La
imagen no puede ser más simbólica. Bankia enderezada y sólida (como nos
la presenta el Gobierno) frente al suelo, el horizonte, el resto de los
edificios, farolas y coches torcidos. Aquel país que votó el 20 de
noviembre, harto y esperanzado, ha llegado a altas cotas de desaliento.
Las últimas encuestas sociológicas muestran a una ciudadanía que no sabe
adónde acudir primero a achicar los agujeros de la estupefacción. El
nuevo Míster Liebaert (antes Urdangarín), el presidente de los más altos
estamentos judiciales, Carlos Divar, una situación económica que
encuentran mala o muy mala el 96% de la población, según encuesta de
Metroscopia. 23.400 millones de euros para la propia Bankia, es decir,
más del doble de lo restado a sanidad y educación a la sociedad.
Desahucios por impago de hipotecas a un banco sostenido con dinero
público. Despidos y pensiones multimillonarias para sus malos gestores.Y
entretanto amenazas de nuevos recortes, sacrificando el Estado del
Bienestar en el altar de la austeridad. En consecuencia, justicia,
iglesia, monarquía, parlamento, gobierno, partidos políticos,
autonomías, todo se encuentra en entredicho. Incluso buena parte de los
medios informativos navegando entre la frivolidad y la manipulación.
Si nos atenemos a los datos demoscópicos que proporciona este artículo “Del “shock” económico al democrático”, el
más aterrador de todos es que en los últimos 7 meses, el porcentaje de
personas que piensa que “el actual sistema democrático sigue siendo,
con todos sus defectos e insuficiencias, el mejor que ha tenido nuestro
país en su historia ha caído del 72% al 56%”. No nos
detallan si prefieren cualquier otro de la larga senda de catástrofes
que han jalonado nuestra trayectoria (dictaduras largas y cortas,
monarquías de variado signo o dos efímeras repúblicas) o si piensan en
la búsqueda de una nueva democracia participativa y más real, como
propone el 15M en su más amplio concepto: el de la una sociedad
indignada que lo que quiere es enderezar los continuos desatinos a los
que asistimos.
No sabemos si a echar agua a la deuda ardiente, sacar la cabeza del
lodazal de la corrupción y de los repartos de cargos y prebendas a
familiares y amigos, o asumir ese futuro que, aún basado solo en los
optimistas cálculos de la religión neoliberal, sitúan la recuperación de
España en 2017 y el empleo en 2023 como hace el FMI. ¿Optamos entonces por renunciar a la democracia? ¿A cambio de qué?
Hemos aceptado impertérritos que la UE sustituyera democracias por
tecnocracias, comenzando incluso por Grecia la creadora del concepto y,
ahora, el deterioro económico -que no causamos- parece hacernos dudar de
los propios valores de un gobierno de todos, en libertad, y de los
instrumentos que lo llevan a cabo.
El presidente que en campaña electoral llegó a prometer “devolver la felicidad” a los españoles,
se ha quemado a velocidad de vértigo. La prensa internacional
resalta sus incomparecencias, que presentara tarde las cifras del
déficit por motivos electorales, sus presupuestos y, abierta la
veda, critica hasta, como hace la influyente agencia británica Reuters,
que Rajoy (y buena parte de sus ministros) sea un “provinciano”, sin experiencia internacional y con un nivel limitado de inglés.
Al igual que los principales medios extranjeros, Mario Draghi, el
tecnócrata que dirige el BCE, califica de “desastrosa” la gestión
llevada a cabo en Bankia, completa, de principio a fin. Nos refriegan la
burbuja inmobiliaria que deja sus heces en el sistema bancario. Los
medios inventores de etiquetas ya hablan de “Spanic” (Pánico/España).
Lo que se destaca menos es el abuso del Decreto Ley para imponer, sin
debate, durísimas reformas, y no solo económicas. Y sobre todo la
persecución de las protestas ante tanto desatino, con una nueva
redacción del Código Penal que equipara a “terrorismo” participar en
ellas o convocarlas si se produce algún incidente, y “atentado a la
autoridad” la resistencia pasiva. Manifestantes en la cárcel hasta un
mes tras su detención, con peticiones de penas de tal monto que cuesta
creer en democracia y en un país que hace gala de la impunidad en
delitos graves. Incluso no tipificados como la estafa a la sociedad.
La democracia se está viendo amenazada, pues, desde múltiples
flancos. El más peligroso, sin embargo, es la aceptación de que ha de
ser así sin hacer nada por regenerarla. La pregunta clave es ¿adónde
esperan que nos lleve este camino? ¿A mantener un poder financiero
artificialmente enhiesto como bandera de un mundo que se tambalea?
Rosa Mª Artal
eldiario.es
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