sábado, 8 de octubre de 2011

El ojo estrábico

Los jóvenes de los países árabes en la calle, gritando contra los dictadores, pidiendo democracia, merecieron hace unos meses su palabra: primavera; el ojo que los miraba y la voz que hablaba de ellos los ubicó allí, en lo turgente, en lo que nace, en el ciclo que se abre. 

Ahora ese ojo no ve nada que nazca ni que se abra: otras varas y miras más estrechas y aisladas se fijan sobre los jóvenes norteamericanos, aunque el ojo sea el mismo. Ahora que reventaron las alcantarillas de entrecasa y por ellas salieron los indignados norteamericanos, ahora que ya no son sus negros o sus hispanos los que protagonizan alguna protesta callejera, sino los norteamericanos pura cepa, los presuntamente admitidos en el sistema, la voz que nombra las cosas no habla de primavera ni alienta el ánimo que los embriaga.

Esos jóvenes no serán, como sus coetáneos árabes, analizados como emergentes de un deseo profundo y colectivo, ni sus gritos serán escuchados como un deseo de libertad y justicia. Los ocupantes de Wall Street cargan con la mirada despectiva del ojo global que los mira, y que está mareado. Desde hace meses, casi todo este año, hubo demasiadas plazas que mirar. Hubo una tanza débil pero extendida desde aquella plaza Tahrir de El Cairo al puente de Brooklyn. Es todavía difícil descifrar de qué está hecha, qué corre exactamente en su interior. Desde las plazas revolucionarias de Africa a estas performances más parecidas a los actings de Greenpeace que al Mayo del ’68 hubo muchas otras escenas replicantes de un mismo grito dicho en diferentes lenguas y en diversos grados de intensidad. Hubo sonidos guturales en Londres incendiada, hubo y hay intentos urgentes de organización en España, hay revueltas reprimidas casi a diario en Atenas, hay un grito que resuena en Israel, y de todo ese enorme mosaico generacional de todo el mundo emerge apenas un nombre, el de una chica, Camila Vallejo, la dirigente comunista de la FE chilena. La de los estudiantes es la protesta de nuestra región, la que nos corresponde, y su sentido va en el rumbo del contexto en el que emerge. Pero los estudiantes chilenos piden lo mismo que los jóvenes israelíes o los norteamericanos; piden Estado.

Sobre los norteamericanos, para empezar, la televisión dice que son pocos hace ya dos semanas, y aunque llenaron el puente de Brooklyn y fueron apaleados y masivamente detenidos, aunque la irrupción fue igual que en todas partes, como una urticaria, en ronchas que le salen al sistema en las plazas de todo el país, la televisión insiste en que son pocos y que no saben lo que quieren.

Claro que no saben lo que quieren, porque todavía están en la fase de la percepción. Esto es lo que pasa cuando lo que sucede en la realidad va a contramano del relato que pretenden los grandes medios: los conceptos tardan en llegar, no hay líderes, hay estado asambleario, que es lo contrario de lo que aporta la televisión: siempre una respuesta inmediata, aunque sea falsa; siempre cualquier cosa para llenar el vacío.

Esos jóvenes norteamericanos de pronto se vienen a dar cuenta de que también van por ellos, y no esperan a que vengan primero por los otros. En los últimos años el sistema neoliberal ha convertido en bárbaros hasta a sus hijos. El sistema los ofrece en sacrificio: mientras a Grecia le exigen que para sobrevivir se mate, esos jóvenes leen que su propio futuro ha sido hipotecado como las casas que en 2008 miles de norteamericanos tuvieron que devolver. Es un mazazo en la nuca de la población mundial: es que se ha corrido un velo, se le ve al mago la paloma en la manga. El truco neoliberal es una fractura expuesta.

El ojo que los mira y la voz que habla de ellos entró en un desconcierto. Es el mismo ojo y la misma voz, siempre. Es el ojo del dueño, el ojo de la gran pauta publicitaria, el del accionista del banco o la corporación diversificada. Un ojo estrábico y una voz ambigua, porque la voz no es la del dueño, sino la del periodista que en los mejores casos ha sido contratado porque su punto de vista es afín. No es ningún secreto, no es ninguna sorpresa. Siempre fue así y son ésas las reglas. Pero el mundo se volvió un poco loco, y ahora el Banco Europeo parece adjudicarse todos los poderes ejecutivos de la Eurozona, y no hay más política. Hay recetas y ya sabemos: no sirven y los países estallan.

Esta generación de jóvenes globales que leen la realidad más a través de sus propias redes sociales que a través de los medios convencionales, trae un efecto colateral impensado, imprevisible. La comunicación está reemplazando al periodismo. El periodismo está desprestigiado ahora que ya nadie habla del “periodismo objetivo”. Esa palabra caducó ya hace años, por insostenible. Los objetos no hablan, los que hablan son sujetos. Aun así, era posible sostener los contratos con los destinatarios y exhibir el lugar de emisión, haciendo periodismo desde los datos duros y la opinión o la interpretación de esos datos. Hubiese podido así la gente cotejar posiciones y argumentaciones, desde su propio lugar de sujeto social crítico. Pero los grandes medios se negaron a ese posible juego. Siguen pretendiendo reflejar la realidad sin hacerse cargo de su posición política. Los blogs y Facebook son ventanas de oxígeno para discernir junto con otros qué es lo que pasa. Qué está pasando en este mundo descontrolado en el que los mercados libran una batalla salvaje contra la política.

La política entonces reaparece ya no como el ropaje engañoso que usaron durante tres décadas varias generaciones de dirigentes que olvidaron que los votos que recibían en las elecciones los comprometían a la representación de los intereses de sus votantes. En un momento parecía que no había más esa clase de políticos, y en 2001 se gritó “que se vayan todos”. Ahora quizá podría reinterpretarse esa frase como un “así no se hace”.

Quizá deberíamos tomar esa punta del ovillo y preguntarnos qué es, para qué sirve y sobre todo a qué le llamamos política, ahora que ha quedado claro que mientras varias generaciones se desligaron del pensamiento político, el mundo quedó en manos de gente que desprestigió a la política, y así estamos.

Sandra Russo
Página12

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