No hace mucho, un ministro del
Gobierno de Zapatero y dirigente del Partido Socialista sostenía que las
elecciones generales no iban a resolver la crisis, como ha sucedido en Portugal
y Reino Unido. Y desde luego, los nuevos gobiernos de signo opuesto a los
anteriores no han evitado las duras medidas de ajuste fiscal y los recortes
sociales. Pero lo más significativo es que no han variado el sentido y las
razones de los ajustes, el discurso político, en suma. He ahí una muestra de
que, en el complejo entorno actual, los problemas no se resuelven con el cambio
de gestores sino con el cambio de políticas.
Frente a la crisis de la
globalización neoliberal y del Eurogrupo, el fenómeno del sometimiento a los
mercados financieros está alcanzando a los gobiernos de modo similar a como
alcanzó a las grandes empresas hace años: como fenómeno económico y político.
Nuestros gobernantes europeos de uno y otro signo han asumido abiertamente aquella
afirmación de Margaret Thatcher de “no hay alternativa”; e incluso los
gobernantes de la izquierda han optado por erigirse en gestores de los
intereses de los mercados, a los que apelan para justificar medidas
impresentables para sus votantes.
Desde que las empresas se
convirtieron en conglomerados o grupos empresariales con proyección global, los
ahorradores y las familias que solían ser los accionistas mayoritarios en los
países más desarrollados fueron sustituidos por los grandes bancos y otras entidades
inversoras como los nuevos propietarios que les daban nuevo rumbo bajo
directivos de nuevo cuño. La gran banca, las firmas de capital riesgo, los
fondos especulativos, etc., que dominan los consejos de administración, no
solamente marcan los objetivos de los grupos empresariales que controlan
financieramente, sino que han definido un nuevo modelo de gerente. Hasta no
hace mucho, el director de la empresa solía ser un experto en el producto o la
actividad que había dado vida a la empresa industrial o de servicios, conocedor
del negocio e interesado por su explotación y por todos sus elementos. Pero, en
las últimas décadas, las corporaciones controladas por las finanzas han
impuesto el modelo de directivo “generalista”, un gestor profesional que ignora
los detalles del negocio pero que gestiona cualquier tipo de empresa. Es el
modelo de la empresa como “agencia” de los mercados financieros, analizado por
economistas heterodoxos estadounidenses. Entre nosotros, hace tiempo que
Telefónica dejó de estar dirigida por ingenieros para ser dirigida por gestores
de sus finanzas que alzan cotizaciones con ERE.
De modo similar, los gobernantes
que antes se regían por principios, ideas y valores de izquierda, ahora se
muestran como “generalistas” capaces de administrar cualquier proyecto de
Gobierno. Nuestros gobernantes han asumido los intereses de los mercados en sus
manifestaciones públicas de tal modo que recuerdan el entusiasmo con el que los
renovados gestores de las corporaciones asumían “la creación de valor para el
accionista” (el incremento del valor de las acciones), como reflejan las
memorias anuales de las multinacionales del Ibex-35. De ahí que los mercados
estén imponiendo la salida de la crisis que más beneficia a sus intereses con
el empobrecimiento de la ciudadanía.
Por ejemplo, para estos nuevos
gestores exitosos de conglomerados empresariales, una filial o sociedad del
grupo es sólo un activo líquido, del cual el grupo puede desprenderse en los
mercados de capitales si no ha alcanzado determinados niveles de rentabilidad.
Igualmente, para nuestros gestores políticos un organismo público determinado o
incluso las centenarias cajas de ahorro son también activos líquidos cuyos
fallos de gestión o de cuentas se resuelven con su venta, cualesquiera que fuesen
los fines para los que surgieron o su razón de ser.
Quienes han analizado los
procesos de financiarización de las corporaciones concluyen que los gerentes
han de gestionarlas en favor de los nuevos propietarios o accionistas, sean los
grandes bancos o los fondos; porque se les contrata no para que la empresa
alcance nuevos horizontes y genere sustanciosos dividendos, sino para que logre
creación de valor para los accionistas, consiguiendo la subida de la cotización
de las acciones y estos, grandes ingresos con su venta en las bolsas. Y a un
gerente se le cambia si, por el apego a la tecnología, a la rentabilidad o a la
historia de la organización, no responde a aquellos objetivos de lucro
financiero y no maximiza el valor bursátil de la empresa.
Así llegamos a la situación
actual en la que los mercados contemplan a los gobernantes como gestores de sus
intereses más que de los programas aprobados por los votos de sus electores. De
ahí que, desde que la gestión gubernamental se desideologizó, los gobernantes
resulten intercambiables para el votante, cualquiera que sea el partido al que
representen. Y aunque no parece que este fuera el sentido de la afirmación del
citado ministro, es cierto que los problemas de la crisis no se resuelven con
el cambio de Gobierno sino con el cambio de políticas, dentro de España y en el
horizonte europeo, donde se toman gran parte de las decisiones clave para la
vida de los ciudadanos.
Juan Hernández Vigueras
Analista político-financiero y miembro del Consejo Científico de Attac
Fuente: Público
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