Difícil imaginar el mundo actual y
la sociedad creada por la “civilización capitalista”, con la enorme
concentración de las poblaciones en los centros urbanos y en sus
periferias, sin referirse al simultaneo poder “disolvente” y
“aglutinador” del capitalismo industrial en sus dos siglos de
existencia.
Disolvente porque desde su origen
en Inglaterra, para imponerse como el sistema dominante, el capitalismo
tuvo que destruir las antiguas formas de propiedad y de relaciones
sociales que permitían el empleo y la subsistencia de la mayoritaria
población rural, provocando así el éxodo de la población rural
empobrecida que fue aglutinándose en los nacientes centros urbanos donde
los recién creados talleres, fábricas, depósitos, comercios de
exportaciones e importación, y la naciente burocracia necesitaban de una
abundante mano de obra “libre”, asalariada, que podía ser libremente
contratada y despedida. La acelerada urbanización en China es un ejemplo
viviente de este doble proceso.
Pero ahora, en este “nuevo
capitalismo” nacido de las políticas neoliberales, por el desempleo
masivo y crónico entramos en un nuevo ciclo de “disolución social”, con
todos los interrogantes que eso implica en términos económicos, sociales
y políticos.
Un poco de actualidad
El diario Washington Post
reporta (30-05-2012) que la proporción de estadounidenses entre los 25 y
45 años de edad que tienen un empleo es la más baja de los últimos 23
años anteriores a la recesión del 2008.
Las estadísticas no filtradas, que
incluyen el desempleo crónico y el subempleo (1), muestran que el paro
real en Estados Unidos (EE.UU.) es muchísimo más elevado que el 8.1 por
ciento de las cifras oficiales.
En este contexto el gobierno de Washington, según el diario The New York Times
(30-05-2012), cortará los pagos del seguro contra el desempleo a
“cientos de miles de desempleados” a pesar del alargamiento hasta
finales del 2012 que el Congreso había adoptado para ese subsidio. Los
cesantes de larga duración, unas cinco millones de personas que están
sin trabajo desde hace más de seis meses, serán los más afectados.
En España, donde la cesantía afecta
a una cuarta parte de la población trabajadora y al 50 por ciento de la
juventud, el gobierno conservador de Mariano Rajoy, según el diario
británico The Guardian, sigue comprometido en “cortar el gasto para que
el país siga perteneciendo a la zona euro”. En la Unión Europea (UE),
nos recuerda el diario, hay más de 25 millones de personas aptas para el
trabajo que están sin empleos, y otra decena de millones subempleadas.
La trituradora que se llama “flexibilidad laboral”
En este contexto no debe
sorprendernos el rápido aumento de los suicidios por problemas
económicos derivados de la pérdida del empleo, por el estrés en el
empleo o por las bajas en los salarios y las pensiones. Esto se constata
en muchos países de la UE, pero también en EE.UU.
La cuestión del desempleo y del
subempleo constituye el mayor problema estructural del capitalismo en su
fase actual. El “metabolismo” del sistema capitalista para sintetizar
la riqueza extraída de la explotación del trabajo asalariado, la
plusvalía, y sostener el ciclo de consumo que permita realizar esa
plusvalía y garantizar la reproducción del sistema, ha dependido del
equilibrio entre el empleo y el desempleo, y de los “estabilizadores”
que durante las crisis económicas, los momentos de mayor desempleo,
permitieron en el pasado compensar financieramente a los trabajadores
cesanteados hasta el momento en que las economías se recuperaban y
creaban empleos. Esto lo confirma un estudio de la Oficina Nacional de
Investigaciones Económicas (NEBR, en su sigla en inglés) de EE.UU. (2)
Todo esto tiene vastas
consecuencias sociales y políticas, muchas de las cuales son ya
perceptibles en el mundo del “capitalismo avanzado”.
La transnacionalización de las
empresas, el libre comercio, el combate para minar los sindicatos de
trabajadores y poder así bajar los salarios y “flexibilizar” el mercado
laboral, la desregulación financiera, la privatización de las empresas
estatales y el desmantelamiento de los programas sociales, o sea las
políticas neoliberales implantadas desde hace tres décadas y con
creciente rigor, junto a cambios en el modo de producción con la
introducción de la automatización en las cadenas de producción y de la
informática a nivel general, es el marco del gran problema estructural
del empleo en el capitalismo avanzado.
En septiembre pasado el sociólogo
estadounidense Richard Sennett, quien desde hace casi medio siglo viene
estudiando la evolución del trabajo y del empleo, escribía en The
Guardian que este “hecho depresivo” –el desempleo y el subempleo masivo-
no es causa de la Gran Recesión del 2008, y que en efecto desde hace
más de una generación la prosperidad financiera en Europa y Estados
Unidos dejó de depender de una robusta fuerza laboral a nivel domestico
porque lo que las transnacionales producen puede ser hecho a costos más
bajos, y a veces con mejor calidad, “en otros lugares”. Los políticos de
Washington nunca se interesaron en ver las consecuencias de la
automatización.
En el 2011, recordaba Sennett, en
Estados Unidos (EE.UU.) y Gran Bretaña el 14 por ciento de la fuerza
laboral sufría el “subempleo involuntario”, o sea que las personas que
perdieron un trabajo a tiempo completo se debían contentar con un empleo
a tiempo parcial y con un salario más bajo. El impacto del subempleo se
ve en el dramático decaimiento de la salud de esos trabajadores, añade
el sociólogo.
Refiriéndose a esta
“flexibilización” y después de haber revisitado a finales de los 90 a
esos trabajadores de Boston que había estudiado a comienzos de los 70,
Sennett (3) afirma que los trabajadores son obligados a comportarse con
habilidad y abrirse a los cambios repentinos. Y añade que este énfasis
en la flexibilidad cambia el sentido mismo del trabajo…Al atacar a la
burocracia rígida (del pasado) y enfatizar el riesgo, dicen sus
promotores, la flexibilidad da a la gente mayor libertad para conformar
sus vidas. De hecho, el nuevo orden impone nuevos controles en lugar de
abolir las reglas del pasado, pero esos nuevos controles son difíciles
de entender. Muy seguido el nuevo capitalismo es un ilegible régimen de
poder.
Según Sennett el cambio en la
estructura institucional moderna fue acompañado por la imposición de
empleos de corta duración, por contrato o episódicos. En lugar de las
organizaciones en forma de pirámide, los ejecutivos quieren ahora pensar
sus organizaciones en términos de redes…Esto significa que las
promociones y despidos suelen no estar basadas en reglas claras y fijas,
como tampoco lo están las tareas de trabajo secamente definidas; la red
está constantemente redefiniendo su estructura… Las empresas se rompen o
se fusionan, los empleos aparecen y desaparecen, como hechos que no se
relacionan entre sí. La creación destructiva…necesita de personas que no
teman las consecuencias de los cambios, o que ignoren lo que se les
viene encima, escribe el sociólogo estadounidense.
Una prueba actual del estrés
causado por los controles del “nuevo orden” a que se refiere Sennett es
la encuesta de las firmas Sciforma y Zebaz en Francia (basada en mas de
ocho mil entrevistas y publicada en Le Figaro del 31-05-2012), donde se
confirma que quienes tienen trabajo se ven sometidos a un insoportable
estrés: El 89 por ciento de los franceses afirman que trabajan en la
urgencia y todos se quejan del impacto del estrés laboral sobre su vida
privada. Agendas de trabajo excesivas, mayor estrés y siempre menos
tiempo para ejecutar las tareas.
¿El retorno del “tribalismo”?
Escribiendo en The Times of Malta,
el antropólogo Ranier Fsadni (4) se pregunta si la solidaridad, como
principio de la organización social, tiene algún futuro en un mundo en
que ser solidario no significa, en la práctica, más que una expresión de
simpatía o buena voluntad, y no un compromiso con ciertas políticas o
para la cooperación política, y recuerda que Sennett escribió que el
nuevo orden económico está erosionando la capacidad misma de imaginar
una real pertenencia a la sociedad, que la “sociedad moderna” nos
desarticula, nos deshabilita para la práctica de la cooperación, que la
gente está perdiendo sus habilidades para “tratar con las diferencias
intratables” y con todas las capacidades de cooperación que son
necesarias para que funcione una sociedad compleja. Y, por lo tanto, que
el “tribalismo”, la solidaridad restringida a personas que “son como
nosotros”, está vivo y se porta bien.
El antropólogo explica las tres
condiciones que crearon el contexto de esta deshabilitación. La primera
es la creciente desigualdad entre las clases sociales, entre ricos y
pobres, que reduce el terreno común que puede ser compartido entre los
diferentes miembros de la sociedad, incitando a las “políticas de la
tribu”.
La segunda condición son los
importantes cambios en el mundo del trabajo que “minan tanto el deseo
como la voluntad de trabajar” con aquellos que difieren o son
diferentes. La compartimentación de la división del trabajo provoca el
“efecto silo”, y Fsadni elabora en las prácticas de la organización del
trabajo en este mundo de contratos a tiempo limitado, y en un contexto
en el cual –citando a Sennett-, se ve como “normal” que en EE.UU. del 15
al 18 por ciento de la fuerza laboral esté sin un empleo de tiempo
completo por más de dos años, y que el desempleo afecte al 20-25 por
ciento de los jóvenes.
La tercera condición es la
“reacción violenta” o el contragolpe cultural a esta realidad, cuyos
síntomas son los votos ganados por los partidos de extrema derecha, que
proclaman solidaridad y proteccionismo, pero sólo para quienes tienen
las condiciones para pertenecer a la “tribu”.
Y nuevamente cita a Sennett, para
quien que la respuesta a esta “deshabilitación” ha sido el nacimiento de
un nuevo tipo de carácter: un carácter dispuesto a minimizar las
diferencias –políticas, étnicas, religiosas o eróticas- para proclamar
que todos somos “básicamente lo mismo”. Pero que constituye una forma de
abstenerse, de no comprometerse, y por lo tanto es algo problemático
para aquellos cuya diferencia es evidente.
Refiriéndose al alto porcentaje de
votos que en las ultimas elecciones presidenciales en Francia recibió el
xenofóbico partido Frente Nacional de Marine Le Pen, Fsadni puntualiza
que eso fue posible porque Le Pen no tuvo temor de plantear cuestiones
fundamentales sobre la solidaridad y la desigualdad, y porque sus
respuestas fueron “tribales”.
Los políticos europeos deberán
tener el valor de plantear estas cuestiones, no sólo de manera retórica,
sino dando respuestas complejas y realizables. De no ser así, para
Fsadni, la cohesión social que es posible por la solidaridad perderá su
“promesa de emancipación” y retornará a “sus connotaciones de unidad
represiva”.
Muchos se preguntan si los partidos
de la derecha, en muchos países europeos, podrán resistir a la
tentación totalitaria, a ese tribalismo que representa la extrema
derecha.
Pero no todo es tan sombrío como
parece. En países europeos estamos asistiendo en el contexto de un gran
descontento popular, particularmente de la juventud, al renacimiento o
fortalecimiento de una izquierda radical organizada (los frentes y
coaliciones de izquierda) con capacidad de movilización popular y de
convocatoria electoral.
La Vèrdiere, Francia.
2.- Ver (NBER Working Paper No. 17830) en http://www.nber.org/
3.- Traducción libre de citas del
libro The Corrosion of Character: The Personal Consequences of Work in
the New Capitalism (1998) de Richard Sennett, que revisita la
investigación en Boston a finales de los 60 y comienzos de los 70, tema
del libro The Hidden Injuries of Class, Richard Sennett y Jonathon Cobb,
1972.
4.- Ranier Fsadni, The future of solidarity. 3 de mayo 2012 en The Times of Malta.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
http://alainet.org/active/55227
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