La indignación es un sentimiento que ha empezado a tomar cuerpo en
nuestra sociedad. No es solamente una expresión de repulsa ante la
hiedra creciente de injusticias que ahogan a la gran mayoría de los
asalariados, sino también una expresiva manifestación de rechazo hacia
hábitos del quehacer político vigente. No obstante, como han demostrado
numerosas experiencias del pasado, si la indignación queda reducida a un
gesto de rabia impotente está inexorablemente condenada al fracaso. Si
alguna virtud ha tenido el 15M, nacido de forma espontánea hace
apenas cuatro meses, es que una parte de sus integrantes ha sabido
convertir la rabia en denuncia, la denuncia en acción y la acción en
organización.
Con esa sorprendente intuición que tantas veces han
puesto de manifiesto los grandes movimientos sociales a lo largo de la
Historia, el 15M ha tenido la sensibilidad de saber asentarse donde de
manera natural le correspondía hacerlo: en los barrios y pueblos,
en las universidades y esperamos que en un próximo futuro pueda hacerlo
también en asambleas de trabajadores, profesionales, enseñantes, etc.
Sucede que en los tiempos en los que las contradicciones se intensifican
virulentamente las masas que intervienen en ellas multiplican la
imaginación y el ingenio y rompen con ímpetu los moldes burocráticos e
institucionales que hasta entonces han encorsetado su participación.
En sus fases iniciales, la autorganización popular no ha obedecido
nunca a reglas ni a principios preestablecidos. Las eclosiones sociales,
como ocurre con los torrentes, abren arrolladoramente su propio cauce
rompiendo con todo lo viejo y caduco que se interpone en su camino,
creando nuevas formas de participación popular, originales relaciones
entre sus integrantes e, incluso, facilitando la aparición de inéditos
lenguajes comunicacionales. Eso ha sido evidente en el 15M en el curso
de los tres últimos meses. El papel protagónico de quienes han
participado como actores en las innumerables asambleas y manifestaciones
ha hecho envejecer, de repente, la práctica política de la izquierda
autista que comenzó a desnaturalizarse a partir de los Pactos
fraudulentos de la llamada “Transición democrática”. El entusiasmo ha
barrido las calles de las principales ciudades del Estado español.
Manifestaciones, asambleas, concentraciones para frustrar las acciones
judiciales de los desahucios bancarios, asambleas barriales,
multitudinarios parlamentos donde todo es discutido, aprobado o
rechazado. Una impetuosa ráfaga de viento fresco que ha servido para
barrer la atmósfera viciada que había aplastado a este pueblo por años.
Durante meses, miles de jóvenes y adultos que hasta ahora no divisaban
ninguna perspectiva de participación política fuera de las expresamente
diseñadas por el Sistema han sentido que aquello realmente era “hacer política”, y no la exhibición grotesca que cotidianamente tiene lugar bajo las sagradas cúpulas de las vetustas instituciones del establishment. Por eso es explicable que esta dinámica arrolladora de los “nadie”
haya provocado tanto desconcierto - cuando no rechazo – incluso en
aquellas organizaciones políticas de la izquierda a las que
objetivamente les correspondería contarse entre sus aliados naturales.
Todavía es pronto para decir cuál será el itinerario político por el que transcurrirá el 15M. Serán muchos
los retos que se interpondrán en su futura trayectoria. De hecho los
medios de comunicación, en manos de los grandes consorcios que
construyen la denominada “opinión pública”, han detectado ya la
potencialidad de este enemigo y se han puesto manos a la obra
estigmatizando sutilmente sus acciones, tratando de provocar la división
en sus filas asignando colores a sus integrantes: los moderados y los
radicales, los buenos y los malos, los tratables y los intratables. A
esa distorsión informativa seguirá, probablemente, el silenciamiento
hermético del movimiento. Intentarán borrar de la memoria colectiva que
el difuso hartazgo que ha movilizado a miles es, en realidad, un
sentimiento compartido por una buena parte de la sociedad. En los medios
ya empiezan a colarse declaraciones de los primeros desertores, que se
acercan a las redacciones de los periódicos a descargar sus lagrimones
con el lamento elitista y fascistón que en su día pronunciara Ortega y Gasset: “¡No es esto!”, ¡No es esto!”. Asimismo, de vez en cuando dejan asomar a las tribunas a supuestos “ideólogos” del 15M que aconsejan “moderación” en la indignación y “respeto” a las instituciones.
Es cierto también que el lúgubre páramo de casi tres décadas de ausencia de
grandes luchas sociales y organización popular ha dejado una estela de
inexperiencia política entre las generaciones más jóvenes. No pocos
caminan hoy a tientas, y sin seguridad acerca de la dirección a la que
deben dirigir sus pasos. Difícilmente podía ser de otra manera cuando
tan escasas han sido las posibilidades de aprender. Sin embargo, una de
las características de los procesos dinámicos que movilizan a grandes
sectores de la sociedad es justamente que sus protagonistas son capaces
de aprehender con una velocidad de vértigo. Expresión de
este acelerado aprendizaje han sido las dialécticamente cambiantes
definiciones que ha asumido el movimiento en su corta andadura. Comenzó
autoproclamándose como un movimiento “apolítico”, pero pronto
comprendieron que tal definición estaba en flagrante contradicción con
su práctica y objetivos. Acertadamente concretaron que el 15M era apartidario, aunque no ideológicamente neutro.
En la actualidad las cosas aparecen estar ya más precisas. Los
planteamientos que enarbola este movimiento social son claramente
antioligárquicos. Y aunque en el seno del mismo se entrecruzan también
corrientes afines a la socialdemocracia reformista, encabezadas por
economistas e intelectuales que biográficamente han estado vinculados en
el pasado al PSOE, la tendencia general que se aprecia parece
orientarse hacia la consolidación de las posiciones más consecuentemente
de izquierdas.
Sin establecer, desde luego, comparaciones ni
paralelismos, lo que hoy sucede en el Estado español posee una serie de
elementos comunes a otros procesos históricos. La Comuna de París
fue una auténtica eclosión de auto organización y creatividad popular
que barrió por primera vez del poder a la burguesía francesa. La Revolución de 1905
en la Rusia zarista no obedeció a ningún llamado de las organizaciones
que se oponían a la autocracia de Nicolás II. Las masas desheredadas y
hambrientas, encabezadas por un pope que terminaría luego convirtiéndose
en agente de la policía política, se echaron la calle y terminaron
poniendo en jaque a la mismísima Monarquía. Los Soviets del 17-18 de
la Rusia revolucionaria no fueron un instrumento político creado por
los bolcheviques – aunque éstos supieron detectar prontamente su
extraordinaria importancia – sino una creación netamente popular, cuya
base se sustentaba en las agrupaciones de obreros, soldados y campesinos
organizados en Asambleas soberanas.
Hoy, el lugar de aquellos
que quieren cambiar realmente esta sociedad, que se niegan a asumir las
argucias institucionales que entreteje el sistema capitalista, está sin
duda en las Asambleas Populares del 15M, contribuyendo a organizar a la ciudadanía, aprendiendo de ella y aportando a la misma su propia experiencia.
Ello haría posible que este poderoso movimiento termine convirtiéndose
en algo realmente peligroso… para el Sistema.
Manuel Medina
Canarias Semanal
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