domingo, 28 de julio de 2013

La corrupción es el resultado de la existencia de grandes poderes económicos

La corrupción política no es un fenómeno exclusivamente español, a pesar de lo que nos pueda parecer observando los recientes escándalos relacionados con la trama de financiación ilegal del Partido Popular. En todos los países del mundo la corrupción política y empresarial es una lacra que beneficia a ciertos sectores de la población a costa de perjudicar a otros. No obstante, lo que sí parece ser cierto es que en nuestro país la corrupción ni está tan mal vista ni está tan castigada como en otros países del centro y norte de Europa. Y en esto tiene mucho que ver la tradición democrática que existe en cada país, pues en aquellas regiones donde más tiempo llevan rigiéndose por instituciones democráticas, mejores son los mecanismos de detección y penalización de prácticas corruptas; y al revés. Es por ello que no sorprende ver cómo países que han sufrido dictaduras recientes como España, Portugal o Grecia presenten unos índices de corrupción (según la organización Transparencia Internacional) más elevados que otros países con mayor tradición democrática como lo pueden ser Francia, Reino Unido o los Países Bajos. No es muy difícil de imaginar: si durante los regímenes dictatoriales las oligarquías dominantes podían hacer cualquier cosa que se les antojase sin apenas controles ni limitaciones, no nos debería sorprender mucho que a pesar de las transiciones democráticas dichas élites hayan seguido considerando “normales” ciertas prácticas corruptas.

Pero no nos desviemos del tema. ¿En qué consiste exactamente la corrupción política? Muchas veces se utiliza este término sin entender muy bien a qué puede hacer referencia. En realidad, existen muchas formas de corrupción. Entre las más destacadas cabe mencionar el tráfico de influencias, el patrocinio, los sobornos, las extorsiones, la malversación, la prevaricación, el caciquismo, la cooptación, el nepotismo y la impunidad. Todas ellas son formas muy diferentes de utilizar el poder público en aras de un beneficio propio. Pero a la que nos estamos acostumbrando últimamente y la que es en sí posiblemente la más grave es la que tiene que ver con el soborno (o cohecho). El cohecho es un delito por el cual una autoridad pública acepta un donativo o regalo por parte de alguien a cambio de realizar un acto determinado relacionado con su cargo. Es importante tener en cuenta esto porque el hecho de que el extesorero del Partido Popular recibiera “donativos” por parte de determinados grupos empresariales no hace sino evidenciar un delito de cohecho. En este contexto “donativo” suena mejor que “soborno”, pero no deja de ser lo mismo. Las empresas no le hacían regalos al Partido Popular por amor al arte, sino que obviamente lo hacían esperando alguna contraprestación.

Para que exista un gobernante sobornado debe existir también un agente que lo soborne. Y para que pueda sobornar de forma efectiva el agente en cuestión tiene que poseer y controlar muchísimo dinero. Y es aquí donde encontramos el denominador común de todos los países del planeta que sufren este tipo de corrupción. No podemos olvidar que vivimos en sociedades capitalistas donde la riqueza y la renta están distribuidas de una forma muy asimétrica. En estas sociedades siempre hay súper-ricos, y súper-pobres. Y mientras existan los primeros seguirá existiendo el riesgo de que los gobernantes sean sobornados. No es casualidad que los países donde existen niveles bajos de corrupción sean también los que gozan de una distribución de la renta más igualitaria (Dinamarca, Finlandia, Suecia, Países Bajos…).

Mientras existan poderes económicos tan vigorosos, el poder político será más fácilmente sobornable. Esto es algo que no se le escapa a la mayoría de la población. Según una encuesta de la ONG Transparencia Internacional, un 66% de españoles cree que el gobierno actúa “en gran medida” o “totalmente” guiado por los intereses de grupos de presión  y grandes empresas. Al mismo tiempo, según las últimas cifras del Centro de Investigaciones Sociológicas, la gran mayoría de la población indica que los bancos tienen más poder que los gobiernos, mientras que colocan a las grandes empresas casi en el mismo escalón.

Por eso ningún país del planeta se libra de este tipo de corrupción, porque vivimos en un mundo capitalista en el cual 41 de las 100 mayores economías mundiales son empresas (el resto son países). Frente a poderes económicos tan importantes y preponderantes, cualquier esfuerzo por combatir la corrupción se quedará corto. Si se quiere batallar con eficacia la corrupción no queda más remedio que atacar a la raíz del problema, y ello pasa necesariamente por la reducción y debilitamiento de estos desmesurados poderes económicos.

Eduardo Garzón
Saque de esquina

Artículo publicado en el diario digital Andaluces.es, 22 de julio de 2013

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