La
excepcional combinación de crisis, conflictos y acontecimientos que están
sacudiendo al planeta entero parece confirmar la entrada en una transición
histórica cuya salida es difícil de adivinar y hace temer lo peor. No obstante,
el dato más esperanzador desde el inicio de las revueltas árabes es la
extensión creciente de la ocupación del espacio público en muy diferentes
partes del mundo por parte de millones de personas “indignadas”.
Esas
protestas, surgidas desde nuevas redes sociales —protagonizadas en un primer
momento por una juventud que, debido al capital cultural con que cuenta y a su
futuro de precariedad, comparte un mismo sentimiento de privación relativa
creciente— han tenido hasta ahora una dimensión principalmente expresiva y
simbólica, mientras que la basada en propuestas concretas y viables frente a este
capitalismo cada vez más injusto e insostenible tiene más dificultades para
abrirse paso. Pero lo más relevante es la confianza en la fuerza colectiva que
esas multitudes están obteniendo y, con ella, la capacidad que están mostrando
para perder el “miedo al miedo” que durante tanto tiempo ha logrado paralizar
la acción colectiva de los y las de abajo.
Es, por
tanto, a la crisis de legitimidad del “sistema” —representado fundamentalmente
por “políticos y banqueros” pero ampliándose cada vez más a la democracia
liberal, el capitalismo y sus medios de desinformación— a la que estamos
asistiendo, pese a que todavía estemos muy lejos de un cambio en la relación de
fuerzas social y política que permita arrancar victorias parciales
significativas a favor de otro proyecto de sociedad y de civilización. En todo
caso, es ya otra política —y otra forma de hacerla, basada en la democracia
participativa y directa y en el rechazo de la “profesionalización”— la que ha
irrumpido en la escena frente a la “política sistémica”.
La Constitución “material” y escrita del 78, más a
la derecha
Entrando
ya en el momento que estamos viviendo en el Estado español no creo que haga
falta dar muchos ejemplos para recordar que sobran motivos para la indignación
popular. El último y el más grave ha sido la “reforma constitucional” que, con
el pretexto de la lucha contra el déficit, impone el pago de la deuda como la
“prioridad absoluta” y, con ello, la ciega obediencia al fundamentalismo
neoliberal, ya suficientemente arraigado en la Unión Europa pero que ahora
necesitaba aparecer en una “ley de leyes” considerada hasta ahora intocable. El
servilismo mostrado por Rodríguez Zapatero —de Rajoy no vale la pena hablar— a
los dictados de quienes mandan en la UE —con Merkel, Sarkozy y Trichet de
portavoces— ha llegado a tales extremos que le ha llevado en pocos días a hacer
saltar por los aires lo que podía tener de “progresista” la letra de la
Constitución de 1978, no teniendo reparos en negarse a convocar un referéndum
con el falso argumento de que “los mercados no podían esperar”. Una decisión
que supone de facto declarar en suspenso las mínimas reglas formales de la
democracia liberal y que además, como estamos viendo, no está sirviendo para
frenar la carrera hacia el abismo a la que está viéndose arrastrada la Unión
Europea y, sobre todo, la periferia de la eurozona.
Porque, en
efecto, esto no sólo está pasando aquí sino que es en toda la Unión Europea en
donde se va instalando una misma política sistémica ultraneoliberal que está
acabando con el “sueño europeo”. Hoy, más que nunca en el pasado, ese sueño de
la razón instrumental capitalista está, como en el cuadro de Goya, creando un
monstruo que amenaza con devorar todo lo que pueda ser mercantilizado,
privatizado y precarizado en beneficio de unos pocos. Urge, por tanto, desde la
izquierda extraer las lecciones del fracaso de un “proyecto europeo” que, si
bien desde sus inicios era procapitalista, se desarrolló bajo hegemonía
neoliberal y germanocéntrica desde el Tratado de Maastricht para culminar con
el “Pacto por el Euro”. Debates como los que están desarrollándose desde hace
algún tiempo entre economistas críticos europeos pueden ayudarnos a rechazar
los falsos dilemas en los que nos quieren encerrar los partidos del sistema y a
diseñar estrategias comunes que pasen por el rechazo, a través de Auditorías
Ciudadanas, de deudas ilegítimas y odiosas —empezando ahora por la de Grecia—,
la creación de un nuevo sistema bancario público cuyos objetivos principales
sean la lucha contra el paro y una política crediticia a favor de una economía
social, ecológica y de cuidados, y la armonización fiscal y laboral “por
arriba” en el mayor número de países posible.
Es cierto
que es difícil reconstruir un nuevo internacionalismo solidario en medio de un
clima de resistencias todavía fragmentadas y de depresión económica, pero ésa
es la única forma de evitar que la extrema derecha aproveche el malestar
popular para ofrecerse como alternativa buscando chivos expiatorios entre los
sectores más vulnerables de la sociedad. La experiencia del rápido efecto
contagio que tuvo la Acampada de Sol en otras ciudades y plazas europeas es un
buen ejemplo de que la convergencia en las luchas y propuestas más allá de las
fronteras es posible. La jornada del 19 de junio contra el “Pacto por el Euro”
fue otro paso adelante y tenemos ahora otra oportunidad con la que se prepara
para el 15 de Octubre a escala internacional. Quizás habría que empezar ya a
mirar también hacia el otro lado del Mediterráneo y pensar en nuevas vías de
convergencia y cooperación entre las orillas Norte y Sur de ese viejo y
contaminado mar.
Elecciones en estado de emergencia
Ése es el
panorama que tenemos justamente cuando se anuncian unas elecciones el 20-N en
las que es difícil percibir diferencias sustanciales entre los dos grandes
partidos (como escribía El Roto ya antes de las del 20 de mayo pasado, «podían
elegir cara A o cara B, pero el disco era el mismo…»). Tampoco el posible
aumento de votos de otras formaciones a la izquierda del PSOE, de la abstención
o del voto nulo o en blanco parece que podrán contrarrestar el ascenso de una
derecha cada vez más neoliberal, autoritaria y centralista, dispuesta a seguir
apoyándose en la cultura del “cinismo político” y en las rentas provenientes
del “capitalismo popular” que todavía perviven.
En esas
condiciones, el reto que tiene el Movimiento 15-M es enorme, ya que, una vez
convertido en nuevo actor de referencia en la escena política, deberá ahora ir
contagiando de su “espíritu” rebelde a otros movimientos y organizaciones
sociales, como ya está ocurriendo en la enseñanza, buscando evitar falsas
polarizaciones y reforzando su autoorganización y coordinación desde los
barrios, pueblos y ciudades. De esta forma podremos aspirar a restar
legitimidad a la muy probable victoria electoral del PP para luego, a partir
del 21 de noviembre, ir construyendo un amplio bloque social dispuesto a
desobedecer a sus políticas y a sentar las bases de una nueva legitimidad que
apueste por una “segunda transición”, esta vez de ruptura desde la izquierda,
más necesaria si cabe tras el reciente “golpe de los mercados”.
Nota:
[1] Me remito, por ejemplo, al artículo
de Daniel Albarracín “Sobre
el debate del euro. Una estrategia
para romper la Europa del Capital y encaminarse hacia otro modelo supranacional”, a “Débat: Michel Husson & Jacques Sapir, à propos de Jacques Sapir, La Démondialisation”, en La Revue des Livres, nº 1, septiembre-octubre 2011 y a F. Lordon, “La desmundialización y sus enemigos”, Le Monde Diplomatique en español, 191, septiembre 2011.
para romper la Europa del Capital y encaminarse hacia otro modelo supranacional”, a “Débat: Michel Husson & Jacques Sapir, à propos de Jacques Sapir, La Démondialisation”, en La Revue des Livres, nº 1, septiembre-octubre 2011 y a F. Lordon, “La desmundialización y sus enemigos”, Le Monde Diplomatique en español, 191, septiembre 2011.
Jaime Pastor es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso
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