En algunos llamamientos en que hemos estado (como el de Mesas de Convergencia y otros) también se trataba de organizarnos por barrios y pueblos a titulo personal y priorizando la unidad de acción sobre los debates ideológicos que nos pudieran separar ante las crisis que padecemos. Pero por suerte hemos sido desbordados por los movimientos desde abajo, desde la acción. Incluso las plataformas como Juventud Sin Futuro o Democracia Real Ya, también han sido desbordadas y hasta las acampadas lo han sido por la descentralización hacia barrios y pueblos. Nos parece que lejos de que cada plataforma, mesa o movimiento reivindique de nuevo sus diferencias, todos debemos contribuir a la construcción colectiva que está en proceso y donde podamos avanzar por la “democracia real” desde abajo, para superar “sin miedo” el estar, en buena parte, “sin curro, sin casa, sin pensión”... Sin duda cada cual se siente a gusto en su movimiento, plataforma, foro o mesa, y no va a abandonar a los de su confianza de años, pero ahora tenemos la gran oportunidad de remar desde diferentes barcos para que avance una gran flota, pacífica pero contundente, que pueda doblegar el bipartidismo que nos gobierna, e incluso la oligarquía capitalista que maneja sus hilos (por cierto cada vez más descarada y menos en la sombra).
Seguro que algunos trataran de recoger electoralmente esta marea de indignación. Pero en las elecciones locales ya quedo claro que en estos movimientos vamos más allá (un tercio votó a la derecha tradicional, otro tercio a diversas izquierdas, y otro tercio o se abstuvo o votó nulo, blanco o a opciones de castigo tradicionales). No se trata solo de castigar el bipartidismo, o de que tal partido suba dos o diez puestos, para ver qué jefe negocia con qué otro jefe. Si los partidos de izquierdas, verdes, radicales, etc. escucharan a estos movimientos, antepondrían una “plataforma de mínimos” sin lideres de partidos, o llamarían a un referendum como el de Islandia, etc. Pero no parece probable, pues ya están haciendo cuentas de cuántos diputados pueden sacar si se presentan como partidos renovados o con nuevos aires (para algunos formar “grupo parlamentario” es el gran objetivo).
Realmente estos movimientos son más de la “ciudadanía activa”, no electorales, sino para reclamar democracia participativa y de base, lo cual se sitúa en las antípodas de lo que es el juego político habitual, gobernado por el bipartidismo que propicia el presente sistema electoral. Pues este juego transcurre normalmente al margen de la ciudadanía, imponiendo decisiones y megaproyectos, con fines generalmente especulativos, que se acuerdan en sigilo entre los empresarios y políticos que mandan en cada sector o en cada municipio. A una escala más amplia, cabe recordar que la casi totalidad de las medidas y recortes adoptados con el pretexto de la crisis se decidieron, esquivando incluso el preceptivo debate parlamentario, al argüir motivos de urgencia y/o emergencia, o al pactar previamente los acuerdos en la trastienda de los partidos, hurtando a la cámara el oportuno debate. Así ocurrió, incluso con las modificaciones camufladas de los presupuestos que conllevaron las nuevas emisiones de deuda pública y las partidas adicionales de ayudas empresariales acordadas sobre la marcha. Valga esto para advertir, a la vez, lo certero y lo difícil del empeño. El objetivo de la democracia participativa tiene la virtud de desenmascarar de entrada, el actual despotismo falsamente democrático. Pero a nadie se le escapa que invertir el presente statu quo autoritario, dando cabida a una participación social efectiva en la toma de decisiones, es una tarea difícil y es una tarea que no tiene fin, pues exige una presión social continua que nunca podrá dormirse en los laurees so pena de volver a las andadas. Ha de tenerse bien presente que una sociedad dominada por esas organizaciones jerárquicas y centralizadas, ávidas de poder y de dinero, que suelen ser los partidos políticos y las empresas, jamás desembocará por si misma en una sociedad solidaria, compuesta por individuos que de verdad sean libres e iguales. Lo cual quiere decir que la democracia participativa no puede construirse con las empresas y los partidos políticos al uso, sino que necesita recurrir a otro tipo de organizaciones y de valores. Necesita anteponer la amistad a la rivalidad, la cooperación a la competencia, la solidaridad al egoísmo, el desprendimiento a la avaricia, el diálogo al enfrentamiento, la confianza a la desconfianza y el miedo, la democracia real al poder jerárquico establecido... Lo cual deja entrever la magnitud de la tarea en curso, pero lo importante es tener clara la dirección en la que hay que remar y en esto se ha avanzado mucho a raíz del 15-M.
José Manuel Naredo y Tomás R. Villasante
Rebelión
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