"Que los árboles no nos impidan ver el bosque"
Los datos de la corrupción generalizada en la política y en las
instituciones españolas están a la vista de todos. El abismo entre lo
que los potentes consideran normal y lo que la mayoría de las gentes ven
como inmoral e inaceptable está ahí, y es inaceptable. Pero no es lo
esencial. Que los árboles no nos impidan ver el bosque.
El bosque es el fracaso de las políticas emprendidas desde los años
ochenta del siglo pasado, la supuesta modernización de España. Todo el
castillo de naipes se ha venido abajo: cada año se predica la
recuperación para más adelante y cada año la crisis y el paro se vuelven
mayores, y se precarizan y debilitan los diferentes vínculos que
cohesionan la sociedad. ¿De quién, de dónde y para hacer qué pueden
surgir las inversiones que pongan en movimiento a seis millones de
parados? ¿Qué perspectiva pueden tener los españoles? ¿Hacia dónde nos
llevan las políticas de recortes que descapitalizan los hogares, las
escuelas, las universidades, los dispensarios y los hospitales, el
comercio y las industrias, incluidas las industrias culturales clave?
¿Desde dónde se ha gestado esta catástrofe que no tendrá fin mientras
manden quienes mandan y han mandado? Repasemos la historia.
El capítulo primero de esta historia es la transición: una
transición que las gentes vivían alegremente como fin de la dictadura
pero que creaba un sistema político deliberadamente hermético a sus
demandas para que, a pesar de las libertades, el sistema de dominio
social siguiera igual. Como hemos podido ver.
El capítulo segundo es el viraje político emprendido por Felipe
González en el gobierno: una política económica neoliberal. O sea, las
primeras privatizaciones, el ingreso en la Unión Europea, el
desmantelamiento exigido por ésta de algunas grandes industrias como la
siderurgia, la construcción naval, la minería, y la limitación, también
europea, de la ganadería y la agricultura. Aunque gracias a las ayudas
europeas todo fue posible: las olimpiadas de Barcelona, la expo de
Sevilla, la alta velocidad ferroviaria... Ahí empezó la alegría mientras se desmantelaba parte del país. Las viviendas valían
cada vez más y muchos se creyeron millonarios. El gobierno repartía
alegremente las cartas de los grandes negocios; algunas compañías e
instituciones públicas fueron puestas bajo el mando de franquistas
reconvertidos.
Se entró en la Otan contra la opinión de la mayoría de los españoles,
que aceptaron el engaño de que no estaríamos en su estructura militar.
Era un primer auge del timo, del fraude: un gobernador del Banco de
España, un director general de la Guardia Civil, una directora del
Boletín Oficial del Estado y algún ministro tuvieron que pasar una
temporada a la sombra. Mario Conde desvalijaba Banesto desde dentro pero
recibía doctorados honoris causa. El estado organizó una banda de
delincuentes, los GAL, para matar etarras al margen de la ley. Un
ministro, Corcuera, propugnaba que la policía entrara en las casas
pegando una patada en la puerta y otro, Barrionuevo, dirigía el
terrorismo de estado. La UGT fue extorsionada en la persona de Nicolás
Redondo; Comisiones Obreras defenestró pasito a pasito a Marcelino
Camacho.
Así se llegó al tratado de Maastricht de 1991, contra cuya firma
Izquierda Unida se quedó sola, acompañada únicamente por los activistas
de la izquierda extraparlamentaria: todos denigrados desde el periódico
sagrado, El País, por no hablar de los demás. El tratado de
Maastricht creó una unión monetaria pésimamente diseñada, desequilibrada
y a la larga inviable, al unir economías nacionales desiguales, como se
señaló entonces y la crisis del euro demuestra ahora.
El proceso de construcción de la Unión Europea trasladó una parte
sustancial de la soberanía política del pueblo español a organismos
(Comisión y Consejo Europeos) no elegidos democráticamente y tampoco
controlables por un parlamento europeo que carece de poderes reales ni,
como es natural, por los ciudadanos. Todo esto sucedió sin que los
españoles apenas piaran. Se entiende, pues, que después de que España
perdiera su soberanía monetaria y una buena parte de su soberanía
política, la UE ordenara al gobierno de Aznar que hiciera los deberes
neoliberales correspondientes a partir de 1996.
Y Aznar los hizo, congeló salarios, privatizó Iberia para unos
colegas de su cole, Telefónica para otros, siempre a muy buen precio.
Declaró edificable la práctica totalidad del territorio español. Los
constructores se pusieron a construir, las Cajas de Ahorro, repartidas
entre el PP, el PSOE y los nacionalistas, se pusieron a prestar, los
ayuntamientos a urbanizar y cobrar, y todos a poner el cazo para recibir
—para su partido o para su bolsillo o ambas cosas a la vez— su parte
del negocio. Se creó así un tupido tejido industrial vinculado al
ladrillo edificado sobre el terreno pantanoso del crédito. Y un mercado
de favores de intenso tráfico. Eran los tiempos en que el abanico de las
diferencias de ingresos se abrió casi a 360 grados.
La tercera revolución industrial, la de la informática, hizo posible
técnicamente, mientras tanto, el crecimiento de la globalización —un
ejército internacional de mano de obra barata— y una onda larga de
expansión. El neoliberalismo lo invadió todo más por el cambio
tecnológico que por méritos propios hasta que llegó el crack del año
ocho: toda la pirámide del crédito se desplomó porque el capitalismo
experimentó la mayor de sus inherentes crisis sistémicas de
sobreproducción, cuando de pronto nadie puede pagar lo producido y todo
se viene abajo.
En esas estamos. En el caso de España, el Estado carece hoy por hoy
de margen de maniobra económica y la persistencia del neoliberalismo le
enfanga en la deuda cada vez más. El Estado dilapida bienes colectivos
de los españoles. El empresariado ha obtenido una reducción brutal de
los costes laborales y disciplina a todos blandiendo la regalada libertad
de despedir. Pero ¿en qué ha invertido en España? El país se
descapitaliza a pasos agigantados en material y en personal: ni los
mejor formados con cargo al erario público encuentran trabajo aquí.
¿Adónde llevan las políticas económicas neoliberales del Psoe y del
PP que no sea al abismo, a empeorar y empeorar? Ya empieza a ir para
atrás el conjunto neoliberal de la eurozona. ¿Alguien puede creer que
este empresariado nuestro, entregado al lujo y a la corrupción, va a
crear industrias capaces de poner en movimiento siquiera a la tercera o
incluso a la cuarta parte de los millones de parados?
***
Se trata pues de hacer otra cosa: de crear bienes sostenibles y distribuir bien esa riqueza.
De trabajar y redistribuir: redistribuir el trabajo y cerrar el abanico
de las diferencias de ingresos, redistribuyendo también las rentas.
¿Cómo hacerlo posible?
Algunos de los pasos necesarios son:
El primer paso es político: hay que reformar en profundidad el régimen político, lo que exige la convocatoria de unas cortes constituyentes si se quiere llegar hasta el final.
No sólo hay que jubilar o poner a la sombra al personal político
incapaz que ha venido gobernando el sistema: hay que abrir paso a gentes
nuevas no infectadas por la corrupción.
Hay que ingeniar un sistema político que quede en manos del pueblo.
Que éste pueda controlar y que cuente con mecanismos sólidos de
exigencia de responsabilidades. Las públicas y las privadas. Que
resuelva además lo que dejó a medias la primera transición. Crear unas
instituciones que sean realmente nuestras.
Y esas instituciones tendrán que recuperar soberanía. Renegociar
Maastricht o denunciar ese tratado. Utilizar las capacidades conjuntas
que tendrá entonces el Estado para reorientar y estimular la producción.
Y si eso supone nuevos sacrificios a todos, que esta vez sirvan para
algo —y no como ahora, cuando los de arriba se lucran a nuestra costa, a
costa de nuestros salarios, nuestra sanidad, nuestra educación—; que
sirvan para que recuperemos colectivamente la perspectiva y los valores
de quienes siempre hemos vivido de nuestro trabajo.
Cortes constituyentes.
Renegociar Maastricht o denunciar ese tratado.
Quita y espera de la deuda.
Impulso industrial, agrario y comercial, sostenible, desde el Estado remozado.
Juan-Ramón Capella
Mientras Tanto
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