El profesor de Derecho Constitucional, Albert Noguera, afirma que la
actual crisis de la democracia anticipa un cambio de ciclo histórico
La democracia se halla en crisis. Una crisis sin paliativos. De la
democracia como sustantivo, más allá de las formas con las que se la
suele adjetivar (representativa o participativa). Esta es la tesis
expuesta por el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de
Extremadura, Albert Noguera, en la jornada de debate sobre “¿Crisis de
la representación o crisis de la democracia?”, organizada en Valencia
por el Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) en colaboración
con Esquerra Unida del País Valencià.
“Vivimos un cambio de ciclo
civilizatorio, que consiste en la muerte de la democracia tal como la
entendemos; en la defunción de la modernidad liberal; en consecuencia,
avanzamos hacia formas de organización social radicalmente diferentes,
probablemente autoritarias”, ha resumido el profesor de Derecho
Constitucional.
¿Por qué la izquierda política y social no
asume la crisis de la democracia y actúa en consecuencia? En principio,
porque interpreta de manera errónea conceptos como “poder” y
“dominación”. Por ejemplo, el 15-M considera -“de manera simplista”,
según Albert Noguera- que para lograr una transformación de la sociedad,
hay que convencer a los ciudadanos de que políticos y banqueros son
corruptos. “Este análisis es falso”, a juicio del docente.
El profesor de Derecho Constitucional se muestra partidario de una “interpretación compleja del poder, entendido como hegemonía” (el poder no debe considerarse sólo en negativo,
como represión). Siguiendo las reflexiones de Gramsci, las clases
dominantes han generado un consenso entre la población sobre el modo de
organización social. Muy pocos se cuestionan la dominación y sus
efectos. Los ciudadanos han asumido internamente sus pautas y naturalizado los modos de proceder establecidos por las clases hegemónicas.
Pero lo decisivo en la tesis de Noguera es cómo se genera esta cultura
hegemónica. Una respuesta acertada a la cuestión es la premisa necesaria
para que la contestación al sistema resulte efectiva. Contra lo que
pudiera parecer, según Noguera, la cultura dominante no la construyen
básicamente políticos, banqueros ni medios de comunicación. Tiene raíces
más profundas.
En primer lugar, la “mercantilización” (Marx ya
hablaba del fetichismo de la mercancía). Esto significa que, además de
objetos, el mercado produce subjetividades, valores y maneras de pensar.
Además, la progresiva tecnificación de la sociedad genera, en la
línea de las reflexiones de autores como Adorno o Horkheimer, procesos
crecientes de enajenación y deshumanización. La era digital y de las
nuevas tecnologías se corresponde con un individuo de pensamiento
rápido, integrado en la cultura de la imagen y poco habituado a la
reflexión.
Así las cosas, concluye Albert Noguera, “la única
forma de transformación radical de la sociedad consiste en una vuelta
atrás tanto en los procesos de “mercantilización” como en los de tecnificación”.
Sin embargo, “considero que son procesos irreversibles; de hecho, hoy
se avanza precisamente en sentido contario; la única salida posible
consistiría en crear espacios de contrahegemonía, en los que se
pudiera actuar fuera de los patrones mercantiles y tecnológicos
dominantes”. Los partidos y organizaciones de izquierda, sobre todo los
de corte más clásico, no parecen caminar por esta senda.
A
partir de la década de los 60-70 del pasado siglo se producen unos
cambios en el capitalismo o, mejor, en las estructuras empresariales,
que en buena medida explican la crisis de la democracia actual. Se pasa
un modelo industrial-productivo a un capitalismo que produce objetos de
consumo para las grandes superficies y los centros comerciales. El
cambio de paradigma implica transformaciones de calado antropológico:
compro un determinado objeto o una marca más que por su valor de uso,
por el valor simbólico que proyecta. En otras palabras, el consumo se
convierte en una manera de singularizarse, autentificarse o dotarse de personalidad propia.
“La mercancía supone distinción simbólica del individuo; lo fundamental
es diferenciarse; actuamos como cazadores de experiencias que aspiran a
la singularidad y la autenticidad del yo; eres diferentes si
usas una determinada marca de colonia o viajas a cierto país exótico”,
subraya Noguera. ¿Qué implicaciones políticas tiene la aparición de este
nuevo sujeto? Efectos decisivos, pues supone una ruptura con el
individuo surgido de la modernidad, de la ilustración y del liberalismo.
“La individualización ya no genera ciudadanía, no es activa ni
participativa; es más, está desvinculada de los grandes mitos de la
ilustración: justicia, dignidad, libertad, igualdad; el individuo actual
es, por el contrario, pasivo, autorreferencial y desideologizado”.
La democracia también ha hecho crisis por la creciente desregulación que
impone el capitalismo en su fase actual. Aunque continúen existiendo
las normas jurídicas, “se tiende cada vez más a vaciar de contenido
social las legislaciones; en paralelo, se produce un desmontaje de las
administraciones estatales (véase la imposición de los mercados a
los parlamentos nacionales)”. Fruto de esta desregulación, los espacios
públicos y privados quedan expuestos a una mercantilización desbocada,
colonizados por el capitalismo. Por ejemplo, la familia, exenta de la
invasión mercantil durante la modernidad, se ve afectada cada vez más
por estos procesos.
En términos políticos, el problema que plantea la desregulación es
cómo se tratan los conflictos. Las instituciones que servían de canal
adecuado han entrado en crisis, al igual que la democracia. “Vivimos en
la época del sálvese quien pueda”, afirma Albert Noguera. Existen dos
posibilidades de conflicto: los estallidos espontáneos de violencia sin
sentido ni dirección (por ejemplo, los recientes disturbios de Londres);
y los planteados por los discursos críticos herederos de la modernidad,
que Noguera califica de “cultura muerta, pues no sirven para
transformar nada; ir a una manifestación es como ponerse un traje de
domingo; se lanzan consignas que nada tienen que ver con nuestras vidas
mercantilizadas; las dos posibilidades de conflicto forman parte,
realmente, del sistema vigente”. Una tesis provocadora.
Enric LLopis
Rebelión
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