Originalmente la prensa alternativa se definió como “contrainformación”, para destacar su carácter antagonista respecto a la información que fabrican los “medios convencionales” [1]. Suele entenderse que la “contrainformación” tiene su público en la “contrasociedad”, y por tanto que la prensa alternativa se dirige a los sectores sociales alternativos, que cuentan ya con capacidad crítica respecto a la prensa del sistema y que no están bajo su influencia. Pero si consideramos que la función fundamental de la prensa alternativa es disputarle la influencia social a los poderes mediáticos, abrir brechas en su capacidad para crear opinión, dotar a la ciudadanía de herramientas para descifrar los códigos que utilizan los medios convencionales para manipular los hechos, convencerla de que no sólo deben dudar de lo que les cuentan, sino además buscar al menos una “segunda opinión” alternativa… entonces hay que “desinformar”, es decir, romper la credibilidad de la “información” que difunden los medios convencionales, que en su conjunto cumplen una función esencial para la producción de lo que Juan Ramón Capella llama “los ciudadanos siervos”.
“Desinformémonos” pues. Pero también “ deseduquémonos”
“Educación para el desarrollo” es uno de los términos más confusos de la jerga de la cooperación internacional y convendría irlo descatalogando. Proviene de los tiempos en que los países del Sur eran caracterizados como “subdesarrollados” y el “desarrollo” consistía en aproximarlo a las condiciones y modo de vida de los países del Norte. Esta ideología sigue contaminando la mayoría de las actividades actuales de ONGD, aunque se añadan adjetivos levemente críticos tipo “desarrollo humano”, “sostenible”, etc.
Además, la propia idea de “educación” es cuestionable. En general, se entiende como una actividad complementaria de la educación formal y a cargo de las ONGD como especialistas en la materia. Sin entrar en la compleja discusión sobre la discutible utilidad formativa de las “asignaturas complementarias”, lo que está claro es que su contenido queda subordinado al ideario del centro escolar y que su consideración como “titulación propia” de las ONGD refuerzan su contenido consensual y acrítico. José López Rey lo ha caracterizado muy bien: “Toda ONG recurre a mensajes consensuados que le permiten conectar con aspiraciones y valores ampliamente extendidos en la población” [2] (aunque hay que matizar que no “todas”, sí la mayoría).
En estos mensajes, las críticas a las “injusticias” del sistema evitan el análisis de la realidad concreta, de forma que, por ejemplo, puede criticarse la “codicia” de las empresas transnacionales, pero mirando a otro lado cuando se trata de poner nombres y hechos concretos, máxime cuando se trata de empresas potenciales patrocinadores o financiadores, por ejemplo, Repsol, Telefónica o el Santander. Como dicen Víctor Sampedro y Ariel Jerez, las ONGD difunden “una perspectiva alarmista (…) con contenidos primordialmente morales presentados con un perfil político bastante difuso”. [3]
Con esta orientación, la “educación para el desarrollo” tiende a potenciar la percepción de la realidad y la jerarquía de valores que difunde el sistema educativo al servicio de la legitimación del orden establecido. Pero la extensión de una genuina conciencia solidaria exige un cuestionamiento de esa percepción y esos valores, es decir, “deseducarnos” respecto a lo que se entiende y se practica como “educación” en nuestra sociedad.
En su sentido habitual, la “educación para el desarrollo” no tiene obviamente ningún vínculo con la prensa alternativa; por el contrario su referencia informativa está en los medios convencionales. Son estos medios los agentes de un mecanismo en tres pasos, básico para el funcionamiento de la mayoría de las ONGD: prioridad a informaciones del Sur relacionadas con miserias y catástrofes; producción de compasión en lectores y audiencia; donaciones a ONGD. Muy frecuentemente, esos medios justifican el tratamiento sensacionalista de los hechos sociales en los países del Sur por su impacto en lo que llaman “solidaridad ciudadana”, que en realidad se mide en donaciones a las cuentas corrientes que se difunden profusamente, sobre todo en situaciones de catástrofes. La mayoría de las ONGD, especialmente las titulares de esas cuentas, se sienten cómodas ante esta relación simbiótica y se cuidan de criticar esta habitual intoxicación mediática que, por otra parte, contribuye a la “educación” de la gente más que mil proyectos de “educación para el desarrollo”. El resultado es potenciar la pasividad de la ciudadanía, horrorizada e impotente ante tragedias lejanas, que sustituye con una donación la acción social que no quiere o no sabe cómo plantearse.
En cambio, es esencial el vínculo entre prensa alternativa y aquellas ONGD que consideran como una tarea fundamental contribuir a crear en sus propios países un movimiento social solidario con los países del Sur. Este es, en definitiva, el sentido de las actividades de las pocas ONGD que entienden su actividad como un compromiso solidario, y por tanto radical y concretamente crítico, con los poderes establecidos y el modo de vida de los países del Norte. Para estas ONGD utilizar el término “educación para el desarrollo” es un convencionalismo que imponen las convocatorias de subvenciones, sin mayor importancia.
La necesidad de una vinculación entre la prensa alternativa y las ONGD con un sentido militante de la solidaridad está en que ambas necesitan promover una ciudadanía socialmente (o, mejor, sociopolíticamente) activa y, cada una en su campo, contribuir conjuntamente a lograrla.
Las condiciones básicas para una ciudadanía activa en la solidaridad Norte-Sur son: una buena información sobre los acontecimientos de la actualidad y su marco de referencia en las relaciones internacionales; un conocimiento y valoración de objetivos que propongan responder eficazmente a los efectos inmediatos y modificar radicalmente a medio plazo sus causas; y una voluntad de movilizarse colectivamente para alcanzarlos.
Especialmente el primer punto es un campo compartido entre prensa alternativa y ONGD. Ello requiere que estas desarrollen políticas de comunicación potentes y creíbles, es decir, con sentido crítico y autocrítico, basadas en lo que constituye su valor específico: la relación solidaria con organizaciones sociales del Sur con las que compartan no simplemente la gestión de proyectos sino objetivos sociales y políticos comunes. Entre ellos, uno de los más importantes es contribuir a que exista una buena información sobre los países del Sur, porque como advertía hace ya muchos años Manuel Vázquez Montalbán: “El Norte está en condiciones de imponer al Sur no solamente una sucursalización de la verdad que recibe, sino un falso imaginario sobre sí mismo y una falsa conciencia sobre cuáles son las auténticas necesidades y su verdadera identificación”. [4]
Finalmente, otro objetivo común de la mayor importancia es “crear demanda” de una información veraz y, por tanto, alternativa. Hay que reconocer que la gran mayoría de las y los activistas sociales, tanto de la solidaridad internacional como del ecologismo, el feminismo o la izquierda política se sigue informando por los medios convencionales; sólo una parte muy reducida sigue y apoya a los medios alternativos. Así no hay manera. Hay una necesidad de apoyo mutuo, que se reconoce, pero no se concreta. Quizás una forma de salir de este bloqueo sea poner en marcha nuevos proyectos de comunicación conjuntos, destinados seriamente a cuestionar el monopolio de los medios convencionales sobre la información que recibe la mayoría de la población. Es una tarea ambiciosa y arriesgada, pero no imposible. Hay todavía un medio de difusión potencialmente masivo, que no está determinado por inversiones millonarias de capital que están fuera de nuestro alcance. Un medio en el que con buen trabajo cooperativo y recursos materiales relativamente modestos puede conseguirse una información de calidad e influencia social. Es la televisión por Internet. ¿Lo intentamos?
Nota al margen: Al final de su poema, Benedetti se pone serio, como no podía ser menos: “desinformémonos hermanos/ hasta que el cuerpo aguante/ y cuando ya no aguante/ entonces decidámonos/ carajo decidámonos/ y revolucionémonos”. Los versos también valen para “deseduquémonos”.
Miguel Romero es editor de VIENTO SUR.Este artículo ha sido publicado en el Cuaderno Comunicación, educación y desarrollo, Paz con Dignidad - Revista Pueblos, Toledo, febrero 2011.
Notas[1] Terminología de Chomsky y Herman para los medios de comunicación integrados en el sistema
[2] LÓPEZ REY, José Antonio: La percolación cultural del mercado en el tercer sector: el caso de las Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo. Capítulo 5.
[3] SAMPEDRO, Víctor y JEREZ NOVARA, Ariel Visibilidad pública y tratamiento informativo del movimiento de cooperación al desarrollo (1992-2002). Política y Sociedad, 2004, Vol 41 – Número 1.
[4] Historia y comunicación social, Editorial Crítica, Barcelona, 1997.
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