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Desahucios y capitalismo
"Todo esto no pudo ocurrir sin la complicidad de las autoridades
estatales, en concreto las que supuestamente regulan el sistema
financiero. Éstas simplemente miraron para otro lado, dejando que el
'mercado' encontrara su presunto equilibrio y facilitando así, primero
el disparate, y después el drama".
Ningún otro fenómeno social como los desahucios concita tan
intensamente las miserias, incoherencias y contradicciones que concurren
en el sistema capitalista y lo conforman. Paradigma de esa
incongruencia lo constituyen las declaraciones de hace unos días del
jefe de la patronal bancaria, Miguel Martín, que en un alarde de
surrealismo aseguraba que la solución a este problema no es otra que
hacer más y más casas, acompañadas de sus correspondientes créditos
hipotecarios. Que uno de los máximos prebostes del poder económico (y
por ello del poder real) realice una afirmación de este nivel en un país
con quinientas ejecuciones hipotecarias diarias y un millón de
viviendas vacías, ilustra a las claras la naturaleza kafkiana e
irracional del régimen realmente existente.
Y es que la codicia
perturba la razón, pero además da cobertura a la injusticia. Y en ésta,
la injusticia, encontramos tanto la causa de los desahucios como su
consecuencia. Efectivamente, a partir de una desequilibrada distribución
de la renta, algunas personas se encuentran con un dinero en sus manos
que no encuentra salida en la inversión productiva, por la sencilla
razón de que ese desigual reparto ha mermado la capacidad de consumo de
buena parte de los asalariados. Los bancos, rebosantes de dinero
depositado por los ricos y de préstamos de otros bancos extranjeros
igualmente con sus arcas llenas, inflan una burbuja, la del ladrillo,
apostando a una creciente subida de su precio. En el otro extremo de la
cadena, gente con bajos salarios y empleos precarios a los que se ofrece
una generosísima financiación, con tasaciones desproporcionadas, a fin
de que puedan contribuir a cebar la bomba.
Pero como viene
ocurriendo desde el siglo XVII con la especulación holandesa sobre los
tulipanes, al final la burbuja estalla. Solo que ahora lo hace sobre un
bien de primerísima necesidad, y los perjudicados no son únicamente
quienes apostaron en el casino, sino primordialmente quienes, habitando
un hogar, no pueden seguir manteniéndolo porque han perdido su empleo o
buena parte de sus ingresos. Pero todo esto no pudo ocurrir sin la
complicidad de las autoridades estatales, en concreto las que
supuestamente regulan el sistema financiero. Éstas simplemente miraron
para otro lado, dejando que el 'mercado' encontrara su presunto
equilibrio y facilitando así, primero el disparate, y después el drama.
Era, es, el capitalismo sin brida, con unos partidos políticos
emparentados con la élite financiera y participando en una orgía que
finalmente estamos pagando todos, algunos con su sangre al no poder
soportar que se les vaya a dejar sin casa y sin futuro.
Porque
ahora entran en juego las leyes, alguna con más de un siglo de
antigüedad, pero persistentes en su objetivo de que las razones del
banquero cuentan más que el derecho sagrado a una vivienda digna. Y por
si esto no quedara claro, un supuesto partido socialista y obrero apaña
las normas, allá por 2009, para que a la gente se la pueda desahuciar a
la mayor brevedad posible. Y es que los bancos aprietan tanto que se
comen hasta la historia y las siglas que algún día estuvieron al lado de
los débiles. Ahora, eso sí, derraman lágrimas de cocodrilo por la gente
que sufre; y lo hacen junto a esa derecha inmisericorde y cínica que
intenta lavar su conciencia promulgando un decreto que es una ofensa,
primero a la inteligencia, y después a la dignidad de quienes están en
trance de ser arrojados a la calle.
Somos, seguimos siendo a
pesar de la crisis, un país rico con una alta renta per cápita, pero
cada vez hay más casas sin gente y gente sin casa. Se destinan miles de
millones para capitalizar esos bancos que nos han conducido a la
catástrofe, pero no hay ni un solo euro para salvar a la gente, para
evitar que pierda su empleo y su techo. Es un mecanismo perverso. Los
desahucios son un crimen y el delincuente que los perpetra atiende por
el nombre de sistema capitalista. Debiera estar entre rejas.
José Haro Hernández. La Opinión de Murcia
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