenzas, sin detenerse a considerar que desde Estados Unidos hasta España, pasando por todos los países que ustedes gusten mentar, se había construido una enorme burbuja especulativa basada en las hipotecas basura y el agio. Y es ahí dónde está el problema europeo y mundial, el problema no es Grecia, ni Italia, ni España, ni Portugal, el problema es que Alemania, Francia e Inglaterra, países con una política financiera irresponsable, no puedan cobrar lo que prestaron para forrarse por los siglos de los siglos. Por eso, que nadie nos de gato por liebre: No están ayudando a Grecia, están desamortizando a Grecia, desmantelándola, vendiéndola a precio de saldo para que pueda pagar a sus descabezados prestamistas de antaño; tampoco ayudarán a España porque jamás caerá, es demasiado grande y saben que ninguna economía occidental aguantaría el golpe.
Lo que sí están haciendo es crear un clima de miedo y desconfianza tal que tiene paralizada la capacidad de respuesta, de reacción y de pensamiento de toda la sociedad, de una sociedad que no quiere ver que son los treinta años de dominio de la derecha ultraliberal los que nos han llevado a esta situación, que es la derecha ultraliberal la que ha urdido esta tremenda estafa, que los defensores de esas políticas y sus compinches siguen forrándose a costa de los derechos económicos y sociales de todos, que ninguno ha ido a la cárcel y que esa política tiene que llegar ya a su fin o ella finalizará con todos nosotros Después de tanto sacrificio, de tanta sangre derramada en las calles y en los tajos, de tanto esfuerzo para conseguir un mundo mejor, resulta que son muchos los trabajadores convencidos de que Adam Smith, David Ricardo, sus admiradores de la Escuela de Chicago, José María Aznar, Mariano Rajoy, Cristobal Montoro, Rodrigo Rato, los ejecutivos de la City londinense, de Wall Street, de la calle Génova o de Botín y los hombres de Atapuerca son quienes mejor saben defender sus intereses pese a la debacle económica en que han metido a la economía mundial; muchos los ciudadanos que siguen creyendo que los lobos son los más capacitados para cuidar ovejas. Pues conviene recordar una cosa por mucho que se empeñen en engañarnos desde dentro y desde fuera: La única manera de salir de esta crisis es fortalecer al Estado frente a los mercados de piratas, corsarios y filibusteros; dar el paso definitivo –no hay mejor momento que este- para crear una verdadera, laica, fraternal y democrática Unión Europea que haga suya la deuda total de sus miembros emitiendo bonos europeos, responda con toda la dureza que le permite ser todavía el mayor mercado del mundo a los especuladores de toda condición, se decida a controlar exhaustivamente a la banca y apruebe un plan de choque –se habría podido hacer con mucho menos dinero del tirado al pozo sin fondo financiero- mediante inversiones e incentivos públicos para que el paro desaparezca del continente. O eso, o la vuelta al feudalismo.
Pedro L. Angosto
Rebelión
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