El movimiento del 15-M irá encontrando sus propias vías hasta hacerse torrente conforme la situación se haga crítica.
El movimiento de indignados surgido en el 2011 en España,
Europa y Estados Unidos es una bocanada de aire fresco en un mundo que
huele a podrido. Plantearon en redes sociales y en acampadas lo que
muchos piensan: que la crisis la crearon bancos y gobiernos y la sufre
la gente, que los políticos sólo se representan a sí mismos, que los
medios de comunicación están condicionados y que no hay vías para que la
protesta social se traduzca en verdaderos cambios porque en la política
está todo atado y bien atado para que sigan pagando los de siempre y
cobrando los de siempre. Por eso durante meses decenas de miles de
personas participaron en asambleas y manifestaciones y por eso la
mayoría de la ciudadanía (hasta el 73% en España) compartió sus
críticas. Y todo ello de forma pacífica, excepto la violencia resultante
de cargas policiales excesivas, que han llevado a sus responsables ante
el juez. El movimiento tuvo la madurez de levantar las acampadas cuando
sintió que las ocupaciones se cocían en su propia salsa y que a las
asambleas diarias sólo asistían los activistas.
Pero no desapareció el movimiento, sino que se difundió por el tejido
social, con asambleas de barrio, acciones de defensa contra
injusticias, como la oposición a desalojos de familias, y extensión de
prácticas económicas alternativas tales como cooperativas de consumo,
banca ética, redes de intercambio y otras tantas formas de vivir
diferente para vivir con sentido.
Aun así, el acoso mediático, policial y político que ha sufrido el
movimiento, que en algún momento llegó a asustar a las élites dirigentes
por su posibilidad de contagio, ha conseguido crear la impresión de que
el movimiento ha quedado limitado a algunos jóvenes idealistas o unos
pocos exaltados. Basta con cerrarse en banda y dejar que se cansen. Los
partidos de izquierda pensaron pescar en río revuelto para realimentar
sus menguantes huestes, pero lo dejaron al ver que los nuevos rebeldes
ya tienen claro que por ahí no va el cambio por el que luchan. Pese a la
hostilidad de los poderes fácticos, el movimiento ha continuado, ha
mantenido su deliberación en asambleas, comisiones y por internet, y
sigue contando con respaldo popular cuando surgen iniciativas concretas
donde sale a la superficie el trabajo cotidiano de quienes no se
resignan a que todo siga igual.
Aun así, la determinación de crear nuevas formas de acción
transformadora sin liderazgo formal y sin organizaciones burocráticas
conlleva dificultades considerables en el desarrollo del movimiento. Por
un lado, no valía la pena llegar hasta aquí para volver a reproducir un
modelo de activismo que ya ha fracasado repetidamente. Por otro lado,
lo esencial es un vínculo entre la deliberación y acción en el
movimiento y la conexión al 99% que el movimiento quiere representar.
Buscando nuevas vías, en el 15-M se está planteando un debate en
profundidad sobre cómo mantener a la vez la acción y la innovación de
formas de organización y elaboración estratégica del propio movimiento.
El 19 de diciembre pasado, tras una discusión en asamblea, la Comisión
de Extensión Internacional de la Puerta del Sol de Madrid decidió
suspender su actividad y declararse en reflexión activa indefinida. "El
espacio público que habíamos redescubierto ha vuelto a ser sustituido
por una suma de espacios privados... El éxito del movimiento depende de
que seamos de nuevo el 99%. Aunque no tengamos la respuesta de qué tiene
que venir después, qué forma puede tomar el reinicio que necesitamos,
entendemos que el primer paso para escapar de una dinámica equivocada es
romper con ella: parar, detenerse y tomar perspectiva", fue la
argumentación.
Aunque esta actitud no necesariamente refleja el sentir de otras
asambleas y comisiones del 15-M, es significativa porque evidencia la
capacidad de autocrítica y autorreflexión que caracteriza este
movimiento. Sólo así puede construirse un nuevo proceso de cambio que no
desnaturalice sus objetivos de democracia real en las formas de su
existencia. Porque adónde se llega depende de cómo se hace para llegar,
cualesquiera que sean las intenciones. Si la cuestión es cómo se conecta
con el 99%, ¿cómo se opera esa conexión? Lo esencial en todo movimiento
social es la transformación mental de las personas. El poder imaginar
otras formas de vida, el romper la subordinación a la manipulación
mediática, el sentir que muchos piensan como uno mismo y en perder el
miedo a afirmar sus derechos y sus opiniones. En ese sentido, hay
múltiples indicaciones de que la gente está cambiando, de que el 15-M
hizo visible la indignación y alimentó la esperanza, y que aunque haya
menos participación en las asambleas de activistas, muchas personas en
su ámbito están ocupando su espacio cotidiano y tratando de buscar
vínculos con otras experiencias similares. Tienen claro que el cambio no
pasa por elecciones como estas. El triunfo del PP, magnificado por una
ley electoral no representativa del voto, no fue tal (400.000 votos más
que en el 2008), sino una debacle socialista que ejemplifica el hastío
con los supuestos representantes de intereses de los de abajo. Y también
se tiene claro que la crisis va a peor sin que nadie sepa gestionarla.
Frente a eso, la gente busca sus propias soluciones. Contando con redes
de solidaridad cada vez más numerosas. Y apoyando acciones
reivindicativas allá donde surgen. Esa transformación mental y esos
múltiples cambios cotidianos pueden activarse a niveles más amplios, en
formas todavía por descubrir, conforme se vaya quebrando la normalidad.
No se trata del viejo mito comunista del súbito desplome del
capitalismo, sino simplemente de saber que la economía europea se hunde
en la recesión, que la cobertura social se diluye, que la política se
enroca y que los ciudadanos siguen indignados y son cada vez más
conscientes.
El 15-M existe en esa conciencia. Y, como el agua, irá encontrando
sus propias vías hasta hacerse torrente conforme la situación se haga
crítica. Afortunadamente, porque la alternativa a esa protesta pacífica y
constructiva es una explosión violenta y destructiva.
Manuel Castells
La Vanguardia.com
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