martes, 4 de diciembre de 2012

¿El fin de las clases medias?

I
Uno de los temas que más preocupa en muchos medios y sectores sociales es el que la crisis está provocando la desaparición de las clases medias. Analizar cómo afecta el desarrollo económico a la configuración de las clases sociales ha sido siempre una preocupación del pensamiento transformador. Un elemento esencial para elaborar un proyecto político realista. Lo que sigue son unos apuntes apresurados sobre los cambios en curso.

El concepto de clase media es bastante confuso y cada cual lo interpreta como quiere. En los viejos análisis de clase, la media se asociaba a los sectores de pequeños propietarios, pequeños capitalistas, autónomos —básicamente una clase media no asalariada, como mucho inlcuyendo un pequeño segmento de asalariados con un particular estatus social: funcionarios públicos, cuadros medios de las empresas etc.—.

El capitalismo keynesiano y el posterior neoliberal han provocado una sustancial transformación de la estructura social que ha dejado bastante descolocados los viejos esquemas del marxismo clásico. Las capas medias no asalariadas han tendido a desaparecer a medida que la concentración de capital, la industrialización de la agricultura y la transformación del comercio han reducido el peso de los no asalariados en la estructura social. La inmensa mayoría de la población es hoy asalariada, pero dentro de ésta se ha desarrollado una enorme segmentación y diferenciación social, asociada a los cambios en la organización empresarial, al sector público y al desarrollo tecnológico. Un desarrollo que ha generado un amplio segmento de empleos en los que se requiere un nivel elevado de educación formal y que suelen estar asociados a niveles salariales relativamente altos, cierto prestigio social, una idea de carrera profesional y mayor estabilidad en el empleo, en relación a los empleos comunes, “manuales” (todos los empleos suelen requerir implicación mental y física), de la industria y los servicios. El primer grupo es el que forma lo que podríamos llamar el bloque de las capas medias asalariadas, diferenciado en muchos aspectos de la clase obrera tradicional. Aunque en muchos casos se confunde clase media no sólo con este segmento de asalariados sino con el conjunto de los que han podido alcanzar ciertas cotas de consumismo gracias a un cierto nivel de ingresos y de estabilidad. En los años buenos, esto también estaba al alcance de una parte de la clase obrera tradicional, especialmente la de las grandes industrias o la élite de la construcción.

Como los niveles de gasto dependen más de la estructura familiar que de los ingresos individuales, esta extensión del consumismo y la seguridad económica se extendía incluso a asalariados, especialmente mujeres, con bajos salarios y empleos cortos, a condición de que formaran parte de familias con algún miembro en el sector estable. Al final, más que una sociedad con sectores muy definidos, lo que ha caracterizado nuestra estructura social es una enorme diversificación de condiciones laborales y de ingresos, una estratificación cuyo elemento dominante es la posición laboral de cada cual mitigada o reforzada por su posición familiar, lo que de forma simplista podríamos resumir en una clase media asalariada básicamente formada por personas con altos niveles educativos y/o formando parte de los niveles superiores de las estructuras empresariales, y una clase obrera (mayoritariamente masculina) con un segmento de empleo estable y otro segmento ligado a empleos precarios.

El aspecto del nivel educativo siempre me ha parecido crucial no sólo porque presenta una evidente correlación con la posición laboral, sino sobre todo porque tiene una influencia importante en la configuración de actitudes, valores, percepciones sociales. Al fin y al cabo, la educación es un proceso que ocurre en las etapas iniciales de la vida. Los que superan las distintas barreras educativas tienden a autoconvencerse de su mérito y capacidad. Su formación les orienta hacia una visión de la vida en la que predominan ideas como la vocación —a menudo se confunde trabajo asalariado con realización personal—, la carrera competitiva, o el predominio de la acción individual. Los demás llegan a la vida laboral con un fracaso inicial y, excepto en aquellos países y contextos en los que se ha desarrollado un sistema de formación y reconocimiento profesional, se ven de por vida condenados a un trabajo poco reconocido que sólo quieren hacer quienes no tienen otra opción. Por ello el comportamiento de las clases medias asalariadas ha tendido a ser bastante diferente en términos de acción social. Basta con ver su comportamiento en los conflictos laborales o la distribución del voto por barrios o pueblos para captar la existencia de un comportamiento claramente diferenciado (y no estoy sugiriendo que la clase media sea esencialmente reaccionaria y la clase obrera esencialmente de izquierdas, sino que pueden verse diferencias en su forma de ser de izquierdas o de derechas: por ejemplo en Francia los reductos de clase obrera tradicional votan más al PCF y al Frente Nacional que allí donde predominan las clases medias asalariadas).

II
Las dos crisis anteriores del período neoliberal (las de 1980-1985 y la de 1991-1994) habían golpeado especialmente al segmento superior de la clase obrera por la vía del cierre de fábricas y las deslocalizaciones. Las clases medias asalariadas vivieron estas crisis como una cuestión ajena. En nuestro país una cuestión esencial para ello fue el desarrollo de un amplio volumen de empleo público y semipúblico (educación, sanidad, administración pública...) que ha sido el principal generador de oportunidades para estos sectores, especialmente para la consolidación de un amplio espacio de empleo femenino educado. También la expansión de las estructuras burocráticas de las empresas, el crecimiento de actividades intermediarias —finanzas, seguros, asesorías diversas...— e incluso el hecho de que, allí donde se producían ajustes, éstos solían tomar la forma de prejubilaciones relativamente generosas que retiraban de la vida laboral asalariada a gente que en otras condiciones hubiera pasado a integrar las filas de la pobreza. La emigración del empleo industrial y la precarización de las condiciones laborales en los servicios podía incluso mejorar la situación vital de los asalariados del nivel superior al permitirles acceder a bienes y servicios abaratados por el inicio del hundimiento de los derechos de los segmentos tradicionales de clase obrera. Al fin y al cabo, el neoliberalismo se ha mantenido con un consenso social suficientemente amplio, manteniendo formas políticas democráticas que exigen un cierto consenso social.

Lo que cambia en la crisis actual es que por primera vez en la historia también llega a los segmentos de clase media asalariada. En ello tienen mucho que ver las politicas de ajuste del sector público. O los últimos coletazos de la reestructuración del sector financiero (y de otros sectores empresariales) en condiciones completamente diferentes de las anteriores. Especialmente la gente jóven percibe que el cambio en las reglas del juego está rompiendo sus posibilidades de carrera, su proyecto individual. En cierto modo están experimentando que su condición de asalariados se parece mucho más de lo que pensaban a la del resto de asalariados. Y que en conjunto padecen un tipo de problemas parecidos. Por primera vez en la historia los distintos segmentos de asalariados están confrontados a un mismo tipo de ofensiva global y se enfrentan a una misma versión descarnada de la estructura profunda de la lógica capitalista.

III
El que los problemas de inseguridad económica extrema, depreciación laboral, empobrecimiento, etc., afecten a todos por igual abre la oportunidad de desarrollar una nueva perspectiva social igualitaria. Pero ésta no está garantizada de antemano. No es seguro que la reacción dominante de los devaluados asalariados “cultos” vaya a consistir en implicarse en un proyecto social colectivo. En su formación personal muchos y muchas arrastran demasiado individualismo, autoestima, sentido de superioridad moral e ilusión en sus propias posibilidades como para pensar que está garantizada una respuesta progresista. En bastantes jóvenes la respuesta más fácil parece la de “salida” (emigrar a países donde confian que su valía tendrá posibilidades) que la de “voz”. Y no es descartable que en otros se produzca un cierre nihilista que les incapacite para la acción colectiva y les convierta en resentidos de por vida. La historia, por desgracia, muchas veces se desarrolla por el lado oscuro.

Pero existe al menos una posibilidad de transformar la “igualación a la baja” que están generando las políticas de ajuste neoliberal en la ampliación de una base social amplia que reclame un verdadero modelo social igualitario. Un modelo que genere una vida y un trabajo dignos a todo el mundo. Que clarifique qué actividades sociales son verdaderamente relevantes para el bienestar social y cuáles son accesorias. Que promueva un modelo social que garantice a todo el mundo seguridad económica básica y posibilidad de desarrollo personal. Muchas de las propuestas de ecologistas, feministas y reformadores sociales dan pistas para construir estas propuestas. Pero exigen una intensa labor cultural y social para construir un bloque capaz de generar una alternativa real a la dictadura neoliberal.

Alberto Recio Andreu
Mientras Tanto

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