Comienza de forma casi imperceptible: una gota de agua se filtra en
una cueva transportando depósitos minerales. Tras esa gota van
sucediéndose lentamente otras muchas, que van dejando al caer una
minúscula capa de calcita, hasta que finalmente se forma una
estalactita, producto de un proceso de siglos e incluso milenios. A su
vez, esas gotas de agua mineralizada van cayendo lentamente, formando en
el suelo estalagmitas. A lo largo de mucho tiempo, incluso llegan a
unirse estalactita y estalagmita, configurando así una columna dentro de
la cueva.
Así sucede también en y con nuestra existencia personal y colectiva.
Van sucediéndonos cosas, a menudo imperceptiblemente, quedando
depositadas en nuestras mentes y acabando por formar parte de nuestra
identidad. Nace así también en el inconsciente colectivo la idea de que
poco podemos hacer ante lo que va aconteciendo, como si alguna entidad
misteriosa estuviese por encima de nuestras voluntades rigiendo nuestros
destinos.
Son millones de pequeñas gotas vitriólicas que van corroyendo el
ánimo. Me pregunto, por ejemplo, qué habrá sido de esas tres bolsas de
plástico negras que contenían 1,5 millones de euros en billetes de 500,
que fueron mutando en 1,2 millones a las pocas horas y en 450.000 euros
al día siguiente en la comisaría de policía. La pregunta no interpela
solo a las dueñas del dinero, unas monjas cistercienses de Zaragoza,
sino sobre todo a la policía, la inspección de Hacienda y la fiscalía
que deben de estar investigando (¿o no?) sobre el caso. Y a los medios
de comunicación. La cosa es que nada ha vuelto a saberse, bien por el
fugaz devenir de las noticias o más bien por el posible interés de
algunos por que todo quede enterrado en el monte del olvido.
Y sigue el goteo. El fiscal limita la responsabilidad del Yak-42 a
solo dos de los seis mandos imputados y el Gobierno acaba por
indultarlos de la inhabilitación especial por falsear la identidad de 30
de los 62 militares fallecidos. Entretanto, Federico Trillo,
por aquel entonces flamante ministro de Defensa (¡viva Honduras!),
ostenta su nuevo cargo de embajador de España en el Reino Unido.
Otra gruesa gota de calcita (¿o es ácido sulfúrico?): el Gobierno de Zapatero, perpetra uno de sus últimos descomunales yerros e indulta apresuradamente también al consejero delegado del Banco Santander, Alfredo Sáenz,
de la condena de tres meses de arresto e inhabilitación que le había
impuesto el Tribunal Supremo. Por no irle a la zaga, el Gobierno de Rajoy,
tras autorizar subidas de precios en la electricidad y el gas, aprueba
una amnistía fiscal que permite a los defraudadores y evasores
regularizar el dinero negro evadido y defraudado a cambio de pagar un
simple gravamen del 10%.
Crece la estalactita dentro de nosotros, a la vez que escuchamos sin
cesar el mensaje de que es idiota quien aún espera igualdad y justicia
en el mundo, pues solo parece realista y válido sumarse al reducido
montón de ricos, “winners” y demás sanguijuelas de la población nacional
y mundial que viven cada vez mejor a costa de la ruina del resto. Se
derrumban cajas y bancos por todo el suelo hispano, pero sus dirigentes
salen de rositas, además de forrados a base de indemnizaciones,
pensiones y blindajes varios, en lugar de ir al juzgado y a la cárcel.
Juegan con ese gota a gota sobre cada uno de nosotros para no salir a la
calle a reclamar por las buenas (o por las malas, depende de ellos)
justicia e igualdad.
Los dependientes deben hacer aún más deberes para poder ser
atendidos, pues el Gobierno ha decidido endurecer las condiciones para
poder ser tenidos en cuenta. Para colmo, a Carlos Dívar,
presidente del TS y del CGPJ, no le ha rozado todavía una mosca, pero
Arnaldo Otegi sigue en la cárcel hasta 2016 por razones que enrojecen al
observador neutral.
Entre todo este trepidar de la estalactita que va creciendo día a día
dentro de cada uno de nosotros, algunos ayuntamientos se caen del
guindo y estudian cobrar el IBI a la iglesia católica. Hacen lo que
algunas asociaciones, como Europa Laica, llevan reclamando desde hace
años, si bien ajustando mejor el punto de mira: mientras estén vigentes
el Concordato de 1953 y los Acuerdos de 1979 entre el Estado Español y
la “Santa Sede” (¡), la iglesia católica goza de exención total, entre
otros, de los Impuestos sobre Sucesiones y Donaciones y Transmisiones
Patrimoniales, de la Contribución Territorial Urbana de los siguientes
inmuebles, de los impuestos reales o de producto, sobre la renta y sobre
el patrimonio y de las contribuciones especiales y de la tasa de
equivalencia, así como a los beneficios fiscales previstos para las
entidades sin fin de lucro. Esos alcaldes deberían ante todo preguntar a
sus partidos y dirigentes por qué llevan treinta años sin osar poner en
cuestión ni el Concordato ni los Acuerdos.
Antonio Aramayona – ATTAC CHEG Aragón.
El Periódico de Aragón
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