Si la izquierda tradicional ha estado genéricamente a la altura de las circunstancias, cabe preguntarse de quién no puede decirse otro tanto. Me olvidaré ahora de la ruindad ingente que rodea a los sindicatos mayoritarios; qué llamativo parece que haya sido el movimiento 15-M el que haya convocado el pasado día 19 las manifestaciones contra el Pacto del Euro, mientras las cúpulas de CCOO y UGT guardaban silencio. Me interesa prestar atención, antes bien, a un grupo humano cuya conducta ante los hechos de las últimas semanas merece más de un comentario. Hablo de esa constelación progresista de la que forman parte un buen puñado de estrellas de la intelectualidad y de las artes.
Lo primero que me produce sorpresa es el hecho de que estas gentes no duden en utilizar, para identificarse, la etiqueta de progresistas. Pocos términos hay más gastados que éste. Gastados, en primer lugar, por la retórica vacua que ha empleado en los últimos decenios el partido que sigue dirigiendo el Gobierno español. ¿Cómo es posible que quienes en estas horas afirman que quieren romper amarras con todo lo que significa ese partido no duden en seguir empleando un calificativo tan delatador? Siempre cerca de estructuras de poder, nuestros progresistas se han adherido en el pasado a todas las miserias imaginables. ¿Alguien ha olvidado, por cierto, la lista de partidarios del Tratado Constitucional de la Unión Europea --surtidor principal de la mierda que hoy arrastramos-- que promovió la SGAE en diciembre de 2004? No parece, en un terreno próximo, que estas gentes se hayan desmarcado convincentemente de sus intereses personales, en un escenario en el que no menudean las noticias que den cuenta de cómo han reconocido públicamente sus errores del pasado. Mientras, por un lado, nunca han pisado un centro social okupado --para algo están los oropeles del Círculo de Bellas Artes madrileño--, por el otro han mantenido hasta hace bien poco --acaso algunos la mantienen todavía-- una relación muy cálida con esos dos combativos sindicatos que he mencionado unas líneas más arriba. Hablo de gentes, en fin, que se autoatribuyen la conciencia de la izquierda y que estiman que no podríamos pasar sin el socorro de sus declaraciones y manifiestos.
Tengo la firme convicción de que los intelectuales y artistas progresistas arrastran problemas graves en materia de comprensión de lo que ocurre entre nosotros. En su discurso lo suyo es que se denuncie lo que está en la epidermis mientras se esquivan las cuestiones de fondo. Si la corrupción y la precariedad forman parte de la primera, el capitalismo y la supeditación del poder político a sus reglas viven entre las segundas. La única respuesta posible y consecuente --así lo han entendido amplísimos sectores del movimiento 15-M-- asume la forma de la contestación franca del capitalismo desde perspectivas antiproductivistas, antipatriarcales e internacionalistas. Semejante proyecto casa mal, dicho sea de paso, con la obsesión de nuestros intelectuales y artistas por los partidos y las elecciones. ¿Cuál no será al respecto la última idea brillante que estarán iluminando en lo que se refiere a maravillosos frentes en los que confluyan algunos de los primeros? ¿Y qué líderes nos propondrán ahora? ¿Habrá alguno que no huela a lo mismo de siempre, al designio de reunir a la izquierda claudicante bajo banderas aparentemente nuevas? Qué significativo resulta que muchos de quiénes hace bien poco le reían las gracias al PSOE se sientan hoy traicionados. ¡Vaya que han tardado tiempo en tomar nota de la realidad! Lo de Izquierda Unida, entre tanto, no parece convencerles, acaso porque en el maltrecho proyecto de la refundación no se les reservaba el lugar que esperaban, acaso porque siguen pensando que es preferible ser cola de león que cabeza de ratón.
Mayor relieve que todo lo anterior corresponde, sin embargo, a un hecho: nuestros intelectuales y artistas se han visto por completo desbordados por lo que ha ocurrido tras el 15 de mayo. Y su situación es incómoda, antes que nada, por algo que salta a la vista: nada han tenido que ver con la gestación de un movimiento que, por razones fáciles de intuir, no comprenden, inmerso como está en la vorágine de la asamblea y de la autogestión, lejos de divos y de famoseos. En lugar de acercarse humildemente a lo que empezaba a manifestarse, se han entregado con pundonor a la tarea de rebajar la radicalidad de la propuesta que veía la luz en las plazas, procurando adaptarla a una letanía repentinamente superada por la reacción airada de los jóvenes. Para ello han dispuesto, como siempre, de los resortes preceptivos que ofrecen los medios progresistas: El País y la SER, Público y Radio Nacional.
Sin norte, nuestros amigos procuran en estas horas, con escaso éxito, recuperar el protagonismo que tanto les gusta. Bueno sería que tomasen nota, sin embargo, de algo que parece evidente: los indignados no sólo lo están con los banqueros y con los gobernantes que les sirven. No sienten ningún cariño, tampoco, por quienes han reído las gracias demasiadas veces a los unos y a los otros. Para certificarlo basta con echar una ojeada a los foros de muchos de esos medios de comunicación progresistas que acabo de nombrar.
Carlos taibo
Rebelión
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