Este texto es no es más que un intento de recoger por escrito 
reflexiones varias surgidas al calor de múltiples debates en diversos 
contextos y forma parte de un trabajo más amplio en preparación. Surge 
en este momento de ilusión del 15-M (esto es esperanza, y no la 
presidenta), pero se engarza con historias que venían de mucho antes. No
 es un texto acabado, redondo, con principio y fin. Es poco más que un 
borrador que recoge debates que hemos ido teniendo y lanza ideas para 
debates futuros. Es un texto que se lanza para el diálogo, para sentarse
 en una plaza y debatir, por eso no va maqueado ni pulcramente 
planchado; o sea: perdonad los posibles gazapos, los puntos suspensivos,
 y los argumentos a medio cocinar.
1. La crisis, ¿qué crisis?
El
 estallido financiero se ha adueñado de la concepción única y absoluta 
de “LA CRISIS”. Desde perspectivas críticas, llevábamos años denunciando
 que el proceso de valorización de capital se lograba mediante la puesta
 a disposición de dicho proceso del conjunto de la vida (humana y no 
humana). Es decir, convirtiendo la vida y sus necesidades en un medio 
para el fin de acumulación de capital; en el mejor de los casos, en el 
peor, la vida constituía un estorbo y lo más rentable era destruirla. A 
esto lo habíamos denominado conflicto capital-vida. Con esta expresión 
nos referíamos al tipo de vida que construye el capitalismo (qué formas 
de vida y qué dimensiones de la vida resultan rentables, productivas 
–por la doble vía de la producción o del consumo-), y a las dimensiones 
de la vida que no son rentables, que sobran, o a las vidas enteras que 
no eran rentables, que sobraban. En el proceso de financiarización de la
 economía, este conflicto se había agudizado, al producirse una parte 
creciente del proceso de valorización con una desconexión tremenda de 
los procesos vitales mismos.
En ese sentido, decíamos que el 
proceso de valorización se había dado a costa de la explotación del 
planeta (de la vida no humana). Y también a costa de poner la vida 
humana al servicio del proceso de acumulación, tanto en el Sur global 
como en el Norte global (si bien esta explotación tenía características e
 intensidades muy diversas). Esto había conllevado serios ataques a los 
procesos vitales, que veníamos luchando que se reconocieran como crisis 
profundas, sistémicas y acumuladas. Así, hablábamos respectivamente de 
una crisis ecológica (global); una crisis de reproducción social que 
afectaba al conjunto de expectativas de reproducción material y 
emocional de las personas en el Sur global; y una crisis de los 
cuidados, que afectaba a una dimensión concreta de las expectativas 
materiales y emocionales de reproducción (los cuidados) en el Norte 
global. 
Luchábamos porque estos procesos vitales truncos se 
reconocieran como crisis… y nos estaba costando. Estábamos visibilizando
 las deficiencias estructurales de un sistema depredador (que no solo 
era capitalista, sino también heteropatriarcal, antropocéntrico e 
imperialista). Hablábamos de crisis de civilización porque atravesaba el
 conjunto de las estructuras (políticas, sociales, económicas, 
culturales, nacionales, etc.), pero también de las construcciones éticas
 y epistemológicas más básicas (la propia comprensión de “la vida”).
Llega
 entonces el estallido financiero y automáticamente y sin 
cuestionamiento alguno, le otorgamos el nombre de crisis. Realmente, lo 
que se produce es un quiebre en el proceso de acumulación, de 
valorización de capital, primeramente en los circuitos financieros. No 
es, de primeras, un quiebre directo de los procesos vitales. En ese 
sentido no es una crisis (no está –o no tan agudamente- en crisis el 
proceso vital, que es el que nos importa si ponemos la sostenibilidad de
 la vida en el centro). Son posteriormente el tipo de políticas que se 
ponen en marcha para recuperar el proceso de valorización (las llamadas 
políticas anticrisis, que son más bien políticas de recuperación de la 
ganancia) las que implican un serio ataque a las condiciones de vida. 
Esa ahí donde la respuesta política al estallido financiero empieza a 
devenir en crisis. Así, podemos prever que la recuperación del capital 
implique, en el Norte global, un agravamiento serio de la crisis de los 
cuidados (vía reducción de servicios y prestaciones públicas, traslación
 de carga de trabajo al trabajo no remunerado y flexibilización y 
desregulación creciente del mercado laboral), así como el comienzo de 
una crisis de reproducción social para ciertos segmentos sociales (vía 
hipersegmentación social y vía paso de situaciones de precariedad en la 
vida a situaciones de exclusión, en un contexto de agudización de la 
dependencia del ingreso por la desaparición de mecanismos colectivos de 
absorción de los riesgos de la vida, dificultad de acceso a fuentes 
estables y suficientes de ingresos, pérdida de la noción de 
universalidad de los derechos y paso a enfoques asistenciales); y, en el
 Sur global, que se traduzca en un agravamiento de la crisis de 
reproducción social (por ejemplo, ya ha ocurrido en lo referente a la 
crisis alimentaria provocada por la especulación con alimentos).
Así, una primera pregunta es de qué crisis estamos hablando.
Ante la crisis, hay múltiples frentes de intervención, pero me limito a resaltar dos “pres” y dos intervenciones simultáneas.
Los "pres" para intervenir en la crisis
2.1 La "desfinanciarización" de la economía 
Someter
 a los mercados financieros a un control realmente democrático, poner 
coto a la capacidad de las empresas de crear dinero financiero, exigir 
responsabilidades a gestores financieros, agencias de calificación, 
instituciones, etc. Es decir, la reversión del proceso por el cual los 
mercados financieros estaban alejándose por completo de toda posibilidad
 de control y de todo vínculo con el resto de procesos socioeconómicos 
(lo que en palabras de Mertxe Larrañaga podemos llamar 
"desfinanciarizar" la economía) es una exigencia que no solo toma 
cuerpo, sino que es compartida una pluralidad enorme de gentes. El 
problema es si con ello aspiramos a volver a poner a las finanzas al 
servicio de la producción como fin último de la reivindicación, es 
decir, que queremos volver a una especie de capitalismo bueno, movido 
por la demanda, léase el consumo. 
Las diversas medidas que nos 
llevarían a esa desfinanciarización debemos leerlas en términos de 
aminorar el conflicto capital-vida. Si bien sabemos que este conflicto 
es inherente al capitalismo heteropatriarcal, puede tener diversas 
intensidades. Y en el paso de la lógica K-M-K’ a la lógica K-K’ se había
 agravado. Se trata, por tanto, de exigir esta bajada de intensidad del 
conflicto a la par que cuestionamos el sistema capitalista en sí.
(Existen
 múltiples propuestas que dan forma a esta desfinanciarización -entre 
otras, pueden verse las propuestas del grupo de trabajo de economía de 
Sol, propuestas de grupos como ATTAC, u otras realizadas desde el ámbito
 de la economía ecológica- el debate central es si se “limitan” a, 
digamos, poner algo de orden en el casino global, o si replantean de 
arriba abajo el papel del sistema financiero, su carácter privatizado, 
e, incluso el rol del dinero como medio de acumulación de valor).
2.2 El cuestionamiento de la dicotomía perversa producción/reproducción 
Desde
 el ecologismo social afirman que la “metáfora de la producción” (como 
la llama José Manuel Naredo) se ha adueñado de nuestra forma de 
interpretar el mundo. Es decir, creemos en la posibilidad de producir 
riqueza, en un proceso progresivo y creciente sin límite. Este sería el 
objetivo socioeconómico por excelencia, el sentido del progreso y el 
desarrollo: el crecimiento. A su servicio estaría, de forma clave, el 
planeta, el conjunto de recursos naturales, disponibles para que el 
hombre los domine y utilice para ir constituyendo civilización. Esta 
metáfora ha sido duramente cuestionada por el ecologismo social y por el
 feminismo.
El ecologismo asegura que la producción no existe. Los
 sistemas socioeconómicos son subsistemas abiertos, que extraen 
recursos, absorben energía, generan residuos y emiten energía degradada.
 Estos subsistemas abiertos funcionan en un sistema cerrado, la 
biosfera, que no intercambia materiales con el exterior y donde la única
 producción de verdad solo es la de la fotosíntesis, y es muy poca. Es 
decir, que extraemos y transformamos, pero no producimos nada. La 
producción es una fantasía antropocéntrica, que tiene una única forma de
 mantenerse: crear un medio fantasma de acumular esa supuesta riqueza 
creada, el dinero. El dinero que no existe más que en la medida en que 
la gente crea que existe (y, en ese sentido, podemos decir que es una 
gravísima performance), no solo se convierte en el fin del proceso económico, en medio de acumulación y no de mero intercambio, sino que es el sine qua non para el funcionamiento de la metáfora de la producción.
Desde
 el feminismo se afirma que el otro oculto de la producción es la 
reproducción, en un esquema epistemológico patriarcal que está en la 
base de la explotación de la naturaleza y la opresión de las mujeres. 
Este esquema se caracteriza por interpretar el mundo de forma 
dicotómica: comprender la realidad organizada en pares opuestos 
(bueno/malo, arriba/abajo, producción/reproducción), con una valoración 
jerárquica del binomio (la producción es el progreso, lo deseable) y 
donde el miembro valorado termina arrogándose el todo, la universalidad 
(solo vemos y hablamos de la producción). Además, hay un encabalgamiento
 entre toda dicotomía y las dos clave de: masculino/femenino, 
civilización/naturaleza. La producción encarna valores de la 
masculinidad y usa la naturaleza feminizada para construir civilización.
 Desde aquí se produce una disociación entre el crecimiento, el 
progreso, entendidos como el objetivo civilizador y el mero 
sostenimiento, condición que se supone debe superarse (trascender es lo 
plenamente humano y entra en contradicción con la inmanencia). Ante esta
 epistemología perversa, la cuestión no es solo visibilizar que, además 
de producir bienes y servicios, también se reproducen personas. Sino 
señalar que ambos procesos no están escindidos, que la producción solo 
nos importa en la medida en que reproduce vida. La reproducción, por 
tanto, es la lente desde la que mirar el conjunto, el eje trasversal. 
Dicho de otra forma: que no hay contradicción entre el objetivo que 
luego llamaremos de “vivir bien” y la sostenibilidad. Se trata de vivir 
bien, no vivir mejor (mejor que antes, mejor que otrxs).
Intervenciones simultáneas: construcciones éticas y construcciones socioeconómicas 
Es
 urgente que tengamos dos debates simultáneos o, en palabras de Silvia 
L. Gil, que seamos capaces de pensar e intervenir simultáneamente en 
varios niveles:
- Necesitamos un cuestionamiento ético de 
los valores mismos que sostienen el sistema y que interpretan la vida 
(la humana y la no humana)
- Y necesitamos un cuestionamiento de las estructuras que organizan esa vida (esas vidas)
Son procesos que deben ir simultáneos, porque a lo que nos enfrentamos es a una crisis sistémica.
- Cuestionarnos qué es eso de “vivir bien”
Respecto
 a la intervención ética: necesitamos un debate radicalmente democrático
 sobre qué entendemos que es “vivir bien”, varios apuntes:
- Radicalmente democrático: y esto hace referencia a la falta de estructuras de democracia real participativa
 
- ¿Qué
 necesidades son las que convierten a la vida en una vida significativa?
 Aquí hay nexos indiscutibles con las propuestas del decrecimiento y de 
vivir mejor con menos. Desde el feminismo, apostamos por constituir los 
cuidados en una de las dimensiones centrales de esa vida significativa 
(aunque tengamos al mismo tiempo que replantearnos qué entendemos por 
cuidar bien-cuidarnos bien). Y por otorgar máxima importancia a 
dimensiones de la vida que han pasado históricamente no discutidas en lo
 publico, sino “negociadas” en lo privado/doméstico, y/o se consideran 
ajenas a lo económico (cuestiones afectivas y relacionales, sexuales, 
etc.). Estas necesidades deben definirse de manera colectiva (no es lo 
que individualmente consideramos necesario, sino lo que colectivamente 
nos responsabilizamos de garantizar)
 
- Cambios 
epistemológicos clave para romper con la idea de autosuficiencia (somos 
seres autosuficientes en nuestra individualidad, “yo y el mercado”):
 
- Reconocer
 y poner en primer plano la vulnerabilidad de la vida: que la vida es 
vulnerable entendiendo esto como potencia, como la apertura de espacios 
donde podamos sentir conexión, sentirnos afectadas por lo que les ocurre
 a otrxs. 
- Reconocer la interdependencia de la vida y la 
ecodependencia como condiciones inherentes a esta. La única forma de 
afrontar la vulnerabilidad es en la interacción. La interdependencia nos
 transforma la pregunta: ya no es cómo lograr ser autosuficiente, sino 
cómo lograr niveles suficientes de autonomía en una realidad de 
interdependencia y cómo construir la interdependencia en términos de 
reciprocidad y no de asimetría; y como lograr autonomía en un contexto 
de ineludible interdependencia (como dice Silvia Gil en Nuevos Feminismos. Sentidos comunes en la dispersión, se
 trata de “abrir la posibilidad de pensar la autonomía, no como 
ejercicio individualizador de valorización del capital, sino como 
capacidad para construir una vida en la que se afirme la 
interdependencia y se dibuje de un modo más justo, abriendo nuevos ”). 
- sentidos colectivos para su organización. .
 
 
- En
 estos debates (poner en el centro otra apuesta, una ruptura expresa y 
rotunda con los valores de la “modernidad”, “desarrollo”, “progreso”) 
hay muchas aportaciones: buen vivir (sumak kawsay/suma q’amaña), 
decrecimiento, mejor con menos, postdesarrollo… Desde el feminismo hemos
 hablado de cuidadanía, de vida vivible… Introducir las distintas 
perspectivas (con sus potencialidades y límites) en el debate. En esta 
profusión de perspectivas, no tenemos las palabras: ¿cómo llamar a ese 
“vivir bien”? Y por eso las comillas.
 
- Algunos elementos, entre otros muchos, de cara a pensar ese “vivir bien”:
 
- Que
 ese “vivir bien” sea universalizable: que no se dé a costa del “vivir 
mal” de otrxs. Los debates que estamos teniendo con el 15-M tienen a 
veces un foco excesivamente nacional, o “primermundista” (¿reivindicamos
 el estado del bienestar como una panacea sin preguntarnos en qué medida
 ese estado del bienestar solo ha sido posible gracias a las 
desigualdades globales?). Aquí hay un nexo directo con el 
cuestionamiento de las fronteras, y podría derivar en reivindicaciones 
inmediatas como la derogación de la ley de extranjería o el negarse a la
 modificación de Schengen.
- Igualdad: la igualdad redefinida desde la conciencia de la diversidad, cómo lograr que la diversidad no implique desigualdad
- Austeridad:
 los límites ecológicos son insoslayables. ¿Pero debemos pensar también 
en límites éticos (vinculados a las nociones de universalidad e 
igualdad)?
 
- Con qué estructuras gestionamos la responsabilidad colectiva de poner las condiciones de posibilidad para ese “vivir bien”
A
 la hora de discutir esto tenemos, en primer lugar, que introducir en el
 debate todas las estructuras socioeconómicas posibles (me voy a referir
 a las estructuras socioeconómicas y no a las políticas, por ejemplo, 
pero habría que ampliar en consonancia): la diversidad existente y las 
que podrían existir. A menudo el debate se ciñe a dos estructuras 
contrapuestas: mercado y Estado (entendidas además de forma muy 
monolítica). Pero hay otras estructuras en funcionamiento:
- Los
 hogares (diversos, más allá de la familia): institución económica que 
desde el feminismo definimos como la unidad económica básica (en el 
sentido de que es la forma organizativa en que las personas gestionamos 
cotidianamente nuestra vida económica) y como colchón de reajuste del 
sistema (en el sentido de que es donde en última instancia se producen 
los reajustes en términos de generación de bienes y servicios, 
distribución y consumo de recursos para garantizar la vida en función de
 las condiciones que impongan el resto de las esferas; es la institución
 que asume la responsabilidad de garantizar las condiciones de vida en 
el marco de un sistema que garantiza el proceso de acumulación). Los 
hogares, además, son instituciones muy poco democráticas (unidades de 
conflicto cooperativo, como se han definido), por lo que si exigimos 
estructuras económicas democráticas, un serio debate sobre los hogares 
es insoslayable.
- Diversas formas comunitarias de 
organizar el trabajo y el acceso a bienes y servicios: formas varias de 
vida en común y/o de organización en común de los trabajos. Redes varias
 comunitarias, vecinales, etc. 
- Economía social y 
solidaria: ¿es posible que esta sea eje clave de la reorganización de la
 estructura socioeconómica?, ¿cuáles son los nexos de la economía social
 y solidaria con lo público?
- Tercer sector
- Economía campesina
- … Formas variadas también en cada contexto
Esas
 y otras estructuras existen ya (son lo que Magdalena León llamaría la 
economía diversa realmente existente y que va también más allá de la 
tríada Estado-empresas-hogares en la que a veces se queda encajonada el 
feminismo). A la par, hay que complejizar el debate sobre las empresas 
(no toda empresa es igual, ni siquiera aunque tenga ánimo de lucro). 
Además, hay otras formas que podrían pensarse. Por ejemplo, ¿podría 
pensarse una organización y gestión de lo público que no pase 
necesariamente por la estructura administrativa burocrática? Es 
imprescindible un ejercicio de creatividad e imaginación muy grande.
Teniendo en mente la diversidad de formas posibles de organizar la economía, hay dos movimientos estratégicos clave:
Primero: detracción de recursos de la lógica de acumulación
En
 la medida en que está claramente identificado el conflicto entre el 
proceso de acumulación y la garantía de unas condiciones que hagan 
posible ese “vivir bien”, es urgente ir detrayendo recursos que hoy día 
están puestos a funcionar para garantizar el proceso de valorización de 
capital.
Segundo: Poner los recursos a funcionar bajo otra lógica económica, en estructuras económicas democráticas
Cuáles
 son estas estructuras y cuál puede ser su lógica de funcionamiento es 
justo el elemento clave a imaginar y construir. Podría haber ciertas 
pistas:
- ¿Lógica? Es decir, la forma en que se reconocen 
las necesidades de sujetos concretos, las vías por las cuáles se 
legitiman esas necesidades (se asume un compromiso de resolverlas), la 
forma de organizar la generación de los medios para satisfacerlas, y la 
forma de distribuirlos… Debemos ir más allá de (¿o recuperar para 
complejizar?) la idea de las tres lógicas 
intercambio/redistribución/reciprocidad
- Hay ya distintas 
lógicas en marcha en esas diversas estructuras económicas: podemos 
partir de reconocerlas y valorarlas, pero sin mitificar ninguna 
(especialmente peligroso sería mitificar una supuesta “ética de los 
cuidados” o de la “vida comunitaria”)
- El dinero debe 
volver a ser un medio de intercambio y perder la capacidad de 
acumulación, tampoco puede ser el medio para reconocer y legitimar las 
necesidades.
Bajo esta idea de detraer recursos a la 
lógica de acumulación (organizada en torno a estructuras sumamente 
jerárquicas) y ponerlos a funcionar en estructuras democráticas bajo 
otras lógicas económicas para asumir la responsabilidad colectiva de 
garantizar las condiciones en las que sea posible ese “vivir bien”, 
podrían exigirse reivindicaciones inmediatas referidas a distintos tipos
 de recursos como:
- Espacio físico: detraer tierra, 
espacio urbano y rural al capital. Aquí las propuestas más elaboradas 
vienen del ecologismo. Por ejemplo (y lanzo un tanto a boleo): redefinir
 toda la orientación de los transportes, priorizar el transporte en tren
 frente al automovilístico; una red ferroviaria electrificada que una 
todos los núcleos habitados y priorice esta conexión frente a las líneas
 de alta velocidad que unen grandes núcleos; espacio en las ciudades 
para el carril bici y zonas peatonales frente al asfalto para los 
coches; recalificar el suelo (de urbanizable a zonas verdes o…). Tierras
 para la pequeña agricultura ecológica frente a las tierras para los 
monocultivos para la exportación…
 
- Vivienda: el debate sobre la vivienda nos pone delante dos cuestiones claves: 
 
- La
 imperiosa necesidad de apostar por la redistribución frente al 
crecimiento. “Casas sin gente, gentes sin casa, ¿qué pasa?” En este 
contexto es un absurdo pedir la construcción de más viviendas (¡casi un 
millón vacías!) para solucionar la falta de acceso. 
- La 
urgencia de erosionar la fortaleza del nexo calidad de vida-capacidad de
 consumo (otra manera de decir que se pongan los recursos a funcionar 
bajo otra lógica distinta a la de acumulación y la subsiguiente 
compra/venta; otras formas de acceder a los recursos que no pasen por el
 dinero del salario): si dejamos de gastar una media del 60% del sueldo 
en vivienda, ¿podríamos vivir mucho mejor con mucho menos dinero?
- Nos
 trae también a colación el debate sobre nuestros propios valores 
éticos: ¿seguimos teniendo como objetivo vital la propiedad individual 
de vivienda?
- En ese contexto, ¿por qué no apostar por la 
expropiación de la vivienda vacía (quizá con ciertas excepciones) y 
organizar un parque público de vivienda en alquiler?
 
 
- Cuidados:
 en este caso, más que detraer estos recursos, se trata de evitar que se
 siga en la tendencia actual donde están entrando dentro de la lógica de
 acumulación. En ese sentido, la propuesta fundamental sería prohibir 
que los cuidados puedan ser servicios proporcionados por entidades con 
ánimo de lucro. Desde el feminismo hemos insistido en las perniciosas 
consecuencias de que esto ocurra (básicamente, garantizar márgenes de 
rentabilidad suficientes y crecientes mediante: la provisión de cuidados
 de calidades extremadamente diversas –a menudo rayando lo indigno- 
según la capacidad de pago, por lo tanto, multiplicando las 
desigualdades; y mediante la explotación de la “ética reaccionaria del 
cuidado” en las trabajadoras, para garantizar que se sientan 
responsables de seguir proporcionando buenos cuidados al margen de las 
condiciones laborales e inhibir procesos reivindicativos, en la medida 
en que se las hace sentir responsables directas del bienestar de los 
“consumidores”). Es imprescindible retomar esa vieja idea de que el 
ánimo de lucro no puede operar en sectores básicos, y exigir que los 
cuidados sean considerados como tal.
 
- Recursos financieros:
 hago referencia aquí a un propuesta clave y con gran apoyo social, la 
reforma fiscal progresiva (pero hay otras, por ejemplo, la banca 
pública). 
 
- Hay mucho hablado y por hablar sobre esto, pero
 básicamente progresiva significa: priorización de los impuestos 
directos sobre los indirectos; gravar más al capital que al trabajo; 
establecer un sistema de tipos y tramos realmente progresivo, tanto para
 el capital como para el trabajo. Podríamos añadir que no beneficie a 
unos tipos de familias sobre otros (sobre todo referido al impuesto 
sobre la renta: que no redistribuya hacia los modelos normativos de 
familia). Los debates en torno a la reforma fiscal aducen que el ajuste 
no necesariamente debe producirse vía gasto, sino que puede darse vía 
ingreso.
- La cuestión adicional sería: ¿y para qué usar 
estos recursos?: ¿recaudarlos para ponerlos a funcionar otra vez en los 
mismos circuitos (por ejemplo, financiar otro megaproyecto)?, 
¿recaudarlos para que la gente pueda satisfacer expectativas de consumo 
que son insostenibles (de nuevo, compra de automóviles)? Es decir, la 
idea no es “reactivar la demanda” (cualquier demanda, de cualquier 
necesidad, recursos producidos bajo cualquier forma organizativa) para 
incrementar la “producción real”, sino preguntarnos cuál es esa 
“producción”, en qué estructuras se da, a qué necesidades responde, etc.
- En
 este sentido, sería clave ligar esta detracción de recursos financieros
 con el ponerlos al servicio de: (1) socializar la responsabilidad de 
cuidados, que a día de hoy está privatizada: responsabilidad femenina en
 los hogares (y aquí van la ley de dependencia y autonomía personal, las
 escuelas infantiles, derechos de “conciliación”… pero también podrían 
ir otras: ¿comedores colectivos?); (2) para poner en marcha otro 
conjunto de mecanismos que permitan colectivizar los riesgos del vivir 
(sistemas de pensiones, con un debate sobre su carácter contributivo, 
recuperación de la noción de universalidad de los derechos…); y (3) 
recuperar estándares de calidad y universalidad de los sistemas 
educativos y sanitarios.
 
 
- Recursos humanos:
 liberar tiempo de vida. La reivindicación clave sería la reducción de 
la jornada laboral sin pérdida salarial, como forma además de poner en 
primera línea la idea de apostar por la redistribución frente a la 
competencia (en un entorno de esclavitud del salario y de escasez del 
empleo, competencia por el empleo entre países, entre mujeres y hombres,
 autóctonxs y migrantes…). Pero añadiendo:
 
- La no reducción
 del conjunto de la masa salarial (que el trabajo en su conjunto no 
pierda recursos frente al capital) debe ir acompañada de un debate sobre
 el valor de los trabajos y las diferencias salariales. Así, 
reivindicaciones asociadas serían: incremento del salario mínimo, 
establecimiento de un salario máximo y tope a las rentas no salariales 
(recuperamos la cuestión de los límites de la que hablábamos con 
anterioridad). Aquí se abrirían debates clave: ¿qué diferencias 
salariales son legítimas?, ¿qué es un salario digno? Por ejemplo, qué es
 un salario digno para el empleo de hogar; si el precio de este ha de 
ser siempre menor que el salario que logra fuera la familia empleadora… 
El debate sobre cómo valorar los trabajos (¿existe actualmente una 
correlación inversa entre valoración –monetaria y en derechos-, y la 
contribución social de los trabajos? O, dicho de otra forma: ¿hay una 
correlación directa entre valoración y contribución al proceso de 
acumulación?)
- Redistribución de todos los trabajos: la 
redistribución de los remunerados debe ir sí o sí ligada a la 
redistribución de los no remunerados (por justicia, y porque es mediante
 los no remunerados como se asume la responsabilidad de sostener todas 
las dimensiones de la vida que no son rentables; son el sustrato para el
 trabajo pagado alienado). En este sentido, es especialmente preocupante
 la solidificación de la noción de “el parado”, deprimido porque no 
tiene empleo y sin saber qué hacer con su vida (los lunes al sol). 
Aprovechar el desempleo masculino para redoblar la lucha por la 
redistribución de los trabajos no remunerados (¿cómo podría organizarse 
esto?). Ni un parado más al sol.
- Más allá del debate 
sobre el reparto del empleo, y sobre el reparto de los trabajos 
remunerados y no remunerados, debemos empezar a hablar del reparto de 
los trabajos socialmente necesarios y los trabajos alienados. ¿A qué nos
 referimos? Socialmente necesarios serían aquellos trabajos que generan 
las condiciones de posibilidad para ese “vivir bien”; alienados serían 
los que sirven a otros fines distintos. Hay una correlación entre esta 
distinción y la de remunerados/no remunerados: Muchos trabajos no 
remunerados (¿la mayoría?) son socialmente necesarios, pero no todos 
(por ejemplo, hay funciones asociadas a la imagen del ama de casa y la 
feminidad que no son solo prescindibles, sino que son esclavizantes –ya 
se cuestionó en su día lo alienante que era para las mujeres la 
exigencia de tener la casa como los chorros del oro-). Y muchos trabajos
 remunerados son alienados (sirven solo al proceso de acumulación, pero 
no a los procesos vitales, no satisfacen necesidades; aquí está la 
pregunta de Rosario Hdez Catalán “pero este trabajo yo para qué lo 
hago”). Los trabajos socialmente necesarios deben repartirse (no todos 
ellos son agradables, ni mucho menos) y revisarse su valoración; y los 
alienados deben repartirse hoy por hoy (es clave el reparto de los 
trabajos pagados: hoy por hoy los queremos porque nos dan un salario 
imprescindible para vivir), pero la lucha debe ser por tender a su 
desaparición.
 
Todo lo anterior son meras 
ideas, dibujadas con trazo grueso, para recoger diálogos que hemos ido 
teniendo, y para lanzarlas por si pueden servir en los debates abiertos y
 por abrir.
 (gracias, Sira)
Amaia Pérez Orozco es economista y feminista y este texto forma parte de un trabajo más amplio en elaboración.
Rebelión
 
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=140216