jueves, 2 de junio de 2011

¿Puedo hablar con el responsable?

Hubo un tiempo en el que el monarca absoluto sólo respondía ante Dios de sus acciones, por muy arbitrarias que éstas fueran. La Era moderna incorporó como punto esencial de progreso la asunción de responsabilidades. Aquel liberalismo primigenio, pegado a la burguesía, que luchaba por conseguir “libertad, igualdad y fraternidad” trajo consigo un trascendental cambio de paradigma. Cierto que inseguros peleles llamarían de inmediato a un Napoleón como dios manda para aferrarse a viejos protectorados, pero ya nada volvió a ser lo mismo.

Los primeros empresarios arriesgaban su patrimonio en el objetivo de construir un centro de producción, dar trabajo y enriquecerse –eso sí- más que sus asalariados que no ponían en juego sino su esfuerzo –que no es poco- en la jornada laboral estipulada. A más riesgo, más ganancias. Así era aquel liberalismo. ¿Quién no recuerda a James Stewart, el banquero de “Qué bello es vivir” que dirigió Frank Capra? ¿En todos sus detalles? Llamo la atención sobre el principal: en aquellos lejanos tiempos los banqueros asumían los costes de su gestión, exponían su fortuna para sembrar y crecer en el entorno y ganaban pero también perdían. Lo que se llama, repito, riesgo.

Las corporaciones introdujeron las responsabilidades limitadas o nulas. A los accionistas, a los directivos, ya no les importa la creación de riqueza, ni la continuidad de la empresa, sólo el beneficio inmediato. Las “primas de riesgo”, CDOs y demás subproductos de inversión de sus ejecutivos se destinan precisamente a cubrirles de errores y eludir responsabilidades. Con otros factores, como la masificación, el nuevo liberalismo contagió a la sociedad. La impunidad se ha enseñoreado de nuestras vidas.

Ya no es que los poderes financieros solo tengan su razón de ser en “privatizar las ganancias y socializar las pérdidas”, en muy pocos sectores de la sociedad se asumen responsabilidades. No podemos “hablar con el responsable”, ni mucho menos pedirle cuentas: no hay RESPONSABLES, en el más genuino sentido de la palabra. Especialmente en el poder, es decir, estamos volviendo a una suerte de absolutismo.

Viene todo a esto cuento de varios ejemplos:

De cómo una ministra de Hamburgo (Alemania) desató hace unos días una crisis sin precedentes al acusar al pepino español de una epidemia intestinal que lleva ya unos cuantos muertos y enfermos en su haber. Y ha resultado que los pepinos españoles no eran culpables. Cornelia Prüfer-Storks ha causado, en consecuencia, pérdidas millonarias en la agricultura de nuestro país por su irresponsabilidad. Total irresponsabilidad en este caso. Porque ella no pagará los daños. Se estudia que lo haga la UE, ya veremos, pero ¿por qué hemos de costear nosotros o franceses, suecos y rumanos pongamos por caso el error de esta ministra? Debe hacerlo ella o su partido, que ni sé cuál es, no viene al caso.

Otro asunto es que siguen sin conocer el origen de la enfermedad, en qué alimento se encuentra la bacteria. Javier Sampedro explica de forma magistral detalles acerca de ella que llevan a la conclusión de que también los tiempos actuales traen una grosera manipulación de los alimentos, una imperdonable falta de higiene. Como paga el que muere o enferma pero nadie más, pues ya está: daños colaterales.

Pasemos a responsabilidades en España. La Real Academia de la Historia, como ya hablamos, se ha gastado 6,4 millones de euros del erario público en tergiversar aquello en lo que se dicen expertos: la Historia. Y mira por donde, siempre del mismo lado: elaborando, en algunas de las entradas, una auténtica fascistada. El diario Público lo descubrió. De quiénes son estos señores da idea este otro artículo: lo más añejo del lugar. ¿Van a pagar de su bolsillo el fiasco? Ah, no, se les ha dejado libertad de expresión. Para mentir. Y usando dinero público. La Academia, dice, “no se hace responsable de lo que escriban sus académicos” ¿Y quién se hace responsable entonces? Nadie. Es el signo de los tiempos. Y eso se llama impunidad. Punto de aliento en este caso es que las protestas están llegando de múltiples ámbitos. La información sí que nos hace libres. Pero no se debe de parar hasta que los ilustres académicos se vayan a su casa, y paguen de su bolsillo el gasto.

Felipe Puig es otro caso de impunidad. El consejero de interior del Gobierno catalán (CIU, en este caso sí importa), ordenó una brutal carga policial para desalojar a los acampados del 15M en Barcelona. Y sigue sin dimitir, ni ser cesado. Más aún, diciendo que todos los medios han manipulado las imágenes (Antena 3 lo emitió en directo) y que les va a colocar a los Mossos una cámara en el casco para que vean lo que ellos ven. El President Mas le ampara con su sempiterna sonrisa Colgate.

Nos rodea la impunidad realmente. ¿Habría que inhabilitar como votantes o anular las elecciones cuando los políticos elegidos son hallados culpables de delitos por la justicia? ¿Disponemos de una justicia, aquí o en Pekín –que menos aún-, que hoy dirima todas las responsabilidades?

La impunidad se ha adueñado de nuestro de nuestro ordenamiento social, desde la degeneración del liberalismo. Viene de lejos. Nos lo contaba en 1940, John Ford en su película “Las uvas de la ira”, basada en el libro de John Steinbeck, ejemplo paradigmático de lo que se empezaba a gestar tras y en el Crack del 29. Han abusado tanto y tanto desde entonces que, por fin, parece que la sociedad comienza a despertar. No toda aún, los protectorados absolutistas siempre son una tentación para los mediocres. Son éstos los primeros “irresponsables”. Con ellos mismos y con la colectividad.

Rosa María Artal
Comité de Apoyo de ATTAC.

No hay comentarios: