Al persistente nuevo
levantamiento en Turquía le siguió uno aún más grande en Brasil, que a
su vez fue seguido por otro menos difundido, pero no menos real, en
Bulgaria. Por supuesto, no fueron los primeros, sino meramente los más
recientes en una serie en verdad mundial de tales levantamientos en los
últimos años. Hay muchas formas de analizar este fenómeno. Los veo como
un proceso continuado de lo que comenzó como la revolución-mundo de
1968.
Con toda seguridad, cada levantamiento es particular en sus detalles y
en la compenetración interna de las fuerzas en cada país. Pero hay
ciertas similitudes que deben apuntarse, si es que pretendemos hacer
sentido de lo que está ocurriendo y decidir lo que deberíamos hacer
todos nosotros como individuos y como grupos.
El primer rasgo común es que todos los levantamientos tienden a
empezar con muy poco –un puñado de gente valerosa que se manifiesta en
torno a algo. Y luego, si prenden, lo cual es en gran medida
impredecible, se vuelven masivos.
De pronto no es sólo el gobierno que está bajo asedio sino, hasta
cierto punto, el Estado como Estado. Estos levantamientos son una
combinación de aquellos que llaman a remplazar al gobierno por uno mejor
y aquellos que cuestionan la mera legitimidad del Estado. Ambos grupos
invocan la democracia y los derechos humanos, aunque las definiciones
que brinden de estos dos términos sean muy variadas. En general, la
tonalidad de estos levantamientos comienza del lado izquierdo de la
arena política.
Por supuesto, los gobiernos en el poder reaccionan. Cada uno intenta
reprimir el levantamiento o intenta apaciguarlo con algunas concesiones,
o intenta ambas respuestas. Con frecuencia la represión resulta, pero
en ocasiones es contraproducente para el gobierno en el poder, y atrae
más gente a las calles. Las concesiones funcionan con frecuencia, pero
algunas veces son contraproducentes para el gobierno, y conducen a que
la gente en la calle escale sus demandas. Hablando en general, los
gobiernos intentan la represión más que las concesiones. Y, por lo
general, la represión tiende a funcionar en un relativamente corto
plazo.
El segundo rasgo común de estos levantamientos es que ninguno
continúa a gran velocidad por demasiado tiempo. Quienes protestan se
rinden ante las medidas represivas. O se ven cooptados, hasta cierto
punto, por el gobierno. O los desgasta el enorme esfuerzo requerido para
las manifestaciones continuadas. Este desvanecimiento de las protestas
abiertas es absolutamente normal. Esto no indica el fracaso de las
mismas.
Ése es el tercer rasgo común de los levantamientos. Sea como
sea que llegue a su fin, nos brindan un legado. Han cambiado en algo la
política del país, y casi siempre para mejorar. Han puesto en la agenda
pública un asunto importante, como por ejemplo las desigualdades. O han
incrementado el sentido de dignidad de los estratos bajos de la
población. O han incrementado el escepticismo en torno a la verbosidad
con la que los gobiernos tienden a enmascarar sus políticas.
El cuarto rasgo común es que, en todos los levantamientos, muchos de
los que se unen, en especial si se unieron tarde, no lo hacen para
profundizar los objetivos iniciales, sino para pervertirlos o para
impulsar hacia el poder político a grupos de derecha, diferentes de
quienes están en el poder pero de ningún modo gente más democrática o
que impulse los derechos humanos.
El quinto rasgo común es que todos se ven embrollados en el forcejeo
geopolítico. Los gobiernos poderosos fuera del país en el que ocurre el
desasosiego trabajan duro, aunque no siempre con éxito, para ayudar a
que los grupos que le son favorables a sus intereses se hagan del poder.
Esto ocurre con tanta frecuencia que, por ahora, una de las cuestiones
inmediatas acerca de un levantamiento particular es siempre, o debería
ser siempre, cuáles serán las consecuencias para el sistema-mundo como
un todo. Esto es muy difícil, dado que las consecuencias geopolíticas
potenciales pueden conducir a que alguien quiera ir en dirección opuesta
a la inicial dirección antiautoritaria.
Finalmente, recordemos que en esto, como en todo lo que ocurre ahora,
estamos en medio de una transición estructural que va de una
economía-mundo capitalista que se desvanece a un nuevo tipo de sistema.
Pero ese nuevo tipo de sistema podría resultar mejor o peor. Ésa es la
real batalla en los próximos 20-40 años, y el cómo nos comportemos aquí,
allá o en todas partes deberá decidirse en función de esta importante
batalla política fundamental a nivel mundial.
Immanuel Wallerstein
La Jornada
No hay comentarios:
Publicar un comentario