En vano, las organizaciones de
izquierda intentan de manera oportunista hacerse con un ‘capital político’ sin
darse cuenta de que en el 15-M no hay tal capital político: hay un común.
La concepción liberal-autoritaria
de la política democrática nos tiene acostumbrados a interpretar la
participación como un acto puntual, fugaz, casi como si de un favor se tratase.
Y es que la participación en la res pública se limita, para una inmensa
mayoría, al voto cada cuatro años; si es que se vota, claro.
Cualquier otra forma de abordar
los asuntos comunes es rápidamente acusada de salirse de los márgenes legales;
de ser incluso un germen de golpes de Estado, como afirma Esperanza Aguirre
sobre el 15-M. Afortunadamente, poco a poco, se va superando esa concepción
constrictiva de la política donde los únicos que pueden participar en ella, más
allá de las consultas plebiscitarias que conocemos como “elecciones”, son
mercados, políticos y medios de comunicación. Con el 15-O [la jornada de
movilización de los ‘indignados’] se ha liberado esa subjetividad plural, la
multitud, que se define por su irreductibilidad a una única lectura de su ser;
a un planteamiento concreto, representable y, por lo tanto, difícilmente
recuperable para el régimen de poder en vigor.
Todo el mundo esperaba que con el
15-M se produjese una especie de mímesis callejera, de lo que suele acontecer
históricamente con las luchas políticas que acaban integrando las instituciones
del régimen: primero una algarada temporal abocaría a la estructuración del
cuerpo social de la protesta en alguna modalidad organizativa de masas
(partido, sindicato, ONG u otra). Gracias a esta organización resultaría
posible, seguidamente, acometer la eliminación de pluralidad del cuerpo social
(a la manera de lo que los constitucionalistas alemanes del siglo XIX llamaban
reductio ad unum). Finalmente, la cooptación de unos pocos líderes sería un
costo económico asumible y en consecuencia, la protesta se diluiría con apenas
algún guiño superfluo y la incorporación del aparato simbólico generado por la
movilización (a la manera en que, por ejemplo, hoy todo el mundo se reconoce en
los símbolos del feminismo, el pacifismo, etc.).
Organizaciones de masas
De lo que se trata con el 15-M,
sin embargo, es de otra forma de hacer política, otra lógica propia de otra
agencia; una agencia alejada por completo de las formas con que funcionan las
organizaciones de masas (partidos, sindicatos, etc.). El 15-M significa, ante
todo, una transformación sobre el conjunto de supuestos que hasta ahora
gobiernan la vida y cuestiona la definición liberal de democracia. En un tiempo
en el que esta variante de democracia entra en una profunda crisis al
verificarse que la soberanía ya no reside en los votos, sino en los mercados y
las agencias de rating, la contestación no se limita a una mímesis de las
lógicas organizativas que han guiado los procesos históricos conocidos (la
serie eclosión, organización, elitización, cooptación, disolución del
movimiento). Aprendidas las lecciones del pasado hoy se va más allá, se reclama
una democracia progresiva, más acorde a la constitución material de la realidad
contemporánea.
Lo que practican los ‘indignados’
se puede definir como política de movimiento y, a diferencia de las políticas
de notable y partido que en las últimas décadas han desdemocratizado las
democracias liberales (demostrando las propias limitaciones democráticas de
éstas), es una agencia política. Una agencia de democratización que no teme
romper el actual estado de cosas por medio de la desobediencia civil para
proyectarse más allá de éste, en un horizonte constituyente que realice el gobierno
de la democracia absoluta. El 15-M, el 15-O, los momentos de ruptura que sin
duda seguirán, no son simples demostraciones de masas en las calles; no son el
primer paso de la secuencia apuntada. No habrá eclosión, organización,
elitización, cooptación, disolución del movimiento. En vano, las organizaciones
de izquierda intentan de manera oportunista hacerse con un “capital político”.
En el 15-M no hay un capital
político: hay un común. Por eso la relación del 15-M con el 2-M o la del 15-O y
otros eventuales momentos de ruptura por venir con el 20-N no se puede
determinar en los parámetros de un efecto causal (o causado). Si se quiere
comprender la relación entre el movimiento y las elecciones del gobierno
representativo, se debería adoptar una perspectiva diferente que comprendiese
antes la profunda crisis en que se encuentran las segundas, para así poder
entender cómo opera el primero.
Fracaso de la movilización
Y es que, como ha demostrado el
15M a partir del 23M, y como seguramente demostrará el 15O después del 20N, las
elecciones son contingentes al movimiento y no al revés. Adelantar la lectura
de los resultados del 20N como fracaso de la movilización de la izquierda y
triunfo apabullante de la derecha es sólo algo que adquiere sentido en el marco
interpretativo de la gramática política en la que se inscribe la democracia
liberal. Esa misma democracia cuyo principal mecanismo institucional (el
gobierno representativo) la ciudadanía (el supuesto soberano, ¿recuerdan?) dice
que ya no opera (“No nos representan”) y que es preciso abolir (“Este sistema,
lo vamos a cambiar”).
Al igual que de cara al 22M, de
cara al 20N se quiere presentar la acción colectiva como un cálculo fallido,
como la imposibilidad de conseguir lo único que se puede conseguir: incidir
sobre el resultado electoral. Tal es el primer paso de toda profecía que se
autorealiza (self-fulfilling prophecy), esto es, de ese mecanismo que nos
presenta una definición “falsa” de la situación (la victoria del PP como única
perspectiva) que desencadena un nuevo comportamiento (el comportamiento
electoral).
Este hace que la falsa concepción
original de la situación se vuelva ‘verdadera’ (la eventual victoria del PP sea
vivida como la confirmación de que salir a la calle no valía de nada dado que
sólo existía el escenario electoral). Así opera la manipulación mediática. Pero
tampoco esto es nuevo al movimiento y por eso la trampa representativa de la
profecía que se autocumple no irá muy lejos. Y es que, mientras haya crisis y
el mando no cambie de estrategia, tras el 20N la crisis del régimen será aún
mayor y el horizonte del movimiento seguirá abierto.
*Jorge Moruno es sociólogo y
Raimundo Viejo, profesor de la Universidad Pompeu Fabra (UPF).
El Confidencial
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