Los funcionarios de la política de toda Europa se han retratado de
manera ejemplar en estos últimos días. Empezaré explicando que, siendo
como soy funcionario, utilizo peyorativamente esta palabra referida a la
casta que nos dirige porque entiendo que si algo no se puede
funcionarizar, ni siquiera convertir en profesión, es la política. Y,
sin embargo, estamos rodeados de gente que entra en la función política
como quien entra en una empresa, dispuesto a permanecer en ella como si
de su modo de vida se tratara. A mí, personalmente, me producen
repulsión esos políticos "de toda la vida" que valen para alcaldes,
ministros, diputados o lo que se tercie.
Decía que nuestros dirigentes se han retratado a fondo y, si no fuera
por lo delicado de la situación, hubiera sido para partirse de la risa.
Nuestros próceres, demócratas ejemplares, casi sufren un síncope cuando
a su colega griego se le ocurre anunciar que va a preguntar a su pueblo
qué le parecen las medidas que va a adoptar. Había que ver el gesto de Sarkozy y Merkel
cuando les nombraban la palabra referéndum, había que escuchar las
declaraciones de todos los paniaguados del sistema, escandalizados ante
una iniciativa que, como argumentó el inefable Diego López Garrido,
solo debe usarse ¡para reformas constitucionales! ¡Pero si aquí el
PPSOE nos acaba de hacer una reforma constitucional, señor López
Garrido, y se ridiculizó a quienes abogamos por someterla a referéndum!
En fin, volviendo al tema, que la posibilidad de preguntar al pueblo
sobre su futuro no parece ser lo que más entusiasme a nuestros
demócratas. ¡Qué iban a pensar los Mercados!
Hace unos meses, otro ser eterno de nuestra política nacional, Ramón Jáuregui
--¿alguien sabe la profesión de este hombre?--, decía, respondiendo a
quienes pedíamos democracia real, que la democracia carece de apellidos,
es democracia, y punto. Se nos antoja que es ésta una cuestión
ampliamente matizable, pues a nuestra democracia, que no lo es, se le
pueden aplicar múltiples adjetivos.
Nuestra democracia, que no lo es, es una democracia cínica, que
quiere exportarse por el planeta, denunciar a quienes no la aplican,
pero que, como vemos con el caso griego, cuando la ciudadanía europea
reclama participar, lo considera intolerable. No me argumenten que
estamos en una situación especial, que lo que decidan los griegos nos
afecta a todos; eso es cierto, pero es que quizá debieran preguntarnos a
todos qué pensamos de que le regalen el dinero público a los bancos y
mercados, que son quienes nos han colocado donde estamos. Y no nos
engañemos, ¿cuántas veces se han solicitado referendos para cuestiones
importantísimas, cuyos efectos percibimos ahora --Maastricht, Tratado de
Lisboa, etc.-- y se nos ha negado ese derecho? Y cuando se ha planteado
algún referéndum peliagudo, o bien se ha manipulado a través de una
pregunta capciosa, como en el caso del referéndum de la OTAN en nuestro
país, o bien, si no ha salido lo que se quería, se ha vuelto a repetir,
hasta conseguir el resultado adecuado, caso de Dinamarca con Maastricht.
Nuestra democracia, que no lo es, es una democracia violenta, brutal,
que está sembrando el mundo de conflictos bajo la nada creíble excusa
de los derechos humanos. Con su brazo armado, la OTAN, que está batiendo
records en la vulneración de la legalidad internacional --el último
caso, Libia, donde se le había encomendado garantizar la zona de
exclusión aérea y ha participado en bombardeos a civiles--, interviene
en medio mundo con una estrategia de dominio de materias primas.
Nuestra democracia, que no lo es, en este caso la española, es una
falsa democracia, en la que no todos los votos son iguales y en la que
la representación política está profundamente adulterada para garantizar
que las políticas sistémicas, las del PPSOE, siempre encontrarán las
alianzas oportunas en la derecha nacionalista.
Nuestra democracia, que no lo es, es una democracia adulterada,
convertida en un bipartidismo, con la imprescindible ayuda de los medios
de comunicación, en la que las campañas electorales se convierten en un
soliloquio sin verdaderas propuestas alternativas, en la que se
consagran debates entre candidatos que no representan las pluralidad
real y que, llegados al poder, aplicarán las mismas políticas, a pesar
de que apliquen al juego de un enconado enfrentamiento.
Nuestra democracia, que no lo es, es una democracia tutelada por la
herencia de la dictadura, en la que los poderes fácticos del pasado, no
purgados convenientemente, siguen ejerciendo su control en amplias
esferas del Estado. Mientras países como Argentina hacen rendir cuentas a
su pasado, en nuestro país es todavía el pasado el que se permite
tutelar el presente y dejar claro quien sigue mandando.
En resumidas cuentas, que como se cantaba en nuestras plazas y
calles, y se volverá a cantar, lo llaman democracia y no lo es. Si algo
produce terror a nuestros dirigentes es que la ciudadanía tome sus
propias decisiones. No vaya a ser que esas decisiones contradigan la
voluntad de los verdaderos señores, de aquellos que mueven, desde sus
despachos no contaminados, presuntamente, por el juego político, los
hilos de la realidad. Pues nuestra clase política sistémica, los Rajoy, Rubalcaba, Durán i Lleida, no son sino los lacayos de la mano que mece la cuna.
Juan Manuel Aragüés, Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza
El Periódico de Aragón
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