Algunos llevamos tiempo proclamando la
necesidad de llevar a cabo en España un período constituyente que
incluya la reforma en profundidad de la Constitución como única vía para
afrontar las cuatro crisis en las que estamos inmersos como país:
política, económica, social e institucional. Y lo hacemos convencidos de
que numerosos colectivos sociales y ciudadanos abogan por una Segunda
Transición, donde la ciudadanía sea protagonista en la construcción de
una nueva estructura política, económica y social que sustituya al
desgastado y desnortado Régimen que nació en la Transición.
Hemos podido escuchar cómo buena parte del establishment político-económico-social gestado en los albores del Régimen y que controla los resortes del poder ha dedicado todo tipo de improperios a buena parte de estos ciudadanos y colectivos: radicales, antisistema, provocadores, antipatriotas. Algunos han optado por tratarles de manera condescendiente: “no saben lo que hacen”, “no son conscientes del daño que provocan al sistema” o “ya se les pasará el virus de la democracia real cuando maduren”. Los primeros hubieran sido partidarios de aplicarles la vieja ley contra vagos y maleantes. Los segundos se han conformado con que no den mucho la lata, pero tampoco les ha venido mal que alguien meneara las ramas de los árboles para recoger después los frutos pues ellos ya estaban muy institucionalizados para decir y hacer según qué cosas.
Se ha intentado deslegitimar no sólo sus ideas y razones, sino su mera existencia, apelando al viejo mantra de la mayoría silenciosa: gentes de orden y de buena vida que, como buenos ciudadanos, votan cada cuatro años y no se dedican a perturbar el orden social y callejero, ni a incendiar las redes sociales, ni a poner en entredicho el orden natural de las cosas, en un ejercicio cotidiano de despotismo ilustrado maridado con abundante casticismo hispánico que es consecuencia del enorme déficit de calidad democrática de nuestro sistema.
Sin embargo no contaban con el enorme caudal de energía que han demostrado millones de ciudadanos de este país que, lejos de acomplejarse, agachar la cabeza y someterse a los dictados de las clases dirigentes han optado por organizarse en defensa de sus derechos y del bienestar que han ido perdiendo pero, sobre todo, en respuesta al hartazgo y la desafección hacia las élites dirigentes de este país.
Está siendo un proceso silencioso y humilde, pero al mismo tiempo tenaz y enérgico. Forjado en casas particulares, en locales asociativos austeros o en redes sociales que están convergiendo en una gigantesca marea que ya no sólo critica esta u otra Ley y ya no exige sólo un mero cambio de gobierno. Está cansada de cambios cosméticos. Una marea a la que se suman cada día más ciudadanos que reclaman un nuevo régimen político presidido por la transparencia, la participación ciudadana y el buen gobierno en la búsqueda del bien común.
Es verdad que hay todavía bastantes conciudadanos, sobre todo los que están inmersos en las estructuras de poder nacidas en la Transición, que consideran estas ideas meras utopías e infantilismos. Pero hay millones de personas que van a seguir luchando por estas metas que son legítimas y que son superiores ética y cívicamente a los valores sociales predominantes hasta hoy.
Han sido numerosos los protagonistas, muchas veces anónimos, de esta lucha social, pero quiero destacar a Ada Colau quien representando a los más de cien grupos que conforman la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), ha dado una lección de compromiso cívico y ciudadano en la comparecencia ante la Comisión de Economía del Congreso de los Diputados del pasado día 5 de febrero.
Recomiendo vivamente que si el lector todavía no lo ha hecho, vea y escuche su intervención. He asistido a numerosos debates e intervenciones parlamentarias y puedo asegurar que no recuerdo ninguna tan rigurosa, justa, emocionante y apasionada como la de esta ciudadana. Una intervención cargada de razón y que llega al corazón. Demostrando que se puede emocionar y ser riguroso sin caer en el pragmatismo frío y cruel de la toma de decisiones más habitual en los órganos de decisión. Una intervención que ha desnudado al conjunto de las instituciones públicas y sectores económicos que durante años cabalgaron a lomos de la burbuja inmobiliaria.
Ella misma quiso dejar claro que era una mera representante y portavoz de un colectivo de centenares de miles de personas, y por tanto, no estaba en su intención asumir protagonismo alguno. Esta es una de las cosas que más desconciertan al poder establecido: la insistencia de los nuevos movimientos sociales y la nueva sociedad digital en no tener caras visibles, en no personalizar las acciones, en el liderazgo distribuido. Pero su intervención ante los diputados es un símbolo que refleja el abismo existente entre la realidad ciudadana, sepultada y silenciada por la maquinaria de dinero que engrasaba todas las estructuras de poder y la mayoría de representantes e instituciones de los poderes públicos y económicos, insensibles durante muchos años a esa problemática y ahora asustados cuando se dan cuenta del desaguisado que amenaza con devorarles.
Algún día esta intervención será recordada en los libros de Historia porque como dice el título de este artículo ya estamos inmersos en la Segunda Transición. Creo que resulta necesario asumirlo y concienciarse de ello. Y si hubiera que elegir un símbolo o emblema de este proceso, preferiría que fuese la intervención de esta ciudadana, representando a millones de personas estafadas por el modelo económico y social especulativo, injusto y desigual, y no la fotografía de un líder advenedizo en busca del protagonismo y del nuevo poder que se perfila en estos tiempos de tribulaciones que suelen desembocar en soluciones con apariencia milagrosa.
En las últimas semanas se han podido leer numerosos artículos y algunos discursos de próceres de la patria que alcanzaron protagonismo y poltronas gracias a este moribundo Régimen anunciando su enfermedad terminal, comenzando a vislumbrar cómo y quiénes deben abordar la conformación de un nuevo periodo en nuestra Historia. Entre ellos, Esperanza Aguirre, quien ha proclamado hace pocos días que España necesita una regeneración y que cuenten con ella para proceder a dicha tarea, en una demostración más de su desfachatez, cinismo y capacidad para reírse de sus conciudadanos.
En cualquier caso, la Segunda Transición ha comenzado ya. No hay más que ver la toma de posiciones de buena parte del establishment que se ha dado cuenta que lo que iniciaron aquellos “jovencitos perroflautas” del 15-M ha cogido un ritmo endiablado y que, al igual que hicieron sus padres y sus abuelos en los años 70 del siglo pasado, hay que ponerse de nuevo el disfraz. El objetivo es el de siempre: Vestir al santo como sea, pero mantener el poder, que en España siempre lo han ostentado las élites económicas del momento. Unos temen por sus bienes y rentas, otros por sus sillones y también los hay que sollozan por no haber estado a la altura de los valores que decían defender.
España se merece una democracia de mayor calidad. Y la protagonista debe y tiene que ser la nueva ciudadanía. La que ha emergido desde las Ágoras de las redes sociales, la que se ha convocado en las calles y se ha agrupado en asociaciones al margen de sus representantes, la que lleva tiempo tejiendo una sociedad en red inmune a los clásicos resortes de control del poder tradicional, la que ha encontrado en internet y en el mundo digital el empoderamiento que las viejas tecnologías no hacían posible, la que se comunica, organiza y crea capital social, ciudadano y cívico de manera horizontal y distribuida. Una nueva ciudadanía que además da voz a quien no la tiene.
Nos encontramos en un momento trascendental. Si queremos como ciudadanos ser los verdaderos protagonistas de la construcción de un nuevo sistema institucional más justo, más democrático, más libre y más social habrá que estar muy atentos y más movilizados que nunca. En cualquier momento nos pueden dar el cambiazo. La España de la picaresca es una losa que el peso de la Historia tardará todavía alguna generación en quitarnos de nuestras espaldas. Dentro del establishment ha comenzado una partida para ver quiénes se quedan con los restos del viejo cascarón de la nave que ha guiado este país durante 35 años y construir uno nuevo pintado de futuro pero con el viejo armazón que guarda en sus entrañas la brújula que guía al poder. Allí no está el tesoro, todo el mundo sabe que eso se guarda en islas remotas. Pero sin los capitanes adecuados no podrían seguir haciendo sus viajes de ida y vuelta, llevando y trayendo el botín.
Agustín Baeza Díaz-Moreno |
Hemos podido escuchar cómo buena parte del establishment político-económico-social gestado en los albores del Régimen y que controla los resortes del poder ha dedicado todo tipo de improperios a buena parte de estos ciudadanos y colectivos: radicales, antisistema, provocadores, antipatriotas. Algunos han optado por tratarles de manera condescendiente: “no saben lo que hacen”, “no son conscientes del daño que provocan al sistema” o “ya se les pasará el virus de la democracia real cuando maduren”. Los primeros hubieran sido partidarios de aplicarles la vieja ley contra vagos y maleantes. Los segundos se han conformado con que no den mucho la lata, pero tampoco les ha venido mal que alguien meneara las ramas de los árboles para recoger después los frutos pues ellos ya estaban muy institucionalizados para decir y hacer según qué cosas.
Se ha intentado deslegitimar no sólo sus ideas y razones, sino su mera existencia, apelando al viejo mantra de la mayoría silenciosa: gentes de orden y de buena vida que, como buenos ciudadanos, votan cada cuatro años y no se dedican a perturbar el orden social y callejero, ni a incendiar las redes sociales, ni a poner en entredicho el orden natural de las cosas, en un ejercicio cotidiano de despotismo ilustrado maridado con abundante casticismo hispánico que es consecuencia del enorme déficit de calidad democrática de nuestro sistema.
Sin embargo no contaban con el enorme caudal de energía que han demostrado millones de ciudadanos de este país que, lejos de acomplejarse, agachar la cabeza y someterse a los dictados de las clases dirigentes han optado por organizarse en defensa de sus derechos y del bienestar que han ido perdiendo pero, sobre todo, en respuesta al hartazgo y la desafección hacia las élites dirigentes de este país.
Está siendo un proceso silencioso y humilde, pero al mismo tiempo tenaz y enérgico. Forjado en casas particulares, en locales asociativos austeros o en redes sociales que están convergiendo en una gigantesca marea que ya no sólo critica esta u otra Ley y ya no exige sólo un mero cambio de gobierno. Está cansada de cambios cosméticos. Una marea a la que se suman cada día más ciudadanos que reclaman un nuevo régimen político presidido por la transparencia, la participación ciudadana y el buen gobierno en la búsqueda del bien común.
Es verdad que hay todavía bastantes conciudadanos, sobre todo los que están inmersos en las estructuras de poder nacidas en la Transición, que consideran estas ideas meras utopías e infantilismos. Pero hay millones de personas que van a seguir luchando por estas metas que son legítimas y que son superiores ética y cívicamente a los valores sociales predominantes hasta hoy.
Han sido numerosos los protagonistas, muchas veces anónimos, de esta lucha social, pero quiero destacar a Ada Colau quien representando a los más de cien grupos que conforman la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), ha dado una lección de compromiso cívico y ciudadano en la comparecencia ante la Comisión de Economía del Congreso de los Diputados del pasado día 5 de febrero.
Recomiendo vivamente que si el lector todavía no lo ha hecho, vea y escuche su intervención. He asistido a numerosos debates e intervenciones parlamentarias y puedo asegurar que no recuerdo ninguna tan rigurosa, justa, emocionante y apasionada como la de esta ciudadana. Una intervención cargada de razón y que llega al corazón. Demostrando que se puede emocionar y ser riguroso sin caer en el pragmatismo frío y cruel de la toma de decisiones más habitual en los órganos de decisión. Una intervención que ha desnudado al conjunto de las instituciones públicas y sectores económicos que durante años cabalgaron a lomos de la burbuja inmobiliaria.
Ella misma quiso dejar claro que era una mera representante y portavoz de un colectivo de centenares de miles de personas, y por tanto, no estaba en su intención asumir protagonismo alguno. Esta es una de las cosas que más desconciertan al poder establecido: la insistencia de los nuevos movimientos sociales y la nueva sociedad digital en no tener caras visibles, en no personalizar las acciones, en el liderazgo distribuido. Pero su intervención ante los diputados es un símbolo que refleja el abismo existente entre la realidad ciudadana, sepultada y silenciada por la maquinaria de dinero que engrasaba todas las estructuras de poder y la mayoría de representantes e instituciones de los poderes públicos y económicos, insensibles durante muchos años a esa problemática y ahora asustados cuando se dan cuenta del desaguisado que amenaza con devorarles.
Algún día esta intervención será recordada en los libros de Historia porque como dice el título de este artículo ya estamos inmersos en la Segunda Transición. Creo que resulta necesario asumirlo y concienciarse de ello. Y si hubiera que elegir un símbolo o emblema de este proceso, preferiría que fuese la intervención de esta ciudadana, representando a millones de personas estafadas por el modelo económico y social especulativo, injusto y desigual, y no la fotografía de un líder advenedizo en busca del protagonismo y del nuevo poder que se perfila en estos tiempos de tribulaciones que suelen desembocar en soluciones con apariencia milagrosa.
En las últimas semanas se han podido leer numerosos artículos y algunos discursos de próceres de la patria que alcanzaron protagonismo y poltronas gracias a este moribundo Régimen anunciando su enfermedad terminal, comenzando a vislumbrar cómo y quiénes deben abordar la conformación de un nuevo periodo en nuestra Historia. Entre ellos, Esperanza Aguirre, quien ha proclamado hace pocos días que España necesita una regeneración y que cuenten con ella para proceder a dicha tarea, en una demostración más de su desfachatez, cinismo y capacidad para reírse de sus conciudadanos.
En cualquier caso, la Segunda Transición ha comenzado ya. No hay más que ver la toma de posiciones de buena parte del establishment que se ha dado cuenta que lo que iniciaron aquellos “jovencitos perroflautas” del 15-M ha cogido un ritmo endiablado y que, al igual que hicieron sus padres y sus abuelos en los años 70 del siglo pasado, hay que ponerse de nuevo el disfraz. El objetivo es el de siempre: Vestir al santo como sea, pero mantener el poder, que en España siempre lo han ostentado las élites económicas del momento. Unos temen por sus bienes y rentas, otros por sus sillones y también los hay que sollozan por no haber estado a la altura de los valores que decían defender.
España se merece una democracia de mayor calidad. Y la protagonista debe y tiene que ser la nueva ciudadanía. La que ha emergido desde las Ágoras de las redes sociales, la que se ha convocado en las calles y se ha agrupado en asociaciones al margen de sus representantes, la que lleva tiempo tejiendo una sociedad en red inmune a los clásicos resortes de control del poder tradicional, la que ha encontrado en internet y en el mundo digital el empoderamiento que las viejas tecnologías no hacían posible, la que se comunica, organiza y crea capital social, ciudadano y cívico de manera horizontal y distribuida. Una nueva ciudadanía que además da voz a quien no la tiene.
Nos encontramos en un momento trascendental. Si queremos como ciudadanos ser los verdaderos protagonistas de la construcción de un nuevo sistema institucional más justo, más democrático, más libre y más social habrá que estar muy atentos y más movilizados que nunca. En cualquier momento nos pueden dar el cambiazo. La España de la picaresca es una losa que el peso de la Historia tardará todavía alguna generación en quitarnos de nuestras espaldas. Dentro del establishment ha comenzado una partida para ver quiénes se quedan con los restos del viejo cascarón de la nave que ha guiado este país durante 35 años y construir uno nuevo pintado de futuro pero con el viejo armazón que guarda en sus entrañas la brújula que guía al poder. Allí no está el tesoro, todo el mundo sabe que eso se guarda en islas remotas. Pero sin los capitanes adecuados no podrían seguir haciendo sus viajes de ida y vuelta, llevando y trayendo el botín.
Agustín Baeza Díaz-Moreno |
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