Ignoro si en chino
cantonés existe una máxima similar a nuestro convencimiento de que
nunca es tarde si la dicha es buena. En cualquier caso, ese debió de
ser el pensamiento que rondó por la cabeza del anciano calígrafo
Quian Jian
el día que comunicó a su familia su decisión de transformarse a
sus 84 años en la bella Yiling.
Su historia ha transcendido estos días a los periódicos con esos
tintes morbosos que suelen caracterizar a los relatos sexuales en las
secciones de sociedad. Y, sin embargo, su decisión se ha convertido,
sin duda, en una de las pocas noticias esperanzadoras que hallamos en
unos medios convertidos a golpe de crisis e informes de Standard and
Poor’s en una especia de obituario social cotidiano.
Posiblemente, Yiling
nunca leyó los trabajos de Judith
Butler, ni está al tanto de la
producción teórica de Beatriz
Preciado. De hecho, es más que
probable que nunca haya oído hablar de la teoría queer. Sin
embargo, el ancestral arte de la caligrafía le enseñó a descubrir
que la belleza de los pictogramas no tenía otro origen que no fuera
el trazo firme y preciso que iba componiendo su mano. Una belleza
construida a fuerza de voluntad, trabajando el movimiento de los
dedos para que ningún temblor involuntario desviara el pincel,
calibrando la tinta precisa que asegurara la ausencia de borrones
indeseados. Y esa misma meticulosidad caligráfica dedicó Qujian
Jian a la realización de su más delicado trabajo: la construcción
de Yiling.
Para ello, el calígrafo
decidió primero, hace más de treinta años, llevar pelucas y
vestirse con ropas lo suficientemente ambiguas que le permitieran
liberarse de una indumentaria que reafirmaba una sexualidad social
que él cuestionaba. Después, al cumplir los 60 años, comenzó a
tomar hormonas que le permitieran acercar las formas de su cuerpo a
la percepción de su propia automirada. Finalmente, en 2009, envió
una carta a sus superiores y compañeros de trabajo para comunicarles
la liberación de su nueva identidad como mujer, anhelada desde que
tenía tres años. Ahora, aunque mantiene sus temores ante la
decisión de dar un último paso quirúrgico, Yiling ha tomado las
riendas de su identidad y, con el respaldo de su esposa, proyecta sin
tapujos al mundo su identidad.
La lucha de Quian Jian por
liberar a Yiling es tal vez el mejor referente que podamos tener en
estos tiempos marcados por el determinismo asfixiante de la angustia.
Desde hace décadas el capitalismo realmente existen se ha
vanagloriado del fracaso de cualquier alternativa posible,
presumiendo del monopolio de una supuesta libertad y asegurando que
las pesadillas más atroces se escondidas detrás de las pretensiones
de igualdad.
Hoy
ha llovido mucha hipocresía, cinismo y desesperanza desde la caída
del muro de Berlín. Quienes nos advertían del final de la Historia
tras el fracaso de aquel socialismo, enmudecen ahora ante el derrumbe
del que nos anunciaron como el mejor de los mundos posibles. Su
sistema ha fracasado y ya no sirve el complaciente consejo de que
nada será mejor que esto. Ahora, solo les queda el recurso lastimero
de alabar la madurez con que los ciudadanos encajamos cada vuelta de
tuerca., como una vez más volvió a recordar Mariano
Rajoy en su comparecencia ante la CEOE
mientras Luis de Guindos
solicitaba oficialmente la colonización financiera de España.
Por ello, hemos llegado al
punto de buscar lo nuevo. No será fácil. Tendremos que recurrir a
la firmeza de las cuencas mineras, recordar los antiguas resistencia
de las fábricas, redescubrirlas con la imaginativa mirada de los
jóvenes que toman las plazas. Y aprender a escribirla con
perseverancia y paciencia, aunque tengamos que desechar muchos
papeles emborronados por el camino. Aprender a disñar sus contornos
con la misma meticulosidad y belleza con que Quian Jian compuso su
mejor caligrafía.
José Manuel Rambla
Rebelión
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